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La “silenciosa oposición” al Papa Bergoglio

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24 08:32:27 de marzo de 2013

Esperemos que le dejen trabajar, y que no acabe como el pobre Juan Pablo I…los Movimientos conservadores temen que Francisco «entierre» la involución postconciliar…

Apenas lleva una semana como Papa, y parece que la historia hubiera pegado un vuelco. ¿Es Francisco el Pontífice que necesitaba la Iglesia? Más aún, ¿es la que necesita la sociedad globalizada del siglo XXI? En un mundo cada vez más pequeño, donde cualquier noticia llega de inmediato al lugar más recóndito del globo, los primeros gestos y decisiones de Bergoglio han generado una ola de optimismo y apoyo sin precedentes en los últimos pontífices. Y, paralelamente, si bien en silencio, o bajo el amparo del anonimato, comienzan a surgir las críticas a la «humildad» del nuevo Papa, a quien acusan de querer «enterrar» la involución postconciliar auspiciada por los dos anteriores Pontífices.

El llamado de Francisco a una mayor austeridad, su sueño de que ésta sea una «Iglesia de los pobres y para los pobres», la ausencia de oropeles en su vestimenta y gestos como el de pedir la bendición del pueblo o quedarse a la puerta de la parroquia de Santa Ana para despedir a sus fieles son gestos, sin duda, revolucionarios. Y también indicativos de que ciertas cosas están cambiando. Para disgusto de algunos. ¿De quiénes?

En primer lugar, de la Curia. Jorge Mario Bergoglio no es el Papa que hubieran elegido desde la estructura. Scola o Scherer eran los hombres destinados a una «reforma tranquila», que no tocara lo esencial y mantuviera el misterio en torno a la figura papal y al papel de los organismos vaticanos. Dar carpetazo al Vatileaks y aceptar pequeños cambios pero sin tocar lo esencial; el poder en manos de unos pocos. Sin embargo, Francisco ha sido claro. «El verdadero poder está en el servicio«, afirmó, en la línea de las últimas palabras de Benedicto XVI, con quien almorzará mañana y que quiso, en sus últimos días, denunciar los tejemanejes de una estructura que no puso o no supo hacer entrar en vereda.

En segundo término, los nuevos movimientos. Se vio en la misa de inicio de Pontificado de Bergoglio, por otro lado muy numerosa. Allí cabían todos en la Iglesia. No sólo los kikos, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo y demás, cuyas pancartas, por cierto, prácticamente desaparecieron de la otrora conquistada plaza de San Pedro. Los «apóstoles de la nueva evangelización«, a quienes Juan Pablo II había conferido en exclusiva la capacidad de considerarse Iglesia, han de reubicarse y buscar su sitio en una institución en la que parece que, por fin, pueden caber todos. Las Congregaciones religiosas, auténticas vapuleadas durante los últimos treinta años, vuelven a respirar, y se sienten con la libertad y la confianza para continuar llevando a cabo su labor, en algunos casos milenaria. También los fieles «de a pie», que consideran al nuevo Papa mucho más cercano, en sus gestos y actitudes, que los pontífices anteriores.

En tercer lugar, los apologetas. Muchos representantes de la «caverna» eclesial, mediática, social y política, se encuentran ante la tesitura de la obediencia ciega a la figura papal, y la sensación de que el nuevo pontífice puede «traicionar» unos principios irrenunciables. Si ya fueron muchos los que, más o menos abiertamente, criticaron la renuncia de Benedicto XVI por «haberse bajado de la cruz», temen que la apertura que sugiere Bergoglio «acabe por romper la Iglesia». Y es que los últimos cismas en la Iglesia católica casi siempre se han dado del lado de los ortodoxos, en momentos de papados reformistas. Los «progresistas», simplemente, se convierten en indiferentes, no hacia el hecho religioso ni hacia la fe, sino al funcionamiento de las estructuras.

En cuarto lugar, muchos obispos, sobre todo en los países de la «vieja Europa», especialmente España, a los que el nombramiento les ha pillado «con el paso cambiado» y que, de momento, han optado por esperar para ver si Francisco frena en los pasos que está dando, o pasa el tiempo y la Curia consigue «atar» algunos de sus movimientos. En todo caso, esta estructura está dispuesta a «morir matando».

El prestigioso vaticanista Marco Politi (Il Fatto Quotidiano), también ha alertado de las resistencias internas al «papa de los pobres» que provienen de parte de sectores tradicionalistas y conservadores de la curia romana ya comenzaron.

Para Politi, es justamente la determinación mostrada por Francisco la que ha generado estas reacciones subterráneas internas a la estructura eclesiástica. «Exigir una Iglesia pobre a eclesiásticos irreprochables significa poner en contradicción estilos de vida y comportamientos que involucran a miles de jerarcas grandes y pequeños», escribió.

Esta exigencia supone además, en palabras del vaticanista, «poner en duda palacios, autos, servidumbre, consumismo, afán de éxito, que proliferan en el mundo eclesiástico como en cualquier organismo social, conviviendo junto con existencias totalmente desinteresadas, comprometidas con la misión».

Para Politi, poner la pobreza en el primer lugar de la agenda «no sólo equivale a vivir en dos habitaciones como hacía el Bergoglio arzobispo de Buenos Aires, sino que comporta también la imposibilidad de la jerarquía eclesiástica a negarse a la transparencia«. Además, podría significar hacer público el propio patrimonio inmobiliario, estimado por el diario económico Il Sole 24 Ore en 1000 millones de euros sólo en Italia; publicar, como hacen en Alemania, los balances de las diócesis italianas, normalmente contrarias a eso; reformar drásticamente el IOR (Instituto para las Obras de Religión, el Banco vaticano), últimamente acusado de haber lavado dinero en operaciones poco transparentes. El IOR podría ser directamente abolido y reemplazado por un Banco ético, en regla con las normas internacionales.

La resistencia al primer papa que se llama Francisco comienza a notarse también entre algunas de las plumas de renombre de Italia. Así, Giuliano Ferrara, director del diario Il Foglio, considerado un «ateo devoto», de joven comunista y ahora liberal de derecha, directamente le escribió una carta abierta a Francisco, titulada «Padre, tengo miedo de la ternura», jugando con la homilía que pronunció en la misa de asunción de pontificado, en la que llamó a no tener miedo de la ternura y la bondad.

«Estoy entre aquellos pocos que le tienen miedo a la ternura y entre esos poquísimos que consideran parte de la misericordia divina también el juicio y el ejercicio de la autoridad«, escribió Ferrara, paladín de la lucha contra el aborto, que en Italia es legal dentro de los 90 días de embarazo.

«Para mí sería instintivo decirle que decir «buen almuerzo» no es una teología y que el perdón, la paciencia, la amistad de Dios por el hombre son parte de un proyecto de la creación […] iluminado por ingobernables libertades que hay que disciplinar severamente», escribió.

Ferrara, que recuerda que Bergoglio dijo una vez que «abortar es matar a quien no puede defenderse», reclamó escuchar de su boca esas mismas palabras, en una actitud de «linearidad, claridad y verdad».

«Esperemos que le dejen trabajar, y que no acabe como el pobre Juan Pablo I«, es el deseo que se escucha en muchos ámbitos eclesiales, tanto en Roma como en Madrid. Unas palabras que denotan cierta intranquilidad ante las reservas que el «tsunami Bergoglio» ha suscitado en los sectores más ultraconservadores. El tiempo dará o quitará razones.

Jesús Bastante

*Fuente: Reflexión y Liberación

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