Augusto José Ramón Pinochet Ugarte, el bien apodado “carnicero de Los Andes”, falleció el día 10 de diciembre de 2006, sin haber sido jamás juzgado y por tanto nunca condenado por sus delitos de sangre y tampoco por el descarado y sistemático robo a las arcas fiscales de Chile, pese a todos los esfuerzos jurídicos de algunos magistrados para enjuiciarlo.
Recordemos que el año 1998 Pinochet estuvo detenido por 503 días en Londres Inglaterra, a petición de Las Cortes españolas y para ser juzgado en España acusado de genocidio al pueblo de Chile. De haber sido extraditado a Madrid, Augusto José Ramón no habría fallecido en una cómoda cama del hospital militar de Santiago, protegido hasta su último suspiro por el ejército chileno y por el “gobierno democrático” de Chile. No, señores lectores. Habría purgado sus crímenes de sangre en una prisión común española, rodeado de lo más granado de la delincuencia de ese país. Sin embargo, las inauditas gestiones del gobierno chileno de la época, encabezado por el entonces presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, permitieron el regreso en gloria y majestad de Pinochet, recibido en el aeropuerto con honores militares, para luego reasumir el inédito cargo -creado por él y para si mismo- de Senador vitalicio, al que tuvo que renunciar el 4 de julio del año 2002 por consejo de sus asesores jurídicos, quienes con esta maniobra lo blindaron “leguleyamente” por el temporal que ya se avizoraba en el horizonte, incubado nada menos que en el Senado norteamericano, a raíz de las investigaciones realizadas al Banco Riggs, de Washington.
En tal investigación –recordemos- saltó al primer plano noticioso del planeta el hecho de que Pinochet había actuado como un vulgar ratero, acumulando una fortuna cuyos alcances reales son todavía un misterio, pese a los esfuerzos aislados de jueces imparciales por develar el monto real de lo defraudado al fisco chileno, abusando del poder usurpado un negro 11 de septiembre de 1973.
A pesar de la protección –directa e indirecta- que le han brindado todos los estamentos políticos y uniformados, lentamente el tiempo nos va revelando cifras cada vez más sustanciosas de los bienes que reunió el dictador, con la ayuda de su familia, sus más inmediatos colaboradores militares y civiles y los incondicionales seguidores que supieron cobijarse a la buena sombra que les proporcionó el tirano para que pudieran enriquecerse y vivir sin sobresaltos por muchas generaciones futuras. Tal vez con la única frase emitida por Pinochet y con la que estoy plenamente de acuerdo, en parte, es el párrafo de su carta renuncia al Senado, entregada por el Cardenal Errázuriz al presidente de esa corporación y que dice a la letra: “La obra realizada por mi Gobierno será juzgada por la Historia. Aún subsisten demasiadas pasiones entre nuestros conciudadanos para esperar de ellos un veredicto objetivo, sereno y, sobre todo, justo. Por lo mismo, tengo la conciencia tranquila y la esperanza de que en el día de mañana se valore mi sacrificio de soldado y se reconozca que cuanto hice al frente de las Fuerzas Armadas y de Orden no tuvo otro fin que no fuera la grandeza y el bienestar de Chile”. En lo de la conciencia tranquila… era su problema…
Cuatro días antes de la muerte de Pinochet, se publicó mi libro titulado “Pinochet S.A. La Base de la Fortuna” por el sello Ril Editores. Luego de una laboriosa investigación, asentada en documentos a prueba de desmentidos, pude acreditar que lo expoliado por Pinochet era del orden de los 28 millones de dólares, “una miseria al decir de algunos”. Aun cuando ese monto hubiera sido el definitivo, quedaba plenamente demostrado que el ex general no conocía la palabra probidad y que todas su declaraciones de ‘patriotismo’, ‘amor a la patria’, ‘combate al marxismo comunista’, ‘honor al uniforme de soldado’, etc., etc., no eran más que palabras para la galería que vociferaba con entusiasmo su nombre, aclamándole como el salvador de la patria, el segundo libertador, etc., etc. El nada austero soldado revelaba así su verdadera careta: fue nada mas y nada menos que el amanuense de la casta que recuperaba los inmorales privilegios ancestrales perdidos o dañados por el gobierno traicionado por el maleante, que también había conseguido robar el cargo de Primer Mandatario.
