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La enorme mentira de la “doble tributación”

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11 de septiembre de 2014
Como usted seguramente sabe, amigo lector, en Chile las empresas NO tributan. Ellas pagan el impuesto de primera categoría, desde luego, pero éste no es de beneficio estatal. En nuestro país, a diferencia de lo que ocurre en las naciones desarrolladas, los impuestos que pagan las empresas son meros anticipos de los tributos personales de sus propietarios. En palabras simples, en Chile las empresas no tributan porque pagan los impuestos personales de sus propietarios, para evitarles a éstos el tener que pagarlos de su propio bolsillo (como lo hacen, le recuerdo, todos los empleados que tributan).

Las empresas no tributan, cierto, pero, ¿deberían tributar?

Desde luego. No cabe ninguna duda de ello. De hecho, es inmoral e irracional que no lo hagan. Es, lisa y llanamente, una sinvergüenzura. Y para respaldar tan drástica afirmación, permítame exponerle dos razones:

LOS EMPRESARIOS Y LA COMUNIDAD SON SOCIOS

La comunidad es un socio indispensable e irreemplazable para todos los empresarios. Sin el aporte que ella les entrega, las empresas no pueden generar ni la más mínima utilidad. De hecho, estimado lector, una empresa fuera de la comunidad no vale un peso.

Para visualizarlo, imagine a Cencosud, a Falabella, al Banco Chile, a La Polar, a las cadenas farmacéuticas, a Sonda, a Endesa, a cualquier empresa, instaladas en medio de los campos de hielo de la undécima región, con todos sus edificios, equipos, instalaciones, inventarios, vehículos y personal. ¿Cuánta utilidad cree usted que podrían generar? Cero peso, ¿verdad? No llegarían a ninguna parte. Se congelarían igual que el entorno. Pasarían a formar parte del paisaje.

Las empresas no pueden subsistir si no reciben el apoyo de la comunidad. Necesitan que la actividad económica fluya, que la sociedad funcione adecuadamente, que exista dinamismo, actividad, crecimiento, orden, tranquilidad. Precisan tanto de la sociedad, que sin ella se mueren. Desaparecen por completo, como el rastro de una lágrima en el fragor de la tormenta.

Los empresarios tienen muy clara esta tremenda verdad. Es por ello que están permanentemente pendientes de la marcha de la economía. ¿Los ha escuchado quejarse desconsoladamente a causa de la pérdida de dinamismo que ella muestra por estos días? ¿Los ha oído pedir la cabeza del ministro Arenas, culpándolo del desastre económico que, según ellos, se avecina? Si la economía funciona mal, las empresas padecen. Si la actividad decrece, se complican. Si hay desorden y caos, sufren. Es cosa de mirar hacia Venezuela, o hacia el Chile de comienzos de los 70, para comprobarlo.

De manera, apreciado lector, que los empresarios y la comunidad son socios en esta historia. A los primeros no les basta con reunir capital, personal, materias primas, insumos, maquinarias, instalaciones, bienes raíces, marcas y demases para generar utilidades. Las resulta indispensable el aporte de la segunda. Si carecen de éste, todo lo demás no les sirve de nada. No tiene ningún valor. Se convierte en basura.

Quizás el ámbito donde más se nota esta dependencia es el de las inmobiliarias. Es cosa de ver lo que ocurre cuando una de ellas adquiere un terreno a muy buen precio en un sector deprimido y a poco andar el gobierno de turno introduce modificaciones en el plano regulador. Normalmente, el valor del terreno se multiplica varias veces como consecuencia de ello. ¿Me va usted a decir que la utilidad resultante es sólo de la inmobiliaria? ¿Que la sociedad no tuvo nada que ver? Pero si resulta evidente que fue exactamente al revés; fue la acción de la sociedad la que le permitió a la inmobiliaria generar sus ganancias.

