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Yo tampoco soy Charlie

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Pasado el impacto inicial de la masacre de París, aparecen las primeras dudas, las primeras sospechas de un acto que, analizado desde la perspectiva de la racionalidad, muestra una secuela de aristas incongruentes que la conmoción de las primeras horas no permitía percibir. La pregunta más importante que comienza a delinearse transcurridos los días, es ¿a quién favorecía un hecho de tal naturaleza, de tan impactante efectismo, en un momento en que la situación mundial avanza cada vez más hacia una crisis de consecuencias imprevisibles?
No vamos a hilar muy fino: no diremos que el par de terroristas, que llegan incluso a perder una cédula de identidad en el sitio del suceso, hubieran estado confabulados conscientemente en una trama que incluyera su propia muerte. Los yihadistas, así como los anteriores kamikazes de la 2 ° Guerra Mundial, no están para entregar la vida por “unos dólares más”, sino que por lo que para ellos son sus grandes ideales. Estaban, sin duda, dispuestos a morir, pero como héroes de su causa, no como chivos expiatorios. Entonces, ¿qué justificaría la utilización de un par de terroristas tan chambones para perpetrar un acto que, desde el punto de vista del impacto causado en la sociedad francesa y el resto de Europa, fue mayor incluso que la caída de las torres gemelas en EE.UU.? El momento histórico, dirá usted, que no es el mismo de hace 15 años atrás. Cierto y por ahí vamos.
Por favor, no se asuste que este columnista quiera insinuar que un acto tan deleznable, como asesinar a un grupo de periodista, pudiera haber estado planificado por una oscura entelequia que se ubique más allá del propio gobierno francés. Pero déjeme incomodarlo un poco con un par de ejemplos que nos pueden ayudar a responder la pregunta planteada más arriba. Hace exactamente 100 años, un desconocido mozalbete, Gabrilo Princip, asesinó al heredero de la corona autro-húngara, inducido por una conspiración militar que lo utilizó por su militancia anarquista. Fue el detonante para el inicio de la 1° Guerra Mundial. Más cercano en el tiempo, los nazis, recién encaramados en el poder en 1933, con Hitler como flamante canciller de Reich, pero con apenas un 30% de escaños en el Parlamento alemán incendian el Reichstag (el parlamento) y ponen entre los escombros a un sujeto con retardo mental, van der Lubbe, que alguna vez había sido un oscuro militante comunista. Cuento corto y sabido: el fraude sirve para que Hitler lance una razia contra opositores políticos y judíos, todos los cuales terminan atiborrando los campos de concentración y de muerte del fascismo que los quiere barrer de la faz de Alemania y ojalá del mundo.
Pero eso es historia lejana, dirá usted. Acerquémonos, entonces. El 22 de noviembre de 1963 muere asesinado el presidente de EE.UU. John F. Kennedy en un momento histórico cuando el mundo se encontraba al borde de la 3° guerra mundial. Kennedy se aleja del militarismo norteamericano habiendo incluso superado con éxito la grave crisis de los misiles, contradiciendo a sus generales que querían la guerra nuclear contra el comunismo representado por la URSS y sus aliados. Kennedy es asesinado también por un pelotudo, perdonando la expresión, un don nadie, Lee H. Oswald, al que rápidamente se le cuelga también un pasado comunista. Duró un par de días, un poco más que los dos terroristas de París, ya que se le asesina evitando así las incómodas confesiones que pudo hacer si era interrogado. El complot no resultó en lo esencial que era atacar a la URSS tras acusar a los comunistas del hecho, pero sirvió para prolongar la guerra de Vietnam, con varios cientos de miles de muertos más, por otros 10 años hasta 1973.
¿Todavía estoy muy lejos en la historia? Bueno, vayamos a la guerra del Golfo, 1990-1991contra Irak. Esta vez fue sin magnicidio, pero EE.UU. inventa una mentira monstruosa de la que jamás ha dado explicaciones, ni menos pedir perdón por este “pequeño error, compadre”: ataca a Saddam Hussein, su antiguo socio en su política agresiva contra Irán, porque se ha vuelto peligroso para sus intereses en Medio Oriente. Se teje entonces por la CIA una colosal mentira: Irak posee armas químicas que son un gran peligro para el mundo “occidental, cristiano y democrático”. Usted ya sabe el resultado: estas armas sólo existieron en el complot de la CIA y el Pentágono, ya que jamás fueron encontradas entre los escombros y los cadáveres del pueblo iraquí, que quedó desangrándose hasta el día de hoy.
