EE.UU. – RUSIA: drogas, petróleo y guerra
por Peter Dale Scott (Canadá)
12 años atrás 37 min lectura
18-06-2013
michelcollon.info
Traducido del francés para Rebelión por Susana Merino
Luego de la caída de la Unión Soviética, los EE.UU. han surgido como la mayor potencia mundial. Imponer su supremacía sobre la URSS se convirtió en una de sus prioridades. Golpes de estado, presiones, guerra: a nada han renunciado con tal de lograrlo. En oportunidad de una conferencia en Moscú, Peter Dale analizó esa estrategia de dominación y su financiación a través de las drogas y el petróleo.
Pronuncié esa conferencia a continuación de una conferencia anti OTAN organizada por Moscú el año anterior. En aquella oportunidad era el único orador estadounidense. Me habían invitado a causa de la aparición en ruso de mi libro Drogas, Petróleo y Guerra, una obra que nunca se tradujo al francés, contrariamente a lo que sucedió con mis otros dos libros: El camino hacia el nuevo desorden mundial y La máquina de guerra estadounidense (1). Como antiguo diplomático preocupado por la paz, me sentí muy feliz de poder participar. Creo que efectivamente el diálogo entre los intelectuales estadounidenses y los rusos es actualmente menos serio que durante el paroxismo de la guerra fría. Sin embargo los peligros de una guerra que implique a ambas potencias nucleares visiblemente no han desaparecido.
En respuesta al problema de las crisis interconectadas derivadas de la producción de drogas afganas y el yihadismo salafista narco financiado, mi discurso exhortaba a los rusos a cooperar con los EE.UU. en un marco multilateral compartiendo ese deseo, a pesar de las agresivas actividades de la CIA, de la OTAN y del SOCOM (Comando de Operaciones Especiales de los EE.UU.) en Asia Central, una posición divergente con las de los demás intervinientes.
Luego de esta conferencia continué reflexionando sobre la profunda degradación producida en las relaciones entre Rusia y los EE.UU. y sobre mi esperanza, ligeramente utópica, de restaurarlas. A pesar de la existencia de diferentes puntos de vista entre los conferenciantes existía cierta tendencia a compartir una gran inquietud sobre las intenciones estadounidenses hacia Rusia y los antiguos estados de la URSS. Dicha ansiedad común derivaba de lo que sabían de las antiguas actitudes de los EE.UU. y sobre la falta de mantenimiento de sus compromisos. En efecto, contrariamente a la mayor parte de los ciudadanos de ese país, estaban muy bien informados sobre estos temas.
La seguridad de que la OTAN no aprovecharía la distensión para extenderse hacia Europa del Este es un ejemplo de promesa incumplida. Ciertamente Polonia y otros antiguos países del Pacto de Varsovia se hallan integrados a la Alianza Atlántica. Como también las viejas repúblicas socialistas soviéticas del Báltico. Por otra parte persisten propuestas tendientes a incorporar a la OTAN a Ucrania, un país que verdaderamente forma parte del corazón de la antigua Unión Soviética. Este movimiento de expansión hacia el Este estuvo acompañado de actividades y operativos conjuntos, aliando las tropas de los EE.UU. a las fuerzas armadas y de seguridad de Usbekistán –algunas organizadas por la OTAN– (Estas dos iniciativas comenzaron en 1997, bajo la administración de Clinton).
Podemos citar otros incumplimientos de compromisos, como la transformación no autorizada de una fuerza de las Naciones Unidas en Afganistán (aprobada en 2001 por Rusia) en una coalición militar dirigida por la OTAN. Dos de los que intervinieron criticaron la decisión de los EE.UU. de instalar una defensa antimisiles contra Irán en Europa del Este, rechazando las sugestiones rusas de desplegarla en Asia. Según ellos esta intransigencia constituía “una amenaza a la paz mundial”.
Los conferencistas percibían estas medidas como extensiones agresivas del movimiento que desde Washington, bajo Reagan, intentaba destruir a la Unión Soviética. Algunos de los oradores con los que pude intercambiar algunas impresiones, consideraban que durante las dos décadas que siguieron a la Segunda Guerra mundial, Rusia había sido amenazada por planes operativos de los EE.UU. y de la OTAN sobre un golpe nuclear contra la URSS. Podrían haberse llevado a cabo antes de que se alcanzara la paridad nuclear, pero nunca se pusieron en marcha. A pesar de todo mis interlocutores estaban persuadidos que los halcones que deseaban llevar adelante estos planes no habían abandonado jamás sus deseos de humillar a Rusia y de reducirla al rango de tercera potencia. No puedo refutar esta inquietud. En efecto mi último libro titulado La máquina de guerra estadounidense, describe igualmente las continuas presiones tendientes a mantener la supremacía de los EE.UU. luego de la Segunda Guerra mundial.
Los discursos pronunciados en aquella conferencia no se limitaban en ningún caso a las políticas emprendidas por los EE.UU. y la Alianza Atlántica. En efecto los intervinientes se oponían con cierta amargura al apoyo de Vladimir Putin a la campaña militar de la OTAN en Afganistán, que había propuesto el 11 de abril de 2012. Estaban especialmente disgustados por el hecho de que Putin hubiera aprobado la instalación de una base de la Alianza Atlántica en Ulianovsk, situada a 900 km al este de Moscú. Aunque está base se ha “vendido” a la opinión pública rusa como una forma de facilitar la retirada de los estadounidenses de Afganistán, uno de los conferencistas nos aseguró que el puesto de avanzada de Ulianovsk se hallaba registrado en los documentos de la OTAN como una base militar. También, los intervinientes se mostraban hostiles a aceptar las sanciones de la ONU a Irán, inspiradas por los EE.UU. Por el contrario consideraban a dicho país como un aliado natural contra las tentativas estadounidenses de concretar el proyecto de Washington de dominación global.
