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Dos cuentos chilenos: ‘El Estado de voluntarios’ y ‘La solidaridad se compra en Cencosud’

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19 de abril de 2014
Valparaíso se transformó en la reencarnación visual de lo que se entiende por solidaridad. Numerosos afiches sobre centros de acopios en colegios, universidades, jardines, farmacias, supermercados son el panorama de la ciudad. Masas de gente, en su gran mayoría alumnos, llevan donaciones de un lado a otro o están en camino a los cerros donde participan en el trabajo de remover los escombros. Gente que aparentemente compró varios bidones de agua en los supermercados está en camino a los albergues o centros de acopio para donarlos.

Escuchamos a una alumna gritando por megáfono al frente de su Facultad que se necesita ropa interior, calcetines y un colchón para una mujer. Todo es una ayuda.

Entre medio de todo pasan autos y micros cuyas ventanas traseras dicen ‘Fuerza Valparaíso’ en grandes letras. En las redes sociales en la web, todo se transformó en un #fuerzavalparaíso. Solo concluyendo este panorama visual, da la sensación que los damnificados del incendio de Valparaíso reciben muchos abrazos solidarios. Parece que todo se transformó en una cadena de solidaridad.

Nada que decir. La solidaridad mostrada por los chilenos durante estos días es impresionante. Hay gestos emocionantes. Gente que ni tiene mucho también hace un esfuerzo para donar, para contribuir, a pesar de su propia situación.

La sociedad civil y la ausencia del Estado

Pero curiosamente faltan algunos actores claves en esta cadena de solidaridad. Y lo más curioso es que casi nadie se da cuenta de estas ausencias. La ausencia del Estado en la organización del tratamiento de una catástrofe ni llama la atención a nadie. El concepto de la sociedad civil en la cual no hay un Estado, así tampoco de un colectivo, solo individuos, ya está bastante naturalizado.

Uno habría pensado que el mejor marketing que podrían haber hecho algunas de las grandes empresas era mandar 100 camiones con donaciones de sus productos a Valparaíso y ayudan con materiales de construcción en la reconstrucción de vidas de estas 10.000 personas (o al menos prestar su infraestructura logística). En la lógica del marketing, el trade-off vendría después en todo caso. Pero no, estamos equivocados.

Es cierto, que se declaró el estado de catástrofe para Valparaíso. Pero la declaración de estado de catástrofe por el Estado no se refleja en un enfrentamiento sistemático y profesional de la emergencia. La desprofesionalización en la reacción a la catástrofe no solo es un peligro para los individuos mismos que heroicamente participan en estas acciones de limpieza en los cerros, sino también es emblemático por un Estado neoliberal que perdió su esencia y que practica un outsourcing de lo que eran inicialmente sus tareas a los ciudadanos. No hay justificación por la cual no es el Ejército de Chile y la Armada los que suben al cerro con herramientas adecuadas sino unas brigadas de universitarios que a pesar de sus excelentes intenciones no tienen mucho equipamiento y tampoco entrenamiento para enfrentar esta situación. Y es que la catástrofe no se soluciona en chalas. Es ahí también una de las pocas oportunidades donde el fanático “credencialismo” chileno por certificados universitarios no se pone en práctica. En otras palabras: un voluntario no va ser capaz de enfrentar una situación tan extrema para la cual no tiene entrenamiento profesional. Se necesita al Estado.

Es cierto también que el desarrollo de medidas bien hechas no toma un par de días pero el bono especial para los damnificados solo es un parche de políticas públicas y no crea soluciones sustentables a través del tiempo. Más bien crea ganadores en las tiendas de Cencosud.

La teletonización de la política: Cencosud y sus amigos

Pero seguimos con la antes mencionada falta de actores en el enfrentamiento de la catástrofe. En un país como Chile donde una decena de familias y clanes se beneficia del constante crecimiento económico de lo que se ha dado en llamar el ‘milagro económico de América Latina’ y no así el conjunto de la sociedad, surge la pregunta de cómo estos big players se posicionan en el ‘mercado de la solidaridad’ cuando llega el momento de catástrofe y emergencia. Conocemos bien la Teletón al comienzo de diciembre que es la encarnación de “charity” y el negocio, lejano de cualquier política de derechos para los que necesitan apoyo estatal sistemático. Compre una pastilla y cinco pesos van a la Teletón. Entregue su vuelto al cajero y beneficiará a una serie de corporaciones solidarias. Las multitiendas se lo agradecen (entre otras cosas porque su dinero es entregado por ellas como si realmente fuera propio).

Con el hecho que los precios para bidones de agua subieron en algunos supermercados un par de días atrás en Valparaíso llegamos sin duda al colmo de las posibilidades de hacer negocio con el espíritu solidario de la gente que compra agua para después donarla. Están todos juntos a los que se llama miembros de la sociedad civil en sus pequeños actos de solidaridad. Pero están más juntitos aún las empresas grandes que quieren aprovecharse una vez más de la solidaridad para hacer más negocio en esta situación de emergencia. Uno habría pensado que el mejor marketing que podrían haber hecho algunas de las grandes empresas era mandar 100 camiones con donaciones de sus productos a Valparaíso y ayudan con materiales de construcción en la reconstrucción de vidas de estas 10.000 personas (o al menos prestar su infraestructura logística). En la lógica del marketing, el trade-off vendría después en todo caso.

Pero no, estamos equivocados. Que los voluntarios se compren sus botas de trabajo en las multitiendas y suban al cerro nomás. Mientras el estado que se llama Estado y las multitiendas twittean #fuerzavalparaíso.

– La autora, Elizabeth Simbürger , trabaja en la Universidad de Valparaíso, Convenio del Desempeño para las Artes, Ciencias Sociales e Humanidades.
*Fuente: El Mostrador

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