El 15 de febrero 2003, millones de personas salieron a las calles en decenas de ciudades del mundo para decir NO a la invasión de Irak. Esta impresionante movilización fue una de las primeras expresiones mundiales de una nueva forma de activismo masivo en redes. No se trató de una movilización espontánea, sino de un movimiento de movimientos articulados horizontalmente y una agregación de millones de individuos que se identificaron con el mismo grito colectivo. Si bien esta acción no logró su propósito, sí contribuyó a profundizar el cuestionamiento a un sistema de democracia formal que desoye a su ciudadanía.
La coordinación de esta movilización combinó una variedad de espacios virtuales y físicos -entre otros el Foro Social Mundial en Porto Alegre, donde se ratificó la fecha común, menos de tres semanas antes-. El medio por donde se comunicaba era secundario frente a la voluntad común de concertar y actuar.
No obstante, en estas dos últimas décadas, no cabe duda que el activismo político-social ha sacado enorme provecho del uso de las nuevas tecnologías de comunicación, y que ello ha contribuido a la aceleración de ritmos de organización y movilización, a la diversificación de modalidades de coordinación e intercambio de información, y la posibilidad de operar a escalas más masivas y geográficamente dispersas, como en esta jornada contra la guerra.
Este fenómeno, que fue tomando forma mucho antes que las redes sociales comerciales, ha combinado el uso de las distintas tecnologías a disposición: principalmente correo y listas electrónicas y telefonía o mensajería celular, pero también las páginas Web, blogs y otras herramientas, siempre en complemento de formas de comunicación más tradicionales, como las reuniones o la radio (1).
Más allá de los momentos de movilización, la incorporación de las nuevas tecnologías ha facilitado un cambio cualitativo muy significativo para el inter-relacionamiento de los movimientos sociales, particularmente a nivel internacional, en la medida en que permite una intercomunicación más fluida, regular y directa. Sin estas relaciones, no se podría explicar el incremento de la capacidad de organizar campañas, sincronizar agendas de acción internacional y movilizar solidaridad en momentos de crisis o represión. Pero también se han ido transformando muchas prácticas cotidianas: por decir, para las convocatorias nacionales o locales, basta pensar en el tiempo que la militancia ahorra en imprimir hojas volantes, ponerlas en sobres y luego repartirlas. Mas estas nuevas formas de funcionamiento se han “naturalizado” a tal punto que ya no se percibe cuánto se ha agilizado la práctica organizativa cotidiana en pocos años.
Redes de reconocimiento mutuo
Las nuevas potencialidades de movilización, sin embargo, responden ante todo a la emergencia de la organización social en redes. Osvaldo León da cuenta de este fenómeno en estos términos: “Debido a [su] configuración reticular basada en la horizontalidad y reciprocidad, las redes no solo son capaces de congregar a componentes heterogéneos (organizaciones formales e informales, estructuradas jerárquicamente o no, etc.), sino que también están en medida de expandirse por todos los lados, con un carácter multiplicador que resulta por esa capacidad de articular acciones diversificadas, múltiples, repetitivas, etc. para el cumplimiento de los objetivos comunes. Mas no se trata de una simple sumatoria de acciones, pues de por medio está ese proceso de construcción colectiva de objetivos comunes que le da un sentido propio e innovador, sin que esto implique que sus diversos componentes pasen a pensar y actuar de la misma manera”. (2)
Un ejemplo sería la Campaña Continental contra el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), que entre 2002 y 2005 movilizó una gran gama de redes y organizaciones que convergieron desde sus distintos enfoques y prioridades en torno a una meta común: descarrilar el ALCA. Campaña que, según León, “logra nutrirse de los acumulados organizativos y las experiencias de otras campañas afines, y desde un sentido de trabajo en red potenciar las ventajas preexistentes en cada país o coordinación regional/hemisférica”. (3)
En su libro sobre el activismo en la cultura digital, Joss Hands (4), por su parte, centra su mira en los mecanismos de operación de tales redes: sus formas de interconexión, sus dinámicas cooperativas y sus prácticas de comunicación. Se trata -explica- de redes organizadas en torno a discursos compartidos y reclamos consensuados, en palabra o acción, a través de la acción comunicativa.
Estas redes tienen como elemento fundamental el reconocimiento mutuo, que genera solidaridad, cooperación y confianza recíproca. No se trata de redes con fronteras netas ni una composición permanente, sino de una serie de sub-redes, integradas a redes más amplias, pero que comparten ciertos valores que motivan su actuación concertada. En este sentido, Hands las define como cuasi-autónomas, pues comparten elementos del discurso con otras redes con las cuales tienen intersecciones y corrientes transversales, en un proceso fluido y dinámico. Es justamente esta característica que les permite agruparse para coordinar acciones de gran envergadura cuando hay motivos que convocan más ampliamente, y luego reconfigurarse en otras agrupaciones de distintas dimensiones, en torno a otras luchas. Es también lo que permite que las relaciones entre redes se dé en términos de igualdad, poco importa su tamaño respectivo, según Hands. (5)
Este autor subraya que un elemento clave de las “redes de reconocimiento mutuo” es lo que llama la acción comunicativa: una comunicación que implica diálogo y la búsqueda de consenso, sin tratar de imponer ideas. En esto se diferencia de la acción estratégica destinada a pasar un mensaje o a alcanzar una meta predefinida (como ganar una campaña electoral, por ejemplo), donde el convencimiento importa más que el diálogo o la construcción de consensos. Ambas pueden hacer un uso efectivo de las “redes sociales”, pero la segunda difícilmente contribuirá a la construcción de redes de reconocimiento mutuo.