Permanecí silencioso durante la mayor parte del resto de la conferencia, excepto durante el siguiente discurso. Mi espíritu y también mi conciencia se sienten perturbados cuando pienso en las recientes revelaciones de Donald Rumsfeld y de Dick Cheney. Efectivamente luego del 11 de septiembre, ambos se dedicaron a poner en marcha un proyecto de derrocar a muchos gobiernos amigos de Rusia, de Irak, Libia, Siria, Irán (2). Diez años antes el neoconservador Paul Wolfowitz había declarado al general Wesley Clark en el Pentágono que los EE.UU. disponían de una excelente oportunidad para desembarazarse de los amigos de Rusia, en el período de reestructuración de ese país luego de la caída de la URSS (3). Para terminar ese proyecto faltan Siria e Irán.
Lo que se ha visto con Obama se parece bastante a la prosecución de ese plan. Hay que admitir sin embargo que con relación a Libia y actualmente a Siria Obama ha mostrado más reticencias que su predecesor en cuanto a enviar infantería (Se ha informado sin embargo de que bajo su presidencia, una cierta cantidad de fuerzas especiales de USA han operado en ambos países para atizar la resistencia contra Gadafi y luego contra Assad).
Pero lo que más me preocupa es la falta de reacción de los ciudadanos de los EE.UU. frente al agresivo y hegemónico militarismo de su país. Este belicismo permanente que llamaría “dominacionismo” se prevé que será de largo plazo según los planes del Pentágono y de la CIA (4). Muchos estadounidenses pensarían sin duda alguna que una Pax Americana global aseguraría una era de paz como la de la Pax Romana hace más de dos milenios. Estoy persuadido de lo contrario. En efecto, a la manera de la Pax Británica del siglo XIX, esa dominación conducirá inexorablemente a un conflicto mayor, potencialmente a una guerra nuclear. En realidad la clave de la Paz Romana se debió a que Roma, en tiempos de Adriano se había retirado de la Mesopotamia. Además había aceptado estrictas limitaciones de sus poderes en las regiones en las que ejercía su hegemonía. Gran Bretaña mostró una sabiduría similar, aunque demasiado tarde. Hasta ahora los EE.UU. no se han mostrado tan razonables.
Por otra parte, en este país, muy pocas personas parecen interesarse por el proyecto de Washington de dominación global, por lo menos desde el fracaso de las masivas manifestaciones que intentaban impedir la guerra de Irak. Hemos comprobado que existen muchos estudios críticos sobre las razones que condujeron a los EE.UU. a involucrarse en Vietnam y también sobre la participación estadounidense en algunas atrocidades como la masacre indonesia de 1965. Algunos autores como Noam Chomsky y William Blum (5) han analizado los actos criminales de los EE.UU. finalizada la segunda guerra mundial. Sin embargo no han estudiado mucho la reciente aceleración del expansionismo militar estadounidense. Solo unos pocos autores como Chalmers Johnson y Andrew Bacevich han analizado el progresivo fortalecimiento de la máquina de guerra estadounidense que actualmente domina los procesos políticos de los EE.UU.
Resulta igualmente impactante constatar que el joven movimiento de los okupas se haya manifestado muy poco sobre las guerras de agresión que su país lleva a cabo. Dudo de que hayan denunciado la militarización de la vigilancia y del mantenimiento del orden, como tampoco los campos de detenidos. Pues bien estas medidas son el corazón del dispositivo de represión interior que amenaza su propia supervivencia (6). Me refiero al llamado programa de “continuidad gubernativa” (Continuity of Government, COG) mediante el cual los planificadores militares de los EE.UU. han desarrollado métodos para neutralizar definitivamente todo movimiento antibélico que no conviniera a los EE.UU. (7).
Como antiguo diplomático canadiense, si tuviera que volver a Rusia, llamaría al restablecimiento de la colaboración entre los EE.UU. y ese país con el objeto de enfrentar los más urgentes problemas mundiales. Nuestro desafío es superar esos rudimentarios compromisos sobre la base de la distensión, es decir sobre la “coexistencia pacífica” entre las superpotencias. En realidad este entendimiento que ya lleva medio siglo ha permitido –y aún estimulado– las violentas atrocidades de ciertos clientes como Suharto en Indonesia o Mahamed Siyaad Barre en Somalia. Es probable que la alternativa de la distensión fuera una ruptura completa, llevaría a más peligrosas confrontaciones en Asia cada vez, y con más seguridad en Irán.
No obstante, ¿se puede evitar esa ruptura? Me pregunto si no he minimizado la intransigencia hegemónica de los EE.UU. (8). En Londres discutí recientemente con un viejo amigo de mi carrera diplomática. Se trata de un diplomático británico de alto nivel, experto en Rusia. Esperaba que moderara mi negativa evaluación de las intenciones de los EE.UU. y de la OTAN contra ese país. Y no hizo más que fortalecerlas.
De modo que decidí publicar mi discurso precedido de este prefacio destinado tanto a los ciudadanos de los EE.UU. como al público internacional Creo que lo más urgente en la actualidad para preservar la paz mundial es limitar el movimiento de los EE.UU. hacia una hegemonía indiscutida. En nombre de la coexistencia en un mundo pacificado y multilateral es necesario reactivar la prohibición de la ONU de las guerras preventivas y unilaterales.
Con este objetivo, espero que los ciudadanos de los EE.UU. se movilicen contra el “dominacionismo” de su país y que reclamen una declaración política de la administración o del Congreso.
Declaración:
1) Renunciar explícitamente a las anteriores convocatorias del Pentágono destinadas a hacer de la “supremacía total” (full spectrum dominance) un objetivo militar central de la política exterior de los EE.UU. (9).
2) Rechazar como inaceptable la práctica de las guerras preventivas tan profundamente arraigadas en la actualidad.
3) Renunciar categóricamente a todo proyecto estadounidense de uso permanente de bases militares en Irak, Afganistán o Kirguistán.
