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Diario de una rebelde egipcia: ni un paso atrás

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Traducido por  Atenea
Acevedo

Ahdaf Soueif reflexiona sobre una semana de argucias y
violencia en Egipto… y concluye que también ha sido una semana de esperanza y
democracia en acción.

Quien esto lee sabe algo que yo, mientras escribo,
desconozco: sabe cómo terminó el día de hoy, viernes 4 de febrero, para el
pueblo egipcio. Ahora son las 7.00 de la mañana. Anoche dormí en casa de mi
hermano y desperté con el trinar de los pájaros y el eco de conversaciones que
llegan desde la calle. Las renovadas protestas a favor de la democracia empezarán
pronto y tenemos que llegar a la Plaza Tahrir. Habrá familias enteras lideradas
por la gente más joven. Ya telefoneamos a los amigos que pernoctaron en la
plaza, dicen que el ambiente está tranquilo. El jueves el nuevo vicepresidente
dijo que las manifestaciones tenían que terminar. Por su parte, el nuevo primer
ministro dijo no tener idea de cómo había estallado la violencia el miércoles
en Tahrir, pero que se iniciarían investigaciones; mientras tanto, pidió
disculpas al pueblo. También "mientras tanto" se desplazaron batallones de
fuerzas antimotines y elementos de seguridad vestidos de civil por toda la
ciudad que se dedicaron a gritar y empuñar pancartas y armas mientras
confrontaban a los manifestantes.

Pero será mejor seguir un orden cronológico. A continuación
transcribo fragmentos de mi diario en estos días…

Un manifestante en contra del gobierno descansa en medio de
las protestas contra Hosni Mubarak en El Cairo. Fotografía: Sean Smith para The
Guardian

Viernes 28 de enero
Hace tres días que hay marchas, pero acabo de llegar al
Cairo desde Jaipur y hoy participé en mi primera manifestación. Recorrí las
calles de Imbaba con un pequeño grupo de activistas, fuimos aplaudiendo y
gritando consignas.

La gente se asoma por los balcones y decimos: "Bájate del
techo / reclama tu derecho". Nos sonríen y saludan. Nos pasamos dos horas
caminando por el vecindario y gritando consignas contra la corrupción, el
desempleo, el sectarismo y el miedo. "Somos el pueblo / marchamos por el pueblo
y para el pueblo". Para cuando enfilamos hacia la Plaza Tahrir, donde
se concentrará la marcha, ya somos 5.000.

A medida que los manifestantes, provenientes de todos los
distritos, llegan a Tahrir las Fuerzas Centrales de Seguridad lanzan gases
lacrimógenos, disparan balas de goma y balas de verdad con escopetas,
convirtiendo la marcha en un campo de batalla. Gran parte de las municiones
llevan el sello ‘hecho en EE.UU.’. Nadie se sorprende, pero todos lo advertimos
y lo comentamos.

Suspendieron Internet y cortaron todas las comunicaciones
móviles.

"Erhel=¡Fuera!

Sábado 29 de enero
Estoy maravillada y conmovida por el hospital de campaña que
se ha levantado detrás de la
Plaza Tahrir: el joven personal médico, ellos y ellas,
muestran profesionalismo, dedicación y empatía. Las personas lesionadas hacen
gala de cortesía y coraje. Se ofrecen autos privados de manera voluntaria para
trasladar a la gente en peores condiciones y traer suministros médicos.

El gobierno retiró a la policía y a todos los cuerpos de
seguridad de las calles, así que los vecinos se encargan de organizar guardias para
protegerse. Los jóvenes han formado cuadrillas de vigilancia y cuidan sus
propios barrios. Se divierten levantando barricadas, inventando contraseñas,
revisando identificaciones y escoltando a los vecinos con gestos teatrales.

Toda la gente, en especial las mujeres, hace comentarios
sobre cómo incrementa la sensación de seguridad cuando no hay policías en las
calles.

Domingo 30 de enero
Uno de mis hijos estaba en Washington, D.C. y llevaba días
tratando de volver a Egipto. Hoy lo consiguió, mas no sin un susto momentáneo
cuando obligaron al avión a regresar a Atenas. Como el ejército bloqueó el
túnel que circunvala la residencia del presidente Mubarak (que no habita), el
trayecto desde el aeropuerto, que normalmente tomaría media hora, requiere de
tres horas y media.

Por la tarde vamos a la plaza. No se ven policías y los
ingresos están resguardados por el ejército y por jóvenes voluntarios. Hay
música, comida, agua, fogatas, debates y amabilidad universal. El gobierno ha
cerrado los bancos, las escuelas y las oficinas. Han dejado al país en suspenso
y pretenden hacer al mundo creer que quienes lo han hecho son los
manifestantes.

