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Ernesto Guevara, una puesta al día

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Me meto durante 15 horas en Internet para ponerme al día:
descubro una fábrica cubana de níquel que lleva su nombre y va de líder en las
espartaquiadas. Un ciclista argentino recorre su ruta latinoamericana en
bicicleta. Regalan una estatua suya de cuatro metros para que sea colocada en La Higuera. El Senado
boliviano le pide a la inteligencia militar que diga si están en su poder el protocolo
de la autopsia y el acta de defunción del Che y exige que se desclasifiquen;
ambos documentos fueron negados a periodistas en nombre del secreto de Estado.
En Lima se vende una marca de cigarrillos llamada Che, con la eterna foto de
Korda en el frente. Se anuncia un nuevo programa sobre el Che en The History
Channel. En la
República Dominicana una manifestación con banderas del Che
reta a la policía que dice que no permitirá un paro nacional. Un concurso de
alguna televisora panameña declara al Che el político más importante del siglo
XX, con 60 por ciento de los votos. Luis Figueroa, quien hace dibujos del Che
en las cercanías de la casa en la que vivió en 1953, en Guayaquil, comenta: "Es
la imagen que más se vende. Por cada retrato de Jesucristo vendo 30 del Che. Ya
hasta puedo dibujarlo de memoria".

En una página de Internet llamada Sortorama se puede
encontrar su carta astral.

¿Deberíamos angustiarnos ante la mayoría de estas historias?
¿En nombre de qué soberana pureza deberíamos espantarnos de los fenómenos
comunes de la sociedad de consumo con los que convivimos diariamente? ¿Son más
perversas las camisetas de Ronaldinho que las del Che? Yo, siendo un convicto y
confeso ateo, ando muy feliz por ahí con mi camiseta del estandarte guadalupano
del cura Hidalgo, bandera de la primera Independencia de México.

No habría que inquietarse -no mayormente-, ya que son los
lamentables ecos periféricos de un culto de masas, que en muchos casos está
provisto de más potentes contenidos. Se hizo viejo Marx, nadie oyó hablar del
príncipe Kropotkin, Lenin se volvió sospechoso de haber inventado la dictadura
del proletariado sin proletariado y haberle heredado el monstruo a Stalin, que
lo corrompió a fondo con plácido delirio totalitario. En el gran espacio queda
el Che. Y en la medida en que la izquierda pierde falsa y vera historia a pasos
agigantados, queda solo. Así que en soledad se construye un culto laico en
torno a él, en cuya periferia aparece maligno el consumo pinche.

Su nieto Canek decía en una entrevista que por qué a nadie
le preocupaba que hubiera camisetas con la imagen de alguien tan banal en
nuestra historia contemporánea como Karol Wojtyla. ¿No ha vivido el catolicismo
durante años vendiendo estampitas de santos que todo lo curan? (Por cierto que
el Che, en uno de sus momentos de máxima miseria, y tuvo muchos, vendía
estampitas de santos por las calles de Guatemala para sobrevivir.)

Lo que sí debería preocuparnos es que la periferia invada el
corazón de la leyenda y lentamente la desplace. Que a fuerza de no contarlo,
mal contarlo, volverlo dogma, esquema o santo bobo, el Che se desvanezca
envuelto en seis carteles y una camiseta.

Nuevos testimonios
Desde que entregué a la editorial la última edición
corregida y aumentada de la biografía del Che, he estado guardando en una caja
los materiales nuevos que van cayendo en mis manos. Hay de todo. Entre otras
cosas un justificado interés por Celia, su madre (Julia Constenla: Celia, la
madre del Che, Editorial Sudamericana; Luciana Peker: La entrañable fortaleza,
Página12, 3 marzo, 2005), "una de las mujeres argentinas nacidas a principios
del siglo XX bajo el mandato de las trenzas escolares y del cuello planchado
con cera, y que forjaron su rebeldía con cortes a la melena, cigarrillos en la
mano e hijos sietemesinos"; y varios artículos sobre la discusión acerca de las
aventuras extraconyugales de su padre.

