El Parque sin nombre, en la Quebrada de Macul
por Luis Inostroza (Chile)
11 años atrás 9 min lectura
Uno de los Parques más hermosos y significativos de Santiago no tiene nombre. Sus terrenos no aparecen registrados ni en Impuesto Internos, ni en el Conservador de Bienes Raices, es decir, para la ley este parque no existe. Y sin embargo allí está y su existencia es un monumento gigantesco levantado por la Dignidad, la Solidaridad y la Humanidad de un grupo de vecinos de un barrio del cual hoy, una buena parte, ya no existe.
Es de noche, pleno invierno del año 1986. Ha llovido todo el día y la Quebrada de Macul aumenta su caudal minuto a minuto. Desde algunas de las humildes casitas de madera, que se agrupan entre los pozos de donde se extraen áridos –ripio y arena- a pocos metros del caudal que baja raudo desde la cordillera, se elevan bocanadas de humo. Los vecinos más viejos no logran conciliar el sueño, y permanecen atentos al rugido del agua que pasa. De pronto, al monótono ruido del agua se agregan pequeños golpes sordos, los que van subiendo de intensidad y frecuencia, hasta parecer golpes de enormes martillos golpeando rocas. Es la señal de alarma, hay que abandonar rápido la Quebrada. Los gritos de alerta, despertando a los vecinos, se multiplican. En medio de la lluvia se ve a las mujeres llevando a sus hijos más pequeños en brazo, arrastrando de la mano a los que ya pueden caminar. Llantos, gritos, miedo, frío, y a la lluvia que no para se agregan ahora esos estruendos, que parecen truenos sordos y lejanos, pero que vienen no del cielo, sino del lecho de la quebrada. Los hombres corren, llevando sus hijos y lo que pueden arrastrar hasta la calle próxima, allá arriba, fuera de la Quebrada, y regresan nuevamente para sacar de sus míseras casas, lo que para ellos es una fortuna: un colchón, una cocinilla a gas, una mesa, un par de sillas. Van y vienen, con miedo, con rabia, maldiciendo la vida y la muerte, hasta que el agua fría, roja y barrosa, entra como la cabeza de una enorme serpiente por entre la calles del campamento. Los hombres retroceden, pues saben que seguir adelante significará la muerte, pues la serpiente ha comenzado a arrastrar todo lo que encuentra a su paso.
El aluvión arrastró 28 casas, si es que se le puede dar ese nombre a los 4 tabiques de madera que encierran la miseria, el hambre y el frío de cada una de esas familias. Por fortuna, y por la experiencia de algunos viejos que ya conocen la Quebrada, no hubo pérdidas de vidas que lamentar. Al día siguiente ningún diario, ningún noticiero informó de nada. Ningún funcionario del estado apareció por el lugar. ¿Para qué? Lo mismo ocurre cada cierto tiempo y volverá a ocurrir.
Marzo de 1993
El diputado Carlos Montes acompaña al ministro de Obras Públicas de la época y en compañía de vecinos del sector le indican los peligros que allí acechan y la necesidad de realizar trabajos y medidas que ayuden a evitar problemas en caso de grandes precipitaciones.
3 de mayo de 1993
Un gigantesco aluvión de piedras, barro y árboles baja sorpresivamente por la quebrada arrasando con todo lo que encuentra a su paso. Es un gigantesco monstruo pardo, de varios metros de altura, que sepulta, rompe, arrastra, demuele, cuanto encuentra a su paso, bajando en desenfrenada carrera desde la cordillera en dirección al valle. Son las 11:00 de la mañana. A las 11:15 horas viene una nueva descarga, para repetirse nuevamente a las 11:30 horas. Se calcula que en esas 3 descargas, en un breve lapso de media hora, bajaron varios miles de toneladas de barro, nieve, agua, piedras, árboles.
