Hortensia Bussi Soto fue fiel durante ochenta años a un marido infiel.
Como era previsible, las columnas pateras y las palabras de buena crianza se impusieron durante su funeral, pero nadie se atrevió a estampar para la historia que no son los méritos objetivos de la Tencha los que le dan notoriedad, sino el sólo hecho de que fue la esposa del más importante líder social de nuestro país, razón suficiente –en mi caso personal- para ir a despedirla, especialmente cuando parece tan esquiva la unidad de la izquierda chilena, a pesar de ser esa justamente la tarea que nos legó Salvador Allende.
La Tencha perteneció a esa izquierda que habla de “las armas de ayer”, el trozo socialdemócrata de la oposición a Pinochet que optó por categorías pre-marxistas para enquistarse y mantenerse en el poder haciendo alianza con la derecha. Esos compañeritos de ayer que a todo le cambian el nombre. Llaman “situación de riesgo social” a la pobreza, “gente” al pueblo, “sistema binominal” a la dictadura, “gay” a los homosexuales, “renovación” al reformismo, “ejecutivos de marketing” a los vendedores, “trabajadoras sexuales” a las prostitutas, “metódicos” a los neuróticos. Y ahora último le llaman “díscolo” al personaje indefinido, al tiro al aire, al inconsistente, al que ya no es ni socialista militante ni concertacionista adoptivo, pero que no se sabe lo que es.
En estricto rigor, Hortensia Bussi fue de esos personajes: conservadora en lo valórico, poco entendida en política, moderada en su compromiso social, exponente de un rol de mujer subordinado, una señora de carácter hosco, fanática de los juegos de mesa y los crucigramas, propensa a los honores públicos, temida entre los dirigentes socialistas por su personalidad dura y autoritaria, una dueña de casa de la pequeña burguesía que ejerció de primera dama durante el breve gobierno de la Unidad Popular y luego como viuda oficial de Allende por cuarenta y cinco años. Y es allí donde aparece la paradoja que la vuelve especial: una mujer sin demasiada identidad política con su esposo que sin embargo dedicó la mayor parte de su vida a oficiar de representante y deuda de un hombre para el que el compromiso conyugal fue –por decir lo menos-relativo.
La Tencha fue un personaje aceptado pero no querido por el pueblo chileno. La prueba es que no hubo manifestaciones populares durante sus funerales y llegaron a rendirle homenaje básicamente los jerarcas de la Concertación, unas pocas personalidades de la cultura y el sector más disciplinado del socialismo que encabeza Escalona.
En primera fila figuraban Bachelet, Lagos, Frei, Escalona, Insulza –obvio- y sólo una curiosa novedad: el presidente del Partido Comunista que –según parece- ya está incluido con derecho pleno en la Concertación. Desde esta columna reconocemos el tremendo esfuerzo desplegado por el compañero Guillermo Tellier para cumplir tal objetivo: posar sus asentaderas en la corte de la coalición de gobierno donde se muestra rozagante.
Sin excepción, todos los oradores en el funeral dijeron que se trataba de “una gran mujer” pero ninguno explicó cuáles serían las razones históricas precisas. Cada uno se regocijó contando anécdotas sobre sus paseos a la playa, sus gracias como jugadora de Dilema, sus reprimendas a Clodomiro Almeyda, y la reiterada versión de que la Tencha los retaba por teléfono, como si esto constituyera grado o rango dentro del escalafón socialista, sin reparar en lo descomedido de la intervención en política contingente de una señora que ostentaba una posición única y exclusivamente por haber sido la cónyuge de Allende.
Sólo uno de los expositores oficiales -el doctor Arturo Girón, que la atendió hasta el último día- mencionó muy superficialmente los luctuosos sucesos de 1996, durante un viaje a Chile de Fidel Castro. En esa oportunidad la Tencha se salió de protocolo -y de la buena educación elemental que debería mantener la viuda de un ex Presidente- y se permitió exigir al gobernante cubano “elecciones libres”. Lo que la derecha interpretó como un gesto de gran valentía, para los revolucionarios significó una confesión pública por parte de la Tencha de ser partidaria de la muy relativa forma de gobierno que le gusta a la banca y a la oligarquía, la democracia burguesa, una tan estrecha como la que tenemos hoy en Chile por ejemplo. Ese capítulo fue especialmente desagradable puesto que Hortensia Bussi agredió verbalmente al primer mandatario del mismo país que protegió y alimentó a gran parte de la familia Allende durante décadas, el mismo país cuyos ciudadanos se sacaron la comida de la boca para cederla a los exiliados chilenos tras el Golpe, el mismo país que entregó gustoso sus escasos departamentos en Alamar para alojar a las familias de perseguidos políticos, en fin, el país cuya solidaridad con nuestro dolor y nuestra derrota no tuvo medida ni final hasta hoy.
