Cada mujer tiene su precio (o por qué el aborto terapéutico no es la solución)
por Isabel Toledo (Chile)
13 años atrás 9 min lectura
En más de una ocasión me han preguntado si habría abortado a mi hijo si hubiese sabido de antemano que tenía Síndrome de Down — en el caso hipotético de que fuera legal el aborto en este país. Es una buena pregunta, y como toda buena pregunta es difícil de contestar. Es difícil de contestar porque mi hijo ya está acá conmigo y es parte entrañable de mi cotidianeidad y de la de muchos otros. Mi respuesta final ha sido no. No, porque al saber que él venía yo lo acepté y eso ya era un hecho, o sea, yo ya lo quería y, según mi lógica, no importa cómo era ni cómo venía…
Hay una anécdota que alguna vez escuché acerca de un famoso hombre de estado — alguien así como Winston Churchill— a quien querían sobornar. Este famoso está en su oficina cuando la secretaria hace pasar a dos hombres de algún estado corrupto. Ellos quieren sobornar al famoso. Primero le dicen un precio. Él dice que de ninguna manera. Suben el valor del soborno, pero él insiste en que no está disponible para aquello. Y así procede la historia hasta que sube a tan nivel el monto ofrecido que el famoso llama a su secretaria y le dice: “Por favor acompañe a los caballeros a la puerta, se retiran ahora mismo pues se están acercando peligrosamente a mi precio”.
Cuento esta “anécdota” porque al detenerme a pensar sobre el tema de si una mujer debería o no tener a un hijo con alguna discapacidad, enfermedad, alteración, síndrome, o lo que sea, me di cuenta que de la misma manera que el famoso tiene su precio, cada mujer tiene el suyo.
¿Qué habría hecho si me hubiesen dicho durante el embarazo que mi hijo tenía Síndrome de Down y que además venía con ceguera, sin parte de su estómago, que sus pulmones estaban inmaduros y que su vida iba a ser una de sufrimiento y dolor? ¿Lo habría tenido igual? Ahí la cosa cambia, pues tal vez sí lo habría abortado — si fuese posible— pensando en su vida, pensando en la mía, pensando en cómo nuestra sociedad no apoya a las mujeres y a las familias en estas situaciones tan delicadas y a menudo desgastadoras. Francamente, creo que es una decisión personal. Y para cada mujer es distinto el precio — el precio que está dispuesta a pagar. Actualmente en Chile, el aborto ni siquiera es legal. Pero si se legalizara, ¿cómo se debería plantear? ¿Desde la perspectiva de la madre o del niño? ¿Quién debería decidir – la madre o terceros?
Hoy en día en Chile cuando se habla públicamente –escasamente aún– de la posibilidad o necesidad de legalizar el aborto, nos referimos mayoritariamente al aborto terapéutico, aquel aborto que se practica para resguardar la salud de la madre. No es aborto eugenésico –el que se realiza cuando el niño viene con un “defecto” o una enfermedad– como muchos suelen pensar. El aborto terapéutico podría ser muy limitado, o muy amplio, según la definición de salud. En algunos países, el aborto terapéutico a menudo sirve para permitir todo tipo de aborto, pues la salud de la madre incluye la salud mental además de física, según la definición de la OMS.
El aborto terapéutico, por muy amplia que sea su definición, coloca la decisión final en manos de terceros, los médicos, pues son ellos quienes determinan –y firman constancia de aquello– si verdaderamente la salud de la madre corre peligro en caso de tener al niño. El aborto terapéutico exige a la mujer contar con una explicación, una excusa aceptable para el resto del mundo.
¿Quién define las pautas para el aborto terapéutico? Explicar las razones por las cuales una mujer se realiza un aborto es un juego relativo. Lo que para una mujer es perfectamente aceptable para otra es un martirio. Tener un hijo con Síndrome de Down podría sumir a una mujer en la más profunda depresión durante años (he conocido personalmente casos así), poniendo en riesgo la vida de la madre y del niño, mientras que para otra mujer, es motivo de alegría y camino hacia la aventura. Quedar embarazada tras una violación no es lo mismo que quedar embarazada de manera planificada y en pareja. Y si una madre acude al médico y le dice que se suicidará si está obligada a tener el hijo que espera, ¿corre riesgo su vida? ¿Y la del niño?
En fin, el aborto es un tema complejo cuando intentamos justificarlo. En Chile es sumamente difícil de abordar pues aún es un tema tabú que pese a algunos esfuerzos no ha sido colocado sin tapujos en el tapete. Hay un par de verdades, sin embargo, sobre las cuales deberíamos reflexionar y que confirman en la opinión de la que escribe que el aborto debería ser libre, legal y decisión de la mujer.