Quizá lo más interesante es la aparición de las memorias de
uno de sus compañeros de la infancia, Calica Ferrer (De Ernesto al Che, Marea
Editorial), que rescata las memorias del compañero del Che durante su segundo
viaje por Latinoamérica, en 1953. Resulta un libro amable, rico en anécdotas y
despojado del culto guevarista, es la historia de un viaje y dos amigos. Sobre
esa misma época, un reportaje de la
Afp en Internet ("El Che Guevara en Ecuador, una historia
fugaz y casi desconocida") cuenta con abundantes testimonios el paso de Guevara
por Guayaquil, donde vivía "en una casa del barrio Las Peñas, al final del
malecón del puerto"; una casa de balcones rojos que el guardián "rentaba para
citas amorosas a escondidas de los dueños" y que tenía muy poco "prestigio". El
Che salía de ahí siempre cargado de libros y no tuvo relación con los vecinos.

Ha salido (ya en Italia y supuestamente en español, aunque
aún no he conseguido un ejemplar) el libro que sobre su marido escribió Aleida
March, titulado Evocaciones, editado por Ocean Press. Por las entrevistas que
acompañaron su lanzamiento, es de suponer que quizá lo más interesante, además
de aportar historias sobre la vida familiar del Che, es la narración de los
encuentros clandestinos de la pareja en Tanzania y Praga, poco después de la
fracasada experiencia guerrillera del Congo, en 1966.

Dos materiales sobre la etapa mexicana del Che y la
preparación de la expedición del Granma son la biografía del general Bayo,
escrita por el periodista español Luis Díez (Bayo, el general que adiestró a la
guerrilla de Castro y el Che, Editorial Debate), y el libro de El Cuate del
Conde, Yate Granma.

Bayo, un general republicano español, fue conectado por
Fidel en el exilio mexicano y se hizo cargo del entrenamiento del Movimiento 26
de Julio en el rancho de Chalco, cuando contaba con 58 años. Fidel finalmente
no permitió que el general, quien se había presentado como voluntario
reiteradas veces, los acompañara. El libro registra su queja: "Me dejan por
viejo, no por cobarde". El Cuate del Conde es uno de los más singulares
personajes de la improvisada red que se creó en México para apoyar a los
cubanos: armero, responsable de la compra del yate, de una fidelidad y entrega
notables al movimiento.

Sobre la etapa revolucionaria cubana, Celia, ensayo para una
biografía, (La Habana,
2004) del riguroso historiador cubano Pedro Álvarez Tabío, que lamentablemente
no ofrece mayor espacio a la labor previa de Celia Sánchez en la sierra
Maestra, construyendo la red que salvaría a los expedicionarios del Granma.

Quizá el más interesante de los libros editados
recientemente es el texto de Ciro Bustos, El Che quiere verte (editorial
Vergara), que además de aportar muchos elementos sobre los intentos previos del
Che de organizar la lucha armada en Argentina, ofrece información sobre su paso
por la guerrilla y reabre el debate sobre cómo el ejército boliviano supo de la
presencia del Che en Bolivia.

También sobre la etapa boliviana, una nueva entrevista con
Paco, el superviviente de la masacre de Vado del Yeso, donde murieron Tania y
Vilo Acuña. La entrevista fue realizada por Vania Solares Maymura ("El
antihéroe de la retaguardia del Che", Econoticiasbolivia.com), la sobrina del
otro superviviente, poco después torturado y asesinado. Paco (José Castillo),
bajo presión, ofreció información al ejército y vivió bajo el estigma de ser
uno de los traidores de la guerrilla.

La aparición en Italia de Che Guevara. Top Secret, de
Vicenzo Vasile y Mario Cereghino (Bompiani, octubre de 2007), que recoge los
nuevos documentos desclasificados en Estados Unidos, parece confirmar la tesis
de que los gringos no tenían interés en la muerte del Che, a quien preferían
humillar políticamente, y tal como ha sido contado, fue la decisión de la
cúpula del ejército boliviano la que condujo al asesinato de La Higuera, el 9 de octubre.

Un último material: Arguedas confidencial, del periodista
boliviano Roberto Cuevas Ramírez, es una biografía repleta de información sobre
el contradictorio y extraño ministro del Interior boliviano responsable de
haber sacado el diario y las manos del Che de Bolivia para entregarlas al
gobierno cubano.

Materiales interesantes, pero que no cambian las
informaciones del gran marco, ni siquiera las historias secundarias, aunque
ofrecen una inmensa riqueza en los detalles. Pareciera que en lo esencial, la
historia ya está contada, y ha sido bien contada. Pero algunas polémicas
persisten e incluso se agudizan. No con fundamento.

