El secreto indígena de los terremotos chilenos
por Ziley Mora Penrose (Chile)
15 años atrás 30 min lectura
Subir para Ser: el camino de Chile y de las naciones andinas
Chile, es una terraza volcánica imposible. Un territorio-nación que
vive en los bordes de una placa rocosa y de cara a los abismos de otra:
una rareza de habitar, sólo a condición de asumirse como siempre “en
tránsito”, desde la precariedad de una vida no definitiva y en
construcción constante, como si el país hubiese sido concebido como un
largo y angosto camino para solo “pasar” hacia las grutas de lo alto,
en una constante y eterna transhumancia. “Chile es una especie de
terraza, una terraza infinita, infinitamente larga y angosta, al borde
de un océano gigantesco. Esta es una proposición de infinito que es
hecha a los chilenos, que ha debido darles una originalidad profunda….”,
nos recordaba el escritor francés André Frossard al conocer el país el
año 1987[1]. Pero la tentación es quedarse en estas tan atractivas
costas (lo eran más aún -y en grado superlativo- antes del “progreso
europeo”, y particularmente por su aromática selva valdiviana que casi
cubría todo el territorio). Su “loca geografía” una curiosidad de la
naturaleza: es un país instalado en una cornisa de roca con salida y
vista al mar, inestable plataforma que pende como un balcón desde la
alta cordillera andina que no deja de crecer y crecer. Porque la placa
de Nazca del fondo del lecho marino empuja a la placa terrestre de sus
costas metiéndose por debajo como una cuña gigantesca y obligándola a
subir. Desde hace milenios, la dicha placa de Nazca, a la altura del
Ecuador por el norte y hasta los hielos de Aysen por el sur, avanza
hacia el continente, a su vez que la placa Sudamericana lo hace hacia el
océano. En esa “pelea de titanes” –como tan curiosamente lo ha llamado
una periodista científica chilena por estos días- la de Nazca “agacha su
nariz para pasar por debajo de la Sudamericana, levantando a ésta
última. En el punto de contacto entre ambas se genera un plano de 23
grados”.[2] El mismo Concepción hoy (luego del cataclismo del 27 febrero
del 2010) se ha movido más de tres metros de su antigua posición y
levantado otros dos. En esta hora, en que de nuevo toda la modernidad
parece caer (techos, construcciones, antenas satelitales, puentes…) no
nos damos cuenta de lo esencial. Porque a pesar que nuestros ojos todo
lo ven en el suelo, lo que en realidad ocurre es que todo apunta a
subir. Y esto es justamente lo que desde el fondo del tiempo, desde el
fecundo útero del mito arcaico , saben los viejos kimches (sabios)
mapuche (principal etnia del centro-sur de Chile) y que nos vienen
repitiendo: en el mito mapuche de Kay-Kay y Treng-Treng. En substancia
este mito afirma que en estas tierras habrá una lucha eterna entre la
serpiente de lo marítimo-bajo-húmedo (Kay-Kay) contra la serpiente de lo
terrestre-alto-solar (Treng-Treng). El mito afirma que cíclicamente la
serpiente de las aguas intentarán anegar los montes sagrados para
obligar a sus habitantes a evolucionar y subir hacia las cimas secas,
empujándolos a que habiten donde les corresponden: muy cerca “de los
dominios del sol”. Pero estos lugares altos, para contrarrestar el
apetito de destrucción de la serpiente de las aguas, subirán más aún,
estirándose unas puntas de tierra y roca hacia arriba, nunca dejándose
atrapar totalmente, salvando así a un puñado de humanos despiertos. De
lo contrario, Kay-Kay transformará a la mayoría de la masa indolente y
poco vigilada de la costa (al respecto, es my curioso que el cerro
costero más alto de Concepción se llame Chepe , del mapudungun threpe,
“despierto”, ), en peces y obscuros animales marinos, tal como lo
registrara la primera versión del mito que corresponde al cronista
jesuita Diego de Rosales, hacia fines del 1500. Vale decir, según este
mito, el precio de no subir es la involución, la degradación de la
humanidad.
Conviene apuntar a aquí que en la zona de Arauco y en la región de la
Araucanía hay unos cuantos cerros sagrados que llevan el nombre de
Treng-Treng, sitios de profunda significación sagrada para las actuales
comunidades mapuches. También conviene recordar que en el antiguo
Egipto, el primer islote de “entropía negativa”, el primer signo de
orden vencedor del obscuro caos primordial de las aguas, es una montaña
puntiaguda que emerge como protopirámide y residencia de los ocho
primeros dioses -la Ogdoada- llamada extraña y coincidentemente
Beng-Beng… Allí mismo , y sobre ese único triángulo seco que luego de
servir de sede para “el aterrizaje” del panteón divino del Alto Egipto,
cobijando como un útero de piedra a los hombres-dioses, llegará a
posarse “el pájaro Beng-Beng”, el ave sagrada símbolo de la reinvención y
el nacimiento evolutivo constante del iniciado, que luego pasaría a
conocerse como el Ave Fénix, por su resilente poder de renacer desde sus
propias cenizas.
