Carla Rippey: la artista que militó en el MIR y se convirtió en una de las musas de Bolaño
por Marco Fajardo (Chile)
11 años atrás 8 min lectura
Una de las participantes en el reciente congreso literario “Estrella distante”, organizado en julio a propósito de los diez años de la muerte del escritor Roberto Bolaño, fue la artista plástica estadounidense Carla Rippey, quien lo conoció en México en 1974 y aparece como “Catalina O’Hara” en la novela “Los detectives salvajes”.
Bolaño “vivió una vida que se presta para el mito”, fue una de las cosas de Rippey señaló en su ponencia “El Bolaño perdido y fragmentariamente recuperado”, donde evocó la amistad que la unió con el autor chileno, con quien mantuvo un intermitente contacto epistolar hasta su muerte en 2003.
La artista ilustró su primer poemario, “Reinventar el amor” (1976), y además participó en 2011 en un homenaje de artistas visuales a Bolaño con la obra “Mujeres pensando en meteoritos”.
“Mi personaje (Catalina O’Hara) es menor y salí bien liberada, comparada con muchos”, señala Rippey, que asegura que “al menos en parte” la obra surgió como una especie de “broma privada entre él y (el poeta) Mario Santiago”. “Hay muchas personas desconcertadas o molestas por la forma en que sus ‘personajes’ están desarrollados”, porque “muchos de sus acciones y pensamientos corresponden a la imaginación de Roberto y no a nosotros. Claro, nadie -ni Roberto- sabía que el libro tendría tanta relevancia”.
“Hoy he ido sin que nadie me invitara y sin anunciarme a casa de Catalina O’Hara. La encontré de casualidad, acababa de llegar, tenía los ojos enrojecidos, señal inequívoca de que había estado llorando. Al principio no me reconoció. Le pregunté por qué lloraba. Por asuntos de amores, dijo. Tuve que morderme la lengua para no decirle que si necesitaba a alguien ahí estaba yo, dispuesto a lo que fuera”, afirma el personaje del libro sobre “Catalina”.
Rippey y la UP
Sorprendentemente, el vínculo de Rippey con nuestro país es anterior al primer encuentro de ambos, un día de 1974 en el DF mexicano. La artista había venido a Chile en 1972, siguiendo a su novio mexicano, que realizaba una especialización en la Flacso, y con quien acabaría casándose en una oficina de Los Leones.
En Chile, la artista estudió grabado y cursó como alumna libre en la Universidad Católica, “aunque “finalmente me dediqué más bien a actividades políticas”.
“Cuando llegué a Chile me vi más como poeta que otra cosa, pero como me encontraba donde nadie hablaba inglés, decidí inclinarme por un medio visual”, recordó.
Aquella época “fue una educación política; fui simpatizante del MIR e hice carteles en serigrafía para el partido”, dice Rippey, una actividad que culminó abruptamente el 11 de septiembre de 1973.
“Pasé el día del golpe en una fábrica, armando bombas molotov”, dice. “Pensamos que Allende nos iba a llamar a pelear, lo que no sucedió. Habría sido una masacre además”. Ese mismo día, sus compañeros les avisaron que el lugar sería allanado y de noche, en pleno toque de queda, salieron del lugar para ir a su departamento de las torres de San Borja.
Fueron detenidos por varios carabineros, que los golpearon “pero por azares del destino nos dejaron ir”. Unos amigos bolivianos los acogieron. Finalmente, el esposo de Rippey saldría a través de la embajada azteca y ella misma gracias a Naciones Unidas, para reunirse en México.
“Me fui con la lección de que la política no es un juego ni una aventura ni un hobby, es un asunto de vida y muerte, como bien supieron los compañeros que se quedaron”, afirma.
Una amistad infrarealista
Fue así que un día de 1974, Rippey conoció a Bolaño. “Mi esposo llegó a la casa con Roberto un día, seis meses después de nuestra llegada a México”, recuerda. “Pronto se volvió un amigo entrañable, intenso, divertido y leal”.
Bolaño “andaba mucho en la calle con los que poco después se volvieron los infrarrealistas. Mi condición de embarazada y luego mamá me impidió juntarme demasiado con ellos, pero Roberto nos visitaba para refugiarse, posiblemente, de su vida azarosa en la calle. Tuvo una gran empatía con mi marido y se encariñó mucho con mi hijo Luciano”.
Ambos también simpatizaron a nivel artístico. En aquella época, Bolaño ya era parte de los infrarrealistas, un movimiento poético que desafiaba al establishment mexicano, aunque Rippey lo integró más bien de forma accesoria.
“Nos gustó la idea de incorporar a artistas plásticos al infrarrealismo, pero esa idea nunca se cuajó con los demás poetas, entonces me limité a regalarles imágenes para su revista”, afirma.
Rippey tuvo su oportunidad pocos años después, al integrar una experiencia colectiva en el Movimiento de los Grupos, equivalente en el arte visual de lo que fue el grupo de los infrarrealistas en la literatura.
