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Un diseño ecológico para la democracia

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La democracia es seguramente el más alto ideal que históricamente ha
elaborado la convivencia social. El principio que subyace a la
democracia es: «lo que interesa a todos debe poder ser pensado y
decidido por todos».

Tiene muchas formas: la directa, como es vivida en Suiza, donde toda la
población participa en las decisiones vía plebiscito.

La representativa, en la cual las sociedades más complejas eligen
delegados que, en nombre de todos, discuten y toman decisiones. El gran
problema actual es que la democracia representativa se muestra incapaz
de reunir a las fuerzas vivas de una sociedad compleja, con sus
movimientos sociales. En sociedades de gran desigualdad social, como
Brasil, la democracia representativa asume características de
irrealidad, cuando no de farsa. Cada cuatro o cinco años, los ciudadanos
tienen la posibilidad de escoger a su «dictador» que, una vez elegido,
se dedica más a hacer una política palaciega que a establecer una
relación orgánica con las fuerzas sociales.

La democracia participativa que significa un avance respecto a la
representativa. Fuerzas organizadas, como los grandes sindicatos, los
movimientos sociales por la tierra, la vivienda, salud, educación,
derechos humanos, ambientalistas y otros han crecido de tal manera que
se constituyen como base de la democracia participativa: El Estado se
obliga a oír y a discutir con tales fuerzas las decisiones a tomar. Se
está se imponiendo por todas partes especialmente en América Latina.

Está también la democracia comunitaria que es característica de los
pueblos originarios de América Latina, poco conocida y reconocida por
los analistas. Nace de la estructura comunitaria de las culturas
originarias de norte a sur de Abya Yala (nombre indígena para América
Latina). Ella busca realizar el « vivir bien» que no es nuestro «vivir
mejor» que implica que muchos vivan peor. El «vivir bien» es la búsqueda
permanente del equilibrio mediante la participación de todos,
equilibrio entre hombre y mujer, entre ser humano y naturaleza,
equilibrio entre la producción y el consumo en la perspectiva de una
economía de lo suficiente y de lo decente y no de la acumulación.

El «vivir bien» implica una superación del antropocentrismo: no es sólo
la armonía con los humanos, sino con las energías de la Tierra, del Sol,
de las montañas, de las aguas, de las selvas y con Dios. Se trata de
una democracia sociocósmica, donde todos los elementos se consideran
portadores de vida y por eso incluidos en la comunidad, respetando sus
derechos.

Por último, estamos caminando hacia una superdemocracia planetaria.
Algunos analistas como Jacques Attali (Breve historia del futuro, 2008)
imaginan que será la alternativa salvadora ante un superconflicto que
podría, dejado a su libre curso, destruir la humanidad. Esta
superdemocracia parte de una conciencia colectiva que se da cuenta de la
unicidad de la familia humana y de que el planeta Tierra, pequeño, con
recursos escasos, superpoblado y amenazado por el cambio climático,
obligará a los pueblos a establecer estrategias políticas globales para
garantizar la vida de todos y las condiciones ecológicas de la Tierra.

Esta superdemocracia planetaria no anula las distintas tradiciones
democráticas, sino que las hace complementarias. Esto se consigue mejor
mediante el biorregionalismo. Se trata de un nuevo diseño ecológico, es
decir, de otra forma de organizar la relación con la naturaleza a partir
de los ecosistemas regionales. Al contrario de la globalización
uniformadora, valora las diferencias y respeta las singularidades de
cada región, con su cultura local, haciendo más fácil el respeto a los
ciclos de la naturaleza y la armonía con la Madre Tierra. Tenemos que
rezar para que este tipo de democracia triunfe; si no lo hace, no
sabemos en absoluto hacia donde seremos llevados.
2010-07-02

*Fuente: Koinonia

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