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El telefonazo como develador de una realidad.

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Nosotros, los que nacimos  en Chile a mediados del siglo XX, estábamos
convencidos que vivíamos en un país que tenía una democracia ejemplar,
porque así nos lo enseñaban en el colegio.  Además creíamos que éramos
serios, casi anglo sajones, que en Chile no habían llegado los negros o
éstos se habían muerto por el clima, y que los mapuches eran “poquitos” y
vivían lejanamente en un Sur que nos era desconocido.  Así lo decían
los libros de Historia, y si uno vivía en un pueblo de  provincia en la
Zona Central y sus padres leían El Mercurio como gran cosa, uno lo creía
a pié juntillas.

Los ingenieros de la U de Chile eran buenos, los puentes de
Ferrocarriles jamás se caían, los dentistas y los médicos conocían sus
profesiones, y esto nos daba una sensación de seguridad y orgullo.

Por supuesto que pasaban y habían pasado cosas de las que apenas se
hablaba.  La Ley de Defensa de la Democracia de González Videla, la
Matanza del Seguro Obrero, pero de eso no se hablaba en los libros de
Historia, y  solo a veces en los almuerzos de la antigua clase media,
que estaba muy orgullosa de sus bibliotecas y sus títulos
universitarios, se debatían estos temas.

A medida que pasó el siglo XX, la vida se encargó de abrirnos los ojos  a una realidad bastante diferente.

Nos empezamos a enterar que el 18 de Septiembre de 1810 proclamamos
nuestra independencia de la corona española, solamente porque esta había
caído en manos de los franceses encabezados por José Bonaparte, y en el
fondo estábamos adhiriendo en forma personal a los reyes borbones
españoles. La Independencia solamente llegaría en 1818.

Después nos enteramos que nuestra guerra del 79, sirvió para quedarnos
con el salitre e inmediatamente regalárselo a los ingleses, así Mr North
llegó a ser el rey de Chile sin corona.

Si viajamos al Sur constatamos que los mapuche no eran tan poquitos y
eran curiosamente  bastante parecidos a los “blancos” de la Zona
Central.  Y alguien nos contó de la fortuna que una de nuestras excelsas
familias había hecho a costillas del tráfico de esclavos negros.

Y si viajamos a USA  nos dimos cuenta que el clima era harto peor, y los
negros no se habían muerto. Y al empezar a mirar con otro ojo a los
transeúntes de las calles de Santiago, pudimos percibir ese toque de
congo y carabalí que antes no habíamos notado.

De repente se empezaron a evidenciar los vacíos legales de nuestra
Constitución que nos trajo un golpe de estado, que se descafeinó como
“pronunciamiento”  en el que  nuestros caballeros, católicos y púdicos,
se transformaron en generadores de terror y martirio, y empezaron a
actuar con una rapiña desenfrenada apoderándose de todo para sus buenos
negocios.  Y ahí se empezó a perder el cachet y el estilo, y ya nadie se
cuidó ni siquiera de aparecer decente.  Bastaba con ser rico.

A los ingenieros se les empezaron a caer los puentes, a calcular mal los
proyectos de gestión de la locomoción y a perder hasta la camisa en la
gestión de los mismos ferrocarriles que antes nos enorgullecían.  Pero
curiosamente nadie respondió por los descalabros.  Vacíos de la
legalidad, supongo. Y el cobre pasó de nuevo a manos foráneas.

Y así llegamos a la época en que todo empezó a fallar al unísono, como
cuando en las casa pasado ciertos años se estropea el calefón el mismo
día que sucumbe el refrigerador y se deshilachan las sábanas.  De
repente todo se ve más mal hecho que lo que suponíamos.

Las leyes no dan cuenta de la realidad, las calles son pequeñas para la
masa de automóviles y los hoyos grandes; los egresados de las
universidades no saben hablar en castellano, los profesores no conocen
sus materias, y los mapuche son muchísimos y son pobres y los pobres son
muchíiiiisimos más de los que creíamos.

Y parece que nuestra institucionalidad no cumple sus funciones, ya que a
espaldas de la población, con nula información, se contratan  plantas
industriales contaminantes y se las instala en cualquier parte.  Y al
producirse el escándalo, la institucionalidad empieza a mostrar sus
fallas.

