Antiguamente —hablo de la época en la que la lucha social arreciaba con organizaciones sindicales y partidos de izquierda que amagaban de verdad el poder de la derecha— antiguamente digo, existía en la policía de Investigaciones una sección que era la regalona de los regímenes cuya lógica de existencia era frenar “la amenaza comunista”. Se trataba de la Policía Política, los famosos “pepes” quienes además de “fondear” (término eufemístico usado entonces para asesinar opositores lanzándolos al mar con un lastre atado a los pies) también “tiraban las manos” como se dice en los extramuros sociales cuando de robar se trata. Famoso fue el caso del hurto de varias máquinas de escribir sustraídas a la Imprenta Horizonte que editaba el diario comunista “El Siglo”, llevado a cabo por los “pepes” en un allanamiento en los duros días de la asonada popular del abril de 1957.
Pero no es de esos añejos y tristemente célebres “pepes” de los que queremos hablar. Sino de otros, que no tienen esas malas costumbres y que están todavía en pañales, bautizados ya antes de nacer. Son los potenciales militantes que junto a potenciales dirigentes inauguran un potencial partido llamado Partido Progresista, los Pepes, pero así con mayúsculas, con respeto ya que mal que mal su líder obtuvo el 20% de la votación en la última elección presidencial, aunque sus huestes que, se supone, debieran integrar el nuevo partido, no votaron por ninguno de los Pepes como representante en el Congreso.
El PP —no confundir con el Partido Popular de Aznar y Rajoy en España— nace con un MEO bajo el brazo que es mucho mejor que nacer con una marraqueta bajo el brazo, según el dicho popular. Es decir, nace con un líder y una votación que ya se la quisiera cualquiera de los partiduchos que intentaron emerger como tímidas callampas en las últimas elecciones, incluido el Partido Comunista que ¡oh, paradoja! no obtuvo ni la cuarta parte de los votos del líder de los “Pepes” y, sin embargo, cuenta con tres diputados milagrosos con capacidad hasta para cargar la balanza en algún momento dado.
Sin embargo, ¿es la votación de Enríquez Ominami un caudal propio de los nacientes Pepes, una cuenta al haber sobre la cual puede girar su líder cada vez que necesita estimular su proverbial egolatría? ¿Lo creerá de verdad?
Leyendo un artículo hace algunos días, de esos que atacan con malas artes a los Pepes y a su esclarecido conductor, en medio de las diatribas venenosas se balbuceaba algo con cierto grado de coherencia: en Chile no ha nacido nunca, al menos en el último medio siglo, un partido auténticamente nuevo, un grupo de “iluminatis” que se abstraiga de verdad de la división clásica e inamovible de la política nacional.
Me explico (o trato de explicarme para no caer también entre los “iluminatis”): los que pudieran considerarse partidos nuevos, Partido por la Democracia, Renovación Nacional, la UDI, cuyos nombres no estaban en la palestra antes de la dictadura, no son sino reordenamientos dentro del mismo esquema ancestral que en Chile tiene un arraigo profundo: izquierda y derecha. Todos aquellos que intentaron sustraerse del esquema predicando al estilo canuto “podemos ser todos hermanos”, “elijamos lo mejor de cada lado y armemos una Babel para llegar al cielo”, duraron siempre lo que una flor en pleno invierno. Baste mirar las últimas elecciones, como decía el artículo aquel que no quiero citar. Todos aquellos que apartaron su tienda para instalarla más allá del límite, fueron barridos del Congreso, incluido el “Tata” Ominami que perdió su senaturía, amén de todo el resto de los Pepes que vieron como se diluía la sal entre los dedos del 20% de su adalid.
De todos ellos, y a manera de paréntesis, sentí profundamente el fracaso de Alvaro Escobar, un hombre joven de profunda honestidad y gran carisma. Fue quizás uno de los pocos que parecía tener conciencia de los profundos errores que fue cometiendo Marco Enríquez al crear una bolsa de gatos que pudo ser un gran referente en la recuperación de la izquierda. Supe, aunque de manera indirecta, la repulsión que sentía Alvaro de compartir mesa con especímenes como Danús o Fontaine, más otros que participan hoy felices en la fiesta de la derecha en el poder.
Ingenuotes del mundo ¡uníos!
He leído en la página virtual de Enríquez, el llamado Manifiesto Progresista del nuevo partido de los Pepes. Me aprestaba, al abrir la página, a leer un mamotretón minucioso y sesudo, de largo alcance, para lo cual busqué primero un cómodo sillón que amortiguara mi humanidad ante lo que sospechaba que sería una extensa lectura. Pero ¡oh, sorpresa! no alcancé ni siquiera a poner hielo a mi Cuba Libre —“Fidel Castro” le decimos los “conservadores” de izquierda— cuando ya había concluido la página y media, tamaño carta y a doble espacio, del manifiesto que dará nacimiento a un partido con el cual sus mentores esperan quebrar el esquema ancestral al que nos referimos más arriba. Lo de la extensión, aunque irónico, no es una crítica. Mire usted el “obsoleto” Manifiesto Comunista del no menos “obsoleto” Carlos Marx y verá que “el tamaño no importa”.
Lo que sí impresiona en el manifiesto de los Pepes es el nulo provecho que sacaron de la lección política que les dio la última elección presidencial. Absolutamente insustancial, plagado de lugares comunes donde no falta una marsellesca alusión a la “liberté, fraternité et egalite”, quizás si por el galicismo infantil de su líder, el manifiesto de los Pepes está, como lo fue la candidatura del “iluminati”, dirigido a supuestas masas que se cansaron de la derecha y la izquierda, que sueñan con cambiar el mundo desde Facebook y desde los reality más detestables de la TV, ya que desde el Congreso y la presidencia de la República, al menos por ahora, no podrán.
Estas mayorías —que sólo existen en la imaginación de una parte de los que oficiaron de dirigentes, los más ingenuotes, porque la otra parte eran derechistas en “comisión de servicio” en el meoísmo y que cumplieron muy bien su papel— serían ese 20%, si se hace abstracción del sutil detalle que no votaron por ninguno de los potenciales dirigentes del naciente PP.
Me pongo de inmediato a la defensiva: ingenuotes ha habido siempre en el mundo y muchos de ellos comenzaron en esta calidad movimientos que luego estremecieron al mundo. Sin ofender, por favor, los nazis partieron tomando cerveza en una tasca de Münich y con un gran fracaso electoral ¡y mire usted hasta donde llegaron estos muchachos! Lo mismo los comunistas con el loco de Marx y Engel y todavía andan por ahí amargándole el pepino a la oligarquía latinoamericana. Y ni que decir del gran ingenuo del Gólgota, aunque jamás presupuestó que su frase “dejad que los niños vengan a mí” sería mal interpretada por sus acólitos de la Curia.
Por eso, amigos Pepes, ¡ánimo! Sólo deben tener un cuidado: atender al viejo y sabio axioma marxista que dice que lo peor que puede hacer un aprendiz de político, y más aun el de líder, es confundir la realidad con los deseos. Sería, sin duda, nefasto.
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