Tania
Una de las polémicas abiertas es la que se origina por la
construcción de una leyenda negra que dice que la argentina-alemana Tamara
Bunke, quien colaboró en la preparación de la base en La Paz de la guerrilla boliviana
del Che, era una operadora de los servicios secretos de la RDA y por extensión de los
soviéticos, labor que siguió haciendo en Cuba y en Bolivia, espiando y
saboteando la guerrilla del Che.

La rocambolesca historia se origina en el libro de Daniel
James (Che Guevara, una biografía), que cuenta que un agente de los servicios
de Alemania oriental que desertó, la reconoció y dijo que Tamara había
trabajado para ellos en control de extranjeros. La historia ha sido recogida y
reiterada en otros libros. Friedl (Tania, la mujer que amó al Che, un libro
absolutamente especulativo y a ratos hasta grotesco), basado en información
policiaca, precisa: Männel, el desertor, aporta tan sólo un dato, en los
primeros meses de 1961 Tamara Bunke era "agente informal" de los servicios
alemanes. Lo que puede significar algo tan simple como que en una sociedad
autoritaria y policiaca, Tania ofrecía, de manera libre o coaccionada,
información a los servicios durante sus tareas de traductora. No hay que
olvidar que desde los 18 años pertenecía al Partido Comunista alemán.

Para apoyar esta tesis, Friedl dice que la CIA manejaba esta información,
pero fuera de recoger versiones (de Rodríguez o de Marchetti), no ofrece
ninguna prueba. Por extensión, se dice que trabajaba también para el KGB.
Parece obvio, si uno sigue la historia atentamente, que a partir de su
reclutamiento por los servicios cubanos, para Tania estaba clara la prioridad
de sus fidelidades, y que cortó relaciones con los alemanes.

Además de esto, Friedl, Geyer y otros infieren que fue
amante del Che, basados en una lógica formal muy discutible: "Si trabajaba para
los servicios, si era mujer…" (Meyer: "No hay duda que el Che y Tania fueron
amantes desde que se conocieron".) Algunos historiadores son bastante potentes
en esto de no dudar. La afirmación sustituye la información. El método de
construir una tesis es irresponsablemente fascinante y se reduce al simplismo
declarativo. ¿Las pruebas de sus afirmaciones? No, eso no tiene demasiada
importancia. Declaran: tuvieron relaciones sexuales, porque el Che era
mujeriego y Tania era agente de los rusos. Alarcón, en su último libro, es
partidario de esta segunda tesis, la de los amores, no la de la espía rusa,
después de haber dicho en volúmenes anteriores lo contrario. Pero en el tiempo
que pasó con el Che en la guerrilla no vio una sola prueba de afecto entre
ambos. Varios autores utilizan como comprobación (¡!) de la tesis la presencia
de Tania en Praga, durante unos días. No hay mucha seriedad en todo esto. He
revisado minuciosamente los textos y no producen un solo elemento, ninguna
referencia que apoye sus conclusiones. Otro tanto sucede con la tesis de que
era espía soviética. Los recientemente abiertos archivos del contraespionaje soviético
y de la Alemania
oriental no ofrecen ninguna prueba que sustente esta versión. Y ya puestos a
construir la leyenda negra de Tania, dicen que en el momento de morir estaba
embarazada. Curiosamente, el cadáver no fue sujeto de ninguna autopsia y el
único superviviente de la masacre de la retaguardia, Paco, nunca ha hablado del
asunto.

¿Cómo lo saben entonces? Pareciera que una nueva categoría,
la de historiador ginecólogo se incorpora al gremio.

La aparición de dos nuevos libros, el de Ulises Estrada
(Tania la guerrillera y la epopeya suramericana del Che, Ocean Press, 2005) y
Mariano Rodríguez Herrera (Tania, la guerrillera del Che, Plaza Janés, 2006) y
de los testimonios en entrevistas de su madre, Nadia Bunke (quien por cierto le
ganó un juicio en Alemania a Friedl y a la Aufbau Verlag,
obligando a la supresión de 14 pasajes del libro por considerarlos una
difamación), parecen dejar claro los últimos resquicios de la historia de
Tania, a más de aportar muchos detalles sobre la estancia del Che en Praga. Lo
sorprendente es que las calumnias se siguen repitiendo aquí y allá.

