Fecha: 13 enero 2014
La carrera kafkiana del Dakar ya comenzó y los deportistas de élites narcotizados surcan raudamente con sus monstruos motorizados los territorios de Argentina, Bolivia y Chile. La millonaria y sobrecargada publicidad copa las portadas de la mayoría de los medios de comunicación masiva. Las empresas transnacionales automotrices incentivan con sus ilustraciones a los incautos un mundo falso de glamour, fama y riqueza. Los estados invierten millonarias sumas de dinero para facilitar el paso de estas “estrellas” del colonialismo que en su travesía destruyen, sin miramiento alguno, todo el patrimonio arqueológico y natural de las naciones del llamado Tercer Mundo.
Para los ilusos, ignorantes y testaferros del sistema mercantilista, esta competencia, supuestamente, representa una oportunidad para descubrir las culturas, geografías y las bondades turísticas de las regiones involucradas. Imaginarios muy discutibles, pues lo que se dice y se muestra en los informes periodísticos de las cadenas internacionales es un perfil reducido, parcelado y superficial de cada región. Lo poco que genera es un temporal empleo en el rubro hotelero, también el merchandising deja buenos dividendos para los hábiles comerciantes, pero estos beneficios duran sólo tres días; los que realmente lucran son los mismos de siempre: el rubro automotriz- combustible, que son los dos brazos del mismo cuerpo, y los grandes conglomerados mediáticos. Por lo demás, los balances finales de las mismas autoridades han demostrado que las inversiones realizadas por los gobiernos han sido siempre mayores que las ganancias reales que han reportado dichos eventos.
Independiente a este tema económico, muchas veces, los ciudadanos común y corriente desconocemos los entretelones que se ocultan detrás de esta actividad deportiva que forma parte de la estrategia agresiva de dominación cultural y del proceso de “aculturación” que sufrimos constantemente los latinoamericanos. Como dice el antiguo adagio: “no todo lo que brilla es oro”. Irremediablemente, detrás de ese resplandor feliz de la mercancía hay basura encubierta que envenena y destruye.
No es para nadie un misterio que el deporte de elite es un negocio redondo para las grandes corporaciones que dominan el mercado. Es por ello que invierten en anuncios, logotipos e isotipos corporativos que atiborran todos los espacios posibles. No cabe duda que el objetivo de esos autos, motos, camiones y camionetas es seducir a los admiradores del supuesto mundo “mágico” de las empresas multinacionales, glorificadas y sacralizadas a través de este torneo. La publicidad funciona con sutileza, con mensajes subliminales y con iconografías potentes que hechizan a los espectadores, afectando las capacidades perceptivas y reflexivas de los mismos y revelando la acción de las empresas de una manera atractiva, magnífica y ensalzada.
Pero a la zaga de toda esa estrategia publicitaria está agazapada una oscura realidad histórica, probablemente poco conocida. A saber, Dakar es la capital de Senegal; país africano que durante tres siglos se traficó con esclavos. Este fue uno de los tantos países africanos donde las potencias europeas y el imperialismo estadounidense cometieron las atrocidades más repudiables contra sus habitantes.
Dakar nos remite a los genocidios y etnocidios que en esa latitud se ejecutaron en nombre de la civilización occidental. Dakar es el lugar donde las grandes corporaciones realizaron los saqueos y escamoteos de los recursos naturales más apreciado de esa nación. Por este motivo, me parece absurdo e irritante observar a esas mismas entidades depredadoras pasear en los vehículos la publicidad de Dakar, con la mañosa admiración soñadora a un territorio y a una cultura que ellos mismos destruyeron o fueron cómplices de su ruina y masacre.
Hay que hacer memoria que portugueses, ingleses, holandeses y franceses se disputaron el botín de guerra en una carrera desenfrenada y sangrienta, la que no fue televisada, pero, que no obstante, dejó profundas huellas de dolor y horror en las generaciones posteriores.
A todas luces, Dakar es sinónimo de tortura, martirio, esclavitud de millones de seres humanos que sucumbieron bajo el sistema esclavista. Los esclavos no fueron conducidos desde el África hasta sus destinos fatales en modernos vehículos, sino hacinados en las bodegas de barcos donde muchos de ellos murieron asfixiados, hambrientos, enfermos y ahogados. Es inaudito que esa realidad histórica hoy se quiera disimular o idealizar bajo el colorido, la fanfarria y el glamour que propalan las empresas auspiciadoras, cuando bien sabemos que la expresión “París-Dakar” representa la cruenta relación entre la capital francesa colonialista usurpadora y el territorio asolado.