Este fenómeno de la lucha cíclica de ambas serpientes, según el texto
oral del mito, ya se ha repetido en otras épocas remotas, donde solo
uso muy pocos elegidos, subieron a las cumbres. El mito les previno que
lo hicieran ligeros de equipaje, en pareja, de a cuatro, dos parejas de
jóvenes (fuerza) y dos parejas de ancianos (sabiduría), la simbólica
representación de las “cuatro personas divinas de la Füta Newen , “la
Gran Energía”, es decir, la Tetralogía sagrada, el Ser Supremo mapuche.
El único utensilio tecnológico prescrito para el viaje ascendente es
una vasija de madera, con la expresa indicación de llevarla “como olla”
sobre sus cabezas, en la posición utilitaria, es decir, no de casco o
“de sombrero”, como lo indicaría una lógica de emergencia. Y esto para
dos fines: para protegerse del fuego y de la luz excesiva que podría
abrasarlos a causa de su inaudita cercanía (”nadie puede ver a Dios en
directo sin morir”) y, sobretodo, abierta hacia los dones de Arriba,
hacia lo Infinito, dispuesto a recoger las gracias e iluminaciones del
infinito abismo de Arriba, el Wenumapu (literalmente: “la Patria de
Arriba” de donde viene la chispa de nuestro pëllu, el espíritu
personal). Tal sería la razón de mantener dichas vasijas como
receptáculo: cambiar el esquema de los frutos de la tierra y de las
aguas y ahora acompañarlos de una nueva “dieta”: los rayos del sol y de
los mensajes de las estrellas. Porque vivir será ahora, -luego de la
gran Crisis del maremoto- un alimentarse con las comunicaciones del
Cielo.
A esta altura, y aparte de revelarnos un par de trascendentes motivos
del sentido de la vida humana (la evolución hacia la Luz de lo Alto) y
el por qué venimos a existir como humanos en esta terraza o inestable
balcón de tierra volcánica llamada “Chile”, el mito mapuche nos revela
el sentido de un desastre, la razón secreta de la catástrofe. Cada vez
que ocurra un terremoto o maremoto en la tierra chilena es un una clase
magistral de la pedagogía divina reeditada, de la Füta Newen cósmica:
viene y se produce ( ¿o se “nos envía”?) para reordenar una falsa
existencia que ya no tenía casi nada de humana y que corría el gran
peligro de traicionar su esencia, tornarse en fuerza ciega e
involutiva, en alimento para que lo humano sea digerido por los jugos
gástricos de los intestinos marinos de Kay-Kay. Dicho sea de paso, en
el quechua antiguo del Perú (idioma del cual el mapudungun -la “lengua
de la tierra” mapuche- exhibe muchos préstamos) Kay significa nada
menos que “Dios”. Así, todo terremoto o tsunami (su ancestral aliado)
viene para remediar un olvido ontológico, viene como un justiciero
divino cuya misión es sacudirnos y lavarnos de la falsa identidad con
que identificamos lo medular de la vida, el apego a los “placeres de la
terraza playera”. El Dios Kay-Kay, así, reduplicado como una ola que se
renueva, viene más bien a arrastrar a su lecho marino lo que le es
suyo, lo que ya le está perteneciendo; es decir su mafin, su “pago”, su
cuota de hombres que no “califican” o no suben la montaña evolutiva
del Treng-Treng, los que se animalizaron (¿en el acuoso y bajo medio de
las emociones pervertidas?). Porque solo este sacudón, esa imprevista
violencia telúrica para hacer caer los espejismos (¿a quién en Chile
alguna vez no se le ha quebrado un espejo?) y una vez despojados de las
mentirosas falsas prioridades, puede hacernos marchar hacia los cerros
sagrados del Tren-Treng, símbolo del Wenumapu, “la patria de Arriba”.
