Hoy, 18 de febrero de 2013, hace 45 años de que Noel Nicola, Pablo Milanés y yo hicimos nuestro primer concierto en la sala Che Guevara de Casa de las Américas. Fue Pablo quien me comunicó que esa importante institución nos lo solicitaba. Nunca me quedó claro quién se lo dijo a él.
En el verano anterior la Casa de las Américas había patrocinado un encuentro internacional de cantores y había quedado inaugurado un Centro de la Canción Protesta. El pretexto de nuestra presentación era darle continuidad a aquel departamento que, dentro de la dirección de Música, dirigía la norteamericana Estela Bravo.
La idea inicial fue que lo hiciéramos Pablo y yo, pero entre los dos teníamos muy pocas canciones que pudieran considerarse “de protesta”. Sin embargo yo acababa de conocer a Noel Nicola, sabía que él también había escrito algunas canciones de ese tipo, y propuse sumarlo. Después vimos que ni los tres juntos teníamos las suficientes para completar al menos una hora. Por eso nuestro repertorio acabó siendo el habitual: muchas canciones de amor, alguna que otra “filosófica” y unas pocas con contenidos explícitamente políticos. La suerte fue que en el público estaban Vicente Feliú, Martín Rojas, Eduardo Ramos y Belinda Romeu, y entre todos sí que pudimos armar algo parecido a un concierto de “canciones de contenido”, que era como se les decía por entonces.
De los tres concertantes, Pablo Milanés era el único que contaba con cierta trayectoria reconocible, por haber integrado un par de agrupaciones vocales y tener algunas canciones muy celebradas en el ambiente musical. Noel Nicola, hijo de Isaac Nicola –el más prestigioso maestro de la guitarra en Cuba–, era, sin embargo, autodidacta. Yo sólo era un muchachito salido del Servicio Militar, que había sido presentador de un programa de televisión desaparecido.
No tengo noticias de que nuestro concierto haya quedado registrado. Mucho menos filmado, aunque no dudo que alguna cámara del Noticiero ICAIC tomara imágenes. Por ahí hay una foto en que los tres nos vemos juntos y muy jóvenes, en Casa de las Américas. Pudo ser de aquella noche, pero también de muchas otras parecidas que a partir de entonces sucedieron.
Nadie se engañe: no éramos muy importantes; apenas unos jóvenes autores que aparecían entre contradicciones más o menos sonadas. Pablo había estado en las UMAP; a mi me habían botado del ICR. Éramos bebedores, fumadores, adictos a tocar guitarras y chicas inolvidables.
Sólo unos días antes yo había entrado a la Casa de las Américas por primera vez y había estrechado la mano de Haydee Santamaría, la heroína del Moncada. Adita, su hermana, todavía trabajaba allí, bajo una enorme foto del Che que tiempo después me regaló –y todavía conservo. Aún no conocía a Aida, otra amiga en la eternidad.
Nos faltaba mucho por hacer, no sabíamos cuánto, pero lo presentíamos. Ser invitados a cantar en Casa de las Américas fue una señal de que el porvenir podía ser mejor de lo que parecía.
Fue un 18 de febrero, como hoy.
Fuente: La Jiribilla
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