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El escándalo protagonizado por altos oficiales de la Fuerza Aérea de Chile, incluido su ex Comandante en Jefe, debe hacer reflexionar a todos los chilenos sobre la salud de nuestras instituciones de la Defensa Nacional. En el actual orden institucional de nuestro país, las instituciones castrenses juegan un papel principal y representan un porcentaje importante de los gastos del presupuesto de todos los chilenos. 

La historia reciente nos ha mostrado dolorosamente lo que acontece cuando las Fuerzas Armadas extravían la misión que les ha sido confiada por su propio pueblo. Aquella imagen idílica de uniformados respetuosos de la constitución y portadores de los valores fundamentales del patriotismo, la rectitud y el honor militar saltó hecha trizas un día de septiembre de 1973. El Golpe de Estado en Chile representó no sólo una afrenta al país sino un daño moral de los propios uniformados del que todavía parecen no reponerse. 

Durante los llamados años de la transición, generaciones de oficiales se han contaminado de una actitud defensiva frente a las acusaciones de que han sido objeto, creando con ello no sólo un clima de impunidad en el país sino una moral acomodaticia y oportunista, muy distante de aquellos valores que alguna vez encarnaron hombres de la talla del General Carlos Prats o Alberto Bachelet.

El general Ramón Vega, ex Comandante en Jefe de la Fach aparece involucrado en un ilícito por tres millones de dólares. Este escándalo es sólo un caso más de corrupción en el lucrativo negocio de venta de armas y pertrechos que realizan gobiernos y empresas del mundo desarrollado a países del llamado Tercer Mundo. Nada nuevo bajo el sol. El General Vega, tal como cualquier uniformado africano o latinoamericano, negoció a nombre de su país, pero enriqueciéndose en el trámite. 

El clima moral en nuestras Fuerzas Armadas se ha enrarecido, algo que ya no pueden disimular los uniformes vistosos ni las espadas al cinto. Pareciera que ya nada puede sorprendernos tras la patética detención y comparecencia ante tribunales ingleses del ex Comandante en Jefe del Ejército y a la sazón senador en ejercicio, Augusto Pinochet. Esta atmósfera de degradación es inaceptable desde todo punto de vista. Hasta el día de hoy ningún sector político ha planteado el problema de fondo: la democratización de nuestras instituciones de la defensa. Hasta el presente, éstas siguen siendo cotos cerrados donde reina el nepotismo, el autoritarismo, la corrupción y la amenaza soterrada a la sociedad civil.

En el Chile actual, no es políticamente correcto referirse a las Fuerzas Armadas, lo  evitan los políticos de todas las corrientes, y el mismo ejecutivo guarda un pudoroso silencio. Sin embargo, como un gesto de genuino patriotismo es imprescindible reclamar un cambio profundo en este sector de la vida nacional. El Chile democrático del mañana exige unas Fuerzas Armadas que estén a la altura histórica y moral de lo que el país requiere y no vivir de falsos espejismos. No olvidemos que, finalmente, la palabra “mirage”, en lengua francesa, puede ser traducida como “espejismo”, una ilusión óptica, mera apariencia que nos hace creer en la existencia de algo que no es.

* Artículo enviado a piensaChile por el periodista Jordi Berenguer

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