En unas horas más un evento sacudirá la historia, la política, y la cultura diaria de los EE. UU., un país que hoy tambalea por las fraudulentas políticas de un hombre que será recordado como uno de los peores presidentes de su historia.
Bush, el primer MBA elegido presidente, se va en silencio y sin participar en las campañas electorales de su partido –en realidad sin ser invitado a participar por ningún candidato de derecha. Los comediantes de TV y los caricaturistas lo echarán de menos, además de algunos fanáticos irredimibles, como amigos, quienes totalmente serios, me han dicho más de una vez, que Bush ha sido uno de los mejores presidentes en la historia contemporánea. Y estos son tipos con buena educación y cierto nivel de sofisticación cultural.
Gane o pierda Obama, lo cierto es que la puerta se ha abierto, y en forma ancha; gracias a la educación persistente –y una lógica imbatible que caracteriza a la decencia humana– se ha confrontado el rayón obsceno en la psiquis norteamericana.
Pero, para muchos el acto de votar por un hombre, cuya fisonomía y nombre son tan distintos de aquellos a los que están acostumbrados, se complica a nivel visceral.
Votar por Obama –un cambio drástico de políticas sociales, económicas, y militares – se complica por la presencia sutil e inconsciente del racismo, cuya sombra modula una variedad de valoraciones en la mente de millones. En cierto modo práctico y separado, esta elección presidencial confronta al racismo, y las encuestas muestran que millones, quizás la mayoría de los votantes de mañana, han rechazado estas creencias inhumanas e ilógicas.
Lo que no sabemos –ni nunca sabremos– es cuántos, en ese otro gran porcentaje que votará por McCain, no reconoce lo ilogico e inhumano de esa sombra. Simplemente votarán por John McCain porque no pueden aguantar la idea de que un negro sea el líder del país.
He visto varias campañas presidenciales y ésta tiene que ser una de las más reñidas y una de las más inquietantes que se puedan recordar. Un periodista de mucha antigüedad en el Washington Post dice que ha visto y reporteado durante ocho campañas presidenciales y ésta es la más interesante de todas.
No, yo creo que va mucho más allá de ser interesante.
Hace unos días conversaba con el repartidor de una empresa de envíos. Discutíamos si, de ser elegido Obama, se podía imaginar algún otro suceso ocurrido en los últimos 50 años que tuviera el impacto emocional o histórico que tendría su entrada en la Casa Blanca. El tipo, un afro-americano o negro (ambos términos son usados por mis amigos negros públicamente) me decía que la cosa era difícil de describir. Que tenía un contenido emocional tremendo y que no sabía si había otro suceso que pudiera comparársele.
Yo le dije que había pensado por días y que todas las comparaciones fallaban, todas, menos una.
Que la impresión causada por la elección de un negro como presidente de Estados Unidos, por su contenido práctico y emocional para los norteamericanos y el mundo en general, semejaba a un suceso de unos años atrás.
Y que este martes en la noche este evento impactaría en forma sutil en muchas esferas sociales y culturales, pero que al mismo tiempo produciría esa mezcla de euforia y catarsis.
Hay solo un suceso le dije, y ese fue el día que el hombre caminó en la luna.
Incluso aquellos que pensábamos que el programa espacial era una pérdida de dinero, un lujo mal merecido, todos nos habíamos emocionado, habíamos sentido algo así como un sobrecogimiento.
Y cuando la emoción pasó, algo nos sugirió que se podían hacer muchas más cosas que hasta ese día se consideraban imposibles.
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