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Josefa, Labbé y la manzana: adios, paraíso

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La reacción del alcalde Labbé al asumir su derrota electoral fue considerada, transversalmente, como un triste espectáculo. Más allá de su incapacidad de mantener algún grado de dignidad en la derrota, en su discurso se manifiesta en todo su esplendor la actitud autoritaria que lo caracteriza e, indudablemente, lo llevó a perder la elección.

Foto: Fernando Ramírez

Acusa a su contrincante de ser la “serpiente del paraíso”. La lectura de semejante declaración es unívoca. Su adversaria no puede ser más que el demonio que ha seducido a las masas votantes -mujeres y hombres- a realizar un acto de profunda libertad, pero que implicará su inexorable salida del paraíso. En su metáfora, él mismo no puede ser sino dios, paternalista, arbitrario y autoritario, que no ha hecho más que lo correcto y a quien, sin embargo, sus criaturas le pagan con traición. Y, sin embargo, esta vez fue dios quien fue expulsado del paraíso y las mujeres y hombres celebran en largas caravanas el nuevo orden de cosas.

Pero claro, hay una inconsistencia lógica -aunque hablemos de metafísica- en pensar un paraíso en el que dios no esté presente. Semejante paraíso está destinado a desaparecer. Así se leen muchos comentarios de partidarios de candidatos derrotados que, con profunda impotencia, miran al ganador y dudan de que pueda estar a la altura: “veamos cómo lo hace ahora”; “otra cosa es con guitarra”; “se van a arrepentir”. Hay mucho de una natural mezquindad voluntariosa en semejantes declaraciones. Sin embargo, lo que esas declaraciones no alcanzan a ver y lo que Labbé no alcanzó a valorar es otra cosa. En medio del delirio en el diseño de su paraíso, Labbé incluso busca él mismo imponer cuáles son los criterios que deberían primar para la elección de alcalde. Para él, lo único que debería ser considerado, y al no hacerlo el resultado de la votación es inequitativo, es la “gestión”. Semejante idea es equivocada desde el punto de vista de sus premisas y sus conclusiones.

Por un lado, Labbé parece identificar la idea de gestión sólo con mantener limpia y ordenada la comuna. Es algo que sólo admite diferencia de grados y no de naturaleza. Es decir, una cosa que sólo se puede hacer de una manera, mejor o peor, pero de una sola manera. El mismo error es el que ha llevado a caer en picada  la popularidad del “gobierno de excelencia”. Y es que las decisiones de gestión también conllevan una visión de cómo debería ser administrada la unidad -comuna o país. Privilegiar áreas verdes, grandes edificios, ciclovías o programas sociales tiene que ver no sólo con si la comuna es mejor o peor, sino el tipo de comuna que se quiere construir. Eso es lo que ven los vecinos cuando se levanta un Costanera Center o se promueve la represión contra los estudiantes.

A la vez, aquellos temas que con desdén Labbé llama “comunicacionales” o que podríamos llamar también meramente ideológicos, también merecen ser relevantes en Chile. La señal en esta elección ha sido clara. Figuras que representan el autoritarismo y el desprecio por las normas y la institucionalidad han sido rechazadas por los electores. Además de Labbé en Providencia, en un sorpresivo y estrecho resultado fue derrotado Sabbat en Ñuñoa, famoso por tratar el concejo como su fundo. El caso de Garrido en Independencia –autodeclarado el mejor alcalde del mundo- es igualmente claro: no tenía problemas en usar fondos públicos para enviar mensajes religiosos, en repartir dinero -esta vez de su bolsillo- entre los potenciales votantes de la comuna, amenazar con el cuco a una periodista o dar declaraciones sexistas sin mostrar el mínimo respeto a sus compañeras de coalición. Destaca igualmente la caída de Armstrong, el delfín de van Rysselberghe en Concepción, quien, aunque él mismo no es figura autoritaria, representaba el primer paso para la senaduría de la ex intendenta quien, a su vez, es una de las figuras que ha mostrado el más intenso desprecio por respetar la institucionalidad vigente. Por último, está el caso de Zalaquett, alcalde de la comuna-botín favorito de la política nacional, cuya imagen en el último tiempo se ha visto afectada por sus reacciones contra el movimiento estudiantil.