El punto es que cuando uno efectúa aportes a una empresa, tiene derecho a recibir una parte de las utilidades que ella genera. Así, por lo menos, funcionan las empresas en todo el mundo. En todos los países desarrollados, las empresas pagan tributos de beneficio fiscal, porque reconocen este enorme aporte que perciben de parte de la comunidad. El tributo de beneficio fiscal pagado por la empresa es, entonces, el dividendo que ésta le entrega a ese socio que le permite generar los beneficios; a aquél sin cuyo aporte no llegaría a ninguna parte. El justo dividendo. No se cuestiona allí que las empresas paguen tributos de beneficio estatal. Habría que ser muy caradura para hacerlo. Lo que se discute, con todo el derecho por lo demás, es la magnitud de ese tributo. Y, por supuesto, que éste se gaste bien (no en cafeterías VIP ni en dietas escandalosas, desde luego).

En todo el mundo ocurre así… salvo en Chile.

Porque resulta que en nuestro amado país, los genios tributarios juran que las empresas no requieren del aporte de la sociedad y no deben, en consecuencia, pagarle tributos. Creen, inocentes ellos, que la utilidad antes de impuesto de la empresa pertenece en su totalidad a los empresarios y que es lícito, entonces, que el impuesto pagado por aquélla sea utilizado como anticipo de los tributos personales de éstos.

LAS EMPRESAS RECIBEN INGENTES SERVICIOS PÚBLICOS QUE LES SON IMPRESCINDIBLES PARA GENERAR SUS UTILIDADES

Por si no le gusta el enfoque de los socios, le presento este otro: las empresas son consumidoras intensivas de los servicios públicos. Es más, no podrían generar ni un peso de utilidad si no los recibiesen.

Permítame detallarle algunos de los servicios públicos que reciben las empresas de parte del Estado y de la comunidad, y que les son indispensables para funcionar adecuadamente: seguridad pública (¿se imagina cómo andarían las empresas si no existiese seguridad?), vialidad, urbanismo, aseo (¿cómo viviríamos si nadie retirara la basura?) y ornato, iluminación pública, tribunales de justicia donde resolver las diferencias (¿cómo sobrevivirían los bancos y el retail sin el auxilio de los tribunales para efectuar su cobranza? No podrían dar crédito), normativa civil para respaldar sus contratos, normativa penal, comercial y laboral, organismos de fomento (3 ministerios dedicados exclusivamente a ellas) y de control (en el aparato público hay 20 organismos cuya existencia se debe exclusivamente a las empresas, y cuyo presupuesto anual se empina sobre los USD 2.100 millones), información pública para efectuar sus negocios (INE, Banco Central, ministerios varios), convenios comerciales con otros países y un largo etcétera.

Pues bien, en todo el mundo, esos servicios son pagados por las empresas por medio de tributos de beneficio estatal. En Chile no, fíjese. En nuestra larga y angosta faja, aunque parezca increíble, las empresas NO pagan por dichos servicios; los reciben en forma gratuita. Somos las personas naturales las que, entre todos, pagamos los servicios públicos que las empresas consumen. Los que con nuestros impuestos financiamos a Cencosud y a las demás empresas del retail, a todos los bancos, a Goldex, a las sociedades cascadas de Ponce Lerou y León Vial, a las farmacias coludidas, a La Polar, a Agrosúper e Hidroaysén, entre muchas miles más. En Chile, amigo lector, el Estado subsidia a las empresas, con dinero de todos los chilenos, al no cobrarles los servicios públicos que les entrega.

Para que se percate de lo injusto que esto resulta, es cosa que analice lo que ocurre con los servicios que las empresas reciben del sector privado (agua, luz, teléfono, internet, financiamiento, seguros, seguridad interna, aseo interno, vigilancia, etc.). En todos esos casos, las empresas y los empresarios pagan sus consumos de manera independiente. A nadie se le ocurriría, de hecho, inventar un “sistema integrado” de pago de agua, o de la luz, o de intereses a los bancos. ¿Se imagina? Sin embargo, eso que es impensable en el caso de los servicios privados, en nuestro país es la norma respecto de los públicos. ¿Se da cuenta la sinvergüenzura?