Hands cita como ejemplo de movilización de las “redes de reconocimiento mutuo” la jornada de protesta en Gleneagles, Escocia, en 2005, contra la reunión del G-8. Con una organización horizontal, sin coordinación central, operando con sub-unidades autónomas, logró despistar a la policía para atravesar barreras, obstruir convoyes de las delegaciones oficiales y conjuntar una serie de expresiones de resistencia. Se aprovechó particularmente de la comunicación móvil, que facilita la acción directa al permitir velocidad de comunicación entre unidades en la calle; pero la coordinación no dependía únicamente de ella, sino también de intercambios previos, y durante la jornada de movilización, un espacio físico de coordinación permanente. Y es que esta movilización era expresión de una convergencia entre redes diversas, con distintas prioridades, que habían tenido previamente oportunidades para debatir y concertar elementos de discurso, metas estratégicas, como parte de su proceso de identidad.
Hands diferencia esta forma de organización de otras movilizaciones similares pero más espontáneas, como los llamados “enjambres” o swarms (en inglés). Esta palabra se ha popularizada entre la juventud (al menos en Europa) para referirse a las convocatorias instantáneas -principalmente mediante tecnologías digitales- para fiestas, happenings, eventos culturales. Establecido el mecanismo, éste fácilmente se adapta para acciones de protesta cuando existe un motivo suficientemente convocante. No se trata necesariamente de manadas que actúan y se siguen sin pensar; pueden desarrollar una especie de inteligencia colectiva que les permite actuar concertadamente y tomar ciertas decisiones sobre la marcha.
No obstante, Hands argumenta que estos enjambres espontáneos difícilmente admiten la negación o la reflexión colectiva. Quien no está de acuerdo se aleja. Los 140 caracteres de un SMS o tweet permiten velocidad (útil para las movidas tácticas) mas no dan cabida al debate y la contextualización. Es más, siendo sobre todo una agregación de decisiones individuales, una vez pasada la acción inmediata, el enjambre generalmente se dispersa y no tiene capacidad de seguir hacia nuevos pasos de organización. En cambio las “redes de reconocimiento”, a la vez que emplean redes sociales, Twitter, SMS, enjambres, You Tube y cuanta herramienta les sirva tácticamente, cuentan también con otros espacios para deliberar y consensuar. Requieren justamente de momentos para analizar lo que está pasando, pensar críticamente en las metas, en cómo avanzar.
En otros casos, técnicas similares pueden ser instrumentalizadas bajo los parámetros de la acción estratégica. Un ejemplo fue la movilización de 2001 en Filipinas, que logró la salida del Presidente Estrada. Fue convocada por el principal partido de oposición, apelando al arraigado sentimiento popular de rechazo al presidente, y si bien los mensajes fueron difundidos a través de una red descentralizada, operó principalmente como un sistema de transmisión centralizado.
En suma, el uso de las tecnologías no es lo que determina el carácter de la movilización, sino que es el carácter y forma de organización de las fuerzas sociales lo que permite aprovechar de distintas maneras las mismas posibilidades técnicas.
Web 2.0: la masividad
El término Web 2.0 se acuñó por el año 2004, como técnica de marketing -destinado a generar valor de quienes visitan los sitios Web- que promovía la idea de una Internet interactiva, como si fuera algo nuevo, siendo que en realidad la interactividad ya era parte de la concepción desde sus inicios. En efecto, desde los años 80 se contaba, por ejemplo, con los listserves para debates en línea sobre temas de interés. En cambio, lo que sí es un fenómeno nuevo con las redes sociales comerciales es su capacidad de crecimiento casi ilimitado. Es este carácter, lo que, a la vez que ha convertido la creatividad ciudadana en fuente de enorme ganancia privada, se ha prestado a la constitución de nuevos espacios públicos (virtuales), pero centralizados en unos pocos recintos empresariales. Esta centralización ha contribuido a multiplicar la visibilidad (en Internet, pero también en el mundo mediático) de fenómenos como la presencia en Twitter y Facebook de las recientes movilizaciones del mundo árabe. De allí que se le haya dado una importancia mayor a su peso real. Pero no cabe duda que también esta masividad, en determinados momentos y condiciones, permite una multiplicación viral de mensajes que puede superar en tamaño y velocidad lo que era posible antes de la Web 2.0.