Labbé señala que “ha vencido el odio, la falta de respeto”, agrega “no es el Chile en que quiero vivir” y, en referencia a lo vivido cuando fue a votar, “he sentido la ignominia de sentirme vilipendiado, golpeado y escupido”. No contento con eso, agrega que ese clima no corresponde a “la democracia que nosotros hemos construido”. Las declaraciones son a lo menos llamativas, porque varias de esas cosas son las que se la atribuyen a Labbé y que lo llevaron a salir de la municipalidad. Precisamente ser un recuerdo constante de un país en que imperaba el odio y la falta de respeto, y por reproducir ese modelo en su gestión, por no representar el Chile en que queremos vivir, es que la candidatura de su contrincante generó tanta adhesión transversal. Más todavía, indicar que su adversaria es responsable -asumo que indirectamente- de que lo hayan vilipendiado, golpeado y escupido es de la mayor desfachatez. Él perteneció y apoyó desde las funciones más oscuras una dictadura que no sólo vilipendió, golpeó y escupió, sino que exilió, asesinó, torturó y violó a sus ciudadanos. Y algo que los que defienden la dictadura nunca han sido capaces de asumir es que la represión injustificada, cuando es estatal, es el más profundo de los flagelos, porque al grupo de delincuentes que atacó al alcalde y su mujer pueden ser perseguidos y detenidos por la policía, pero cuando es la policía la criminal, no hay poder con el cual hacerle frente. El descaro de hablar de la democracia que él ha contribuido a construir es simplemente irrisorio en la boca de quien con el erario municipal adquirió la mesa que perteneció al dictador. El alcalde atacó además a la prensa, acusándola de ser parcial en su contra. Nuevamente parece un delirio de quien apoyó un gobierno que se mantuvo en el poder en gran medida gracias a la complicidad criminal de los medios de comunicación.

Algunos acusarán que ver las cosas así es quedarse en el pasado, no mirar hacia adelante, ser intolerante por juzgar a una persona por sus ideas. Nada de esto es correcto. Más de alguno debe haberse alegrado con el triunfo de Carolina Tohá en Santiago -una campaña de mucho trabajo ciudadano, con un compromiso por escuchar y una oferta clara de promover desde su comuna una solución al conflicto estudiantil-, pero a la vez debe habérsele contraído ese entusiasmo inicial al verla acompañada por Girardi, envueltos por gritos anunciando la vuelta de Bachelet. Parece muy injusto que la Concertación pueda atribuirse este triunfo y es porque no es un triunfo de ellos, sino que algo mucho más simple y profundo.

La transición chilena, basada en tanto compromiso, olvidó llegar a algunos acuerdos básicos: las personas por sobre la economía, favorecer la libertad, la democracia, condenar el asesinato y la tortura de donde venga. La presencia de personas como Labbé en cargos públicos nos recuerda a diario que esas decisiones básicas no fueron hechas. Que no es aceptable que una figura pública le rinda homenajes a un asesino condenado, es algo que deberíamos tener claro. Por eso no está fuera de lugar decirle que “vuelva a su cuartel” a alguien que lleva más de dos décadas de vida civil.

¿Hasta qué punto podemos decir que todas las posiciones son aceptables? Las posibilidades deben ser amplias, pero limitadas. No sentar estas bases implica reconocer que todo puede ser justificado y eso no debiera ser. Por eso el triunfo no corresponde a la Concertación, porque representa algo anterior y transversal. En Providencia se aliaron no sólo los partidos de la oposición, sino que movimientos ciudadanos, liberales e incluso la derecha menos autoritaria. Y es que todos esos grupos debieran ser igualmente representados por algo tan primario. La anomalía es la sobrerrepresentación de esa derecha dictatorial. Cuando Josefa Errázuriz rechazó públicamente el matrimonio homosexual el candidato a concejal de su pacto y vocero del Movilh, JaimeParada Hoyl, reaccionó escandalizado. Sin embargo, posteriormente, morigeró su reacción, la candidata relativizó su posición e incluso el Movilh salió apoyándola con total decisión. Es que lo que estaba en juego era mucho más grande. Antes de poder reconocer los mismos derechos a los homosexuales, debe ser posible aceptar que todas las personas deben ser tratadas con respeto.

La metáfora del Labbé, al final, es correcta. Hay una serpiente ofreciendo una manzana. Pero es hora de que como sociedad comamos el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, que empecemos a reconocer con total decisión lo correcto de lo incorrecto, que botemos ese paraíso en que no somos sujetos morales. Estamos frente a la oportunidad de finalmente tomar las decisiones bases para construir comunas y un país con espacio para la libertad y la justicia; con espacio para construir de acuerdo a distintas visiones, porque se basan en el respeto mutuo; un mundo en el que seamos protagonistas y no tengamos miedo de la ira del dios de turno.

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*Fuente: El Quinto Poder

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1 Comentario

  1. José García Peña

    Ya quisiera ese Labbé,tener la majestuosidad y la dignidad de una serpiente.Cualquier criatura del mundo,empezando por los insectos,es superior a él.Al no utilizar a dioses,estas criaturas son más honradas,decentes y sinceras que los hechiceros religiosos, que por ser inútiles,solo pueden vivir mamando de la teta de su dios». Si Chile ya no es su paraiso,creo que nadie tiene incoveniente alguno,en desearles la felicidad de reunirse con su dios muy pronto,dejando tranquilas así,a las personas que tienen que vivir,de acuerdo con las leyes de la naturaleza.

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