TODOS conocemos ya la historia del joven informático
tunecino en paro Mohamed Boazizi que, para sostener a su madre y a su hermana,
vendía frutas y vegetales sobre una pobre mesa sin autorización en una pobre
calle de Sidi Bouzid. La
Policía derribó su mesa, las frutas y verduras corrieron por
el suelo, en la casa faltó el pan, la desesperación y la esperanza se batieron
violentamente, y el joven de Mohamed Boazizi se resolvió a algo terrible.
NdR piensaChile: Los videos a continuación
muestran imágenes cotidianas de nuestra realidad, en este Chile que se dice en
los umbrales del mundo desarrollado, cuando en verdad sigue en el "centro de la
injusticia", cuando en verdad estamos más cerca de Tunez que de Europa.
¿Qué pasaba por su corazón mientras se inmolaba en llamas?
¿Pudo más la desesperación? ¿Pudo más la esperanza? ¡Quién lo sabe! Pero es
otra la pregunta pertinente: ¿Qué miras en ese cuerpo en llamas? ¿Qué te revela
ese fuego y a qué te llama?
Hace mucho tiempo -lo cuenta el libro del Éxodo de los
hebreos-, en el desierto pagano de Madián, cercano a Túnez, un fugitivo llamado
Moisés -que la paz sea con él- pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró. Un día
se sintió irresistiblemente atraído por la cima del Horeb, llamado también
Sinaí, y observó una visión admirable: una zarza que ardía sin consumirse.
Moisés se descalzó de sus míseras sandalias y se acercó asombrado.
Era Dios. ¿Un Dios pagano? Era el único Dios, más allá de
todos los nombres. Dios en forma de Zarza Ardiente, Dios envuelto en llamas,
Dios bonzo, Dios mártir. Desde el fondo ardiente de todas las llamas que
abrasan el mundo, Dios dijo a Moisés: "He visto la aflicción, he oído el
clamor, he mirado el dolor. Voy a bajar para libraros. Vete al faraón, y saca a
este pueblo de su esclavitud". Así habló Dios a Moisés en el Horeb, el Sinaí,
el Atlas. Así habló en Mohamed Boazizi.
Mira, escucha, déjate estremecer. Déjate llamar por esas
llamas sagradas. Mira la infinita belleza del desierto de Túnez y su infinita
tristeza: ¿Qué ves? Mares de arena dorada, mares de dunas rosadas al amanecer y
azules al anochecer. ¿Qué ves? Mares de dudas, de historias irresueltas, de
caminos sin meta… ¿Qué ves? Oasis de fuentes frescas, de bellas palmeras con
grandes racimos de dátiles dorados…
Mira a Mohamed Boazizi -¡Dios lo guarde!- envuelto en
llamas. ¿Qué ves? Dios sin nombre y con todos los nombres, Dios sin mesa ni
pan, Dios en paro. Dios que espera contra toda esperanza. Dios que arde y jamás
se consume. ¿Qué ves? Un joven tunecino de 26 años, mártir por dar pan a su
madre y a su hermana. Mártir de su país, mártir de nuestro mundo. Mártir de
Dios.
"Mártir" significa testigo. Un joven informático que se pone
a vender frutas y verduras en la calle para dar de comer a su madre y a su
hermana es martirio y testimonio. Una pobre mesa violentamente arruinada por un
régimen dictatorial es martirio y testimonio de aquello que hay que abatir y de
aquello que no es lícito abatir (Jesús jamás habría derribado esta mesa, como
derribó aquella otra en el atrio del templo, desafiando al Sanedrín judío y al
prefecto romano).
Esos santos frutos de la tierra tirados por el suelo en un
mundo hambriento son un terrible testimonio y martirio de lo santo y de lo
inicuo. Un muchacho árabe -creyente o increyente, musulmán o laico, ¿qué más
da?- enfrentándose a un régimen árabe dictatorial, sostenido por cierto por
nuestra Europa, la Europa
sedicente democrática y defensora de derechos humanos…, ese muchacho es un
mártir, un testigo fidedigno de aquello que es justo y de aquello que no lo es.