“Siento que los dos fenómenos fueron reacciones de mi generación a lo que fue la época de las dictaduras, un intento de encontrar una nueva forma, más colectiva, de crear arte, de trabajar en la cultura”, señala. “También, tanto en el caso de los poetas como de los artistas visuales estábamos intentando establecernos como generación. Al contrario de la situación en la actualidad, en que hay muchas posibilidades para e interés en los artistas ‘emergentes’, en los 70 sentíamos un cerrazón frente a los creadores jóvenes. En la ciudad de México, por ejemplo, no más había una galería con un interés en jóvenes”.
Ambos permanecieron en contacto hasta que Bolaño se marchó a España en 1977.
“En los últimos meses en México vi poco de Roberto, en gran parte porque yo ya tenía un segundo bebé, pero fui a despedirme de él al aeropuerto en principios de enero del 77, cuando salió para juntarse con su madre en España”, recuerda Rippey. No lo sabían, pero jamás volverían a verse.
Durante cuatro años se escribieron con regularidad. “Fue un gran correspondiente, sus cartas eran entrañables, cariñosas y divertidas”, recuerda. Sin embargo, luego Rippey se mudó y perdieron el contacto, hasta 1995, cuando “le mandé un gran paquete a Blanes de fotos, catálogos de mis exposiciones y una larga carta”.
Aunque Bolaño le respondió, el contacto regular se reanudó recién en marzo de 2003. “Resumimos la correspondencia por correo electrónico, y hablamos largamente en junio, un mes antes de su muerte”.
“Siempre tuve la idea de que Roberto llegaría a ser famoso”, concluye. “Escribía de una forma tan extraordinaria, incluso recuerdo un momento en fines de los 80 en que me estaba preguntando, ‘qué raro, Roberto todavía no está bien conocido, ¿qué pasa?’”.
Bolaño y el arte
–¿Cómo surgió la portada del primer poemario de Bolaño?
-Había hecho una xilografía grande (como de 40 x 80 cm) de una sirena con fondo de noche abrazada (pero de cabeza) por una especie de figura tipo Apolo con fondo de día; a Roberto le gustó mucho, a lo mejor sentía que iba con su concepto de reinventar el amor, y lo quiso de portada. Estaba trabajando con mi cuñado Juan Pascoe, que ha desempeñado una labor desde esos días hasta ahora continuando la tradición de la imprenta artesanal y el libro como obra de arte. Juan mandó hacer una plaquita chiquita para su imprenta de golpe del grabado. En mi opinión, el grabado no fue nada genial, y perdió con la traducción a chiquito, pero me dio mucho gusto poder participar en la edición del libro de Roberto”.
-En una reciente exposición en homenaje a Bolaño, tú mostraste “Mujeres pensando en meteoritos”. ¿Por qué elegiste esta obra?
– La exposición se llamaba ‘Estrella distante’ y aunque yo no tenía obra con temática de estrellas, sí tuve obra con temática de meteoritos, que fue uno de los elementos que se repetía mucho en el proyecto que hice llamado “Mujeres, fuego y objetos peligrosos”. Este título lo saqué de la observación de un lingüista, George Lakoff, que el idioma de una tribu de aborígenes de Australia maneja cuatro géneros, y uno de ellos está compuesto principalmente de “women, fire and dangerous things”. El concepto –la idea de que estos elementos formaran una categoría natural – me fascinó. Una de mis estrategias para crear la obra fue de meter las palabras “women, fire” o “dangerous objects” a búsqueda de Google y trabajar con imágenes encontradas así. La obra con el cual participé en ‘Estrella Distante’ consiste en transferencias (fotocopias transferidas a papel japonés) montadas en cajitas de latón. Una parte de cada imagen está plana, pegada a la caja, y otra parte está arrugada, flotando libre. Pensamos que podría haber cierta afinidad con temas de Roberto, con lo articulado y lo sugerido, con las emociones latentes en las caras de las mujeres y la evocación de algo más allá, un cosmos digamos, por medio de los meteoritos.
– ¿Cómo le impactó a Bolaño su éxito?
– Siempre tuve la idea de que llegaría Roberto a ser famoso, escribía de una forma tan extraordinaria. Incluso recuerdo un momento en fines de los 80 en que me estaba preguntando, “qué raro, Roberto todavía no está bien conocido, ¿qué pasa?”. En cuanto a cómo le impactó a él, nunca hablé mucho con él de eso, pero por otras personas cercanas a él, tengo la idea que aunque le agradó el éxito, lo tomó con reserva, no afectó demasiado su forma de ser (siempre austera). Recuerdo que una vez me llamó y no pude atenderlo. Luego intenté conseguir su teléfono, pero fue imposible. Cuando finalmente nos comunicamos y se lo comenté, me explicó que no podía tener su número en la guía telefónica. “Ay Carla”, dijo, un poco tristón o consternado, “no sabes lo que son mis fans…”. Eso sí, nunca imaginé que su fama llegaría a los niveles excepcionales a los cuales ha llegado.
*Fuente: El Mostrador
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