Oficialmente se habla de 26 muertos y un numero indeterminado de desaparecidos, que oscila en alrededor de las 100 personas. El drama que eso significó para las familias y vecinos que allí vivían fue mostrado en largos reportajes de la televisión, mientras el drama fue noticia.
Después, como siempre ocurre en los barrios donde viven los humildes, volvió el sol, la calma, la rutina, los socorristas se fueron, los burócratas se sumieron en su sueño de olvido y los medios perdieron interés al no encontrar imágenes impactantes que mostrar. La miseria no vende. El barro se secó y con la primavera volvió a crecer el pasto y las flores silvestres. Varios metros bajo el barro, quedaron sepultados para siempre los restos de lo que fueron hogares, árboles, animales y nadie sabe cuantas personas.
Las declaraciones de las autoridades de gobierno y municipales hablaron de tomar medidas claras que debían ayudar a evitar que un nuevo aluvión (se repiten periódicamente desde que existe memoria y seguirán repitiéndose) signifique vidas humanas. Pero los discursos y las declaraciones son palabras al viento y todo quedó pronto en el olvido. Muy pronto aparecieron “las ratas”: de noche comenzaron a llegar camiones a deponer toneladas de basura, neumáticos viejos, basura industrial, grandes cantidades de medicamentos vencidos, baterías, etc. Los rumores de toma de terrenos en la zona, posibles proyectos municipales, intereses de empresas en la zona, el rápido surgimiento de un basural, etc. hicieron que un grupo de vecinos se movilizara y tomara una decisión que, al parecer, no tiene paralelo en nuestro país: tomarse los terrenos en que se ubicaba su Campamento, ahora bajo metros de barro y piedras, para construir un Parque.
Rellenar el terreno hasta hacer desaparecer las piedras
Para conseguir la tierra necesaria que les permitiera emparejar el terreno y hacer desaparecer los enormes peñascos arrastrados por los aluviones, recorrieron las construcciones y les ofrecieron recibir la tierra removida a cambio de una donación. Cuando se corrió la noticia se hizo necesario montar guardia por las noches para impedir que no sólo descargaran tierra sino más basura.
Con el trabajo abnegado y voluntario de vecinos y amigos, el terreno fue ganando forma, hasta que llegó el día en que se pudo acordar que cada familia traería un árbol y lo puso en tierra, comenzando así una de las hazañas más hermosas de nuestro país. En total son 480 árboles, entre los cuales se cuentan 22 especies nativas. Un vecino instaló, cobrando sólo los materiales, un potente sistema de riego, con una pequeña bomba, que se alimentaba desde un canal.
Aun hoy, de vez en cuando, se abren hoyos en el piso, tragándose porciones de tierra y hasta algún árbol, al asentarse los materiales depositados en un piso que quedó casi 8 metros más abajo.
Mientras caminamos por los sombreados senderos del parque, Antonio, nuestro anfitrión, nos cuenta detalles del Campamento del cual él era el Presidente al momento del aluvión. Recuerda en detalle la vida y las familias de aquellos “vecinos que se fueron”, como dice él para referirse a quienes fueron arrastrados por el lodo del aluvión.
Arboles o restos de ellos encontrados cuadras más abajo, fueron rescatados y traídos hasta lo que hoy son los terrenos del parque.
De pronto Antonio nos pide detenernos junto a un álamo. El árbol se ve fuerte y sano, creciendo y agitando sus hojas bajo el suave viento que viene de la cordillera. Pero no es un árbol cualquiera. Él estaba junto a la casa de un vecino y, después el aluvión, quedó enterrado en más de la mitad de su altura en el barro. Cuando se preparó el terreno para el parque, por falta de maquinaria adecuada se tuvo que desistir de “desenterrarlo” y casi desapareció bajo la tierra, apenas unas cuanta ramitas quedaron mirando el cielo por entre los terrenos de tierra seca. Casi por milagro este álamo resistió “el entierro” de gran parte de su cuerpo, se negó a convertirse en un “desaparecido” más y continuó creciendo, hasta llegar a ser lo que es hoy. Toco su tronco y no puedo dejar de sentir un extraño miedo al pensar que unos 6-8 metros más abajo de mis pies, estaba el patio de aquella persona que una vez puso las pequeñas raíces de este álamo en la tierra, para esperar un día su sombra, esa sombra que hoy recibo yo.
