Decía Eduardo Galeano: “¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”.
Desconfianza justificada, especialmente si el show deportivo sirve para tapar problemas políticos y demandas sociales. Y Galeano observaba: “El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue”(1). Mudos testigos de un espectáculo ajeno, los chilenos nos hemos sentido campeones mientras Higuaín la mandaba a las nubes, Claudio Bravo atajaba a Banega y Alexis Sánchez la clavaba lentamente, dejando el marcador en un impensable 4-1. ¡Cómo no gozar, aunque sea por un momento, y salir a la calle vestido de payaso tricolor, enarbolando una banderita y una corneta! Gabriel García Márquez decía que “una de las condiciones esenciales del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo”(2).
Pasada la algarabía cabe detenerse en estos sucesos con un poco más de cordura. ¿Habrá algún mensaje que extraer de esta Copa América? Chile pareció salir de su encierro mental y geográfico, al menos por unos días. Vimos en nuestras calles mucha gente entusiasta, de todo el continente. Argentinos, peruanos, colombianos, venezolanos, ecuatorianos, bolivianos, brasileños… Por unas semanas nos percibimos parte de esta Patria Grande a la que permanentemente le damos la espalda y le cerramos el corazón. ¿Cómo sería tener esa experiencia en otros ámbitos, y más cotidianamente, con todo el continente pasando por nuestra puerta para construir un futuro compartido?
Otro suceso inesperado es que gracias a una campaña inteligente los himnos de nuestros países hermanos nunca fueron pifiados. Se pudo compaginar la competitividad deportiva y la amabilidad del anfitrión. Y el Estado demostró que podía llegar a la fecha con sus enormes inversiones en infraestructura. Ojalá en salud, educación, vivienda y tantas otras áreas sociales cumpliera con tanto rigor y calidad como lo ha hecho con los nuevos estadios y entornos deportivos. Chile jugó de una forma que entusiasmó. No todos los seleccionados estuvieron en su mejor momento, no siempre fueron buenos muchachos, pero vista en su conjunto, la estrategia de Sampaoli se mostró alegre, compenetrada, activa sin ser agresiva, y apasionada sin perder el control. En una palabra, mostraron creatividad en su juego. Como alguna vez dijo Jorge Valdano: “El fútbol creativo es de izquierdas y el fútbol meramente de fuerza, marrullería y patadón es de derechas”. Ojalá nunca vuelva la derecha a apoderarse de esta selección. Tal vez el mensaje más claro que debamos retener nos lo dejó Jean Beausejour, al calor de la celebración: “Uno recién ahora dimensiona lo que pasa. Hace unos días me llamó un profesor de cadetes que me dijo: ‘Ojalá que en el estadio en que tanta gente sufrió y se torturó puedan tener una alegría’… Pensamos en eso y muchos rezamos pensando en esas personas. En un lugar donde hubo tanta tristeza y muerte, hoy le dimos una alegría a Chile”.
Al poco rato, luego de la visita a La Moneda, el gran afro-mapuche comentaba: “Sería importante que además de felicitarnos la presidenta escuche las demandas de profesores, estudiantes y portuarios”. La conciencia de las luchas de ayer y la claridad de las demandas de hoy tal como las siente, sin matices ni complicaciones. Beausejour tiene esa extraña capacidad de encontrar en el “fútbol espectáculo” la grieta perfecta que le permite meter los mejores goles comunicacionales, que dejan inerme a la mejor y más elaborada mercancía de consumo masivo que ha producido el sistema capitalista. Basta revisar la última encuesta Adimark para notar que el volante izquierdo tiene mucha razón: la presidenta cae al 27% de aprobación mientras la derecha se desploma al 13%. El 60% desaprueba la reforma educacional y el 68% apoya las demandas estudiantiles. Hablar de encuestas es hablar de “modulación” de la opinión pública. Ninguna es neutra, ecuánime, ni mucho menos imparcial. Pero las cifras algo nos dicen cuando se leen con ponderación y cuidado. Beausejour, tribuno del pueblo, puede hablar en momentos inesperados y llegar a las audiencias más lejanas, gracias a una de las contradicciones propias del capitalismo cultural. El fútbol espectáculo, comprado hasta la médula, con la mitad de la FIFA envuelta en la hiper-corrupción, necesita renovar permanentemente sus protagonistas. Requiere a cada instante sangre fresca que golpee la pelota, no importando de donde venga, lo que piense, o a qué dios se adore. De allí que en los estadios reluzcan los invisibilizados de toda la vida. El rostro nortino de Alexis, la actitud de Eduardo Vargas, el muchacho de Renca, el descaro provocador del hualpenino Gonzalo Jara, o la voz sin disimulo de Gary Medel, el “Pitbull” de Conchalí.
Allí se producen las grietas por las que se cuelan los mensajes de la subversión futbolera. De tarde en tarde escuchamos a los que nunca aparecen en los grandes medios ni en la televisión. Por los intersticios que abre este deporte se cuelan las representaciones más auténticas de nuestra identidad. Es cierto que el fútbol es el nuevo opio del pueblo. Pero al menos es el opio de todo el pueblo. Las encuestas muestran que el interés por el fútbol no reconoce clases sociales, profesión, procedencia o ideología. Estar frente al televisor, esperando que la roja marque un punto es una de las pocas experiencias compartidas que todavía podemos vivir. Todo el resto del tiempo somos radicalmente distintos, desiguales y fragmentados. La única igualdad que nos queda es la de gritar y abrazarnos, por un instante, al escuchar la palabra ¡Gol!
Editorial de “Punto Final”, edición Nº 832, 10 de julio, 2015 www.puntofinal.cl
*Fuente: Rebelión
Notas:
(1) Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, Siglo XXI, 1995.
(2) Gabriel García Márquez, “El Juramento”, en El Comercio, Lima, 1950.
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