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China: una olímpica operación de relaciones públicas

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Es expresivo del lamentable estado moral del mundo actual (dominado sin contrapeso por las fuerzas materiales e intelectuales del capitalismo neoliberal), observar la comedia que en estos momentos están representando los grandes países capitalistas de Occidente, frente a los empeños de China por legitimarse, ante los ojos del mundo, por medio de los Juegos Olímpicos, como una nación, no sólo económicamente pujante, sino democrática y moderna. Así, mientras los gobernantes chinos simulan que el régimen de Beijín es democrático y respeta los derechos humanos, los gobiernos de los grande países occidentales hacen como que se lo creen, puesto que los valores políticos y sociales de la ideología liberal se transan hoy a un bajísimo precio, comparados con las jugosas ganancias, presentes y futuras, que se pueden obtener en un mercado de más de mil millones de habitantes.

Al parecer, prácticamente nadie, entre los ideólogos y voceros de las elites dirigentes de las “democracias occidentales” concede hoy la menor importancia, ni atención, al hecho de que China sea un estado capitalista autoritario y represivo, en donde no existe ninguna de las grandes libertades públicas conocidas, y cuyo gobierno ejerce el más férreo control militar y policial sobre una nación otrora independiente y soberana como el Tibet. Al parecer, a nadie le importa, tampoco, que China sea un país en el que se censura políticamente el Internet (con cerca de 100 millones de usuarios), y donde no puede consultarse ni siquiera la Wikipedia, enciclopedia abierta y libre que pareciera compendiar aquellos dos grandes valores a los que más le teme el régimen autoritario chino.

Es preciso destacar aquí la corresponsabilidad que en esto tienen importantes empresas norteamericanas, tales como Google, que a cambio de la autorización de poder operar en el gigantesco mercado chino, aceptó sin chistar la rígida censura que les impuso el gobierno de Beijín, y hasta han caído en el extremo francamente repulsivo, de autocensurarse para no entrar en conflicto con sus autoridades. De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, China es hoy “la mayor prisión de periodistas del mundo”, donde cualquiera que difunda vía Internet la menor información, o frase, que disguste al gobierno va, simplemente, a parar a la cárcel; como ha sido el caso de 63 internautas que se encuentran actualmente presos allí por dicha razón.  

¿Por qué el gobierno chino ha invertido tanto, material como políticamente, en los próximos Juegos Olímpicos? De manera semejante a como lo hicieran los nazis en 1936 con la Olimpiada de Berlín, los gobernantes chinos se encuentran hoy embarcados en una gigantesca operación  de relaciones públicas, destinada a proyectar una imagen de respetabilidad y normalidad, que los legitime política y moralmente ante la comunidad  internacional. Es por esto que  todo aquel alegato provocado por los incidentes ocurridos en distintas ciudades del mundo, con motivo del transporte de la Antorcha Olímpica, en el sentido de que tales reacciones equivalían a politizar los Juegos, es obviamente falaz porque la idea de realizar los Juegos Olímpicos en China estuvo motivada, desde el primer momento, por una intención centralmente política de parte de las autoridades chinas, y por lo tanto los Juegos nacieron allí “politizados”.    

Lo curioso es que ha sido la propia operación de relaciones públicas en la que se ha embarcado el régimen de Beijín, la que ha sacado a la luz no sólo su conducta autoritaria, ante su propio pueblo y ante el Tibet, sino que, además, ha puesto en evidencia la destructividad  y el carácter francamente ecocida de su masivo proyecto de desarrollo económico. Porque aunque poco se lo mencione en la prensa occidental, aquellos éxitos macroeconómicos se han conseguido sólo a costa de la superexplotación del trabajo del pueblo chino, del desplazamiento de millones de personas, y de la más alta polución, degradación y destrucción ecológica, de la que se tenga memoria desde los tiempos de la industrialización acelerada en la Unión Soviética, bajo Stalin, en los años  40. Por cierto, esto no es algo puramente accidental, porque la visión económica de los actuales dirigentes chinos no es más que una versión contemporánea, aunque curiosamente anacrónica, de los planteamientos económicos stalinistas, basados centralmente en el desarrollo de la industria pesada. Pero el anacronismo no termina allí, porque la  actual expansión de la economía china  pareciera haber sido diseñada para un mundo de hace 50 o más años, en el que no sólo no existían la conciencia ni el movimiento ecologistas, sino que además era un mundo en el que aún no se habían manifestado los catastróficos efectos climáticos del calentamiento global que hoy nos afectan.

Tan altos son los niveles de contaminación del aire provocados por aquel enorme desarrollo industrial que hoy solo el 1% de los 560 millones de habitantes de China que viven en ciudades respiran aire que pudiera ser considerado como seguro para la salud, de allí que la polución haya transformado el cáncer en la principal causa de muerte en esta nación.

La complacencia y ceguera premeditada de los gobiernos occidentales frente a esta situación es francamente criminal, porque la contaminación generada por la enorme expansión industrial china está afectando a la totalidad del planeta. Así por ejemplo, de acuerdo con la Internacional Energy Agency, a fines del presente año China podría llegar a ser el líder de los países emisores de gases causantes del Efecto Invernadero; mientras que según la  Environment Assessment Agency, de Holanda, China habría alcanzado ya dicho nivel.

Durante los Juegos Olímpicos 1.3 millones de vehículos no podrán circular por las calles, y 300 mil serán sacados permanentemente de la circulación. En las provincias circundantes al lugar de los Juegos se suspenderá el funcionamiento de centenares de industrias, o se las hará trabajar a un bajo ritmo, con el fin de hacer menos notoria la contaminación durante aquellos días de “fiesta deportiva”. Medidas como estas, por cierto, no aspiran sino a crear una apariencia de seguridad sanitaria, mientras duran los juegos, pero no conseguirán impedir que los atletas sean afectados por la pésima calidad del aire, ni que sean víctimas de sus negativos efectos, de mediano y largo plazo, sobre la salud.      

Por su parte, al Comité Olímpico Internacional (que tras la fachada de la competencia deportiva no es más que una corporación transnacional, que genera enormes ganancias por medio de la comercialización de espectáculos atléticos a escala mundial) nada de lo anterior parece importarle un pepino, puesto que sus inversiones y actividades en China no serán afectadas de manera importante por la mala calidad del aire, ni tampoco por el carácter autoritario del régimen supuestamente “comunista” de Beijín.

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