Malestar en el reino de los Gerentes
por Rafael Luís Gumucio Rivas (Chile)
14 años atrás 7 min lectura
Históricamente, el malestar es un sentimiento que surge en momentos en
que la gente se harta de una sociedad de “bienestar”, para los grupos
privilegiados, sin mayores horizontes de lírica épica, ni esperanzas.
Así se expresó, por lo menos, “le malaise” de los estudiantes de
Francia, en mayo de 1968.
Es cierto que del Centenario (1910) sólo nos queda el recuerdo de
algunas obras de los críticos del período: Agustín Ross, Luís Emilio
Recabarren, Nicolás Palacios, Alberto Edwards, Tancredo Pinochet,
Enrique MacIver, Alejandro Venegas, entre otros. La verdad es que la
crítica no fue el factor predominante en 1910, por el contrario, la
casta en el poder estaba muy feliz al cumplir cien años de dominio total
de la sociedad de la economía y la política.
Ningún Diario de los llamados serios- que no fueran las hojas obreras-
publicó crítica alguna al Chile del centenario: nadie estaba dispuesto a
dar a conocer las agudas diatribas del profesor Venegas contra el
sistema educacional, de Alberto Edwards contra el parlamentarismo, o de
Luís Emilio Recabarren contra los ricos. Si leemos El Ferrocarril, El
Diario Ilustrado o El Mercurio encontraremos publicado el discurso del
Centenario, de Juan Enrique Rodó, o el del vicepresidente Emiliano
Figueroa Larraín, un huaso ladino y rollizo, cuya simpatía y
superficialidad eran notables; a lo mejor, se podría encontrar una
artículo sobre economía del recién proclamado candidato presidencial,
Ramón Barros Luco.
El Diario Ilustrado, el 28 de septiembre de 1910, publicaba: “Al
desbordado turbión del pesimismo que parecía arrastrarnos ciegos a un
destino oscuro y lleno de zozobras ha sucedido una tranquila calma y una
hermosa seguridad de que marchamos con firme paso de gigantes hacia la
conquista del poder material, y del bienestar que es patrimonio de los
pueblos inteligentes, sobrios y respetuosos” (Reyes, Soledad, 2004:22).
En cierto grado los distintos autores críticos del Centenario
representaban el malestar den reducido sector de las élites: Agustín
Ross y Guillermo Subercaseaux eran contrarios al papel moneda, que
enriquecía a agricultores y banqueros, mas bien eran reformistas
económicos y querían volver al padrón oro, derogado por el presidente
Aníbal Pinto, en 1878; ambos pertenecían a la casta en el poder. Enrique
MacIver era un radical, partidario del liberalismo económico, y su
crítica se dirige fundamentalmente a la corrupción de costumbres,
producto del auge del salitre.
Nicolás Palacios y Tancredo Pinochet, si bien denunciaron la situación
de miseria y de explotación del roto pampino y de los campesinos, fueron
especialmente nacionalistas, contrarios a la explotación extranjera del
salitre. Alberto Edwards y Francisco Encina fueron historiadores émulos
de Diego Portales y de Manuel Montt, bastante antidemocráticos y
fundaron un pequeño grupúsculo, el Partido Nacionalista.
Alejandro Venegas era un profesor secundario, vicerrector del Liceo 1 de
Talca, masón y anticlerical, que jamás militó en el Partido Socialista,
ni siquiera en el demócrata, mas bien votó, en todas las elecciones
presidenciales, por candidatos de la Alianza Liberal- incluso fue
partidario de Pedro Montt, sin embargo, sus críticas a los partidos
políticos, a la religión y a la educación fue bastante radical, lo que
le significó su jubilación prematura.
Sólo Luís Emilio Recabarren se puede considerar un crítico del
Centenario, cercano al proletariado y militante de la tendencia más
avanzada del Partido Demócrata, posteriormente los partidos Socialista y
Comunista. La conferencia pronunciada en Rengo, en septiembre de 1910,
Ricos y Pobres, expresa claramente que los pobres no tienen nada que
celebrar en el Centenario.
En 1907 todos los Diarios de la casta en el poder se negaron a publicar
sobre la Matanza de Santa María de Iquique, la única excepción fue el
diario católico popular, El Chileno, que imprimió un artículo de
denuncia, firmado por Nicolás Palacios.
