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Que los jóvenes dejen de ser invisibles en América Latina

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Leo un desolador informe de la Comisión Económica para América Latina y
el Caribe (CEPAL) y la Organización Iberoamericana de la Juventud (OIJ).
Según esos datos, uno de cada cuatro jóvenes latinoamericanos ni
estudia ni trabaja. La estadística, que incluye a España y Portugal sin
especificar la cuantía que corresponde a estos dos países, asegura que
de 150 millones de jóvenes el 45 por ciento (68 millones) está
desempleado.

América Latina es, junto al continente africano, la única región del
mundo cuya juventud experimenta un crecimiento sostenido. Privada de la
protección social que se da en los países de nuestro entorno europeo, en
América Latina los jóvenes son invisibles para la sociedad, afirma
Eugenio Ravinet, presidente de OIJ. Naciones como México, Colombia,
Ecuador, Panamá y Perú sufren uno de los índices más altos de subempleo o
empleo informal entre la juventud (82,4 por ciento), superando en más
de un 30 por ciento el que se da entre la población adulta (50,3).

Si el desempleo entre los jóvenes de las clases más pobres y modestas es
un 19 por ciento mayor que en las clases media y alta, las mujeres sin
trabajo son un 10 por ciento más que los hombres, con la agravante de
que América Latina es la única región del mundo donde la tasa de
fecundidad entre las adolescentes ha seguido creciendo en los últimos
treinta años. Mientras en Europa se registra un 2,8 por ciento de
embarazos entre jóvenes de 15 a 19 años (un 4,8 por ciento en todo el
planeta), en Iberoamérica el porcentaje llega al 7,3.

Es efectivamente muy grave que una región como América Latina,
potencialmente tan llamada a emerger de la postración histórica que ha
venido soportando durante cientos de años, arroje índices tan negativos
para las generaciones llamadas a levantar su porvenir. Es bien sabido lo
que esa falta de alicientes para los más jóvenes comporta muchas veces,
pues la impotencia y la inacción pueden derivar en problemas de salud
mental, cuando no en derroteros que les lleven a la violencia o a la
drogadicción, tal como indican los alarmantes índices de delincuencia
que dan en algunos países latinoamericanos.

Ante estadísticas como la comentada, no puedo resistirme a recordar un
poema de Miguel Hernández (del que este año se conmemora el centenario
de su nacimiento), perteneciente al Cancionero y romancero de ausencias,
y cuya referencia debería obligar a los gobiernos iberoamericanos -y
también al nuestro por lo que le toca- a la necesidad urgente y
perentoria de llenar de estudio, oficio y expectativas a las jóvenes
generaciones para que sus países tengan futuro:

La vejez de los pueblos,
el corazón sin dueño.
El amor sin objeto.
La hierba, el polvo, el cuervo.
¿Y la juventud?
En el ataúd.


*Fuente: Diario del Aire

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