Es comprensible que Nueva Mayoría aspire, legítimamente, a hacer honor a su nombre y doblar a la derecha en varias circunscripciones. No tiene nada de malo que los partidos políticos elijan a sus mejores hombres y mujeres como candidatos para que los representen en los próximos comicios. Lo malo radica en que tal elección se hace de espaldas a los ciudadanos, sin primarias y, en el colmo, insistiendo en personajes más que impopulares y nombres viciados.
En nombre de la más mínima higiene política, hay nombres de la vieja concertación que debieran ser borrados de Nueva Mayoría, pues han dado muestras más que suficientes de su ineptitud moral, política o ambas. Los nombres más emblemáticos, entre varios otros, son los de Insunza, Escalona y Rebolledo, tres turbios personajes de abultado prontuario. Por una cuestión de imagen pública y de decencia básica, estos sujetos no debieran aparecer en la papeleta de ningún partido ni ocupar cargos relevantes en un futuro gobierno de Michelle Bachelet.
Para que este nuevo conglomerado se renueve, no basta con que se extienda incorporando a nuevos partidos sino, y principalmente, es necesario que renueve sus propias figuras. Candidatos jóvenes en sintonía con un nuevo tiempo y con una nueva generación que está en las calles, reclamando sus derechos. Traer de vuelta a rostros ya desacreditados solo puede debilitar las pretensiones de Nueva Mayoría frente a sus contendores de la derecha, generando de paso un malestar en sus propias filas. La incorporación de aquellos nombres ligados a lo que se ha dado en llamar “malas prácticas”, pone en entredicho todo el soporte moral de la candidatura opositora. La señora Bachelet no merece tamaña ofensa ni sus electores tampoco.
Hasta el presente, la ex mandataria y actual candidata a la presidencia ha evitado pronunciarse sobre esta cuestión. Por lo menos, en público, ha mantenido un recatado silencio, sin embargo, no puede hacer oídos sordos al ruido y los inconvenientes que generan estas posibles nominaciones. Pretender reeditar los primeros años concertacionistas a más de dos décadas, confiando en que tales o cuales máquinas partidistas serán capaces de aplacar o controlar la emergencia de los movimientos sociales es, por decir lo menos, una ingenuidad. Alguien debiera decirles a estos señores que su tiempo ya pasó y que la mera idea de un retorno a los viejos buenos tiempos es de suyo contraproducente. Sería bueno que la candidata Bachelet y su entorno tomaran nota de lo que está ocurriendo tras bambalinas.
– El autor, Alvaro Cuadra, es investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS
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