Martes 1 de febrero
Hoy es la "protesta del millón de personas" y el ambiente en
la plaza es fantástico. Parecemos seres que han despertado de una pesadilla,
que se han liberado de un maleficio. ¿Cuántos somos? En la plaza hay cientos de
miles. El ejército calcula que en las calles de todo el país hay unos 4
millones. Nuestra consigna común es "silmiyyah" (pacífico). Nos preguntamos
cómo es que consiguieron dividirnos, cómo lograron hacernos pensar mal de
nuestros jóvenes, dudar del prójimo. Y nos deleitamos en este espíritu de
inclusión, generosidad y buen humor que nos invade con gran facilidad. Nos
ofrecemos comida y bebida, conversamos, recogemos la basura. Todos juntos,
barrenderos, empresarios, meseros, académicos, granjeros… unidos. Ni un paso
atrás.

Miércoles 2 de
febrero

Me despierto resfriada y con dolor de garganta, así que paso
el día en piyama, haciendo entrevistas para radio.

Mi hijo llama desde Tahrir y dice que algo ha cambiado. Ya
no hay civiles en los puestos de control y los militares ya no revisan a la
gente. Nadie registra las bolsas. A los diversos puntos de ingreso a la plaza
llegan montones de provocadores y vándalos simpatizantes con el gobierno.

Escribo, hablo con los medios. Casi no tengo voz; mi tía,
médica, me da pastillas con cortisona para aliviar la tos.

Mi hijo vuelve a llamar y dice que los provocadores han
empezado a atacar, hay verdaderos enfrentamientos en las entradas a la plaza.
Chicas y chicos forman barreras humanas para impedir el paso de los vándalos.
Hay camiones que abastecen a los provocadores de armas y los laser se encienden
ante los manifestantes. Se improvisa una clínica que de inmediato empieza a
trabajar. Atrapan a los provocadores y los entregan, desarmados, a un ejército
impasible.

Tengo programado hablar en el noticiario del Canal 4.
Pregunto si pueden enviarme un auto, pero la situación es demasiado peligrosa y
no asumen la responsabilidad de mi traslado, de manera que acudo por mi cuenta.
Una vez terminada la entrevista Jon Snow me acompaña al auto. La batalla por
Tahrir está a menos de cien metros de donde estacioné el coche. En algún lugar
de la plaza están mis sobrinas, encargándose de la comunicación con el mundo
exterior; está mi hijo, filmando los enfrentamientos, y están muchas amistades.
¿De cuántas formas podrá desacreditarse y llenarse de vergüenza este gobierno?
La zona entre el Museo Egipcio y el hotel Rameses Hilton se ha convertido en un
desierto. ¿Es que antes de largarse prefieren desgarrar al país?

"Mubaraka ¡Fuera! Mi abuelo y mi padre están hartos de ti"

Jueves 3 de febrero
Me desperté sintiéndome mucho mejor. Hay internet, aunque la
conexión es lenta. Los celulares funcionan, pero no podemos enviar mensajes.
Todo el mundo llama a sus seres queridos para saber si están bien. El tendero
llama para preguntar si necesitamos algo y le pedimos pan, leche, té, huevos y
otras cosas básicas. De la tintorería llegan las cortinas recién planchadas que
el lunes descolgué y lave en un arranque de euforia. Las vuelvo a colgar.
Quienes no pasamos las 24 horas del día en la plaza creemos necesario mantener
cierto nivel de normalidad: nuestra revolución amerita cortinas impecables.

Hoy, camino a la plaza, el ánimo es sombrío. Sentimos la
necesidad de desplazarnos en grupos y varios decidimos estacionar los autos y
reunirnos cerca de la Ópera, y hacer juntos el corto paseo que lleva a
atravesar el puente Qasr el-Nil Bridge hasta la plaza. Hay autos estacionados a
ambos lados de la calle.

Todos los que caminamos hacia Tahrir llevamos cosas:
frazadas, botellas de agua, medicinas. Muchos traemos tarjetas para recargar
los celulares. Al aproximarnos a la mitad del puente se nos acercan tres
hombres; su lenguaje corporal evidencia que no vienen en son de paz.
Automáticamente nos unimos en una especie de falange, pero tratan de quitarnos las
mantas y los botiquines de primeros auxilios. A gritos nos dicen que tienen que
registrarnos, que es necesario llevar las cosas a un "puesto oficial". Nuestro
grupo grita con más fuerza: "¡Quítense, déjenos pasar!"