Las obsesiones de la nueva derecha
A toda esta producción de libros de testimonio, ensayos,
documentos, los cultos laicos, las nuevas biografías, se han sumado cuatro
películas sobre el Che y otras cuatro están en camino, decenas de documentales,
tres nuevas novelas: la del ex canciller boliviano Juan Ignacio Siles del
Valle, Los últimos días del Che. Que el sueño era tan grande (editorial
Debate), con una curiosa estructura de novela documental; Las andaduras del Che
del novelista español Ramón Chao, que busca el paralelo narrativo entre el Che,
y el Quijote, y El Misterio de las Tanias, del chileno Sebastián Edwards
(Alfaguara, 2007.)

La respuesta del mercado al culto social del Che está
llegando a límites de saturación. Y frente a estos comportamientos desatados,
los intelectuales de la nueva derecha se ponen nerviosos. Ellos,tan defensores
del capitalismo salvaje, tan benévolos con el sistema, se tiran de los pelos
ante sus aberraciones: los irrita hasta el delirio el vendedor de camisetas del
Che en el submundo de la economía marginal, se exasperan por la inmoralidad del
que muestra al turista la casa en la que el Che vivió en Guayaquil para ganarse
dos pesos, se escandalizan hasta el rasgamiento de camisas por la impureza del
chebisnes. ¿Son acaso ellos los guardianes del Che?

Dos personajes son buenos exponentes de la versión menos
matizada de la nueva reacción (en su extremo más culto estarían Jorge Castañeda
y el francés Pierre Kalfon) Humberto Fontova, autor de Exposing the Real Che
Guevara: And the Useful Idiots Who Idolize Him (Exponiendo al Che Guevara real
y a los útiles idiotas que lo idolatran), y Álvaro Vargas Llosa: The Che
Guevara Myth and the Future of Liberty (El mito del Che Guevara y el futuro de
la libertad) publicada por The Independent Institute; por cierto que si se
compran juntos en Amazon, te dan descuento.

Varios son los caminos de las voces conservadoras para
enfrentar al fantasma del Che: establecer que Fidel lo embarcó en la aventura
boliviana y luego lo traicionó para deshacerse de él, mostrar lo políticamente
incorrecto que Guevara era ("feroz exterminador de homosexuales en Cuba", se
dice en una página web, machista extremista, y se lee en otras tantas),
ridiculizarlo en función de la mercadotecnia existente (como si el pobre
Ernesto fuera accionista de las fábricas de camisetas que repiten su imagen) y
convertir al Che en un sádico asesino.

El asesino de La
Cabaña

En la red se han disparado las historias que hacen del Che
un asesino. Se le atribuyen los fusilamientos en la fortaleza de La Cabaña durante los primeros
días de la revolución cubana, con la consiguiente cuota de sadismo detrás de
ellos. El disparador es un artículo de Alvarito Vargas Llosa en The New
Republic, aparecido en julio de 2005 y difundido y ampliado por las comunidades
cubanas en el exilio: "La máquina de matar: El Che Guevara, de agitador
comunista a marca capitalista". Pareciera, contada la historia fuera de todo
contexto, que el Che por su propia iniciativa fusilaba a disidentes políticos
de la revolución.

Los hechos, narrados con mayor precisión y detalle
establecían que los tribunales de urgencia de La Cabaña habían sido creados
por el nuevo gobierno para darle respuesta a un clamor popular: la ejecución de
los torturadores y asesinos batistianos que habían sido capturados. El ambiente
estaba particularmente recalentado por los medios de comunicación. La
televisión, la radio, las revistas y diarios todos los días narraban, luego del
triunfo de la revolución, historias terribles sobre fosas comunes ocultas,
asesinatos de jóvenes desarmados, violaciones, torturas; sobre todo centradas
en la represión a las guerrillas urbanas, y además de mostrar cementerios
clandestinos, se hablaba de las matanzas de campesinos inermes durante las
ofensivas contra la sierra Maestra. Una encuesta privada realizada en todo
Cuba, mostraba que 93 por ciento de la población aprobaba los fusilamientos.

El Che fue nombrado auditor militar y tenía como misión
revisar los juicios de los dos tribunales especiales. Durante el tiempo que
ejerció el cargo, dos docenas de penas de muerte fueron pronunciadas y
ratificadas, 55 en total, si se la hace caso a uno de los responsables de los
tribunales, Duque de Estrada. Jules Dubois, en nada sospechoso de simpatizar
con la revolución, reseñaba en la prensa estadunidense el caso de uno de los
condenados, un policía que había confesado al menos el asesinato y tortura de
17 jóvenes durante la etapa de la lucha urbana.