Es completamente falso que los literatos críticos de la sociedad chilena
de 1910 fueran bien acogidos por su clase: a Luís Orrego Luco se le
negaba el saludo y se atravesaba a la otra acera cuando se le divisaba;
su pecado fue haber publicado la novela, La Casa Grande donde, según las
señoras católicas, hacía apología del divorcio, se burlaba de los curas
– como del cura Correa, pastor de ovejas gordas- de los especuladores
de la Bolsa y de los senadores, tan fatuos como los actuales. Joaquín
Edwards Bello fue prácticamente obligado a autoexiliarse, en Brasil, al
burlarse de su propia clase, en su novela El Inútil.
Es posible que para el 2010 no sea necesario llegar a esos extremos,
pues hay muy pocos intelectuales críticos, y es muy fácil exiliarlos
condenándolos al anonimato. Por lo demás, los Diarios de Derecha, que
monopolizan la Prensa, tiene a sus propios pensadores conservadores,
liberales y seudo izquierdistas que sirven muy bien al coro celestial
del poder neoliberal. Nada más fácil que convertir en eunuco a un
antiguo estalinista, como hay varios en esta viña del Señor.
Lo que va de ayer a hoy
Es cierto que el Chile de 1910 tiene poco que ver con el Chile de 2010,
pues aun cuando este país sea uno de los más conservadores e
inmovilistas del mundo, algo se avanza en cien años: ya no muere un
tercio de los niños nacidos vivos, tampoco hay pestes o epidemias que
diezmen la población
Por otro lado, ya prácticamente no hay analfabetos que, en 1910,
superaba el 50%. La Constitución garantiza hasta la Educación Media,
aunque su calidad va a cojear por un buen tiempo. Los hospitales no han
cambiado mucho, pero ciertamente, son distintos a los de 1910. La
esperanza de vida ha pasado de cuarenta a ochenta años.
En 1910 no había impuesto a la renta, y los créditos a los agricultores
se licuaban con una inflación galopante; la casta oligárquica vivía y se
enriquecía con el salitre y los Bancos. Hoy el impuesto a la Renta lo
paga, fundamentalmente, la clase media, pues grandes las empresas
cancelan un impuesto irrisorio.
La oligarquía de 1910, al menos, más nacionalista e inteligente que la
actual: cobraba un 50 por ciento Fob por quintal de salitre exportado y,
algunas veces impedía el acuerdo de los salitreros británicos para
controlar la producción y así tener los preciosa su amaño El presidente
Domingo Santamaría lo suficientemente cazurro para esperar a los
salitreros y cobrarles el impuesto al embarcar el nitrato. Hoy nuestra
casta está tan disminuida que sólo cobra el 3 por ciento del Royalty y
no sabe en qué gastarla.
En ambos Centenarios las casta profitan, en el primero la oligarquía se
aprovechó del auge del salitre, y hoy del alto precio del cobre –no
quiero pensar cuando su precio baje como es lógico que ocurra cuando
explote la burbuja de las materias primas, al menos sabemos que el
capitalismo se desarrolla entre burbuja y burbuja; de las punto.com a
Enron, de las casas, a los Bancos, de los Bancos a las materias primas,
aun cuando no creo en milagros, pero que los hay, los hay-.
Es cierto que el sistema parlamentario eclosionó en 1925, pero a pesar
de sus múltiples defectos no es más malo que la actual democracia
protegida, de la monarquía presidencial y la corte de partidos
políticos, compuestos por dirigentes vitalicios, feudales y apitutados.
Posiblemente las municipalidades no están tan corrompidas como las de
la comuna autónoma, impuesta por los partidos en la guerra civil de
1891, sin embargo, los casos de alcaldes enjuiciados y los malos manejos
municipales no son pocos.
La relación entre los negocios y la política era similar en 1910, como
en la actualidad, a lo mejor, con la diferencia de que en el primer
Centenario los negociados eran más desembozados y francos. Es difícil
ver la diferencia entre le Gate y el Sindicato de Obras Públicas.
El sistema electoral binominal falsificaba tanto la voluntad popular en
1910, como en la actualidad; si en el primer Centenario se compraban los
votos, ahora no es necesario hacerlo, pues los senadores y diputados
son vitalicios, gamonales y dueños de sus Distritos y tiene a sus
borregos, perdón sus electores asegurados. Nada muy distinto que los
Circunscripciones de 1910: Por ejemplo, Curicó pertenecía al cacique
Fernando Lazcano e Iquique a Alfredo del Río hoy a la Ximena Rincón y
Andrés Zaldivar
Al igual que en 1910, Chile pasa de una euforia especulativa bursátil a
una depresión. Del optimismo autosatisfecho, del resurgimiento, es
seguro que pasaremos a pesimismo. No sería nada de raro que el
Bicentenario nos encuentre en plena crisis moral. Con una casta política
abominable y abominada.
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