(Entonces ¿cómo no acordarse, a esta altura, de la aseveración de
Novalis, el romántico alemán, que una vez dijera con ancestral intuición
que “cada desastre de la naturaleza es el recuerdo de una patria
superior”?). También –y dicho sea de paso- el origen latino de la
palabra “desastre”, tiene que ver con “descaminarse de la ruta del
astro”, de la singladura de la propia estrella. Es decir, caemos en el
desastre cuando nos apartamos de nuestro astro propio, cuando dejamos de
conectarnos con el mundo superior de nuestra misión, de nuestra
estrella singular…
Las catástrofes vienen sincronizadas con la vibración del alma humana
A la luz de las evidencias sísmico-geológicas, tan cercanas a cualquiera
por lo abundantes en la realidad histórica de Chile, y de la profusión
de datos etnográficos recogidos por este autor durante casi veinte
años en la zona indígena del centro-sur de Chile, nuestra tesis es que
podemos afirmar que la visión indígena de los terremotos es ultramoderna
(más allá de esta postmodernidad), hipercientífica, y “cuántica”, en
cuanto que ella da cuenta de los enlaces infinitesimales entre las
vibraciones humanas y las vibraciones geológicas (éstas últimas capaces
de ser inducidas o bien bloqueadas por aquellas). En su tan valiosa y
monumental obra “Viaje de un naturalista alrededor del mundo” de CHARLES
DARWIN, éste prominente investigador inglés registra unos más que
preciosos detalles etnográficos en los cuales subyacen una buena
síntesis de la visión y del “secreto” mapuche de los terremotos, misma
que en la década de los ochenta yo verificara personalmente entre las
comunidades indígenas de el sector andino de la Araucanía. En ella -y
con ocasión de ser el científico inglés testigo de los desoladores
vestigios del reciente e inmenso maremoto y terremoto sufrido por las
gentes de Talcahuano, el 20 de febrero de 1835- adelantémoslo, se
nos asoma una más que apasionante mirada de la realidad humana y
geológica, percibida ambas -por las gentes del Chile de antaño- en
íntima asociación, unidad y comunicación. Es decir, desde lo arcaico –y
ya mucho antes que científicos como Francisco Varela y Humberto
Maturana, en nada casual “chilenos” de nacionalidad- se nos confirmaría
la premisa más importante de las recientes ciencias cognitivas: el mundo
humano decide la realidad, el mundo de la realidad circundante, ya que
éste emerge de aquel, porque el yo humano, en la activa construcción de
su mundo y realidad, siempre tendrá “velas en ese entierro”. Se trata de
un par de citas darwinianas de ese viaje, fundamentales, que me
movieron a redactar este ensayo (unas citas cuyas notas personales
también tienen una historia muy curiosa y extrañamente ligada a los
terremotos [3]), citas claves para este capítulo fundamental que busca
rescatar un olvidado rasgo de la sabiduría ancestral. Estimo que estas
apuntes de Darwin aluden al núcleo del fenómeno; es decir dan cuenta
del por qué se producen los terremotos, la causa humana generadora – o
al menos activadora y potenciadora- de dichos gigantescos desequilibrios
telúricos. Darwin, desde la oralidad indígena de los lugareños,
registra que ese terremoto fue evitado en una zona del país, en Chiloé ,
porque allí no se taponaron los volcanes de la zona, lo que sí habría
ocurrido más al norte, en Concepción-Talcahuano, precisamente a causa de
una acción humana –siempre generada de mundos intencionales- que linda
con una muy consciente intervención mágica, el evento secreto que
ocasionaría el cataclismo. Vamos a la primera cita :
“En ese lugar [en dos volcanes cordilleranos frente a Chiloé ], una
erupción se produjo, pues, en vez de un terremoto, cosa que hubiera
ocurrido en Concepción si según lo pensaban las buenas gentes de esta
ciudad, unas hechiceras no hubieran tapado el cráter del volcán Antuco
[que está en el sector cordillerano frente a esa ciudad].[4]
Para el mundo mapuche, la erupción volcánica es la natural salida de
“la menstruación de la tierra” (significado de kuyentun kitral mapu,
traducción etimológica del vocablo “erupción”) y cuyo flujo periódico
mantendría a raya la irrupción de los terremotos. Porque la noción
indígena, desde siempre ha sido considerar que los constantes
movimientos telúricos se acumularían demasiado peligrosamente si no
tuvieran su natural “desahogo” por las chimeneas de los abundantes y
activos volcanes andinos. Allí en Talcahuano, Darwin recogía datos de
este tipo, datos que aludían a la acumulación de la energía: “la mar se
pone negra y empieza a hervir…”[5]. Y también una pista enormemente
valiosas para él y para los indígenas mapuche, a quienes éstas
evidencias naturales les persuadía a rehuir las casas cuadradas que los
misioneros les obligaban ocupar en los llamados “pueblos de indios”, y
así seguir ellos habitando sus tradicionales viviendas circulares,
como la ruka, ¿La razón? : la evidencia que allí el inglés pudo
constatar y registrar testimonios como el del “desplazamiento de las
piedras en sentido circular…”[6]; en espiral, del mismo modo como un
recién nacido trabaja para llegar a este mundo, de acuerdo al modo como
se mueve en el estrecho canal del parto y como las caderas de su madre
en el acto de su engendramiento…Porque sobre la femenina tierra, lo más
estable en el universo sería el círculo.[7]
Y cuando los ojos del gran científico todavía podían contemplar
los aún tan recientes y devastadores efectos del maremoto, he aquí la
explicación todavía más precisa que nos retransmite Darwin respecto del
origen oculto de ese gran cataclismo, oída casi “en caliente”,
prácticamente retransmitida “en directo y encima” del paradigma indígena
del antiguo Chile :
“Las clases inferiores, en Talcahuano, estaban persuadidas de que
el terremoto provenía de que las ancianas indias que habían sufrido
algún ultraje dos años antes[8], habían cerrado el volcán Antuco. Esta
explicación, por ridícula que pueda ser, no deja de ser curiosa, prueba
en efecto, que la experiencia enseña a esos ignorantes que existe una
relación entre la cesación de los fenómenos volcánicos y el terremoto.