En relación al total de la fortuna amasada por Pinochet, las cifras son variadas. Algunos minimizan los valores y otros los exageran. Sus defensores han expuesto que la suma no llega a los siete millones de dólares y que habría sido producto de ‘cautelosos ahorros’ y sabias inversiones de la asignación recibida en la época que estuvo destinado en Ecuador, con tasas de interés preferenciales y de crecimiento exponencial. Otros, elevan los montos por sobre los doscientos millones de dólares. Sólo el tiempo y la historia, aún en pañales con el tema, lo dirán. Pero, el tiempo es implacable. En el mencionado libro, de mi autoría, no mencioné los seis millones de dólares que acaban de aparecer en la investigación que se hace al general (r) Ramón Vega por las coimas recibidas en la compra de los aviones Mirage Elkan. En efecto, ya se develó que el fallecido traficante Carlos Honzik hizo un depósito por esa cantidad en la cuenta de una empresa ficticia llamada “Némesis”, propiedad de Pinochet. Con ello, el monto que acredité sube a US$ 34 millones. Ahora, siguen apareciendo cifras no evaluadas y desconocidas. Conozcamos la historia:
El investigador Cristóbal Peña, miembro del prestigioso Centro de Investigación e Información Periodística “Ciper Chile” (Link al artículo: Ciper Chile) publicó una pericia judicial hecha a la biblioteca personal de Pinochet, por orden del magistrado don Carlos Cerda el año 2006, misteriosamente retirado del caso por disposiciones superiores. Lo interesante de conocer es que el peritaje económico, realizado por un equipo de expertos que invirtieron más de 400 horas de trabajo intenso, determina que la tasación monetaria de esa biblioteca supera los dos millones ochocientos cuarenta mil dólares americanos, sin estimarse el verdadero valor patrimonial de obras que ni siquiera la Biblioteca Nacional tiene en su poder.
El investigador de Ciper Chile señala que: “El hombre que llegó a ser dueño de una de las colecciones bibliográficas más valiosas del país, con una inversión total que se calcula en 4 millones de dólares (si se le agrega el valor de la biblioteca napoleónica con sus bustos)…” En otro párrafo de su publicación, Peña dice que: “es interesante conocer que quien mandó a quemar libros formó la biblioteca más completa del país. De alguna forma conoce la dinámica y el poder de los libros”.
Nos preguntamos, entonces, ¿cómo es que Pinochet se atrevía a comprar muchos de los libros en Chile, pagando con cheques de la Presidencia de la República? El tirano no se caracterizaba por demostrar una gran cultura, todo lo contrario. El general proyectaba ser un hombre básico, de conceptos elementales. Sus propios adeptos reconocen que era profundamente desconfiado, acostumbrado a compartimentar información y guardarse opiniones y sentimientos. Pero, además de haber encontrado otros casi cuatro millones de dólares no conocidos hasta ahora (ya llevamos acreditados irrefutablemente 38 millones de dólares), apreciamos la voracidad de Pinochet, el nada probo y austero soldado. Como apreciarán, este modesto investigador ha revelado la aparición de varios millones más, que para ciertos estamentos parecieran no existir, pese a todas las pruebas conocidas.
También nos preguntamos ¿hasta cuando seguirá el show judicial y cual será el momento en que la viuda y los hijos entren en plena posesión de los bienes tan mal habidos por el jefe del clan? Ellos, la viuda y otros herederos, esperan pacientemente a que el polvo del tiempo vaya sumiendo en el olvido tan escandalosos hechos. Saben que las propiedades, embargadas la mayoría -¿o tal vez solo una mínima parte?- están seguras en manos de los jueces, que no tienen empacho alguno en ‘desembargar’ (o liberar dineros incautados) para pagar contribuciones adeudadas al fisco y así ellos, más temprano que tarde (o quizás al revés), entrarán en goce pleno de los caudales estafados a Chile. ¡Qué injusta y arbitraria es nuestra justicia! Se protege a estos delincuentes de cuello y corbata, vestidos con sombreros y ropajes carísimos y extravagantes, viven con el mayor confort que imaginarse pueda, en tanto que cientos de miles claman por un empleo o por algo que dar de comer a sus hijos.
Reflexión: Con todo esto, ¿podemos autocalificarnos de país democrático? Yo creo que es una gran falacia. Sin justicia, no hay democracia. Aplicar la Ley del Embudo tampoco lo es. ¿O estoy equivocado y arando en el mar? Mi razón me dice “sigue con la prédica, que hace dos mil años otra voz también clamaba en el desierto…”
Hasta otra, mis apreciados lectores. Junten rabia, que tarde o temprano es posible que se haga justicia en este pobre Chile.
Santiago, febrero 12 de 2009
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