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¿Inentendible? No se preocupe señor ministro, yo le explico

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El último día de Julio, el ministro de educación, Harald Beyer, salió en la prensa diciendo: “Sería inentendible que no se aprobara la reforma tributaria”. Ante lo inentendible que para un ministro de Estado sea inentendible cuán mala es la reforma de Piñera, parece urgente explicarlo en palabras simples tanto para él, como para el ciudadano común.

Primero: nuestro sistema tributario tiene una característica muy especial –único en el mundo–. Nuestro impuesto a las personas permite que los dueños de empresas que ganan más de 5 millones de pesos al mes, y sólo ellos, posterguen indefinidamente el pago de buena parte de los impuestos que les corresponde, sin límite de monto ni tiempo, en el llamado Fondo de Utilidades Tributables (FUT). Esto se traduce en que el Estado deja de recaudar al año unos US$ 3.300 millones, que quedan en un 98% en manos del quintil más rico de la población.

¿Propuesta? Nada respecto al FUT. Respecto al impuesto a las personas, lo baja de forma que quien más tiene, más se beneficia. Esto es así hasta quienes ganan 10 millones mensuales, después de lo cual el beneficio se mantiene igual.

Segundo: nuestro sistema tributario tiene otra característica muy especial –también única–. Todo lo que pagan las empresas como impuestos, se les devuelve luego a sus dueños, lo que lleva a que de hecho, y de forma absolutamente legal, las empresas residentes  en Chile no paguen impuestos.

Hoy necesitamos una verdadera reforma tributaria, que termine con las exenciones arbitrarias y tratos preferenciales hacia los más ricos. Que permita una verdadera redistribución de los ingresos, que corrija las fallas de mercado.

¿Propuesta? Aumentar el impuesto a las empresas de un 17% a un 20%. Naturalmente, todo el pago que hagan las empresas –sea 17%, 20%, o 30%– se le devolverá a los dueños. El único motivo por lo que este cambio permite recaudar US$ 1.500 millones más, es que en definitiva –soslayando los aspectos técnicos– limita el uso abusivo del FUT.

Tercero: nuestro sistema tributario es regresivo. Los hogares de menores ingresos pagan porcentualmente más en impuestos que los hogares más ricos. Esto pasa porque típicamente el 50% de la recaudación se logra con el IVA –un impuesto regresivo–, que lo pagamos todos los chilenos al comprar pan, lechuga, libros, mesas, etc, mientras sólo el 25% se logra con la Ley de Impuesto a la Renta (LIR), que es el impuesto llamado a ser progresivo, recaudando no sólo más dinero, sino que proporcionalmente más de los más ricos. Cabe mencionar que comúnmente en los países OCDE la relación entre el equivalente al IVA y la LIR es exactamente al revés. Esta es una de las principales razones por las que en Chile se perpetúa el nivel de desigualdad.

¿Propuesta? No toca el IVA, y combina un aumento del impuesto a las empresas de 17% a 20% con una reducción del impuesto a las personas, lo que en definitivamente no cambia significativamente el balance entre estos impuestos. Por tanto, no permite mejorar la distribución del ingreso.

Cuarto: nuestro sistema tributario no se hace cargo de las rentas de recursos naturales. La extracción de cobre, litio, peces, entre otros recursos naturales, genera una riqueza extraordinaria que en Chile supera los US$ 8.000 millones al año, que proviene no del trabajo, no del capital, sino del mismo recurso natural. Por ello, un impuesto que recaude dicha renta no genera efectos nocivos ni en la inversión, ni en el crecimiento, ni en la eficiencia, siendo por tanto una de las mejores fuentes de recaudación pública.

¿Propuesta? Sencillamente nada.

Quinto: nuestro sistema tributario no se hace cargo de las externalidades negativas. Las industrias sucias como las termoeléctricas, refinerías, celulosa, entre otras, y ciertos bienes como neumáticos, pilas, aceites, generan daños a la sociedad que son mayores que los costos que perciben las respectivas empresas y consumidores, lo que además provoca ineficiencias en la asignación de recursos. Estos daños se traducen en contaminación de agua, aire y tierra, y por esa vía en intoxicaciones que conllevan problemas respiratorios, vómitos, problemas neuronales, etc, cuyo ejemplo más carismático en Chile es La Greda. Los impuestos son una herramienta predilecta para igualar el costo que percibe el privado con el verdadero costo social, protegiendo a la población, y mejorando la eficiencia de nuestro aparto productivo.

¿Propuesta? De mal en peor. Originalmente la propuesta incorporaba una serie de bienes de consumo con efectos negativos, pero fallaba en considerar las externalidades más significativas relacionadas con la contaminación del aire. En todo caso, la propuesta aprobada por la Cámara de Diputados finalmente no considera ningún impuesto que vaya en esta línea.

Sexto: nuestro sistema tributario no permite recaudar lo suficiente para tener un Estado competente. Una ciudadanía que activamente demanda mejor educación y salud, una institucionalidad eficiente, un sistema político independiente, viviendas dignas, energías limpias, requiere de un Estado con mayores recursos para estar a la altura de las expectativas. Esto, lejos de ser un deseo iluso, es la dinámica que han vivido todos los países industrializados en su proceso de desarrollo. Nuestro Estado, representando alrededor del 20% del PIB, se sitúa por debajo de cualquier país que no sea paraíso fiscal.

¿Propuesta? El aumento de la recaudación –asumiendo la difícil apuesta que efectivamente logre llegar a US$ 1.000 millones– representa sólo un 0,5% de aumento del tamaño del Estado sobre el PIB.

Y la lista podría continuar, a costa de seguir deprimiéndonos.

Como comencé, lo inentendible es que alguien crea que una propuesta como la actual es lo que Chile necesita. En realidad, es una falta de respeto.

Hoy necesitamos una verdadera reforma tributaria, que termine con las exenciones arbitrarias y tratos preferenciales hacia los más ricos. Que permita una verdadera redistribución de los ingresos, que corrija las fallas de mercado, que recupere la riqueza de los recursos naturales, y que dote al Estado de los recursos necesarios para estar a la altura de un Chile que valga la pena.

El autor es Investigador de la comisión de reforma tributaria del Cefech.

*Fuente: El Mostrador

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