El caso del telefonazo es emblemático, es casi como una iluminación. No
porque sea novedoso, sino porque fue hecho en forma tan espontánea  y
naïve,  tan pública y farandulera, que dejó a la vista del mundo
impúdicamente, el verdadero entramado entre la ley, las relaciones
sociales y el poder.

Ese llamado telefónico fue como una radiografía del Chile Real.  Nunca
había quedado tan claro a los ojos de los chilenos, de cómo funciona
este país.  Y no es culpa del actual presidente, que en ese sentido es
más  impulsivo y menos hipocritón que los anteriores, lo cual es
refrescante, porque el actúa como lo que es, un empresario eficiente que
toma decisiones rápidas y que lo importante son los resultados, no el
estilo o el impacto político.  Lo desastroso es que la realidad es esa.
El Estado Republicano majestuoso no existe  y  lo anterior fue un tongo
de cartón piedra, igual que los telones de las obras de teatro.

Esos presidentes republicanos que se paseaban con la Ley y el Orden bajo
el brazo como unos Moisés  modernos, resolvían también las cosas a
punta de telefonazos, telégrafo, palomas mensajeras y chasquis, según la
época.

El que dio la orden de matar a los Nacis chilenos en el Seguro Obrero,
lo hizo así.  Lo mismo que el que ordenó la matanza de Santa María de
Iquique.  Y al de la Ley de Defensa de la Democracia, seguramente le
llegó a él el telefonazo.

Esto es lo más parecido a una hacienda colonial que yo haya visto. 
Están los dueños y sus relaciones gobernando actualmente; los
administradores e intendentes, llaveros, secretarios, pastores,
cabreros, tractoristas y encargados de diversas faenas etc. que
gobernaron por 20 años, y están los inquilinos, que como su nombre lo
indica en Castellano son “arrendatarios” o un “habitante de un lugar”
pero que no lo posee.  Están como por adherencia y no tienen poder
ninguno. Ellos no hacen ni les llegan telefonazos.

Por supuesto que existe todo un entramado institucional, pero a la hora
de los q’iubos, los dueños arreglan las cosas comunicándose entre
ellos.  Los administradores y su gente roban, como siempre lo han hecho
los administradores de fundo y así hacia abajo.

Los dueños pueden ser buenos o malos con sus empleados e inquilinos y
caritativos o irrespetuosos , pero está claro que esta no es la realidad
que consideramos justa y deseable en estos tiempos. Por lo menos no es
coherente con el discurso de la modernidad, quizás más bien es post
moderno, donde nada es lo que parece.

Y nosotros como país somos solamente un pequeño sub sistema de la
organización mundial que sigue el mismo patrón.  En este caso como
exportadores de materias primas, somos la viñita y la mina de cobre de
la gran hacienda mundial, y nuestros poderosos, pasan a ser en este
sistema mayor, solamente los administradores de estos bienes, y el resto
no somos nadie.

En el caso específico de nuestro telefonazo nacional,  fue la fuerza de
nuestro rechazo,  el rechazo del montón de “nadies” encabezados por
algunas figuras conocidas en la TV, el que llegó a oídos del presidente,
y el actuó en consecuencia  en la forma más eficiente que conoce, dado
su estilo.  Se ha divagado mucho sobre los motivos de esta intervención,
lo claro es que si se piden cuentas públicamente y con energía, las
cosas empiezan a resultar, por las razones que sean.

Lo importante es que esta vez escuchó, cosa que no es habitual en los
residentes de La Moneda.  Pero lo más importante es darnos cuenta en que
sistema vivimos y  usar bien los resquicios de poder que deja el
sistema para tratar de modificarlo; porque esta percepción de la
realidad debería hacer cambiar nuestros parámetros abandonando las
ilusiones domingueras  sobre los reales intereses de los que manejan el
poder o de los que lo administran por delegación, confrontándonos con
nuestra capacidad de crear condiciones para que los “nadie” de este país
y de este mundo participen también en las tomas de decisiones.

Y eso va por la defensa de los espacios comunicacionales que se han
abierto y por la necesidad de conocer a fondo nuestra Constitución y
Leyes para defender todos los espacios de poder ganados y tratar de
modificar todo lo que pueda limitar nuestra libertad de expresión y
asociación.
Septiembre, 2010

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