En fin, lo que queremos demostrar con esta larga perorata que incluye sólo un pequeño muestrario, es que la inmoralidad de la política mundial puede alcanzar dimensiones colosales si se trata de acomodar la opinión pública a los intereses de un sector, por infames que estos intereses sean. En el feo asunto de Paris, como en los anteriores ya descritos, es probable que no se sepan los verdaderos entretelones hasta mucho tiempo más, cuando ya todo esté consumado, o que incluso nunca se llegue saber a ciencia cierta, como en el caso de Kennedy. Es por eso es que intentar deducir la verdad analizando las circunstancias, nos puede dar un poco de luz en el siniestro entuerto. Volvamos entonces a la pregunta inicial: ¿quién se favorece con este acto absurdo y atroz?
El resurgimiento del fascismo en Europa, en brazos de partidos y movimientos recalcitrantemente derechistas, es un fenómeno que está alcanzando niveles ya incontenibles, en especial en Francia con el Frente Nacionalista y ¡oh, coincidencia! en Alemania donde nace el movimiento PEGISA, (Patriotas Europeos Contra la Islamización de Occidente) rabiosamente racista y xenofóbico, que a pocos meses de formado, saca sobre 50 mil personas a la calle casi todos los días en las diferentes ciudades germánicas. El movimiento que lidera un tal Lutz Bachmann, un oscuro espécimen, tan oscuro como lo fue Hitler en sus comienzos, reúne a herederos del pensamiento nazi, como el Partido Nacional Democrático Alemán (NPD) que ya tiene representación en el parlamento europeo, además de otros grupos rabiosamente xenófobos, pero agrega también a una buena cantidad de ciudadanos que se han dejado influir por el odio a los extranjeros que se vive en Alemania y que cunde por Europa.
En Francia la cosa es aún más grave. El Frente Nacionalista de Jean Marie Le Pen, de corte tan fascista como el NPD alemán, se constituyó en la primera fuerza electoral en las últimas votaciones galas, con un 25% de los votos, obligando a la derecha democrática y a la izquierda francesa a unirse para bloquear la llegada del Frente Nacionalista al poder. El objetivo de estos nuevos nazis, que son también mayoría en países como Dinamarca o el Reino Unido, es captar a esa masa de “buenos ciudadanos” que se dejan influir por la propaganda xenófoba de la ultraderecha, y el mejor camino es traerles el ”peligro islamita” a la puerta de sus casas. ¿Se da cuenta entonces que la exagerada suspicacia de este cronista no lo es tanto a la hora de contestar la pregunta formulada más arriba?
El atentado de París tiene en estos momentos frotándose las manos de entusiasmo al fascismo renaciente. Nadie puede dudarlo. Sus resultados en cuanto al agua que llegará al molino de estos grupos tras lo ocurrido en Francia, se verán más pronto de lo pensado. Entretanto los periodistas inmolados, los policías asesinados y hasta los propios terrorista, parecen ser, una vez más en la historia, el macabro preludio de negros tiempos.
Un asunto aparentemente desligado del fondo de este artículo: hoy sale el primer número de Charlie Hebdo después de la masacre. Su portada tiene otra vez a Mahoma ahora abanderizado con ellos: sostiene un letrero con el consabido “Je suis Charlie” Pero arriba de lee, obviamente que en francés, “Todo está perdonado”. Me pregunto, ¿qué está perdonado? ¿la muerte de sus compañeros de trabajo? ¿o es un perdón subliminal por las caricaturas racistas y de pésimo gusto con las cuales se han dedicado a ofender al islamismo y a sus seguidores? Muchos articulistas en el mundo, que han visualizado el fondo de toda esta tragedia, se han atrevido a titular sus crónicas con la frase “Je ne suis pas Charlie”. Yo agrego acá: yo tampoco.

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