Es horroroso que ese legado histórico nefasto dejado por el colonialismo europeo aún persista en este continente, el que continúa sumido en la más alta pobreza y subdesarrollo. La estadística así lo demuestra: analfabetismo, mortalidad infantil, y falta de servicios básicos contrastan con la monumental potencialidad de recursos naturales que la convirtió en un preciado trofeo para las potencias coloniales e imperiales. Basta con revisar los antecedentes históricos para darnos nos cuenta que detrás de los atractivos logos de las empresas rapiñas, se esconden detestables episodios: campos de concentraciones, experimentos brutales con seres humanos, genocidios de aldeas y latrocinios que permitieron la acumulación originaria de capital que dio sustento al actual sistema capitalista.
Es inexplicable que frente a estas bestiales referencias, los ciudadanos saludemos con una sonrisa complaciente esta carrera que personifica a un sistema social, económico y político que sepultó a la más honda desgracia a grandes poblaciones africanas. No es posible que la publicidad y la rimbombancia de esta “fiesta deportiva”, nos seduzcan y produzca en nosotros un estado casi hipnótico, cuyo propósito es remitirnos a sueños consumistas, efímeros y sin ningún basamento valórico.
Otro tema muy grave asociada a este competencia es el innegable daño que provoca esta contienda de máquinas al patrimonio arqueológico y natural. Al respecto, no han sido pocas las voces de científicos, ecologistas y ciudadanos que han intentado evitar la persistencia de esta travesía por desiertos, valles y sitios que atesoran parte de nuestro patrimonio cultural.
Recientemente, el director del Museo de Arte Precolombino, arqueólogo Carlos Aldunate, en una entrevista para Radio Cooperativa, señaló: “Yo encuentro que esto es un escándalo para Chile. En primer lugar, es un escándalo que nosotros recibamos con tanta alegría un acontecimiento que ha causado muchos daños al patrimonio arqueológico y los sigue causando, y además que se llama Dakar. Eso lo encuentro increíble. Dakar está en África, yo no sé qué estamos ganando nosotros con esto francamente” Luego, agregó: “Estas motos han pasado por arriba de los geoglifos, por arriba de restos patrimoniales arqueológicos, de caminos, de senderos prehispánicos que todos los arqueólogos estamos estudiando y que nos sentimos muy orgullosos y que demuestran todo el gran tráfico que hubo a través del desierto de Atacama”.
En nuestra ciudad, el Doctor Horario Larraín, ha declarado: “¿Por qué -me pregunto atónito- busca afanosamente el Dakar territorios vírgenes de naciones incautas del tercer Mundo? Porque esos territorios tienen exquisitos y poco conocidos desiertos, de arenas y piedras, lugar ideal para probar máquinas de última generación (las que después se venderán a precios enormes, con el rótulo: “probado en el desierto de Atacama”) ; porque esos países tienen legislaciones protectoras de su naturaleza y cultura, frágiles, débiles o permisivas (como la nuestra chilena); porque sus gobernantes tratan siempre de ofrecer “pan y circo” a sus habitantes para acallar sus legítimas demandas de cambios sustantivos; porque sus ciudadanos tienen, por desgracia; todavía una escasa conciencia ecológica, o recién esta empieza a despertar en ellas; porque los gobiernos en extremo centralistas imponen la competencia a las regiones por donde pasa este “huracán” , sin mediar un análisis serio y/o una informada consulta previa, ordenando desde las capital, Santiago lo que allá se considera “apto para esa plebe”, lejana y pueblerina.” (Blog del autor Eco Antropología, Enero, 2014)
Suma y sigue, desde España el profesor de Geología de la Universidad de Huelva, Muñiz Guinea, sostuvo “se debe impedir el posible destrozo que ocasione el evento deportivo sobre ese patrimonio cultural, científico y natural único para el conocimiento de la vida en la Tierra y para la humanidad. La planificación debe conservar este patrimonio único y no provocar una destrucción irreparable de los fósiles, el expolio del patrimonio natural y cultural y la degradación por residuos del medio y del paisaje”.
Por su parte el Consejo de Monumentos Nacionales, en declaración suscrita el día 31 de Enero del año 2011 señala: “De hecho, instituciones de expertos como el Colegio de Arqueólogos y la Sociedad Chilena de Arqueología han declarado su enérgico rechazo. A lo menos aspiraríamos a no ser criticados por el juicio del futuro”.