En el punto en que cesa su percepción de la causa y del efecto, invocan
el socorro de la magia para explicar el cierre de la válvula
volcánica.”[9]
Dejando fuera los juicios descalificatorios del inglés por los
indígenas como “clase inferior”, en la base de esta concepción mapuche
de los terremotos y esbozada por el valioso apunte de Darwin, habría
entonces un factor humano detonador, acelerador o causante de las
fuerzas telúricas y que influiría en provocar la manifestación de un
terremoto. Las emociones humanas, las emociones negativas serían
entonces el núcleo básico que acumularía o “taponaría” los ductos
naturales de la energía de la tierra. Esta se vería simpáticamente
estimulada, y en particular por el tipo de emociones del mundo femenino
con quien la tierra tiene especial afinidad [10]. Y si lo femenino es
capaz de “provocar” (con la rabia de un ultraje, por ejemplo) su propio
poder también contendría la capacidad inversa, es decir, de detener el
terremoto, la de mover los elementos y hacer que tierras, aguas,
vientos y fuego regresen a su orden. Es el caso de los ritos
propiciatorios para “obligar” a las partículas de la tierra a que todo
vuelva a su cauce, a que las aguas se aclaren y brille de nuevo la
serena luz del sol sobre las flores. Se trataría de otro tipo de magia,
de otro tipo de saber que ciertas machis , ciertas mujeres chamanes,
que conocen el secreto de las aguas , que son capaces de hacer “brotar
fuego en círculo desde la tierra”, también dispondrían del poder de
calmarlo vía un canje propiciatorio, ya sea con sus dotes acerca del
manejo del poder contenido en su verbo exorcista y/o con su sabiduría
milenaria de los secretos de la naturaleza (la posesión o dominio de sus
“enlaces finos”, cuánticos), al conocer como se “canjea” o “compensa “
un gran desequilibrio. Es decir, con la posesión y manejo útil de un
tipo de conocimiento secreto como el que acompaña a ciertos ayunos y a
ciertas prácticas solitarias que algunas mujeres hacen en lo más sombrío
y solitario de los bosques y en ciertas altas grutas de los cerros
cordilleranos (chenkes, kuramalal, etc.)[11].
Así tenemos , que el aporte mapuche que confronta (a todos por
igual) tanto a la sismología académica o al manejo
científico-preventivo del desastre natural, como a “la profecía
apocalíptica”, a la “predicción maya del 2012” o la “ciencia” esotérica
y escatológica de los actuales Nostradamus, va por el siguiente aserto
o proposición: Las catástrofes vendrían sincronizadas con la vibración
del alma humana; y si en ellas se ubican sus gérmenes remotos o causas
detonadoras, también desde ellas se pueden operar y detener sus efectos.