Guevara no debe haber tenido dudas al ratificar las
condenas, creía en su justicia y en los últimos años había sacado de sí mismo
una tremenda dureza ante situaciones similares.

Las versiones actuales hacen crecer la lista de fusilados de
55 a 600
(en una página web llamada Che más mito que realidad) y destacan el caso de un
joven, menor de edad, insisten en repetir, llamado Ariel Lima, que en las
versiones más extrapoladas asientan que el Che se burló de su madre e incluso
le dio el tiro de gracia.

En todas las versiones surgidas de la mixtura (por ejemplo
el debate en la red con el título ¿Por qué dicen que el Che es un asesino?)
poco se sabe de Ariel, más allá de que estaba detenido por que había sido
miembro de las redes urbanas del 26 de Julio y bajo amenaza de tortura al ser
capturado denunció a varios de sus compañeros. Investigando un poco uno puede
descubrir a partir de la confesión de Caro, guardaespaldas del terrible jefe de
policía Esteban Ventura, que Ariel terminó trabajando para él y que participó
en detenciones y torturas de combatientes del 26 de Julio. Un testimonio cuenta
que Ariel participó en las torturas de Lidia Doce, una mujer de más de 40 años,
mensajera de la columna del Che, a la que éste dedica uno de los Pasajes de la Guerra Revolucionaria,
apaleada y luego metida en un saco, aún viva, y arrojada al mar.

¿Fueron los tribunales excesivamente rigurosos? ¿Se fusiló
inocentes? Sólo una revisión cuidadosa de la información y de los juicios
permitiría sacar conclusiones. No abunda este tipo de investigación en los
textos citados.

Fidel
Se ha publicado recientemente Cien horas con Fidel,
conversaciones con Ignacio Ramonet (La Habana, 2006). Que siendo un texto que enriquece
la versión de Fidel en torno al Che, no aporta nuevos elementos significativos
que los que había proporcionado en una entrevista previa con Gianni Miná. Desde
el otro lado del espectro político ha venido creciendo la propuesta de: "Si no
te gusta Fidel, chíngatelo con el Che".

Reiteradamente se ha propuesto la teoría de que el Che
abandonó Cuba en el 65 por una confrontación con Fidel, que se había producido
un "choque de trenes"; llevada a su extremo, la teoría dice que Fidel embarcó
al Che en la operación de Bolivia, y ya en el límite, que no sólo lo abandonó
sino que lo traicionó

Más allá de las filias o fobias de este historiador por
Fidel, por más que se ha insistido en el asunto, no existe ningún tipo de
elemento probatorio de tal cosa. El Che había decidido mucho antes su salida y
no era fácil ponerse en su camino cuando tomaba una determinación

El último material de la leyenda negra es La autobiografía
de Fidel Castro, de Norberto Fuentes, que exige una gran voluntad de parte del
lector. Dos tomos de mil páginas cada uno. El narrador de esta nota tiene que
reconocer que se limitó a leer el centenar de referencias que se hace del Che
en el libro sin leerlo de corrido. Más allá de la gracia del chismorreo
antifidelista y de las interioridades y más interioridades del proceso
revolucionario que Norberto conoció con cierta extensión, el libro no
discrimina entre la

información, la especulación, el chisme y la calumnia, y los
mezcla generosamente, haciendo una labor de mago para que el lector no pueda
distinguir entre uno y otro; reproduce documentos que no lo son, y
sistemáticamente pone en boca de Fidel palabras cuya veracidad es imposible de
establecer. Más cerca de la novela que del testimonio, induce peligrosamente a
sus lectores a dar por bueno el rigor en lo narrado. El libro merecería una
lectura más precisa, disriminando el material y rescatando aquello que pudiera tener validez.

En la lógica de andarle tocando los cojones a Fidel, ha
aparecido recientemente un artículo de los conocidos Maite Rico y Bertrand de la Grange ("Operación Che.
Historia de una mentira de Estado", Letras Libres, febrero de 2007). Que sostiene
que el cadáver recientemente desenterrado en Vallegrande y llevado a Cuba no
pertenece al Che. El artículo notablemente minucioso en la reconstrucción de la
historia, tiene el corazón de palo.

