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La Concertación en punto muerto

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En los años 60 el dirigente socialista Raúl Ampuero, publicaba un libro llamado La Izquierda en punto muerto, era la época en la cual triunfaba la Democracia Cristiana y parecía incierto el destino de la izquierda, agrupada, en ese entonces, en el FRAP. La izquierda logró salir bien librada del punto muerto triunfando con la Unidad Popular, en 1970.

En general, las combinaciones políticas son siempre las últimas en darse cuenta del punto muerto en que se encuentran. La Concertación ha logrado, a punta de errores y no pocas dosis de soberbia, perder la mayoría parlamentaria que tanto le costó conquistar; pero aún, con parlamento mayoritario, este conglomerado no ha querido nunca quebrar con la herencia envenenada de Augusto Pinochet. Con franqueza, parece evidente que a muchos parlamentarios les gusta el presidencialismo autoritario y también, en el fondo de su corazón y de sus intereses, el binominalismo. Son amarres dictatoriales que terminaron gustando a la Concertación, tal como los personajes de las películas de Almodóvar.

El Transantiago tiene un efecto parecido al opio en algunos de los personajes de gobierno: saben muy bien que este engendro mal parido, y que no quieren reconocer su paternidad y maternidad; al parecer, ningún ingeniero tecnócrata y burócrata pensó jamás planificar un monstruo similar. Jaime Estévez, Etcheverry, Germán Correa y otros genios del transporte huyen si algún periodista se atreve a preguntarles, ingenuamente, si tuvieron alguna participación en tan genial utopía del motor.

El Transantiago da para toda suerte de opiniones surrealistas: Ricardo Lagos dice, cual Judas, que el diseño fue perfecto, pero la implementación pésima. ¿Quién sabe quién la implementó? ¿Acaso el ministro Espejo o el ministro Velasco u otros personajes más en la sombra aún? Eduardo Frei Ruiz-Tagle, de un frío empresario se ha transformado en estatista, gracias al Transantiago: tiene toda la razón que este engendro, como el opio, lo único que está provocando es la justificada ira de los ciudadanos. Es apenas lógico que la oposición se quiera aprovechar de la estupidez de la Concertación para hacer demagogia electoral, enviando al tacho de la basura tamaño despropósito.

El especulador Sebastián Piñera, está corriendo solo a la espera de que la Concertación elija a uno de los candidatos entre los ya muy sobreestrenados, Eduardo Frei y Soledad Alvear y Ricardo Lagos y José Miguel Insulza. No se logra entender, cuando todos sabemos que son candidatos, por qué esperan hasta el mes de diciembre para ser proclamados por sus respectivos partidos. Sebastián Piñera, que se cree muy hábil, trata de jugar con propuestas de concordia, al menos, en el problema del Transantiago. Como en a Bolsa, quisiera ganar en una sola rueda la fama de un estadista que viene como el salvador de Chile en el desastre concertacionista; en contra le juega su ignorancia histórico-política y una derecha que, desde 1938, está castrada frente al poder.

Dieciocho años de gobierno y victorias en todas las elecciones durante el período transaccional han terminado por convencer a sus líderes de que son eternos en la administración del Estado, por el solo hecho de que sus rivales de la derecha demuestran una enorme antropofagia e incapacidad de proponer proyectos para Chile, que no sean el neoliberalismo o un populismo derechista que logre embobar a los borregos, que sobran en este valle de lágrimas.

En estos dieciocho años la Concertación no ha cambiado ni un ápice del sistema político monárquico presidencial: el binominalismo sigue tal cual, a pesar de las buenas intenciones; como en Tartufo, la familia ingenua se deja engañar por un estafador, a quien agradece que lo haya despojado de todos sus bienes. Algo similar ocurre con los pactos entre la Concertación y la Alianza: siempre la segunda, como Tartufo, termina por engañar a sus víctimas, quienes le agradecen su proeza. Esta es la soberana estupidez de la llamada “democracia de los acuerdos”, razón por la cual la Concentración concitó el rechazo de toda la comunidad educativa, por ejemplo, al pactar la Ley General de Educación. Al menos, al parecer, esta vez no va a caer en las artimañas del Tartufo Piñera.

Lo que caracteriza a la Concertación es el temor a  quebrar con la herencia autoritaria, que la tiene atada, como una jaula de hierro, para usar los términos de Max Weber. Algunos podrían pensar que, incluso, a los líderes de la Concertación les terminó gustando el caramelo envenenado, planificado por el líder de la UDI, Jaime Guzmán. Si ustedes leen el libro de mi amigo, gran analista político, Felipe Portales, “Chile, una Democracia tutelada”, podrán seguir -justificado con innumerables citas- el proceso de asimilación de los líderes concertacionistas a la democracia tutelada y, al parecer, se encuentran muy cómodos con el neoliberalismo y el presidencialismo autoritario.

Al comienzo del gobierno de Aylwin era un tanto sorprendente y escandaloso ver a los verdugos y sus víctimas, en las páginas de los Diarios de derecha, degustando un rico cóctel y departiendo amigablemente. Poco a poco hemos ido acostumbrándonos a esta extraña convivencia: a nadie le causa escándalo que el parlamento haya sido reemplazo por la Casa de Piedra, que los encuentros de la ENADE sean mucho más importantes que los consejos de gabinete, que los empresarios se hayan convertido en los personajes principales de nuestra sociedad, y sólo falta beatificarlos, como San Pirulí, en España. 