Tal es la misma percepción intuitiva en la que coincide notablemente
el aporte de un por entonces joven escritor chileno, quien el año 1939
escribía con asombrado respeto hacia a la Madre Naturaleza, luego de
atravesar por tren la derrumbada ciudad de Chillán (donde curiosamente,
el 11 de marzo reciente también este autor inició la escritura de este
artículo) y donde fallecerían más de 35.000 personas a causa de un
también gigantesco terremoto:
“La tierra se modifica bajo el influjo de la mente humana en su
acontecer profundo. El hombre desconoce el poder que tiene sobre la
naturaleza y sus fenómenos. Si los hombres cambiaran, la tierra también
lo haría. ¿El cinturón de fuego del Pacífico apagaría sus volcanes, si
el chileno encontrara una salida sublimadora de sus dramas
subconscientes? ¿Si en lugar de hundirse en la derrota moral, se elevara
sobre sí mismo hasta alcanzar las cumbres del Espíritu, desaparecerían
las catástrofes periódicas y se alejaría para siempre el terremoto?”[12]
Y dado que según antiguas tradiciones –no solo indígenas- sino
también hindúes, asiáticas y del viejo Medio Oriente, al ser la Tierra
es un organismo vivo, Miguel Serrano, el autor de dicha cita, la asocia
con el organismo vivo del cuerpo humano, el cual sería imagen de
aquella. Serrano pasa a enlazar el mito mapuche de la lucha entre las
serpientes Kay-Kay y Tren-Treng con el de la Kundalini de los hindúes,
una energía representada por una serpiente enroscada en el primero de
los chakras del cuerpo humano: círculo energético situado en la zona del
perineo y que puede despertarse violentamente (como las pasiones
sexuales de la violación de las mujeres indígenas que taponaron el
Antuco), generando así consecuencia trágicas. Asimilando entonces la
figura del hombre a la figura del mundo terráqueo, se nos impone una
lógica ecuación: Kay Kay, la divinidad que agita las aguas y hace
temblar la base (o “perineo”) de los montes de Treng-Treng, es la placa
de Nazca; es decir es la Kundalini ; vale decir, es la forma
serpenteante del cinturón de fuego del Pacífico cuyos respiraderos se
asoman en el espinazo andino.
Elevarse sobre sí mismos hasta alcanzar las cumbres del Espíritu
Tenemos entonces a la vista, que la sabiduría mapuche ancestral, al
ver anticipadísimamente la secreta, sutil e íntima unidad de los
mundos humanos (el potencial mental de la alma humana ) con las fuerzas
cósmicas, en cuanto que aquellas serían las originadoras de la
realidad, de la organización de la materia y decidoras del destino o
derrotero planetario, resultarían, de algún modo, muchísimo menos
supersticiosa que las subsecuentes tradiciones cristianas y que las
científicas que después se irían a adueñar del paradigma mental chileno.
Pero existencialmente –y sobre todo en estos tan especiales días- lo
importante es que en este Chile que sube y sube no es normal estar
vivo…Lo normal es estar muerto, dado la impresionante y abundante
recurrencia de catástrofes naturales de todo tipo. Por tanto descubrirse
con vida luego de una terremoteada noche, es todo un milagro, un
éxtasis, un tipo de fuerza mística que nos debe provocar una
inextinguible ansia de cambiar nuestras prácticas, personales y
sociales, para así subir a una Pirámide con la vasija de las gracias
celestiales abierta, cual una antena receptora al infinito mensaje del
Gran Cosmos. Así, se impone que con la Gran Sacudida nos sacudamos
también de lo superfluo, de lo superficial que nos atonta y hace
borrosa la visión, de las emociones y pensamientos superfluos, nos
sacudamos de los paradigmas europeos-occidentales deshumanizadores (hay
tanto artificio que daña aquí, en América Latina, que pareciera como si
la tierra misma estuviera expulsando sus artificiales implantes, tal
como lo es el fetichismo de las tecnologías que, si les rascamos un
poquito más allá de su platinado decorado, descubriremos que nos
enferman y dejan mas vacía el alma). Hoy en Concepción, como en Haití o
en Turquía, quedó más que claro que a la hora en que todo circuito
artificial se corta, una botella de agua es más importante que el
I-phone sin batería, y que un abrazo que a alguien le permite llorar
en el hombro amigo es infinitamente más valioso que una Toyota aplastada
por los escombros e incapaz allí de ser la más poderosa “todoterreno”
del mercado … Por tanto y apropiándonos del tan lúcido decir venezolano
de M. Leonor Terán, en esta catástrofe chilena, “el gran regalo
envuelto en papel de tragedia es que todo lo que no es Real se cae, y
solo puede permanecer lo que es verdadero y eterno.”[13] El terremoto –o
lo que sea que vendrá- en buena hora nos fisura y agrieta
profundamente el mecánico corazón, porque, entre otros bienes, hemos
perdido el poder salvador de las cosas simples, de las cosas sencillas,
de los deseos humildes. Aunque lo increíble de esta experiencia de
catástrofe, es que la gente en general (incluida algunos que lo
perdieron casi todo) modifica muy poco sus prácticas, y como lo
comentara desde Colombia Adriana Acosta “no se da cuenta que el mundo
ya no es más el mismo…Y si esto es así ¿por qué insisten continuar con
la vida del mismo modo? Nos resistimos al cambio nos aferramos a lo
conocido y eso solo nos hace más dolorosa la realidad…Mientras más
pronto aceptemos lo que ES más pronto saldremos adelante”[14]…más pronto
subiremos la Montaña.
