Es triste reconocer que gran parte de la historia de Chile ha sido dominada por mercaderes y militares. En las tres Constituciones, a partir de 1833, los ciudadanos han tenido nula participación: la primera, de 1833 fue impuesta por un militar, Joaquín Prieto, y un mercader, Diego Portales; la segunda, de 1925, fue impuesta por un militar, Mariano Navarrete; la tercera, de 1980, por otro militar, el dictador Augusto Pinochet, al servicio de los mercaderes.
En Chile nunca ha existido, a través de su historia, un pacto social entre los ciudadanos y quienes detentan el poder, si siguiéramos la filosofía política del siglo XVIII, en Chile no ha habido una democracia propiamente tal, pues las reglas han sido impuestas por las armas o por los almacenes.
No siempre los mercaderes coincidieron con los militares: se dio el caso de Diego Portales – padre de los negociantes y especuladores – que no siempre estaba de acuerdo con la mayoría de los militares – en ese tiempo “pipiolos” y seguidores de Ramón Freire – lo cual hizo necesario la creación de milicias paralelas al ejército y, además, cooptar al o´higginista José Joaquín Prieto, de cuya limitación intelectual el mismo Portales se burlaba, comparándolo con un loco que paseaba por la Plaza de Armas de Santiago.
Durante la tiranía de Manuel Montt, el ejército de Concepción – ciudad militar por excelencia – se rebeló contra el dominio de Santiago, la capital, provocando una guerra civil y la derrota de Concepción. A finales del mismo gobierno, el ejército de Copiapó hizo otro tanto, bajo las órdenes de Pedro León Gallo, pero también fue derrotado.
En 1891, se dividieron las Fuerzas Armadas: el ejército, con José Manuel Balmaceda, y la marina, con el Congreso, provocando la más cruenta guerra civil de nuestra historia, con 10.000 muertos y el triunfo de la plutocracia parlamentaria.
En la segunda mitad del siglo XIX se conforman las grandes fortunas de los mercaderes: los Edwards – hoy dueños de Chile –, descendientes de piratas ingleses, se hicieron ricos con la minería; los Matte – actualmente una de las familias más millonarias de Chile, poseían tiendas donde se vendía, además de otros productos, el “tocuyo” – sedas para dama – en la Calle Huérfanos, al centro de Santiago. Estos comerciantes, sumados a los Urmeneta, Cousiño y Ossa, formaron la casta de los mercaderes, que se mezcló, con facilidad, con los antiguos 800 Larraínes, que ya dominaban Chile desde 1810. Pasa que estas familias poderosas, que quieren olvidar sus orígenes, se mezclaron con las “chinas” del campo, en consecuencia, no difícil encontrar a “Larraínes” muy plebeyos, al igual que Errázuriz e Irarrázabal en alguna población de la Ligua o en las faldas de Valparaíso.
Desde 1891 a 1924, los mercaderes dominaban, casi por completo, el Parlamento y, como hoy, aprobaban leyes a su favor. Sólo el tipo más atrasado mental de la clase alta postulaba al ejército o hacía el servicio militar – tal vez como correctivo para aquel joven un poco “diablo” y carente de cualidades para ser parlamentario -.
Después de este largo período de predominio de los mercaderes, aparece el ejército, con el “ruido de sables” de 1924; un sector de ellos, la juventud, se presentaba como anti-oligárquica, es decir, contra los mercaderes, y aplicaba el “termocauterio por arriba y por abajo”, lo que significaba el destierro para los aristócratas y la relegación para los comunistas.
Cuando los obreros se rebelaron, a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, los militares fueron encargados por los mercaderes para asesinarlos, constituyéndose en los autores de la masacre bajo la dirección de los ricos, que detentaban el poder. Una buena definición de este período es que los militares eran antioligárquicos y anticomunistas, en iguales proporciones.
En 1938, Gustavo Ross no pudo contar con el apoyo del ejército para desconocer el triunfo del Frente Popular, por consiguiente, el más poderoso de los especuladores de la Bolsa y de los mercaderes, no pudo convertir en sus cipayos a los militares, quienes mas bien reconocieron el triunfo de Pedro Aguirre Cerda.
Dejemos de lado el paso histórico y volvamos al pasado reciente: cuando los mercaderes vieron en peligro su poder, durante el gobierno de Salvador Allende, llamaron a los militares – esta vez educados en la “Escuela de las Américas” – muy dispuestos a cometer genocidio con su propio pueblo. Ya no eran antioligárquicos, sino que, exclusivamente, antiprogresistas. Sabían muy bien que, una vez tomado el poder, serían tanto o más ricos que los mercaderes.
Así, mercaderes y militares unidos, diezmaron las empresas fiscales, impusieron una revolución neoliberal y asesinaron, sin piedad al pueblo de Chile. Muy pocos militares pagaron por ese crimen, pero ningún mercader, hasta ahora, ha sido condenado por la justicia por incitar el genocidio contra su pueblo.
A partir de 1988, los mercaderes se “reciclaron”: ya no precisaban de los militares para que los defendieran, pues la Concertación no los atacaba, al contrario, se convirtió en su gran protectora. Las loas de los ministros de Hacienda, a partir de Foxley hasta Velasco, para los mercaderes la ideología neoliberal y el modelo de Pinochet, avergüenzan a cualquier persona que tenga una pisca de moral y un mínimo de conciencia ética.
Hoy, los mercaderes de Chile forman parte de la Revista Forbes, entre los más ricos del mundo. No pagan impuestos y consideran los “paraísos fiscales” como su segunda patria, y tienen razón, pues esas playas ofrecen enormes comodidades para disfrutar cuando el frío cala los huesos para el común de los chilenos.
Los Presidentes de la república y su Congreso están “amaestrados” y es seguro que jamás aprobarán ninguna ley que los perjudique, en consecuencia, los dueños de Chile, son los mercaderes, que tienen el poder de cooptar a militares y políticos.
24/08/2013
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