4) Comprometer a los EE.UU. a que sus futuras operaciones militares estén de acuerdo con los procedimientos establecidos por la Carta de las Naciones Unidas.
Convoco a mis conciudadanos a acompañarme con el objeto de exhortar al Congreso a formular una declaración en tal sentido. Tal vez no se lograría en un primer momento. Sin embargo, es posible que contribuya a centrar el debate político estadounidense en un tema que creo urgente y que debe ser objeto de debate: el expansionismo de los EE.UU. y la amenaza que se percibe actualmente a la paz global.
Discurso sobre la OTAN en Invissin (Moscú, 15 de mayo de 2012)
Quiero agradecer en primer término a los organizadores de esta conferencia que se me permita hablar del grave problema del narcotráfico en Afganistán. Hoy ese problema constituye una amenaza tanto para Rusia como para las relaciones de este país con los EE.UU. Voy a hablar en consecuencia de política profunda como lo he planteado en mi libro Drugs, Oil and War pero también de mi último trabajo, La máquina de guerra estadounidense y del precedente, La ruta hacia el nuevo desorden mundial. Ambos libros analizan especialmente el sustrato del tráfico internacional de droga como también las intervenciones de EE.UU., dos fenómenos tan perjudiciales para el pueblo ruso como para el estadounidense. Hablaré también del papel de la OTAN tendiente a proporcionar estrategias con el objeto de establecer la supremacía de los EE.UU. sobre el continente asiático. Pero quisiera analizar en primer término el tráfico de drogas a la luz de un importante factor que, en mis libros, se muestra determinante. Se trata del papel del petróleo en las políticas asiáticas de los EE.UU. y también de la influencia de importantes compañías petroleras alineadas con los intereses del país, como la British Petroleum (BP).
Detrás de cada una de las ofensivas recientes de los EE.UU. y la OTAN, la industria petrolera ha sido un determinante. Para ilustrarlo recordemos simplemente las intervenciones en Afganistán (2001), en Irak (2003) y en Libia (2011) (10).
He estudiado el papel de las compañías petroleras y el de sus representantes en Washington –es decir, los lobbies– en cada una de las grandes intervenciones de los EE.UU. desde la de Vietnam en los años 60 (11). Sería necesario explicar el poder de las compañías petroleras estadounidenses al público que viene de Rusia, donde el estado controla la industria de los hidrocarburos. En EE.UU. sucede prácticamente lo contrario. En efecto, las compañías petroleras tienden a dominar tanto la política exterior del país como el Congreso (12). Esto explica por qué los sucesivos presidentes, desde Kennedy hasta Obama, pasando por Reagan, han sido incapaces de limitar las ventajas fiscales de las compañías petroleras garantizadas por la “oil depletion allowance” aún en las actuales circunstancias en que la mayor parte de los estadounidenses bordean la pobreza (13).
Las actividades de los EE.UU. en Asia central, en zonas de tradicional influencia rusa como Kazakistán, tienen un fondo común. En efecto desde hace una treintena de años (tal vez más) las compañías petroleras y sus representantes en Washington han mostrado un gran interés por el desarrollo y sobre todo por el control de los recursos gasíferos y petroleros subexplotados de la cuenca del Caspio (14). Siguiendo ese objetivo Washington ha desarrollado políticas que han derivado en el establecimiento de bases avanzadas en Kirghistán y durante cuatro años (2001-2005) en Uzbekistán (15). El pretexto del establecimiento de estas bases era apoyar las operaciones militares de los EE.UU. en Afganistán. Al mismo tiempo la presencia estadounidense alienta a los gobiernos de los países vecinos a actuar con mayor independencia de la voluntad rusa. Podemos citar como ejemplos Kazakistán y Turkmenistán, dos países de inversiones gasíferas y petroleras para las compañías de los EE.UU. Washington está al servicio de los intereses de las compañías petroleras occidentales, no solo por su acción corruptora sobre la administración, sino porque la supervivencia de la “petroeconomía” estadounidense depende del dominio occidental del comercio mundial del petróleo. En uno de mis libros analizo esta política, explicando cómo ha contribuido a las recientes intervenciones de los EE.UU. y también, a partir de 1980, al empobrecimiento del Tercer Mundo. Concretamente los EE.UU. han gestionado que los precios del petróleo se hayan cuadruplicado en los años 70 organizando el reciclaje de los petrodólares en la economía estadounidense, a través de acuerdos secretos con los sauditas. El primero de esos acuerdos aseguraba una participación especial y continua de Arabia Saudita en el saneamiento del dólar estadounidense; el segundo aseguraba el apoyo permanente del país en la tarifación integral del petróleo de la OPEP en dólares (16). Estos dos acuerdos garantizaban que la economía de los EE.UU. no se vería debilitada por el alza de los precios del petróleo de la OPEP. El fardo más pesado por el contrario recaería en las economías de los países menos desarrollados (17).
El dólar estadounidense, aunque esté en vías de debilitamiento, depende aún en gran parte de la política de la OPEP al imponer esta moneda como oficial en comercio del petróleo de la organización. Podemos medir con cuanta fuerza pueden los EE.UU. imponer esta política tan solo observando el destino de los países que han decidido poner en tela de juicio. “En 2000 Saddam Hussein insistió en que el petróleo iraquí fuera vendido en euros. Fue una maniobra política pero que aumentó los ingresos de Irak, gracias a la suba del valor del euro con respecto al dólar” (18). Tres años después, en 2003, los EE.UU. invadieron el país. Dos meses después del 22 de mayo de 2003, Bush ordenó mediante un decreto ejecutivo que las ventas de petróleo iraquí se volvieran a hacer en dólares y no en euros.