Una de estas verdades es que las mujeres hoy en Chile se hacen abortos –clandestinos por cierto, y muchos– no porque sus hijos vienen con una discapacidad, o porque su vida corre riesgo si se viera obligada a tenerlo, sino porque no quieren o no pueden o no se atreven a tenerlos. Esto está claro desde el momento en que en Chile es ilegal el aborto. La mujer chilena que vive en el país y decide abortar no va a un médico primero a preguntarle si su hijo tiene alguna alteración genética o de otro tipo. No va al médico a preguntarle si tener a ese hijo pondría en peligro su propia vida. Al contrario, lo más probable es que al percatarse de que está embarazada y de que no quiere tener al niño, evitará acudir a un médico de modo de ocultar el embarazo para que luego pueda ponerle fin, ya que en nuestro país el médico tiene el deber de proteger y velar por la vida del niño por nacer.
En Chile, la Constitución de 1980 establece que: “La ley protege la vida del que está por nacer”. Esto nos lleva a la otra verdad que ronda en torno al debate sobre el aborto. ¿Qué pasa con el niño que ya ha nacido? ¿Quién vela por él o ella? ¿Quién ayuda a protegerlo por ejemplo cuando ese niño tiene una discapacidad física o mental? ¿Don Francisco? Seamos honestos, en Chile el niño nacido con algún trastorno o enfermedad carece de importancia para la sociedad y el Estado. Esto es tan evidente que no es necesario dar ejemplos.
Al fin y al cabo, la verdad es que nos importa un comino la infancia. El pésimo estado de la educación en Chile ya pone en evidencia la falta de cariño y respeto que existe en la sociedad chilena hacia los niños en general. Los discriminamos desde el momento en que nacen, por su clase social, su apellido, el color de su piel, su estado físico, su capacidad o discapacidad. En fin, dime el ingreso de tus padres, y te diré quién eres. Y si al bajo sueldo de tus padres agregamos tu discapacidad, eres doblemente marginado. El aborto es ilegal en Chile porque una ley arbitraria de una dictadura lo determina así: y el Estado puede intervenir contra una mujer que busca el aborto. ¿Pero por qué el Estado no interviene cuidando a los niños ya nacidos? En realidad, ¿a quién protege la ley sobre el aborto en Chile? ¿A los niños? ¿A las mujeres? ¿O a los supuestos valores de una casta que manda?
Plantear la necesidad de legalizar el aborto desde la perspectiva del aborto terapéutico es un fingimiento en el Chile del siglo 21. El concepto del aborto terapéutico pone a las mujeres y a la sociedad entera en una dimensión complicada –pues alguien tendrá que definir cuándo en realidad la vida de la mujer corre riesgo– y continúa coartando la posibilidad de que la mujer ejerza su derecho a decidir lo que hace con su vida.
El debate sobre el aborto debería apuntar rápidamente a poner a la mujer en el centro de la discusión. Y ellas, nosotras, deberíamos entender de que hoy en día, al prohibir el aborto, lo que la ley (supuestamente) resguarda es el derecho del niño en gestación. Deberíamos introducir con urgencia al debate el concepto del derecho de la mujer. Deberíamos debatir el aborto libre, aquel que no exige justificaciones ni mentiras de ningún tipo, aquel que se centra en el derecho de la mujer a decidir si continúa con su embarazo o no. El aborto terapéutico socava el derecho de la mujer, un concepto que a estas alturas no debería ser radical pero en Chile lo es. La socava porque sigue poniendo el énfasis en terceros que no son la mujer, en este caso en la decisión médica, cuando todos sabemos que en la enorme mayoría de los casos de abortos en Chile la decisión no es médica sino personal.
Mujeres en Chile de todas edades, de todas clases sociales y de todas partes se hacen abortos. Seamos honestos y no nos veamos la suerte entre gitanos. Apuesto todo lo que tengo (que no es mucho) a que casi toda mujer –si no todas– de más de 30 años en Chile conoce a otra que se ha hecho un aborto o que ha buscado hacérselo, si es que no se ha hecho uno (o más) ella misma.
Y si yo tuve a mi hijo con Síndrome de Down, y si yo sé que lo hubiese tenido aún sabiéndolo de antemano, es porque yo lo he decidido así, no porque una ley dictatorial y sin fundamentos lo dicta así. Yo tuve a mis hijos porque yo tomé esa determinación, no por razones morales sino simplemente porque me sentía capaz económica y emocionalmente de tenerlos, y la tomé sabiendo que iba a velar por su bienestar, y por su salud mental y física toda la vida y sin ayuda del Estado. Pero el hecho de que yo haya tomado esas decisiones no obliga a otra mujer a tomarlas. Y no me despoja de la comprensión de que cada mujer tiene su precio — aquel precio que está dispuesta a pagar.
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