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Los Torquemadas del patriotismo

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En Los Hermanos Karamasov, de Dostoyevsky, hay un  diálogo famoso entre el gran inquisidor y Cristo, en uno de esos calurosos días que quemaban las angostas calles de Sevilla. Jesús postula el amor universal, el poner la otra mejilla, el creer en la bondad del hombre. Torquemada, el inquisidor, sabe que los bípedos humanos son débiles, que les gusta el poder y que no pueden marchar ordenados sin una mano de hierro que los torture permanentemente; sin violencia, sin coerción, sin prisión, la sociedad no puede avanzar, pues caeríamos en manos de los anarquistas que tanto molestan a don Belisario. Cristo se va con la cola entre las piernas y, cabizbajo, exclama: los vicios y los miedos de los hombres se convierten en virtudes.

Como siempre habrá pobres entre nosotros, eternamente existirán Torquemadas. En Chile tenemos inquisidores ligh, no muy atorrantes, más bien faranduleros y ansiosos por aparecer, lo más frecuentemente posible, en la pantalla chica, “defendiendo los intereses de la patria. Yo aprendí a saber lo que era no tener patria cuando Naciones Unidas me obsequió un pasaporte llamado “bluejean”, que decía apartida. La verdad es que no estaba orgulloso de ser un cosmopolita, un ciudadano del mundo, pero de ninguna parte y como era tonto e idealista, soñaba con la cordillera chilena, las empanadas, las sopaipillas y otros cuantos fetiches que hacen la patria; jamás se me hubiera ocurrido, como a los estudiantes de la FECH, en 1920, llamar a la bandera, “la lavandera”.

El diputado Jorge Tarud  y el senador Roberto Muñoz Barra se han convertido en combativos y vociferantes nacionalistas. Por cierto, no tienen nada que ver estos “izquierdistas” del PPD con Musolini, tampoco han leído a Mauras, ni menos conocen a Cruces de Fuego –partido fascista francés -, nada tienen que ver con el Estado Novo, del portugués Oliveira Salazar, ni menos con la Falange del español José Antonio Primo de Rivera. Estos niños chauvinistas han recibido sus inspiraciones de otras fuentes y quisiéramos saber de dónde han sacado tanta tontería.

Puede ser que hayan leído La raza chilena, de Nicolás Palacios, autor embebido de la literatura racista, que rechazaba la emigración de los latinos a Chile y que le encantaban los germanos del sur. Al menos, este caballero tuvo mucha admiración por los obreros de la salitrera. Otros nacionalistas chilenos fueron, claramente, oligárquicos y anti liberales, como Alberto Edwards, Francisco Encina y Gonzalo Bulnes. (este último escribió un libro sobre la guerra del Pacífico, de un militarismo inaceptable). Gonzalo Bulnes, que fue intendente de Tarapacá, si bien despreciaba a los bolivianos y peruanos, era muy buen servidor de la compañía de aguas, de John Thomas North, y poco le importaba si este súbdito de la pérfida Albión explotaba a los iquiqueños vendiéndoles agua envenenada y a precios desorbitantes. Tampoco creo que Tarud y Muñoz Barra se precien de la amistad con los libros del reaccionario hispanista Jaime Eyzaguirre. Ese y no otro es el auténtico chauvinismo chileno.

Jorge Tarud y Roberto Muñoz Barra forman parte de un partido que se llama el PPD, que aún no sé si se refiere a una marca de dentífrico, una sección de la legión extranjera, pero lo que sí me queda claro es que este nuevo chauvinismo carece de filosofía, de ideas y de convicciones. Se trata, fundamentalmente, de acusar y perseguir a los senadores y diputados llamados “díscolos”, es decir, los senadores Alejandro Navarro, Nelson ávila, y los diputados Alico, Aguiló, Enríquez-Ominami, Tucapel Jiménez, Alejandro Sule y Marcelo Díaz. ¿Cuál es su pecado? El más grave: poner en duda la infalibilidad de la Presidenta, en materias internacionales; este es un dogma de fe y el no aceptarlo significa, simplemente, la excomunión por parte de la “santa inquisición”. Cómo se les ocurre visitar a Evo Morales, poniendo en peligro la soberanía nacional y, además, sin permiso de la comisión de relaciones exteriores de la Cámara, visitan al diablo en persona, Hugo Rafael Chávez.

En el diario La Segunda, que es tan monopólico como La Aurora de Chile, en 1811, aparecen unas declaraciones del senador, presidente de la comisión de relaciones exteriores de la Cámara Alta, Roberto Muñoz Barra, que según confidencia la periodista, está redactando una ley que destituya a los senadores y diputados que sirvan a potencias enemigas de Chile: Que yo sepa, ni Argentina, ni Bolivia, ni Perú, ni Venezuela, menos Cuba, están interesados en una guerra con Chile, salvo que ocurra, como en 1920, con la invención de una guerra con nuestros vecinos del norte, por un ministro (Ladislao Errázuriz) desesperado ante el triunfo de don Arturo Alessandri. Espero que no se repitan las escenas del asalto a la Federación de Estudiantes o la exoneración como profesor de Carlos Vicuña Fuentes, por el solo hecho de haber escrito un libro a favor de entregar Tacna y Arica al Perú. Si hoy no hay “juventud dorada”, quedan algunos neofascistas.

Entre el plebeyo nacionalismo de Jorge Tarud y de Roberto Muñoz Bnarra, prefiero el auténtico de Nicolás Palacios y “su raza chilena”.
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