Según un artículo ruso, poco tiempo antes de la intervención de la OTAN en Libia, a principios de 2011, Muammar Gadafi había intentado rechazar al dólar como moneda de venta del petróleo libio, como lo había hecho Saddam Hussein (20). En febrero de 2009, Irán anunció “que había dejado de realizar transacciones petroleras en dólares estadounidenses” (21). Las verdaderas consecuencias de esta audaz decisión iraní no se han visto aún (22).
Insisto en lo siguiente: cada reciente intervención de los EE.UU. y de la OTAN ha permitido sostener la supremacía declinante de las compañías petroleras occidentales dentro del sistema petrolero global y por lo tanto de los petrodólares. Sin embargo creo que las compañías petroleras son capaces de iniciar por sí mismas o por lo menos de contribuir a realizar intervenciones políticas. Como lo he mencionado en mi libro Drugs, oil and Wars (p.8).
“De manera recurrente las compañías petroleras estadounidenses son acusadas de realizar operaciones clandestinas ya sea de forma directa o mediante intermediarios. En Colombia, como veremos, una empresa de seguridad estadounidense que trabajaba para Occidental Petroleum participó en una operación militar del ejército colombiano en la que “mataron por error a 18 civiles”.
Para citar un ejemplo más cercano a Rusia, recordaré una operación clandestina llevada a cabo en Azerbaiján en 1991 que constituye un ejemplo clásico de política profunda. En dicho país, antiguos colaboradores de la CIA que habían sido empleados por una petrolera dudosa (MEGA Oil) “se dedicaron a entrenamientos militares, distribuyeron bolsas de dinero contante y sonante a los miembros del gobierno y establecieron una compañía aérea […] que bien pronto permitió a centenares de mercenarios muyahidines acceder a este país desde Afganistán” (23). Originalmente estos mercenarios, estimados en unos 2.000 fueron utilizados para combatir a las fuerzas armenias apoyadas por Rusia en la disputada región de Haut Karabag. Pero apoyaron también a los combatientes islámicos de Chechenia y de Daguistán. Contribuyeron también a transformar Baku en un punto de trasbordo de la heroína afgana hacia el mercado urbano de Rusia y hacia la mafia chechena (24).
En 1993 participaron en el derrocamiento de Abulfaz Elchibey, primer presidente de Azerbaiján y su reemplazo por Heydar Aliyev. Este último firmó inmediatamente un contrato petrolero con BP, incluyendo lo que fue luego el oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan uniendo a dicho país con Turquía. Es necesario destacar que los orígenes estadounidenses de los agentes de MEGA Oil son indiscutibles. Por el contrario no sabemos quién financió la empresa. Podrían haber sido las petroleras más grandes, dado que la mayor parte de ellas disponía (o había dispuesto) de sus propios servicios secretos (25). Ciertas empresas petroleras importantes, incluidas Exxon, Mobil y BP han sido acusadas de haber estado “detrás del golpe de Estado” que terminó en el reemplazo de Elchibey por Aliyev (26).
Evidentemente tanto Washington como las más importantes empresas petroleras piensan que su supervivencia depende de mantenerse en los mercados petroleros internacionales. En los años 90 cuando se estaban localizando las mayores reservas, no confirmadas, de la cuenca del Caspio, esa región se volvió central tanto para las inversiones petroleras de las empresas estadounidenses como para la expansión de la seguridad de los EE.UU. (27).
Un amigo muy cercano a Bill Clinton, en su calidad de secretario de Estado adjunto, Strobe Talbott, intento llevar adelante una razonable estrategia para asegurar esta expansión. En un importante discurso pronunciado el 21 de julio de 1997: “Talbott describió los cuatro aspectos de un (potencial) apoyo de los EE.UU. a los países del Cáucaso y de Asia Central: 1) promover la democracia; 2) crear economías de mercado; 3) apadrinar la paz y la cooperación entre los países de la región y 4) su integración en la más amplia comunidad internacional (…). Criticando con virulencia lo que consideraba una idea que superaba la de la competencia en el Cáucaso y en el Asia Central, Talbott puso en guardia a quien encarara el “Gran Juego” como enfoque de lectura de la región. Por el contrario proponía un entendimiento en el que todos saldrían ganando a partir de la cooperación” (28).
Pero este enfoque multilateral fue rechazado de inmediato por los miembros de los dos partidos. Solo tres días después la Heritage Foundation, el círculo de reflexión del derechista partido Republicano, respondió que “la administración Clinton deseosa de estar en paz con Moscú perdía la oportunidad estratégica de asegurar los intereses de los EE.UU. en el Cáucaso” (29). En octubre de 1997 esta crítica encontró eco en Le Grand Echiquier, una importante obra escrita por el antiguo consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski. Este último era ciertamente el principal opositor a Rusia en el partido demócrata. Admitiendo que la “política exterior estadounidense debería… favorecer los vínculos necesarios para establecer una verdadera cooperación mundial” defendía siempre en su libro el Grand Jeu, rechazado por Talbott. Según Brzezinski era imperioso impedir “la aparición en Eurasia de un competidor capaz de dominar ese continente y de desafiar a los EE.UU.” (30).
Detrás de este debate la CIA y el Pentágono desarrollaban una “estrategia de proyección” a través de la Alianza Atlántica contraria a las propuestas de Talbott. En 1997, en el marco del programa “Asociación para la Paz” de la OTAN, el Pentágono arrancó con ejercicios militares en Uzbekistán, Kazakistán y Kirguistán. Dicho programa constituía el “embrión de una fuerza militar dirigida por la OTAN en la región” (31) bautizada CENTRAZBAT. Ejercicios que se orientaban al despliegue de fuerzas de combate estadounidenses. Catherine Kelleher, una asistente de la Secretaría adjunta de Defensa citó: “la presencia de enorme recursos energéticos” como justificación de la intervención de los EE.UU. en la región (32). Uzbekistán, que Brzezinski distinguía por su importancia geopolítica, se convirtió en el pivote de los ejercicios militares estadounidenses, aunque este país tiene el peor de los balances en lo referente al respeto de los derechos humanos en la zona (33).
