Hermano y compañero:
Entre la luna y el sol discurren las asombradas penumbras que alborotan las gaviotas del alma. Por Bolivia, herida arteramente en un costado de su destino. Por Chile, que hace tres décadas supo de la abisal violencia reaccionaria. Por Cuba, invadida y bloqueada mil veces en su proverbial dignidad. Por Venezuela, que no la dejan vivir en paz, un día aunque fuese. Por América Latina, apuñalada sin vergüenza por la arrogancia del imperio. Es que aquel, obnubilado por la prebendas del poder, no acaba de convencerse que los pueblos del sur del mundo han elegido vivir en libertad y en democracia. Menos aún si éstos son indígenas que exhiben orgullosos su morenidad. Por eso los masacraron en Pando, con el encono de siglos, porque el asesinato de una treintena de campesinos e indígenas no es distinto a los millares explotados hasta morir en las minas de Potosí, a los torturados, estacados, descoyunturados, desmembrados por el conquistador hispano.
No es distinto a los aniquilados por el Estado y los dueños del capital por reclamar sus derechos. Antes era la plata, después fue el estaño y la tierra, hoy es el gas, pero siempre el indígena y el trabajador empobrecidos, vilipendiados, humillados. Hasta la noche exacta en que dijeron basta y se tomaron por asalto el cielo de Bolivia, y sus estrellas, y sus luceros y sus relámpagos y sus truenos y sus galaxias, para irisarlas de revolución. Y eso no se lo perdonan ni el rico ni el imperio, pero da lo mismo hermano, porque han cambiado los tiempos, porque ustedes mismos han cambiado los tiempos que, duela a quien le duela, se han vestido de dignidad antigua.
Por eso te escribo hermano, porque sabemos que otro mundo es posible, allá en el viento del altiplano o en la acuarela del Chapare, dulce y húmedo como el amor y envolvente como el palo santo. Porque nos alegra que los recursos naturales sean por fin nacionalizados, que cerca de dos millones de niños reciban un bono escolar para incentivar la asistencia a clases; que los ancianos sean beneficiados con la “renta dignidad” que incrementa sus jubilaciones; que se haya entregado tierra a los campesinos. Porque Bolivia se está refundando de a poco, entre el asombro y la furia del imperio que no perdona ni olvida, pero da lo mismo hermano, porque Bolivia no está sola. Están Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador y todos los pueblos que creemos que nuestro norte es el sur.
Por eso te escribo hermano, porque la defensa de la revolución boliviana es un deber ineludible, una necesidad, una responsabilidad y un compromiso de todos los que queremos dibujar una América Latina distinta, sin pobreza y con justicia social, pues de la desesperanza ha surgido incólume la esperanza, la libertad preñada de futuro. Y, lo más importante hermano, sin pedirle permiso a nadie, América Latina se levanta con su propia fuerza e inteligencia desde las dictaduras militares y de la ilusión de las democracias que les sucedieron. Además, se yergue orgullosa y desafiante ante la palabra y la acción del imperialismo que se niega a aceptar que los pueblos del continente dijeron basta. Basta al sometimiento y la genuflexión de las elites dominantes; a la pobreza, la discriminación, el deterioro ambiental, el saqueo de los recursos naturales. Es que nadie tiene el derecho a decidir por nosotros, a cercenar sueños y futuro, a imponer modelos económicos que benefician sólo a unos pocos.
Por eso te escribo hermano, para estrechar tu mano, para expresar nuestra solidaridad, para gritar nuestra furia, para denunciar la injusta guerra de los injustos contra un pueblo que sólo desea vivir en paz.
Por eso te escribo hermano, porque no nos olvidamos de nuestro propio septiembre, de tantos chilenos y chilenas que ofrendaron su vida por el sueño de Allende. Porque no queremos otro Chile, porque sabemos que otra Bolivia es posible.
Te escribo hermano, porque, la verdad, me duele Bolivia hasta el alma, y se me solivianta la garganta y angustia el corazón por los muertos y heridos, por los desaparecidos que son, también, nuestros desaparecidos. Pero, quien sabe, arrimados a la flor del jacarandá, algún día lloraremos por los caídos, ahora simplemente hay que luchar por defender la revolución como sea y donde sea.
Chile, Septiembre 2008
– El autor es sociólogo y Director del Centro de Estudios Interculturales ILWEN
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