Finalmente , podemos resumir que la gran enseñanza que nos lega la
ya larga historia de los terremotos chilenos (y no sólo para los
chilenos) , es que el secreto del hogar humano, el secreto de “la
residencia sobre la tierra”, es subir a nacer, (por usar aquí
consciente y real –y no literariamente- el lenguaje de Neruda, nunca
más urgente y nunca más pertinente); es decir, abandonar las “malas
casas” que habitamos, las malas moradas del Ser; léanse, las prácticas
del apego involutivo propias de nuestras formas inferiores de
animalidad: lo fácil, las pasiones que nos rebajan, las perversiones
acuosas de la sexualidad (la distorsión desnaturalizada del fuego de
Kundalini, que en vez de Eros, se degrada en Thánatos, la libido de
muerte) , el fetichismo por las posesiones materiales, la insoportable
superficialidad con que se embota sin pena ni gloria el don infinito de
la charla y el ocio de la vida, el apetito de rapiña (desatado esta vez
en el pillaje y el saqueo -o el de la acumulación antinatural de exceso
de bienes muebles- porque antes de la modernidad todo el sencillo
pueblo chileno se unía para colaborarse, nunca para robarse), etc. . Y
si esto no se aprende, la naturaleza nos obligará recurrentemente a
empezar desde cero, (en el caso que a la siguiente vez nos deje vivos)
tal como la mítica condena de Sísifo, ese titán griego que los dioses
lo obligan a levantar mil veces hacia una alta cumbre una pesada
piedra, para una vez arriba y después de tanto esfuerzo, ver impotente
que otras mil veces se le despeña a la base, para así recomenzar
eternamente de nuevo, una vez más, desde abajo hacia arriba…
(¿Queremos que la misión de Chile sea la de Sísifo?) Y la realidad, una
vez más puesta al desnudo, su verdadero núcleo, es que nos falta
evolucionar; la realidad es que la sociedad chilena, muchísimo menos
sencilla, menos conectada con lo esencial y menos generosa que aquella
casi rural del terremoto-maremoto de Concepción del 1835, desde el
punto de vista del “capital social” y del capital de las virtudes, Chile
sufre una evidente involución. En palabras de Claudia Urzúa, autora del
libro “Chile en los ojos de Darwin”, y que en esto pareciera
interpretarlo profundamente, escribe: “También [para el autor de la
teoría evolutiva], la conducta más evolucionada no es proclive al
egoísmo del “sálvese quien pueda”, sino al altruismo recíproco…porque lo
genuinamente humano sería el altruismo dictado desde la honda
necesidad”[15]
Y este Chile –a la vez marítimo y andino, ya que nunca vamos a
poder renegar de Kay-Kay y de Treng-Treng- cada par de décadas, su
sino geológico y espiritual es subir y subir[16], porque no puede
salvarse sino en la altura, tal como la sapiencia de un piloto que,
cuando ve que su nave enfrenta turbulencias, debe enfilar su avión por
encima de las nubes en colisión y tormenta, más arriba de lo precario e
inestable, allí en la alta ruta donde habita la paz. Ese piloto sabe que
para transitar por el orden superior donde todo se controla, solo se
logra subiendo más arriba (al mundo de la conciencia despierta) y así
modificar sus vuelos rasantes y rastreros –el reino del caos y la
confusión- para elevarse hacia la zona de la estabilidad y de la luz. El
precio de la verdadera seguridad es el bendito ascenso. Por tanto,
Chile se salva desanclándose, desaferrándose del apego hacia lo que ya
ha construido, lejos de las orillas bajas, placenteras y fáciles: o
navegando con su barco hacia alta mar – encima de la ola fatídica- muy
distante de las colisiones de los buques costeros que peligrosamente
allí anclados se sueltan todos cuando viene el maremoto y se arrasa un
puerto, (los marinos de la Armada de Talcahuano salvaron sus buques de
guerra porque un grupo de valientes bajó oportunamente a tierra a soltar
las amarras). O bien, cuando llegue la tembladera, la nación se salva
caminando armónicamente en pareja y abierto a los dones del Cielo,
bien alto, allí en las pirámides circulares de los Andes … Porque cada
vez que tiemble, lo cierto es que Chile se salva cambiando de ruta de
navegación; es decir, modificando su pobre conocimiento “rasante” (solo a
nivel de efectos “científicos” visibles , no de causas invisibles”).