LA ENORME MENTIRA DE LA “DOBLE TRIBUTACIÓN”

Para justificar el verdadero desfalco a los bolsillos de las personas naturales (a todos los bolsillos; hasta los de los ciudadanos más modestos), que representa el hecho de que las empresas estén eximidas de pagar tributos de beneficio fiscal porque deben asumir los impuestos personales de sus propietarios, los cerebros pensantes de la dictadura militar (sí, fue allí donde se generó este inmoral sistema, pero fue la Concertación quien lo administró, compartió y profundizó) inventaron una megafalacia, una gigantesca mentira: la “doble tributación”.

¿Qué dijeron estos iluminados? Que la utilidad antes de impuesto de las empresas pertenecía en su totalidad a los empresarios, y que no correspondía, entonces, que pagara dos veces impuestos (una por parte de las empresas y otra por parte de los empresarios).

Por supuesto, no faltaba más, los responsables del sistema tributario vigente no se percataron (¿inconscientemente?) de la enorme deuda que las empresas tienen con la comunidad. Si lo hubiesen hecho, el “sistema integrado de impuesto a la renta” vigente, jamás habría existido. Lo concreto es que, como se desprende con total claridad de los puntos anteriores, la utilidad antes de impuesto NO pertenece en su totalidad a los empresarios. Es la utilidad neta la que tiene tal condición, ya que el impuesto de primera categoría que pagan al Fisco las empresas, tiene el doble propósito de retribuir a la sociedad por su aporte y de pagar por los servicios públicos recibidos.

Pero si la misma utilidad no está tributando dos veces, ¿podría darse el caso de que una misma persona esté pagando impuestos dos veces por la misma renta?

Imposible porque, tal como señalan con total claridad TODOS los textos de Introducción al Derecho y de Administración Básica, sin ninguna excepción, empresarios y empresas NO son lo mismo. Son entes distintos y, tal como pagan de manera independiente sus intereses y sus consumos de servicios básicos, también deben hacerlo con sus impuestos.

De manera que aquí tenemos a un grupo de señores ―ministros y ex ministros, parlamentarios, “expertos” tributarios― que deben, con urgencia, profundizar sus conocimientos de administración básica porque es obvio que les están, hace mucho rato, fallando. Y tenemos también, tal como existe en el Cristianismo el misterio de la Santísima Trinidad ―tres personas distintas y un solo ser divino―un misterio que podríamos llamar “misterio neoliberal”: dos personas distintas (empresario y empresa) y la misma utilidad.

Estimado lector, la “doble tributación” en el ámbito del impuesto a la renta es una mentira del tamaño de un trasatlántico. No existe doble tributación cuando las empresas y los empresarios pagan ambos tributos de beneficio fiscal. Eso es lo conceptualmente correcto. Deben hacerlo así, porque son personas distintas y, como tales, reciben de manera independiente beneficios y servicios de parte de la sociedad. La estricta verdad es que nuestro “sistema integrado” es un escándalo. Fue diseñado para recargar la mayor parte de los tributos, mediante el IVA y los impuestos específicos, sobre la gente más modesta, liberando de paso de su obligación a los grandes empresarios.

Y MICHELLE BACHELET, ¿QUÉ HIZO AL RESPECTO?

Nuestra actual presidenta podría haber corregido esta sinvergüenzura muy fácilmente. Bastaba con que hubiera propuesto la eliminación del sistema “integrado”, reemplazándolo por uno donde empresas y empresarios pagasen cada uno sus propios impuestos. Tenía los votos necesarios para ello. ¿Qué camino tomó, no obstante? El peor: hizo aprobar una reforma tributaria vergonzosa, que transformará nuestro sistema tributario en una inmanejable fuente de inequidad tributaria y de evasión y elusión. Algo aún más malo que lo que existía.

La pregunta que cabe hacerse es si ella actuó de esa manera porque está de acuerdo con que las empresas no le reembolsen a la sociedad el aporte que ésta les efectúa ni le paguen al Estado los servicios públicos que éste les proporciona, pese a lo inequitativo que ello resulta; o si lo hizo porque pertenece a ese a ese numeroso grupo que, de manera urgente, debe profundizar sus conocimientos de administración básica. Sería importante saberlo.

Aunque, déjeme decirle, sin embargo, que ambas razones hablan muy mal de ella.

*Fuente: El Mostrador

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