Con absoluta evidencia la “revolución de los tulipanes” de marzo de 2005 en Kirghistan formaba parte de otra etapa de la doctrina de proyección estratégica del Pentágono y de la CIA. Se llevó a cabo en una época en la que George Bush hablaba frecuentemente de “estrategia de proyección de la libertad”. Después, cuando visitó Georgia, aprobó el cambio de régimen presentándolo como un ejemplo de “democracia y de libertad en plena expansión” (34), (en realidad se parecía más a un sangriento golpe de Estado que a una “revolución”). Sin embargo el régimen de Bakiyev “dirigió el país como si fuera un sindicato del crimen” para retomar la expresión de Alexander Cooley, un profesor de la Universidad de Columbia. Muchos observadores acusaron a Bakiyev de haberse apoderado del control del tráfico de drogas local y de administrarlo como una empresa familiar (35).
En cierta medida, la administración Obama se alejó de esta retórica hegemónica que el Pentágono llama la “supremacía total” (full spectrum dominance) (36) De todos modos no es sorprendente comprobar que durante su presidencia las presiones tendientes a reducir la influencia rusa se han mantenido, como por ejemplo actualmente en Siria. En realidad durante medio siglo Washington ha estado dividido en dos campos. Por un lado una minoría que se desempeña principalmente en el Departamento de Estado (como Strobe Talbott) que imaginaba un porvenir de cooperación con la Unión Soviética. Por el otro los halcones hegemonistas que trabajan principalmente para la CIA y el Pentágono (como William Casey, Dick Cheney o Ronald Rumsfeld) que han presionado continuamente para instalar en los EE.UU. una estrategia unipolar de dominación global (37). Para conseguir este inalcanzable objetivo no han dudado en aliarse con traficantes de drogas, especialmente en Indochina, Colombia y actualmente en Afganistán (38).
El verdadero objetivo de la mayor parte de estas campañas no ha sido nunca el ideal sin esperanza de la erradicación de la droga, sino que ha consistido en modificar el reparto del mercado, es decir, centrarse en enemigos específico para asegurarse de que el tráfico de drogas permanezca bajo control de los traficantes aliados al aparato de seguridad del Estado en Colombia o de la CIA” (40).
Esta tendencia se ha manifestado de manera flagrante en Afganistán, donde los EE.UU. reclutaron a viejos traficantes de drogas para que los apoyaran en la invasión de 2001 (41). Posteriormente Washington anunció una estrategia de lucha contra la droga que se limitaba explícitamente a atacar a los traficantes de drogas que apoyaban a los insurgentes (42).
Así que quienes, como yo, nos preocupamos por la reducción del flujo de drogas procedentes de Afganistán, estamos ante un dilema. Para ser eficaces, las estrategias de lucha contra el tráfico internacional de drogas deben ser multilaterales. En Asia Central haría falta una cooperación mucho mayor entre los EE.UU. y Rusia. Pero por el contrario las principales fuerzas pro EE.UU. en la región –especialmente la CIA , el ejército estadounidense, la OTAN y la DEA– se han concentrado hasta ahora no en la cooperación sino en la afirmación de la hegemonía estadounidense.
Según creo, la respuesta a este problema se encontrará en el uso conjunto de la experiencia y los recursos de los dos países en el marco de organismos bilaterales o multilaterales en los que no predomine ninguna de las partes. Una estrategia antidrogas para tener éxito debe ser pluridimensional, como la campaña que triunfó en Tailandia. Además probablemente necesitará que los dos países encaren la puesta en marcha de estrategias que beneficien a la población, algo que ninguno de los dos han concretado (43)
Rusia y los EE.UU. tienen muchas características en común y comparten numerosos problemas. Ambos son dos super-Estados aunque su preeminencia se está debilitando ante la emergencia de China. En tanto que superpotencias, las dos naciones cedieron a la tentación de la aventura afgana, que muchos espíritus más lúcidos lamentan hoy. Al mismo tiempo este país devastado en que se ha convertido Afganistán debe enfrentar problemas urgentes, que son los mismos que los de las tres superpotencias. Se trata de la amenaza que constituye la droga y del peligro concomitante el terrorismo.
Interesa al mundo entero ver que Rusia y los EE.UU. encaren estos peligros de manera constructiva y desinteresada. Y esperemos que cada uno de estos progresos en cuanto a la reducción de estas amenazas comunes sea una nueva etapa en el difícil proceso de fortalecimiento de la paz.
El siglo pasado fue el escenario de una guerra fría entre los EE.UU. y Rusia, dos superpotencias que se han pertrechado de armas en nombre de la defensa de sus respectivos pueblos. Perdió la Unión Soviética lo que derivó en una Pax Americana inestable, parecida a la Pax Británica del siglo XIX; una peligrosa mezcla de globalización comercial, aumento de las disparidades de ingresos y de la riqueza y un militarismo brutalmente expansivo y excesivo. Esto último es lo que provoca cada vez más conflictos armados (Somalia, Irak, Yemen, Libia), siempre con la amenaza de una posible guerra mundial (Irán).
Actualmente, con el objetivo de preservar esa peligrosa supremacía, los EE.UU. se están armando contra su propia población y ya no solo para defenderla (44). Todas las poblaciones del mundo, incluida la de EE.UU. tiene interés en el debilitamiento de esta supremacía en favor de un mundo más multipolar y menos militarista.
Notas:
[1] El investigador suizo Daniele Ganser, autor del libro titulado Les Armées Secrètes de l’OTAN : Réseaux Stay Behind, Opération Gladio et Terrorisme en Europe de l’Ouest (Éditions Demi-Lune, Plogastel-Saint-Germain, 2011, segunda edición, y el político italiano Pino Arlacchi, exdirector de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen (ONUDC), también estaban invitados a esta conferencia.