Otro ente profesional que presentó un recurso de protección fue el Colegio de Arqueólogos, el cual de manera arbitraria fue rechazado por la Corte de Apelaciones de Santiago, porque los demandantes “carecían de legitimación activa”. Sobre el fallo este colegio profesional se pronunció, señalando: “Rechazar un recurso de protección por esta razón es restringir la justicia a una cuestión de forma y no de fondo, es limitar la discusión a si las personas u organizaciones demandantes tienen o no el “derecho” de alegar protección. Es la forma perfecta para amordazar y echar tierra encima a la real e importante discusión país que aquí existe y que es, que desde el año 2009 a la fecha en nuestro país, se han cometido delitos en contra del Patrimonio Arqueológico, de manera reiterada, frente a los cuales el Estado de Chile ha sido cómplice”.
Es asombroso que frente a estas versiones fundamentadas se contraponga con los intereses de las autoridades, partiendo por el mismo Presidente de la República, Sebastián Piñera, quien en su oportunidad declaró: “La aspiración de nuestro país es que el Dakar no solamente pase por Chile sino que también tenga su llegada, su término, su fin, en Chile. Hemos propuesto un itinerario para que el Dakar pueda, ojalá lo antes posible, terminar en nuestro país”. A partir de esta disposición, sus funcionarios de deportes, turismo e Intendencia, entre otros, se han afanado por derivar recursos humanos, recursos financieros, infraestructura, equipamientos y servicios médicos y policiales para atender como “reyes” a estos “gladiadores romanos” y a los representantes de las empresas multinacionales, a pesar que muchos niños, jóvenes y adultos mayores demandan mayor inversión en la atención de las necesidades básicas: educación, salud, deporte y cultura. ¡Qué paradójico! Seguimos protegiendo y amparado a los más ricos en este país. Y algunos de manera necia salen a las calles para aplaudir y maravillarse con el ruido de los motores invasores.
Por favor, autoridades, entiendan: no todos somos ignorantes y desinformados sobre el tema. No todos nos quedamos sentados, sin reclamar contra los daños comprobados a los sitios arqueológicos, la fauna, la flora y a las personas (en Argentina ya murieron 3 periodistas). No todos queremos el Dakar en Argentina, Bolivia, Chile y menos en Senegal.
En esa línea, muchas organizaciones sociales y pueblos originarios bolivianos, han comprendido que la ruta elegida es un atentado contra rico patrimonio arqueológico y cultural que reside en el desierto y altiplano; en contraposición, se han alzado para sabotear la actividad, pues lo único que desean estos dirigentes indígenas (muy noble por lo demás) es proteger sus cultivos y animales silvestres o domésticos espantados por el sonido de los motores que, en el páramo altiplánico donde exclusivamente silba el viento, podría provocar la fuga de los camélidos y, por consecuencia, generar un problema de sustento para esas comunidades.
Ahora si las autoridades no escuchan ni respetan las voces disidentes, a la naturaleza que muere por responsabilidad del propio hombre y a la herencia de nuestros antecesores, entonces, en ese caso, es un deber ciudadano protestar, denunciar y, en última instancia, “funar” abiertamente el Dakar.
No sigan engañando a la gente con declaraciones que dicen “que se intentará hacer el menor daño posible” o “que se quiere respetar el patrimonio cultural y el medio ambiente”, cuando en la práctica no se consulta a los científicos y se aboga la creencia que los sitios arqueológicos existen exclusivamente en los lugares descubiertos y demarcados. Para que ustedes sepan, todo el territorio es un verdadero santuario cultural y natural que debemos cuidar, rescatar, preservar, valorar y proyectar, ya que aún falta muchas riquezas por descubrir debajo de los arenales y las simples rocas que hay en el camino.
En lugar de propiciar eventos que ponen en peligro nuestra herencia cultural y natural, por qué las autoridades no alientan e implementan los lineamientos establecidos en la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural, aprobada por la Conferencia General de la UNESCO, en 1972, la cual enfatiza la necesidad de involucrar transversalmente a los ciudadanos y, en especial, a la gente joven en la preservación y promoción del patrimonio, realizando un programa educativo permanente y sistemático en todos los sectores e instancias de nuestra comunidad. En fin, mientras ello no ocurra, muchos seguiremos coreando con fuerza: ¡NO MAS DAKAR!
*Fuente: Edición Cero
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