Con argumentos como que entre los vecinos de Vallegrande
"todo el mundo sabía" que el cadáver del Che había sido incinerado; que un
campesino, que en el momento de los hechos era un niño, declaraba que los
cuerpos de otros guerrilleros habían sido enterrados previamente al del Che,
porque él había visto el cadáver en el hospital después del entierro nocturno;
el testimonio de un restaurantero alemán que dice que "el Che era demasiado
importante para que lo enterraran con otros guerrilleros"; que la chamarra del
Che no fue enterrada sino que fue sustraída por uno de los médicos que hicieron
la autopsia. Suma una visión de la actual política cubana, de las necesidades
del sistema y concluye que el cadáver del Che no ha sido encontrado y que todo
se trata de un fraude. Poco les han de importar los argumentos de peso:
¿cuántos cadáveres con manos cortadas creen que se podía haber encontrado en la
tumba de los guerrilleros? A qué atribuyen la coincidencia de la estructura del
cráneo de los restos numerados con el número dos, con las singulares
características del Che, o el reciente testimonio de las pruebas de ADN) A los
apasionados en polémicas los remito.

En esta misma línea, el ex agente de la CIA Gustavo Villoldo
declaró al diario Nuevo Herald que él se encontraba presente en el momento del
entierro de Guevara, y que éste fue arrojado a una fosa común con otros dos
guerrilleros, por lo que considera que los restos encontrados no le pertenecen.
Villoldo también anda haciendo negocios con un mechón del pelo que dice que le
cortaron al cadáver del Che y que pretende subastar provocando la justa
indignación de Aleida March, quien calificó la operación como "repulsiva".

Che administrador
Un periodista argentino me envía un cuestionario para una
entrevista por Internet. En la pregunta cinco inquiere: "Cuando el Che estuvo
al frente del Ministerio de Industria en la isla, los indicadores mostraron que
su praxis era más valiosa en la selva que detrás de un escritorio. ¿Cómo evalúa
usted su paso por la función pública?" La pregunta coincide con varias
interpretaciones desde la derecha que parecen haber calado en ciertos sectores
de la opinión pública más allá del análisis, como la de Juan F. Benemelis en
Las guerras secretas de Fidel Castro, que habla de "su rotundo fracaso como
administrador de la economía cubana".

¿Es esto cierto? ¿Era el Che un mal administrador? Dediqué
varios capítulos de mi libro a contar minuciosamente el paso de Guevara por la
dirección del Ministerio de Industria. Es una historia apasionante. Su entrada
se da en momentos en los que la economía cubana está en el momento más dañino
producido por el cerco estadunidense. Se estatizaron fábricas improductivas,
pero había que mantener el empleo. Se necesitaban 2 mil geólogos y había dos.
De los siete ingredientes para hacer pasta de dientes faltaban cuatro, no había
clavos, de Miami se importaba todo; habían desaparecido los técnicos, los
administradores. El país perdió en días 75 por ciento de su comercio exterior.

Y será la intervención del Che, su trabajo de base en las
fábricas, su estilo de dirección, el que impidió el colapso. ¿Mal
administrador? Al que haya seguido de cerca la historia, la idea le resulta
risible.

La aparición reciente de los libros de Tirso W. Sáenz (El
Che ministro), Angel Arcos (Evocando al Che) y Luis Buch (con Reinaldo Suárez, Gobierno
revolucionario cubano), enriquecen la visión del día a día en este periodo, que
sin duda confirma mi percepción.

¿Qué hay pues de nuevo sobre el Che en estos años recientes?
La consolidación de un mito popular, sin duda, un mito en el
que abundan las visiones simplistas, los lugares comunes, pero también los
mecanismos de identidad con el llamado a la rebelión. En paralelo, y
afortunadamente, una mucho más rica oferta de información sobre el personaje.
La reciente publicación de El cuaderno verde añade dimensiones al Che que
muchos de sus admiradores no esperaban, y parece traer desde su estado
fantasmal el mensaje de que no hay revolución sin poesía. Al lado, una extraña
y graciosa periferia consumista que haría que al Che se le pararan los pelos de
punta.

Los mitos
Los mitos son por naturaleza longevos, resisten el paso de
un tiempo que no parece afectarlos; se mueven en el espacio de las medias
verdades, tienen versiones simplificadas y complejas, pueden resumirse en dos
palabras que no necesariamente serán iguales, o pueden contarse una y otra vez
durante días.