[2] Inicialmente, Donald Rumsfeld quería responder al 11-S atacando no a Afganistán sino a Irak. Según él “no existían blancos convenientes en Afganistán” (Richard Clarke, Against All Enemies, p.31).
[3] Paul Wolfowitz declaró en Wesley Clark “tenemos entre cinco y diez años por delante para limpiar estos viejos regímenes clientes de los soviéticos –Siria, Irán, Irak– antes de que la próxima gran potencia venga a desafiarnos”, (Wesley Clark, discurso en el San Francisco Commonwealth Club, 3 de octubre de 2007). Diez años después, en noviembre de 2001, Clark aclaró en el Pentágono que los planes para atacar Irak se estaban discutiendo en el marco de un plan quinquenal (…) que empezaría en Irak para seguir con Siria, Libano, Libia, Irán, Somalia y Sudan, (Wesley Clark, Winning Modern Wars [Public Affairs, New York, 2003], p.130).
[4] El término “hegemonía” puede adquirir un sentido con connotaciones de relación amistosa en una confederación o un sentido más hostil. El movimiento de los EE.UU. hacia la hegemonía global, inquebrantable y unipolar, no tiene precedentes y merece su propia definición. El “dominacionismo” es un término horroroso con connotaciones sexuales y perversas. Por eso lo elegí.
[5] Los libros más recientes de William Blum son Killing Hope : U.S. Military and CIA Interventions Since World War II (2003) y Freeing the World to Death : Essays on the American Empire (2004).
[6] Paul Joseph Watson, «Leaked U.S. Army Document Outlines Plan For Re-Education Camps In America», 3 de mayo de 2012: «El manual explica claramente que estas medidas se aplican también en el territorio de los EE.UU., bajo la dirección del Departamento de Seguridad interior y de la FEMA. Este documento agrega que “las operaciones de reinstalación pueden necesitar el internamiento temporal (menos de 6 meses) o semipermanente (más de seis meses) de grupos civiles importantes”.
[7] Ver Peter Dale Scott, «La continuité du gouvernement étasunien: L’état d’urgence supplante-t-il la Constitution?» ; Peter Dale Scott, «Continuity of Government’ Planning : War, Terror and the Supplanting of the U.S. Constitution».
[8] Hace dos noches tuve un sueño intenso y turbador. Al final observaba la apertura de una conferencia en la que iba a disertar lo mismo que en Moscú. Inmediatamente después de mi discurso convocaba a discutir sobre la posibilidad de que “Peter Dale Scott” fuera una ficción al servicio de sombríos objetivos clandestinos y que en realidad no existía ningún Peter Dale Scott.
[9] «La ‘supremacía total’ (full-spectrum dominance) significa la capacidad de las fuerzas de los EE.UU. de derrotar solas o con aliados a cualquier adversario y de controlar cualquier tipo de situación en la categoría de operaciones militares” (Joint Vision 2020, Département de la Défense, 30 de mayo de 2000. Cf. «Joint Vision 2020 Emphasizes Full-spectrum Dominance», Departamento de Defensa).
[10] De manera indiscutible, aunque menos evidente, el petróleo –o mejor dicho un oleoducto- también fue un elemento que condicionó la intervención de la OTAN en Kosovo en 1998. Ver Peter Dale Scott, Drugs, Oil and War : The United States in Afghanistan, Colombia, and Indochina (Rowman & Littlefield Publishers, Lanham, MD), p.29 ; Peter Dale Scott, «La Bosnie, le Kosovo et à présent la Libye: les coûts humains de la collusion perpétuelle entre Washington et les terroristes», Mondialisation.ca, 17 de octubre de 2011.
[11] Scott, Drugs, Oil and War, pp.8-9, p.11.
[12] Por ejemplo la empresa Exxon no habría pagado en 2009 ningún impuesto federal sobre los ingresos, en un período de beneficios récord para la compañía (Washington Post, 11 de mayo de 2011). Cf. Steve Coll, Private Empire: ExxonMobil and American Power (Penguin Press, New York, 2012), pp.19-20: “En otros países lejanos donde ha hecho negocios (…) la empresa Exxon con resprco a políticas de seguridad y civiles locales superaba a la embajada de los EE.UU.”
[13] Charles J. Lewis, «Obama again urges end to oil industry tax breaks», Houston Chronicle, 27 de abril de; «Politics News : Obama Urges Congress to End Oil Subsidies», Newsy.com, 2 de marzo de 2012.
[14] Cf. un artículo publicado por el Foreign Military Studies Office de Fort Leavenworth: «El mar Caspio parece hallarse apoyado en otro mar –un mar de hidrocarburos- (…) la presencia de estas reservas de petróleo y la posibilidad de exportar hacen (sic) nacer nuevas preocupaciones estratégicas para los EEUU y las demás potencias occidentales industrializadas. Cuando las compañías petroleras construyan un oleoducto entre el Cáucaso y el Asia Central para proveer a Japón y a Occidente estas preocupaciones estratégicas incluyen implicancias militares” (Lester W. Grau, «Hydrocarbons and a New Strategic Region : The Caspian Sea and Central Asia» (Military Review, mayo-junio de 2001, p.96); citado en Peter Dale Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial (50 ans d’ambitions secrètes des États-Unis) [Éditions Demi-Lune, París, 2010, p.51).
[15] Discusión en Peter Dale Scott, «Le ‘Projet Jugement dernier’ et les événements profonds : JFK, le Watergate, l’Irangate et le 11-Septembre», Réseau Voltaire, 4 de enero de 2012. También hubo intercambios diplomáticos tendientes a establecer una base de los EEUU en Tajikistán, donde también sucedió, ver Joshua Kucera, « U.S. : Tajikistan Wants to Host an American Air Base », Eurasia.net, 14 de diciembre de 2010.