La conversión de Ricardo Lagos, de un Danton al mejor amigo de los empresarios, fue demasiado rápida: a los pocos meses de su gobierno, los dueños de los monopolios captaron, muy bien, que líder republicano, dotado de una personalidad autoritaria, que manejaba su combinación política con el dedo meñique, iba a ser como su ilustre predecesor francés, un muy bien aliado en la tarea del enriquecimiento ilimitado, a costa de los pobres golpeados trabajadores.

Conquistar a Enrique Correa, a José Joaquín Brunner, a Eugenio Tironi, a Jaime a Gazmuri, José Miguel Insulza, y otros cuantos ex Mapu, era tarea fácil, pues hacía tiempo que habían dejado de ser estalinistas y de profitar de la calificación del tercer partido proletario, que la fenecida y autoritaria Unión Soviética le concedió al Mapu Obrero Campesino. Nada más fácil que pasar de Stalin a Hayk. Eugenio Toroni se ha convertido en el más ilustre evangelista del nuevo credo neoliberal, con retoques humanistas, de la Concertación. Para este analista, Chile habría abandonado la matriz europea, aplicada en la época republicana – que va desde el Estado oligárquico (el parlamentarismo) a la República socialmente integradora, a partir de 1925. Ahora, gracias a la “revolución pinochetista” que, para estos analistas sería perfecta si no hubiera existido el terror y el exterminio de los opositores, algo así como si un historiador idealista privara a la revolución francesa de la guillotina, o a la rusa de los asesinatos en masa a los social-revolucionarios, Chile cambió, radicalmente adoptando, según Tironi, la matriz norteamericana: la Concertación equivaldría al Partido Demócrata y la Alianza, al partido Republicano. Claro que Ricardo Lagos es mucho más moderado que Barak Obama quien, al menos, propone terminar con la dependencia del petróleo, a partir de las energías renovables. En el caso de los republicanos, Sebastián Piñera pareciera un poco más inteligente que la pareja Bush (padre e hijo).

Todas estas sugestivas visiones de la historia de Chile del evangelista del lobbismo neoliberal, son más cómicas que reales. Lo sí está claro es que la Concertación hace mucho que abandonó los ideales socialdemócratas y de humanistas cristianos: hoy son pragmáticos, burócratas y tecnócratas, a la manera de Arellano y Cortázar, y de Escalona y Schilling, toda una mezcla, como en Cambalache, de Hayk con Putín.

En derechos humanos todas las comisiones de reparación han protegido la impunidad de los asesinos y torturadores. Felipe Portales relata los intentos de dirigentes de derecha de la Concertación para aprobar leyes de “punto final”. En cuanto a reformas políticas casi nada se avanzado, que no sean buenas intenciones; la Concertación es incapaz de convocar al pueblo, pues no cree en él. Sin presión popular es imposible derogar la Constitución de 1980, a fin de contar con una Carta Fundamental Democrática. Incluso, la reforma constitucional de 2005 dio más poder al Tribunal Constitucional, que hoy se ha convertido en el peor cuchillo del gobierno de Michelle Bachelet. Me parece absurdo que un Tribunal, que no emana de la soberanía popular se convierta en el factotum de la constitucionalidad de las leyes; de este desaguisado no culpemos a Pinochet, pues fue producto de la mentalidad presidencialista de Eduardo Frei Montalva.

A pesar de todos los esfuerzos para acortar la  miseria y la pobreza, todos los apoyos focalizados Chile sigue siendo, en el indicador Gini, uno de los países emblemáticos donde hay más diferencias entre ricos y pobres – veinticinco veces el ingreso entre el quintil más rico y el más pobre-.

La idea de la alternancia me parece una soberana estupidez, lo que cambiará será el poder de los “apitutados y operadores políticos” de a Concertación, por otros, mucho peores, de la Alianza, que ya están afilando los dientes para repartir el botín. Los empresarios, verdaderos dueños de Chile, estarán tan contentos tanto con los primeros, como con los segundos. La derecha de ganar, algo que me parece bastante inalcanzable, seguramente, hará un gobierno tan malo como el de Jorge Alessandri, ese viejo cascarrabias, que creía que se podía gobernar Chile como la Papelera.

Aún no vislumbro la forma en que la Concertación transaccional saldrá de este punto muerto; tal vez si apareciera un liderazgo similar al de Michelle Bachelet – con el simbolismo de un gobierno ciudadano, de mujer agnóstica y víctima de la dictadura- a lo mejor el moribundo recobrar una pequeña y efímera mejoría. En la actualidad, los candidatos se caracterizan por su poco carisma y por portar, cada uno, una pesada mochila: Ricardo Lagos, Ferrocarriles y Transantiago,; Eduardo Frei, haber hecho un mal gobierno y salvado a Pinochet; Soledad Alvear, haber quebrado el Partido y pertenecer a la mafia del Gute; Insulza, por haber dicho que “la tortura era apenas un rasguño” y que a Pinochet se le aplicaría justicia en Chile. No creo que salvará al moribundo la vieja idea de la refundación: el muerto está bien muerto y sólo queda esperar que, algún día, despierte el pueblo, el único ente capaz de construir un Chile auténticamente democrático.

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