Los mitos más potentes suelen ser policlasistas, van de la
hoguera campesina a la mesa de café universitario y no siempre cuentan la misma
historia. Más allá de su mensaje central, las versiones difieren, las moralejas
varían.

Los mitos suelen adornarse en la memoria de los portavoces
del mito, las horas que duró la operación crecen, la inexistente sonrisa
aparece, la frase se vuelve más certera, el momento del choque más largo, el
miedo más difuso. A su lado aparece la magia.

Los mitos tienen una historia detrás. Son propiedad de las
sociedades. Están allí para ayudarlas a construir pedacitos de utopía, para
crear santorales, imágenes, referencias, estilos de actuación, una moral que
adoptar. A veces se tiende a olvidar dónde se cocina esta historia, se olvida
que en América Latina 45 por ciento de la población, cerca de 190 millones,
está por debajo de la línea de la pobreza. Y que no llegaron solos a ocupar ese
espacio en la sociedad, alguien los ayudó a estar allí.

Pero hay que tener cuidado con los mitos, porque contienen
una buena cantidad de falsedades. ¿Entre las muchas cosas que hay que rescatar
de los naufragios hay que salvar a Ernesto Guevara, al que en vida muchos
conocieron como el Che? Evidentemente. Y junto a él, al camarada Martov,
acusado injustamente de leproso menchevique; a la mejor pluma de la revolución,
el tal Trotski; al más simpático Federico Engels; al loco de Bakunin; al buen
Gandhi y su brillante lógica de la resistencia civil; a Rosa Luxemburgo, no por
fea menos encantadora; al soberbio feminismo de Simone de Beauvoir; a la
obediencia ciega al canto de la revolución de Buenaventura Durruti; a Max Hölz,
Robin Hood de la revolución alemana; al propio Robin Hood y a Sandokan,
precursor armado del antimperialismo literario, y a Ho Chi Minh, poeta en la
prisión y a tantos más que con sus vidas cuentan la historia de la entrega a la
pasión por cambiar a un mundo esencialmente injusto. Y hay que rescatarlos sin
religión ni dogma, nada más ajeno al pensamiento de la izquierda, sin
adhesiones ciegas, contándolos sin censura.

En el caso del Che, sin duda su imagen está asociada a la
idea de rebeldía; pero hay mucho más. En tiempos de travestismo político como
los nuestros, en los que los principios políticos se diluyen, todo es
posibilismo, compromiso y realpolitik, el Che es la perseverancia de las ideas,
el reclamo de los principios, la terquedad, la idea simple y justa de que la
política no puede ser otra cosa que ética concentrada.

El Che es también el estilo, la irreverencia y el desapego
ante el poder, la continua batalla contra la burocracia, las formas
desarrapadas; el Che es la burla de uno mismo y la autoexigencia brutal, el
nunca pedirle a nadie que haga lo que no se está dispuesto a hacer. Es un
mensaje portador del igualitarismo a ultranza, casi monacal, del respeto a los
parias, la dignidad del sacrificio.

Lo menos que le debemos es contar bien sus historias.

Desmitificar
Crecí en una generación en la que el racionalismo intentaba
montarse sobre el romanticismo y le daba un barniz, pero por mucho que
perseveraba, siempre brotaba bajo la frágil capa de pintura, nunca lo
sustituía; en la que el marxismo neanderthal imponía su maldición a palabras
como "aventurero" o "vagabundo", y en la que el marxismo chic adoptaba como
cantinela el verbo "desmitificar".

Soy plenamente consciente de que desmitificar al Che,
rehumanizar su mito por vía literaria, la única que conozco, la de contar
minuciosamente sus historias, es colaborar a la remitificación, y no me
preocupa. Creo en el derecho a los mitos. Soy también consciente que contar al
Che significa ayudar a recuperar otros derechos políticos, el derecho al
romanticismo, a la aventura y al vagabundeo, y creo que ya era hora de que los
recuperáramos, en su mejor sentido, en el sentido final en que todos ellos
invitan a ver el mundo con los ojos de "los otros", los que no tienen derechos
pero sí viven en el paraíso perdido del abuso; a tomar el partido de los
marginales, los desheredados, los leprosos, los pobres, los jodidos, los
últimos del mundo.

Fuetnte La Jornada

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