Chile –y el mundo futuro con él, porque este país, ya es el epicentro y
el nuevo paradigma del cambio colectivo mundial que viene y que la
tierra comienza ya a ensayar antes del 2012- solo se salva residiendo en
el Treng-Treng, en una Montaña Sagrada, habitando y construyendo
nuestra gran y estable pirámide interior (más que exterior). Y cada
terremoto, recalcitrante y porfiadamente, cada veinticinco años nos lo
recuerda…y no sólo a Chile…
Si Chile – nos lo insistía en 1987 el ya citado autor francés André
Frossard- “es un país en el cual hay mas cielo que en ninguna otra
parte…Yo espero que Chile nos dé un día noticias del Cielo si se
consagra a ello en profundidad, independiente de las tareas que tiene
que llevar a cabo diariamente por las necesidades del progreso”. Por
tanto, el sino ontológico de Chile es el mismo destino ontológico de la
humanidad y del resto de los países de Latinoamérica, particularmente
los andinos: vivir para subir al Cielo en donde está nuestra raíz
ontológica, subir y evolucionar para Ser; renacer cuantas veces sea
necesario para elevarse a las cumbres del Espíritu, porque “para nacer
hemos nacido”. Para este despertar de la conciencia es que nos visitan
los terremotos, éste es el regalo mayor que esconde ese extraño papel de
su envoltura, hecho de celulosa sísmica y desastre.
Desde Concepción, el epicentro del terremoto, a dieciocho días del
mes de Marzo, y a diecinueve de la última y más reciente oportunidad
que tuvimos para subir el Treng-Treng sagrado…
– Ziley Mora Penrose es etnógrafo, investigador de las cosmovisiones y
medicinas indígenas de Chile, siendo autor de múltiples trabajos y
libros en torno al pensamiento, lenguaje, cultura y usos sociales de la
etnia mapuche. Hoy se desempeña como Consultor independiente en Procesos
Humanos tanto en Chile como en México, además de asesor en asuntos de
identidad nacional en la Fundación Imagen País de Chile.
Fuente: Redes de Gestión de Riesgos
Notas:
[1] Entrevista publicada en el diario El Mercurio, Sección Artes y
Letras, edición de 23 de marzo de 1987
[2] “¿Por qué Chile tiene el récord de ser el país más sísmico del
mundo?”.Artículo de la periodista Lorena Guzmán H., publicado en el
diario “EL Mercurio”, de Santiago de Chile, en la edición del Dgo. 14 de
marzo del 2010
[3] Con ocasión del terremoto y maremoto sufrido en el mismo lugar, en
el asolado Concepción y Talcahuano de hoy, luego de la noche del 27 de
febrero del 2010 , curiosamente entre mis papeles revueltos con
interminable polvo, adobe, vidrios, polvo, cables, pedazos de ladrillos y
tejas, etc. de entre los cientos de libros que se desprendieron de las
estanterías caídas estrepitosamente, lo primero que recojo ¿al azar?
-desde ese revoltijo infinito de cosas desperdigadas por el suelo-
unos apuntes, unas hojas manuscritas con mi letra con susodichas citas
señaladas de ese libro de Darwin y que yo transcribiera el año 1985, con
ocasión de otro terremoto en Chile (con epicentro en la costa de
Santiago), pensando escribir un artículo como éste que hoy sale a luz,
veinticinco años después. Fue para mí un indicio preclaro, un signo
potente del mismo terremoto que la demora había sido suficiente..
[4]“ Viaje de un naturista alrededor del mundo”, Charles Darwin, Edit.
“El Ateneo”, Buenos Aires, 1951
[5] Según datos de primera fuente, mis propios hermanos, a pocos minutos
del terremoto del 27 de Febrero, al tomar caminos hacia la cordillera,
descubrían que desde las enormes grietas que a uno de ellos le
impidieron el paso por los caminos entre Chillán y Coihueco, se
desprendían vapores tan intensos que lograban empañar el parabrisas de
su vehículo.(Información de Walter Mora Penrose). Mientras que otro
hermano –Pedro Mora Penrose- por su parte registraba de esa noche y
casi ocularmente que, en dirección de los volcanes Chillán y Antuco,
luego de escucharse dos explosiones subterráneas en esa dirección,
estas fueron seguidas por sendas luminosidades muy intensas, que
fulguraron por instantes desde la boca de dichos volcanes.
[6] “ Viaje de un naturista alrededor del mundo”, Charles Darwin, Edit.
