Domingo 30 de junio del 2013
Diversas organizaciones de la plural izquierda peruana anunciaron públicamente, el viernes 26 de junio 2013, su voluntad de conformar un Frente Amplio. Lo hacían luego de 24 años de la división de Izquierda Unida, en 1989.
Desde el fin del comunismo soviético y variantes, hasta la actual crisis del capitalismo y sus enormes dificultades para salir de ella, el signo de las izquierdas peruanas ha sido su creciente marginalidad política y su poca influencia en el mundo cultural y social a diferencia de lo que fue décadas atrás.
También se ha caracterizado por su excesivo ideologismo que la llevó a no entender los grandes cambios que ocurrían en el mundo y en el país; al igual que su incapacidad por generar un recambio generacional.
La izquierda, además de pensar en las elecciones, está obligada a pensar también en cuáles son esas reivindicaciones de la nueva “mayoría de peruanos”.
De lo que se trata, por lo tanto, es cómo representar políticamente “esas” reivindicaciones, en un contexto de conflictividad social, para (re)conquistar viejos y nuevos derechos, y ampliar y consolidar la democracia.
Es cierto que desde esa fecha hasta ahora mucha agua ha corrido bajo los puentes de la historia.
De más está mencionar la enorme desconfianza y el temor en la izquierda que generó y continúa generando el senderismo.
José Carlos Mariátegui en “Nacionalismo y Vanguardismo” afirmaba que “lo más nacional del Perú contemporáneo es el sentimiento de la nueva generación”. En realidad, las izquierdas peruanas en estos años estuvieron bastante lejos de decir lo mismo que el Amauta.
Perdidas en discusiones estériles, en digestiones mal hechas cuando el liberalismo tocó sus puertas y enfrascadas en ciertos momentos en luchas intestinas por ocupar cargos públicos, las izquierdas se fueron poco a poco reduciendo.
El resultado fue un vacío hegemónico en las clases populares y su conversión en una suerte de “pueblo judío errante” que caminó por cuarenta años en el desierto buscando la “Tierra Prometida”, es decir, la justica social y la transformación del país.
Las izquierdas dejaron de ser populares, es decir, plebeyas, pero también con el tiempo dejaron de tener una identidad propia que les devolviera, como dice Mariátegui, ese sentimiento de ser y pertenecer a una nueva generación. Las izquierdas en todos esos años no fueron reformistas ni tampoco revolucionarias.
Hoy, para algunos sectores de estas izquierdas que convergen en un nuevo proyecto unitario, una “izquierda moderna” es aquella que debe aceptar las inversiones y a los inversionistas; también el llamado y hasta ahora no definido “capitalismo popular” como esta suerte de anhelo intrínseco en todo individuo, como dijo John Locke en siglo XVII, por la “propiedad privada”.
Y si bien no se trata de rechazar las inversiones ni a los inversionistas, ni tampoco la propiedad privada, sí creo que todo ello, si es asumido sin cuestionamientos, es el camino más fácil no solo para crear una izquierda como quiere la derecha, sino también una izquierda carente de identidad, que es uno de los pilares de todo quehacer político.
La izquierda tiene que aceptar que la política no es otra cosa que el ejercicio de dividir campos entre opciones distintas, es decir, la creación de un nosotros y de un ellos que sean distintos.
No se trata de dividir a la sociedad entre “buenos y malos” sino de aceptar dos principios básicos:
a) que la política nace y es consecuencia al mismo tiempo del conflicto social; y
b) que ello se debe a la existencia de intereses no solo diversos y contradictorios sino también, en algunos casos, antagónicos.
Es en esta división conflictiva de campos, por la existencia de intereses distintos, donde nace la representación política.
Y si bien esta conflictividad (o confrontación) tiene que ser normada por las reglas de la política, ellas no anulan el conflicto sino más bien lo canalizan e institucionalizan, es decir, lo vuelven o lo convierten en democracia.
En este contexto, la pregunta que se hacía Mariátegui es pertinente: “Para conocer cómo siente y cómo piensa la nueva generación, una crítica leal y seria empezará sin duda por averiguar cuáles son sus reivindicaciones”.
Y si bien para el Amauta esa reivindicación central en esos años era el indio, lo que importa resaltar en su respuesta no es tanto el sujeto, sino más bien la dimensión que tenía el mismo: “el problema indígena se presenta como el problema de cuatro millones de peruanos”.
La izquierda, además de pensar en las elecciones, está obligada a pensar también en cuáles son esas reivindicaciones de la nueva “mayoría de peruanos”.
De lo que se trata, por lo tanto, es cómo representar políticamente “esas” reivindicaciones, en un contexto de conflictividad social, para (re)conquistar viejos y nuevos derechos, y ampliar y consolidar la democracia.
Por eso es un error creer que una izquierda es moderna porque “acepta” el “capitalismo popular” o los “inversionistas” o porque quiere crear un “centro”; en realidad, la modernidad de la o las izquierdas no proviene de esa aceptación sino más bien de hacer suyas las “reivindicaciones” plurales y diversas de aquellos que dice representar para convertirlas en política y en una fuerza colectiva. Dicho en otros términos, cómo las izquierdas juegan su suerte con un “pueblo” que alguna vez intentó crear y representar que ahora no le “pertenece” ni se identifica con ella.
*Fuente: La Primera Perú
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