[16] David E. Spiro, The Hidden Hand of American Hegemony : Petrodollar Recycling and International Markets (Ithaca, Cornell UP, 1999): «En 1974, [el secretario del Tesoro William] Simon, negoció un acuerdo secreto para que el banco central saudí pudiera comprar títulos del tesoro de los EE.UU. fuera del proceso de venta habitual. Algunos años después el secretario del Tesoro Michel Blumenthal firmó un acuerdo secreto con los saudíes en el que se aseguraba de que la OPEP continuase vendiendo el petróleo en dólares. Estos acuerdos eran confidenciales porque los EE.UU. habían prometido a las demás democracias industrializadas que no seguiría manteniendo políticas unilaterales de ese tipo” Cf. pp.103-12.
[17] Todo el tiempo que el petróleo de la OPEP se vendiera en dólares y que la organización invertía en obligaciones del gobierno EEUU, este se beneficiaba con un doble préstamo. La primera parte del préstamo tenía que ver con el petróleo. Efectivamente el gobierno de los EEUU podía imprimir dólares para comprar petróleo. De modo que en cambio la economía de los EEUU no se veía obligada a producir ni bienes ni servicios dada la compra a la OPEP con esos dólares. Evidentemente esta estrategia no habría funcionado si esa moneda no constituyera un medio de reglamentar el comercio del petróleo. La segunda parte de este préstamo procedía de otras economías nacionales que debían adquirir dólares para comprar petróleo, dado que no podían imprimirlos. De modo que esos países debían vender sus bienes y servicios para disponer de los dólares requeridos por la OPEP. (Spiro, Hidden Hand, p.121).
[18] Carola Hoyos y Kevin Morrison, «Iraq returns to the international oil market», Financial Times, 5 de junio de 2003. Cf. Coll, Private Empire, p.232: «A finales de su reinado, Saddam Husein desesperado había firmado contratos para compartir su producción (petrolera) con empresas rusas y chinas, pero nunca llegaron a ponerse en marcha”.
[19] Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, pp.265-66. Ver también William Clark, «The Real Reasons Why Iran is the Next Target: The Emerging Euro-denominated International Oil Marker», Global Research, 27 de octubre de 2004.
[20] S Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, pp.265-66. Ver también William Clark, «The Real Reasons Why Iran is the Next Target: The Emerging Euro-denominated International Oil Marker», Global Research, 27 de octubre de 2004.
[21] « Iran Ends Oil Transactions in U.S. Dollars », CBS News, 11 de febrero de 2009.
[22] En marzo de 2012, SWIFT, la sociedad que gestiona las transacciones financieras globales excluyó del sistema a los bancos iraníes de acuerdo con las sanciones de la ONU y de los EE.UU. (BBC News, 15 de marzo de 2012). El 28 de febrero de 2012, Business Week declaró que ese acto “podía perturbar los mercados petroleros (…) inquietos por la posibilidad de que los compradores no pudieran pagar los 2,2 millones de barriles diarios de petróleo del segundo país exportador de la OPEP”.
[23] Peter Dale Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, pp.229-31 ; cf. Scott, Drugs, Oil, and War, p.7.
[24] Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, p.231.
[25] La Oficina de Servicios Estratégicos (OSS),agencia de operaciones secreta de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, se reactivó mediante el reclutamiento de empleados de algunas compañías petroleras presentes en Asia, como Standard Oil de New Jersey (ESSO). Ver Smith, OSS, p.15, p.211.
[26] « BP oiled coup with cash, Turks claim », Sunday Times (Londres), 26 de marzo de 2000; citado en Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, pp.231-33.
[27] En 1998, Dick Cheney, que era entonces el PDG de la empresa de servicios petroleros Halliburton, hizo la siguiente observación: “No recuerdo haber visto emerger tan rápidamente una zona de tanta importancia estratégica como la (cuenca) del Caspio (George Monbiot, « America’s pipe dream », The Guardian, Londres, 23 de octubre de 2001).
[28] R. Craig Nation, « Russia, the United States, and the Caucasus », US Army War College, Strategic Studies Institute.
Las palabras de Talbott merecen una cita amplia: ”Desde hace muchos años se ha puesto de moda proclamar, o al menos predecir ,una repetición del “Gran Juego” en el Cáucaso y en el Asia Central. Se entiende que la dinámica motriz de esa región alimentada y alentada por el petróleo, sería la competencia entre las grandes potencias, lógicamente desfavorable a las poblaciones locales. Nuestro objetivo es evitar esta salida regresiva y actuar de modo de desalentar a los promotores (…) El Gran Juego en el corazón (de las novelas) Kim de Kipling y Flashman de Fraser terminó en suma cero. Lo que nosotros queremos lograr es exactamente lo contrario. Queremos que todos los actores responsables de Asia Central y del Cáucaso salgan ganando” (M. K. Bhadrakumar, «Foul Play in the Great Game », Asia Times, 13 de julio de 2005).
[29] James MacDougall, «A New Stage in U.S.-Caspian Sea Basin Relations», Central Asia, 5 (11), 1997 ; citando Ariel Cohen, « U.S. Policy in the Caucasus and Central Asia : Building A New ‘Silk Road’ to Economic Prosperity », Heritage Foundation, 24 de julio de 1997. En octubre de 1997, el Senador Sam Brownback introdujo una ley, la Silk Road Strategy Act of 1997 (S. 1344), destinada a alentar a los nuevos estados de Asia Central a cooperar con los EEUU más que con Rusia o Irán.
[30] Zbigniew Brzezinski, Le Grand Échiquier (L’Amérique et le reste du monde), (Bayard Éditions, París 1997), pp.24-25.
[31] Ariel Cohen, Eurasia In Balance: The US And The Regional Power Shift, p.107.
