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El caso Penta y el Nueragate como atentados a la democracia

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Con la lucha de clases surge una fuerte confrontación entre el poder corporativo y el que generamos los trabajadores. Que se desarrolle esa batalla entre intereses opuestos no es novedad porque quien se compromete con el cambio real produce una fuerte polarización. En la medida que el proceso avanza en favor del pueblo, los actores involucrados se juegan todo: la clase social que se benefició de la situación anterior no dejará el poder voluntariamente. Nunca pasó en la historia; cada grupo combate hasta el fin. Entonces, así como existe el discurso libertario también está el relato de lo político como un asunto meramente formal y utilitario, como ámbito para el enriquecimiento personal, para concretar negociados, etc. De hecho, tanto el caso Penta como el “Nueragate” son atentados contra la democracia porque contradicen sus valores y discurso.
El problema para los grupos neoliberales es que las instituciones no son neutrales: son parte de las bases del régimen y en cuanto tal expresan una relación de fuerza. Es decir, defender puramente el sistema institucional es cerrarse a la idea del cambio; por eso insisten en la legalidad aunque siempre actúan al filo de la misma e incluso contra ésta. Para que sea el pueblo quien controle la situación debemos crear conciencia sobre lo que nos pasa. Si logramos ese objetivo podemos orientar la realidad en nuestro favor. Entender cuáles son las opciones, reconocer los sectores sociales en pugna y denunciar el funcionamiento represivo y delictivo del régimen hacen la gran diferencia.
No es nada fácil porque la “democracia” como concepto se usa de variadas formas, a veces como un sustantivo y otras como un adjetivo: para hablar de una persona, para decir si es o no democrática, pero además para referirse a las instituciones. En política se utiliza para reivindicar los derechos humanos como para defender el terrorismo de Estado. Pero, más allá de la sobrecarga que asume en sus diversas acepciones, relacionadas todas con el desarrollo de la lucha de clases, sigue manteniendo su impronta original: el ser una promesa vinculada a la igualdad, a la fraternidad y a la libertad. Lo interesante es que la idea popular del gobierno reivindica un país mejor de modo que se convierte en un acto de creación política que asume en un sentido amplio los valores de la revolución francesa que la patronal hace mucho traicionó.
¿Por qué en el término “democracia” siguen dominando las nociones de igualdad, libertad y fraternidad? Debido a que en la democracia entendida como proyecto y fuerza motriz de los sectores populares, reaparecen todo el tiempo esas reivindicaciones que además incluyen la transparencia, el debate, etc. Y ese es un tremendo triunfo de todos nosotros. A su vez y por lo mismo el gobierno, RN, la UDI y los falsos progresistas no pueden restablecer la confianza ciudadana en un régimen que se muestra altamente corrupto. Cada intento por fortalecer a la pretendida Nueva Mayoría, a la “democracia” en la medida de lo posible y a sus instituciones para así usurpar las demandas y urgencias de trabajadores y estudiantes, choca frontalmente con nuevas contradicciones, revelándonos un sistema político con una base muy frágil. De hecho, aunque la élite todavía logra contener la crisis de legitimidad no consigue revertirla.
 

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1 Comentario

  1. Alfredo Armando Repetto Saieg

    Algo más: Lo que caracteriza al neoliberalismo son los excesos en todos los ámbitos, tanto en lo político como en lo económico, también en lo social y hasta en lo ideológico. En relación a lo político pretende que no cuestionemos la «democracia» en la medida de lo posible; en lo económico insiste en el libertinaje del mercado que se ha mostrado sumamente eficiente para arruinar países. Respecto de lo social los dramas que producen sus políticas son evidentes. Finalmente, desde la perspectiva de lo ideológico quiere convencernos que es el cénit de la civilización.
    Por otro lado, es el régimen neoliberal quien nos conduce a situaciones sumamente anómalas: por ejemplo, que la élite controle Chile a su antojo y que por lo mismo goce de total impunidad. Incluso puede no acatar un fallo de la Corte Suprema o darse el lujo de sostener a personajes tan impresentables como Dávalos, como los Larraín, los Novoa, los seudosocialistas y los falsos comunistas que ahora se creen nuevos y mayoría. El colmo de la desfachatez la derecha más reaccionaria cuestiona a luchadores sociales que en su momento- durante los 17 años de terrorismo de Estado- ejercieron el legítimo derecho a revelarse contra la dictadura. Molesta esa hipocresía porque RN y la UDI jamás hicieron una autocrítica sobre su participación en aquel oscuro período de nuestra historia.

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