Justamente por ello, los movimientos y redes sociales puede ganar ventaja al desarrollar estrategias de intervención en las redes sociales, siempre que tomen en cuenta sus particulares méritos -de difusión, interacción y convocatoria- y sus limitaciones. Pero sería un grave error que confíen sus propios mecanismos de comunicación externa -y sobre todo interna- principalmente en tales espacios, siendo que concentran el control e incluso la propiedad de los contenidos en manos de empresas que en cualquier momento pueden cerrar el interruptor o borrar los archivos; y eso sin hablar de los peligros de confidencialidad para la comunicación interna.
Ciberactivismo
Una de las nuevas áreas de resistencia social es justamente el llamado ciberactivismo. Protagonizado principalmente por quienes trabajan o militan en el mundo digital, el ciberactivismo tiene muchas expresiones y núcleos de interés, con fronteras fluidas entre ellos. Uno de los más conocidos es el movimiento del software libre, que si bien para unos/as es simplemente una práctica de creación colectiva, para otros/as es también un área de resistencia contra el sistema de propiedad intelectual. Están las luchas contra la privatización de Internet (ver recuadro); y el hacktivismo, dedicado a la libertad del conocimiento y la justicia social, incluyendo la liberación de espacios y defensa de lo común. El movimiento cultura libre, con más de tres décadas de historia, protagoniza una lucha en torno al carácter político y económico de la información; ha promovido entre otros el Creative Commons. O hay grupos de tendencia más anarquista como Anonymous, que opera desde el anonimato para defender la transparencia, la libertad de expresión y los derechos humanos (su reciente fama se debe a los “ataques de denegación de servicio” contra empresas que cerraron las cuentas de Wikileaks).
El desarrollo de la tecnología suele responder a los intereses de los sectores de poder (económico sobre todo), y no nos debe sorprender que Internet -que en su infancia fue criada en el mundo académico y de la sociedad civil, con ciertas libertades- en su adolescencia esté siendo recuperada por el mundo empresarial. Pero ello no quiere decir que todo esté definido. Más bien se está convirtiendo en un área de resistencia y lucha, dentro de un sector estratégico del sistema capitalista. Sin embargo, hasta ahora la relación del ciberactivismo con otros movimientos sociales ha sido relativamente tenue.
Es de esperarse que estas luchas vayan creciendo en los próximos años. Siendo que las tecnologías digitales se han vuelto tan imbricadas en las dinámicas de movimientos sociales, como aquí se ha ilustrado, sería lógico que también se amplíe la base social de este movimiento por democratizar la tecnología y el conocimiento, como parte central de la lucha por la defensa de los bienes comunes.
Anexo
La Red: ¿espacio abierto o cercado?
Los creadores de Internet concibieron a ésta como un sistema abierto y no-propietario: sus protocolos son bienes comunes. Se trata principalmente del TCP-IP: el protocolo que, desde los años 80, permite que sistemas que operan bajo distintos protocolos -abiertos o cerrados- puedan comunicarse entre sí, con lo cual la Red mundial interconectada se hizo posible; y segundo los URL y el hipertexto, códigos que permiten localizar cualquier documento en Internet y vincularlo con otro, que desde 1993 alumbraron la WWW o telaraña mundial.
En ese momento, la empresa privada mostraba poco interés en invertir en Internet porque no era evidente cómo un espacio abierto, donde los contenidos se comparten libremente, se podría convertir en fuente de ganancia. Fue solamente hacia fines de la década que, al ponerse en evidencia su enorme popularidad, comenzó la ola especulativa (hasta que reventó la burbuja bursátil en 2000) y luego el crecimiento vertiginoso de empresas como Google o Facebook, que en pocos años han escalado hasta convertirse en las más grandes de la Red.
Con estas prácticas, aumenta la presión hacia la reprivatización y los cercos en el ciberespacio: cada empresa busca jalar la población internauta hacia su territorio digital y, hasta donde sea posible, guardarla cautiva allí, para poder vender estos públicos a los anunciantes, como lo hace la televisión.
Otro intento de parcelar Internet proviene de las grandes empresas que proveen conectividad, que en EEUU están presionando por la autorización de discriminar contenidos (mayor velocidad para los sitios Web que más pagan), algo totalmente ajeno a la concepción de neutralidad de Internet
Publicado en América Latina en Movimiento, No. 463: http://alainet.org/publica/463.phtml
*Fuente: AlaiNet
Notas:
(1) Ver el artículo de Igor Sádaba, en esta edición, sobre la “hibridación” entre redes sociales “humanas” y “técnicas”.
(2) León, Osvaldo, 2010. Redes social alternativas, UNAM, Instituto de Investigaciones Sociales, México, marzo. http://conceptos.sociales.unam.mx/conceptos_final/339trabajo.pdf
(3) Ibid.
(4) Hands, Joss, 2011 @ is for Activism. Dissent, Resistance and Rebellion in a Digital Culture, Pluto Press, London. pp. 105-110.
(5) Para describir esta idea, Hands ha acuñado el concepto “red de reconocimiento cuasi-autónomo”, o QARN por su sigla en inglés. Él precisa que una QARN no es una organización, pues en ese caso ya sería autónoma
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