Es la primera vez que grito en las calles. De hecho, creo
que es la primera vez que pronuncio estas palabras. Agarramos nuestras
provisiones, nos tomamos del brazo y seguimos avanzando. Mi hermana, profesora
de matemáticas en la
Universidad de El Cairo, golpea a un hombre que intenta
quitarle el bolso.

Acabamos de enterarnos de que su esposo, Ahmad Seif, y
varios de sus colegas abogados y activistas fueron levantados del Centro
Jurídico Hisham Mubarak, donde ofrecen orientación a presos políticos y tienen
un centro para organizaciones humanitarias. No sabemos adónde los han llevado,
pero Ahmad le había dicho a mi hermana que si esto pasaba no debíamos
buscarlos, sino concentrarnos en la toma de Tahrir y mantener las protestas.

Los activistas que ya están en el centro de la plaza corren
hacia nosotras para ayudarnos. Llegamos al puesto de control de los jóvenes y
dejamos que nos registren; lo hacen a conciencia, pero con la mayor cortesía;
los chicos se encargan de los varones, las chicas de las mujeres. Dos soldados
observan todo. Un joven activista nos pide dejarles las frazadas, dice que
llevan dos días en la plaza sin nada con qué cubrirse. Los soldados se muestran
renuentes, pero acaban por tomar las frazadas.

El ambiente en la plaza es sobrio, se respira determinación
e indignación. La desinformación y las calumnias que difunde el gobierno hacen
daño, quizás más que los moretones y las lesiones infligidas a la gente. Ahora
entiendo completamente por qué las revoluciones necesitan tomar las estaciones
de radio y TV: hay que evitar la propagación de mentiras que el adversario
difunde sobre la revolución. Es increíble que el régimen se atreva a afirmar
que los manifestantes son agentes de Israel, Irán y Hamas(¡!). Eso dice la gente.
Y también dice "ni un paso atrás".

Me encuentro con amigos que viven y trabajan en Londres,
Bruselas, Nueva York y Doha. Nos abrazamos, nos sentimos en casa.

Me acerco a la línea de fuego que se formó ayer entre el
Museo Egipcio y la
Escuela Franciscana. La gente consiguió replegar a los
provocadores, pero ya empiezan a reagruparse. La zona de la clínica bulle de
actividad y hay jóvenes de pie, en los bordes de la plaza, con los brazos
enlazados para protegerla. Una mujer me ve escribir y dice: "Escriba. Escriba
que mi hijo está aquí con otros jóvenes. Estamos hartos de lo que le han hecho
a nuestro país. De que el gobierno divida a musulmanes y cristianos. De que
hayan hecho al pueblo pasar hambre. Nuestros jóvenes reciben humillaciones en
el extranjero y vivimos en un país de abundancia, un país que los poderosos han
convertido en un nido de corrupción".

Nos enteramos de que han detenido a otras 39 personas, entre
ellas siete de los jóvenes organizadores, secuestrados en plena calle tras
reunirse con El-Baradei. Recibo la llamada de una amiga: dice que muchos
egipcios cristianos están en ayuno, un ayuno por la victoria.

Viernes 4 de febrero
Tengo que irme a la Plaza Tahrir, donde ya se encuentra mi familia.
Mi hijo llamó y dijo que todo está bien, los militares hacen revisiones y todo
está en orden.

Lo que se debate y define en las calles de Egipto nos
concierne a todos. La cuestión fundamental para nosotros hoy es si puede
triunfar una revolución popular decididamente democrática, de base, incluyente
y pacífica.

8.00pm. Los provocadores se quedaron en las calles
laterales. La plaza está bien resguardada y todo el día, al igual que en los
otros dos días de paz que pudimos disfrutar, ha brindado un espacio para el
debate. Se articulan y discuten muchas ideas para poner la mirada en el futuro.
Somos testigos del antónimo de "vacío": tenemos una democracia en acción en
plena Plaza Tharir, estamos pletóricos de esperanza e ideas, y nuestros
gallardos jóvenes cuidan la periferia. Una periodista británica a la que conocí
en la plaza me dijo que haber vivido en carne propia los acontecimientos del
martes había sido un privilegio. En sus palabras, esa es la revolución ideal
que nunca soñamos con posibilidades reales.

Aquí la tenemos. Y nos aferraremos a ella con una actitud
pacífica y digna.

Gracias a: Tlaxcala

Fuente:
http://www.guardian.co.uk/world/2011/feb/04/egypt-rebel-diary-ahdaf-soueif

Fecha de publicación del artículo original: 04/02/2011

URL de esta página en Tlaxcala: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=377

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