[32] Michael Klare, Blood and Oil (Metropolitan Books/Henry Holt, New York, 2004), pp.135 -36 ; citado en R. Jeffrey Smith, « U.S. Leads Peacekeeping Drill in Kazakhstan », Washington Post, 15 de septiembre de 1997. Cf. Kenley Butler, «U.S. Military Cooperation with the Central Asian States », 17 de septiembre de 2001.
[33] Zbigniew Brzezinski, Le Grand Échiquier, p.172.
[34] Peter Dale Scott, « Kyrgyzstan, the U.S. and the Global Drug Problem : Deep Forces and the Syndrome of Coups, Drugs, and Terror », Asia-Pacific Journal : Japan Focus ; citando al presidente Bush, Discurso sobre el estado de la Unión, 20 de enero de 2004. « Bush : Georgia’s Example a Huge Contribution to Democracy », Civil Georgia, 10 mai 2005.
Del mismo modo Zbigniew Brzezinski fue citado en un artículo de la prensa kirguiza declarando: “Pienso que las revoluciones en Georgia, Ucrania y Kirjistán fueron una expresión sincera y repentina de la voluntad política predominante” ( 27 de marzo de 2008).
[35] Scott, « Kyrgyzstan, the U.S. and the Global Drug Problem : Deep Forces and the Syndrome of Coups, Drugs, and Terror », citando Owen Matthews, « Despotism Doesn’t Equal Stability », Newsweek, 7 avril 2010 (Cooley) ; Peter Leonard, « Heroin trade a backdrop to Kyrgyz violence », Associated Press, 24 de junio de 2010 ; « Kyrgyzstan Relaxes Control Over Drug Trafficking », Jamestown Foundation, Eurasia Daily Monitor, vol. 7, issue 24, 4 de febrero de 2010, etc.
[36] Département de la Défense, Joint Vision 2020, 30 de mayo de 2000 ; discusión en Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial , pp.50-51.
[37] Wesley Clark informó de que Paul Wolfowitz uno de los más importantes neoconservadores del Pentágono anunció en 1991 que “(los EEUU) tenían ante sí unos cinco o diez años para limpiar a los viejos regímenes clientes de los soviéticos (ver nota 3) (Wesley Clark, Winning Modern Wars [Public Affairs, New York, 2003, p.130).
[38] Ver Scott, La Machine de guerre américaine : La politique profonde, la CIA, la drogue, l’Afghanistan …, Éditions Demi-Lune, Plogastel-Saint-Germain, 2012.
[39] Relativo a la deriva hegemónica de la “guerra contra la droga” llevada a cabo por la DEA en Asia, ver Scott, La Machine de guerre américaine, pp.187-212.
[40] Scott, La Machine de guerre américaine, p.43.
[41] Podemos citar por ejemplo a Haji Zaman Ghamsharik, que se retiró a Dijon (Francia) donde delegados de los estadounidenses y los británicos lo persuadieron de regresar a Afganistán (Peter Dale Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, p.181 ; citando a Philip Smucker, Al Qaeda’s Great Escape : The Military and the Media on Terror’s Trail [Brassey’s, Washington, 2004], p.9.
[42] Scott, La Machine de guerre américaine, pp.340-41 (insurgés) ; James Risen, « U.S. to Hunt Down Afghan Lords Tied to Taliban », New York Times, 10 de agosto de 2009 :”Los comandantes militares de los EEUU declararon al Congreso que (…) solo esos (traficantes de droga) que apoyaran la insurrección serían marcados.”
[43] Rusia se halla legítimamente indignada por el fracaso de los EE.UU. y de la OTAN en combatir seriamente, desde hace diez años, los inmensos cultivos de opio en Afganistán (ver por ejemplo « Russia lashes out at NATO for not fighting Afghan drug production », Russia Today, 28 de febrero de 2010). Sin embargo la solución simplista propuesta por Rusia –la destrucción de los campos de cultivo– precipitaría ciertamente a los campesinos en brazos de los islamistas que amenazan tanto a los EE.UU. como a Rusia. Muchos observadores han señalado que la erradicación de los campos de amapolas endeuda a los pequeños agricultores con los propietarios de la tierra y los traficantes. A menudo deben pagar sus deudas “con dinero líquido, con ganado o dándoles una hija, cosa bastante frecuente (…) La erradicación de la amapola los ha precipitado aún más en la pobreza que les condujo inicialmente a cultivar opio » (Joel Hafvenstein, Opium Season : A Year on the Afghan Frontier, p.214) ; cf. « Opium Brides », PBS Frontline). La erradicación del opio en Tailandia, citada a menudo como el programa más exitoso después del que se aplicara en China en los años 50, se llevó a cabo asociando la coerción militar con programas muy completos de desarrollo alternativo. Ver William Byrd y Christopher Ward, « Drugs and Development in Afghanistan », Banque Mondiale, Conflict Prevention and Reconstruction Unit, Working paper series, vol. 18 (décembre 2004) ; ver también « Secret of Thai success in opium war », BBC News, 10 de febrero de 2009.
[44] Ver por ejemplo Peter Dale Scott, « La continuité du gouvernement étasunien : L’état d’urgence supplante-t-il la Constitution ? », Mondialisation.ca, 6 de diciembre de 2010.
Peter Dale Scott, exdiplomático canadiense y profesor de inglés en la Universidad de California, es poeta, escritor e investigador. En noviembre de 2002 recibió el Premio Lannan de Poesía. Como orador contra la guerra durante las guerras de Vietnam y del Golfo, fue cofundador del Programa de Estudios de la Paz y de Conflictos en UC Berkeley, y de la Coalición sobre Asesinatos Políticos (COPA). Su investigación más reciente se ha concentrado en las operaciones clandestinas de USA, su impacto en la democracia en casa y en el extranjero y sus relaciones con el asesinato de John F. Kennedy y el narcotráfico global.
Fuente: http://www.michelcollon.info/USA-Russie-drogue-petrole-et.html?lang=fr
rCR
*Fuente: Rebelión
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