A menudo, dice Antonio, bajando perceptiblemente la voz, aparecen por aquí gente que viene y pasa muy lentamente, mirando los árboles, volteando la vista hacia el tramo de calle que no fue afectada por el aluvión. Algunos de sus postes son los mismos de aquel entonces. Se ve que tratan de ubicarse, leyendo en sus mentes el plano de calles y pasajes que componía el campamento en que vivían y que hoy yace bajo varios metros de barro y piedras. Los niños, que andaban en el Colegio esa mañana y los hombres que andaban en el trabajo, salvaron sus vidas. Por ello la mayoría de los muertos fueron niños pequeños y mujeres, humildes dueñas de casa. El monstruo pardo de barro, piedras y ramas, llegó de pronto, con una violencia inaudita, implacable, aplastando y arrollando lo que encontraba a su paso. La mayoría de sus víctimas ni siquiera tuvieron tiempo de saber que era lo que ocurría.
Esas visitas, luego que encuentran el lugar que buscan, se sientan bajo un árbol y lloran. Tocan la tierra y se consuelan. La ligera brisa que viene de la cordillera pareciera pedirle disculpas, pareciera decirle que no fueron los cerros los culpables de esas muertes, sino una sociedad que los margino, que les negó uno de los derechos básicos del ser humano, la vivienda, que los obligó a buscar hasta encontrar un pedazo de tierra junto al lecho de la quebrada.
Esas quebradas están allí desde mucho antes de que apareciera el ser humano. Por sus gargantas han ido bajando por millones de años piedras y barro, que han ido rellenando lo que hoy conocemos como el Valle Central.
La Junta de Vecinos del barrio se hizo cargo y realizaba la mantención y el regadío de todo el parque por $250.000 mensuales, hasta que la Municipalidad –bajo el Alcalde Zalaquett- la tomó a su cargo y contrato a una empresa que hace el mismo trabajo por $ 1 millón de pesos.
Pocas cuadras más arriba, a pocos metros de la misma quebrada, se levanta un barrio (“Alto Macul”) que pareciera tomado de una revista gringa. Casitas de colores, con antejardín y un auto del año. Pareciera que allí reina la felicidad. Al verlos tan felices uno se pregunta, ¿sabrán lo que ocurrió allí, a pocos metros y lo que podría suceder con ellos si vuelve a bajar el gigantesco monstruo pardo de agua, barro, nieve, árboles y rocas?. Con toda seguridad, la inmobiliaria no se los dijo y ellos no quieren saberlo.
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Me acuerdo muy bien de esos dos aluviones. El de los años 80s arrasó el departamento de un compañero de Universidad construido en un terreno que debe de haber sido el antiguo cauce del riachuelo que viene por la quebrada y que fue desviado en aras de la urbanización hacia la calle La Cañada. El aluvión de los 90s me persiguió desde la esquina de Diego de Almagro con -Tobalaba donde arranqué en auto, hasta mi casa que quedaba en Tobalaba con Hamburgo, donde por milagro se escurrió por Hamburgo y no me anegó. La ola de barro venía suavemente deslizándose sin ruido cubriendo todo a su paso con una capa de unos 20 cm que después se pondría dura.
Los que vivimos en un país que es ladera de cordillera, tenemos que aprender a respetar los cauces naturales y no tratar de doblarle la mano a la naturaleza, porque esta siempre gana. Vale esto también para los tsunamis. A la hora de la inundación siempre hay que desenterrar el viejo mapa que indicaba por donde desaguaban las quebradas antes de que se urbanizara.