Curiosamente, en el acto funerario de la viuda de Allende, Camilo Escalona destacó la presencia del presidente del Consejo de Ministros del Perú, Yehude Simon, la única autoridad extranjera que viajó para rendirle homenaje, pero el dirigente socialista no hizo una sola mención a la matanza de campesinos que protagoniza ese personero del gobierno de Alan García, lo que sí es una flagrante muestra de crimen antidemocrático por donde se le mire.
Tampoco se recordó en ninguna de las semblanzas apologéticas que la Tencha se crió huérfana de madre, ni que su padre se suicidó de un balazo en la cabeza cuando ella era una adulta, ni mucho menos que Hortensia se casó embarazada.
Hortensia y Allende se conocieron en plena calle justo después del terremoto de 1939 cuando ella salió huyendo del cine Santa Lucía y él arrancó del edificio de la Logia Masónica. Desde ese momento Hortensia se propuso ser su esposa, ingresó a las Milicias Socialistas a pesar de que nunca había incursionado en política, intentó acompañarlo en todas sus actividades, pero Allende la mantuvo al margen de sus compromisos como diputado. En 1940, poco después de que Salvador había asumido como Ministro de Salud del gobierno de Pedro Aguirre Cerda, la Tencha se embarazó sorpresivamente lo que precipitó la decisión de contraer nupcias, aunque su marido tomó el resguardo de dar direcciones falsas para facilitar una eventual nulidad.
En su libro "Salvador Allende, biografía sentimental", el periodista Eduardo Labarca afirmó: "En septiembre de 1957, cuando (Allende) fue nominado por segunda vez como candidato presidencial, para las elecciones del 1958, al llegar a su casa no encontró a nadie. Tencha le había dejado una carta donde le enrostraba que hubiera aceptado otra contienda presidencial destinada al fracaso". Según la investigación del autor, este suceso habría marcado un quiebre en la relación entre ambos aunque siguieron viviendo juntos. Por esos años, llegan nuevos vecinos a la calle Guardia Vieja: el matrimonio compuesto por Miria Contreras –La Payita- y Enrique Ropert. La estupenda Miria salía a regar el pasto a la misma hora que Allende paseaba a su perro. Una cosa llevó a la otra y los vecinos se convierten en apasionados amantes que continuaron su relación sentimental hasta la muerte.
Allende fue elegido presidente del senado y luego presidente de la República. El primer mandatario y "La Payita" compartieron la casa de “El Cañaveral". Ella lo acompañó en palacio como secretaria privada, mientras la primera dama asumió sus labores protocolares desde el ala contraria de La Moneda y se trasladó a vivir a Tomás Moro, donde se encontraba el día del Golpe.
Tras la muerte de su esposo, la Tencha se negó a aceptar que Allende se quitó la vida y desperdigó por el mundo entero la versión oficial que hizo pública en cuanto salió de Chile: “mi marido fue asesinado por el fascismo”, a pesar de que Miria Contreras, el doctor Arturo Girón y otros testigos señalaban que el presidente se suicidó disparándose en la cabeza para no entregarse a los golpistas ni enfrentar el exilio.
En el año 2003, Hortensia Bussi hizo la más grave declaración de su vida. Señaló al diario El País de España que su esposo se equivocó al emprender cambios tan grandes bajo una base electoral muy pequeña. Es decir, el gobierno de la Unidad Popular fue un error.
El diagnóstico político del compañero presidente no fue certero.
Los que estamos convencidos de que Salvador Allende tenía toda la razón en su empeño transformador y que debemos seguir su ejemplo cada día, no hemos perdido a una de las nuestras.
– La autora es candidata a la presidencia de Chile.
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