“El Ateneo”, Buenos Aires, 1951
[7] Personalmente y de primera mano, he verificado la increíble
estabilidad sísmica de las construcciones circulares. Porque el presente
terremoto del 27 de febrero me sorprendió en la etapa de la techumbre
de mi propia vivienda, ubicada en Coihueco, dentro del área del
epicentro, a unos 90 kms. en línea recta desde Concepción. Y a pesar que
ésta es íntegramente de adobe y sin ningún poste que amarre ninguna
tabiquería, soportó el poderoso sismo 8.8 sin una grieta. Debe ser
acaso la única casa de adobe sin postes y sin cadena de hormigón en la
base, que en Chile quedó incólume. Días después del terremoto y con
ocasión de las fuertes réplicas, los albañiles encaramados en la cúpula
también circular de la vivienda, afirman (porque a 18 días del Gran
Movimiento sigue temblando muy fuerte en la zona) que todas sus paredes
se mueven al unísono como la rítmica circunferencia del “ula-ula” (un
juego de cintura)
[8] Aquí subyace la idea que la energía expresada tan violentamente en
un terremoto es acumulativa, de que se trataría de un proceso, como el
destape de una olla cuya presión va a aumentando progresivamente.
[9] “Viaje de un naturista alrededor del mundo”, Charles Darwin, Edit.
“El Ateneo”, Buenos Aires, 1951
[10] Véase, por ejemplo, la particular identidad entre la Mapu (la
naturaleza) y la mujer en sus ciclos naturales (por ejemplo, el ciclo
lunar de 28 días es el mismo ciclo menstrual) que ésta repite y
humaniza en su cuerpo; la enorme afinidad y poder de lo femenino con
los elementos de la naturaleza, que se verifican en la medicina
ancestral y que tiene como principal artífice a la mujer-chamán, la
machi. Esta tiene una preeminencia en la cultura porque en el decir
ancestral tradicional, “la tierra, la Mapu, le obedece a la mujer”
(Véase la obra: “Magia y secretos de la mujer mapuche”, Ziley Mora P.
Edit. Uqbar, Santiago, 2007)
[11] Para el terremoto del año 1960 en Valdivia, en la zona indígena de
Temuco hubo ritos y sacrificios diversos para calmar las fuerzas de la
naturaleza. Porque estos canjes propiciatorios, y a medida que avanzó la
historia en Chile, no irían a desaparecer totalmente de la mentalidad
mestiza del pueblo chileno. Así, por ejemplo, en la época de la naciente
república, y con ocasión del relativamente moderado terremoto del año
1822, la ilustre visitante y viajera inglesa María Graham, anotó en su
Diario de una visita a Chile, que en Santiago, esa noche, “todos se
golpeaban el pecho y se postraban en tierra. Tejiendo coronas de
espinas, las ponían sobre sus cabezas y las oprimían hasta que la sangre
les corría por su rostro”. Vale decir, el mismo principio sigue en pie a
través de los siglos: lo humano puede compensar, canjear o pagar un
desastre, aportando una cuota de energía equivalente, lo humano así
tiene cierto manejo -en lo oculto- de lo aparentemente inmanejable de
la realidad, a condición de aportar una apreciable cuota de energía
(léase en sangre, ayuno, oración autosacrificio, superesfuerzo, etc.),
dependiendo de la concepción individual y colectiva de qué sería
“aquello que mejor agrade a los dioses”. Hoy, en el catolicismo popular
chileno y latinoamericano, persiste la misma idea, el mismo indígena
concepto en la manda, de “pagar” –equilibrar con una energía
autogenerada- una manda o promesa a un determinado santo con la
“moneda” de un autosacrificio, de un ayuno, de una privación
voluntaria para así hacer cambiar el curso de las cosas, del destino o
de la naturaleza. Porque, en un mundo cuántico, el milagro es posible.
[12] “Ni por mar ni por tierra”, Miguel Serrano, Edit. Nascimento,
Santiago, 1940
[13] En correo electrónico personal, enviado al autor por María Leonor
Teran Izedin desde Guadalajara, México, el día 16 de marzo del 2010.
[14] Mensaje personal de mi amiga mexicana Adriana Acosta, escrito en
los muros de la red electrónica de Facebook el 5 de marzo del 2005
como palabras reflexivas de apoyo a mi circunstancia vital generadas a
causa del terremoto.
[15] “El remezón que Darwin esperaba” Artículo de Claudia Urzúa
publicado en el diario “La Tercera” de Santiago de Chile, el Dgo. 7 de
marzo del 2010. El contexto de la cita lo brinda el hecho que, dos
semanas después del terremoto de 1835 que arrasó Concepción, Darwin
llegó a la ciudad y tomó nota de la curiosa mezcla de solidaridad y
abusos que emergió en esos días, de las escenas de lo mejor y de lo peor
de los chilenos penquistas que ya eran evidentes en esos días.
[16] En el reciente terremoto los abundantes informes empíricos aseguran
que Concepción y sus islas adyacentes, se levantaron más de dos
metros; mientras que las mediciones satelitales también aseguran que la
ciudad se habría desplazado más de tres metros hacia el interior de la
placa de Nazca, hacia el mar Pacífico.(Santiago lo habría hecho en 28
cms. , mientras que Buenos Aires dos centímetros)
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