Y estaría muy bien que nuestra Iglesia lo canonizara ya
mismo por aclamación, y creo que la campaña "subito santo" estaría más indicada
en este caso que en algún otro en el que ya está en marcha a bombo y platillo
desde el propio Vaticano. Mohamed Boazizi sería proclamado "subito santo" si
leyéramos el Evangelio no desde catecismos y cánones sino desde lo único que
importó a Jesús: la misericordia y la justicia y las Bienaventuranzas que no
conocen fronteras.
Era 17 de diciembre cuando Mohamed se hizo Zarza Ardiente.
Justamente, ese día celebramos los cristianos católicos "la Virgen de la O", la Virgen preñada, porque ese
día empezamos a entonar y a desgranar las siete bellísimas "antífonas de la O", una por día al atardecer
hasta el día 23, víspera de la
Nochebuena: "Oh Sabiduría que lo ordenas todo con firmeza y
suavidad", "Oh Adonai, Señor, que te mostraste a Moisés como Zarza ardiente",
"Oh Renuevo del tronco viejo y signo levantado para todos los pueblos", "Oh
llave que liberas de sus mazmorras a todos los cautivos", "Oh sol que naces de
lo alto para iluminar a todos los que viven en sombras de muerte", "Oh Deseado
de los pueblos para hacer de todos ellos uno solo", "Oh Emmanuel, esperanza de
salvación para todas las naciones".
Seguiremos cantando con emoción cada Adviento las siete
"antífonas de la O".
Seguiremos celebrando a la Virgen preñada con su vientre abultado de vida,
su vientre lleno de Jesús. Pero ya no deberemos olvidar a Mohammed Boazizi,
envuelto en llamas para consumir un mundo y alumbrar otro. Y con él
recordaremos al monje budista Thich Quang Duc quemándose en Saigón en 1963, a Jan Palach
inmolándose en la plaza de Praga en enero de 1969 y a tantas y tantos otros
bonzos desconocidos de todas las causas justas y de todas las convicciones.
Y evocaremos con piedad conmovida la escena del monte Horeb
o Sinaí, y escucharemos las palabras que "consumen y no dan pena": "He visto.
He oído. He mirado. Voy a bajar. Vete", pues ¿cómo quieres que baje Dios si no
vamos tú y yo y nos dejamos quemar hasta que nadie tenga que arder? ¿Cómo, si
no, acompañaremos a la Virgen
preñada y a todas las madres para que den a luz en la noche?
No sé lo que pasará en Túnez. Nadie lo sabe. No sé si se
establecerá sin tardar una auténtica democracia laica o se impondrá un
islamismo más o menos moderado, o los de siempre dejarán que pasen los meses
para que todo siga igual. No sé si las llamas de Mohamed Boazizi seguirán
ardiendo y acabarán arrastrando a todos los países árabes y a tantos otros
países -ya tiene imitadores en Argelia y Egipto-, o el miedo y la fuerza
acabarán pudiendo como casi siempre.
No sé, nadie sabe lo que pasará en Túnez. Pero una cosa
queda clara a la luz de estas llamas: la sedicente Europa democrática no puede
quedarse mirando a ver qué pasa, como si ella no tuviera nada que ver con lo
que ha pasado, con lo que pasa en todo el mundo. Como si ella no estuviera
sosteniendo dictadores y terroristas allí donde conviene por razones de
negocio. Como si ella no hubiera sostenido hasta última hora al dictador Ben
Alí, y no hubiera callado vergonzosamente hasta ultimísima hora, mirando a ver
qué pasaba.
Como si no fuera ella la que guarda en sus arcas todo el oro
que sacaron el dictador y su familia. Europa no puede seguir traicionando en la
práctica sus grandes principios, amparándose en el realismo político (léase
económico) o escudándose en cómodos e interesados tópicos de que el Islam es
incompatible con la democracia, el laicismo, los derechos humanos y la razón
crítica. Si Europa sigue eludiendo sus responsabilidades, es seguro que todo
seguirá igual, es decir, todo irá a peor en todas partes. Y sería como si
Moisés hubiese dicho al Dios ardiente de la Zarza: "No. Yo no iré". Entonces nada será
posible.
"He visto. He oído. He mirado. Voy a bajar. Vete", te dice
Dios en todos los lugares donde sigue ardiendo la zarza, la vida, el cuerpo, el
alma de sus criaturas.
– El autor es teólogo
*Fuente: Redes Cristianas
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