El malestar de las élites y la exclusión de los pobres
por Rafael Luís Gumucio Rivas (Chile)
17 años atrás 9 min lectura
Lo que va del Centenario al Bicentenario
El Mercurio es un buen barómetro para dar cuenta del malestar de las élites cuando se acerca la fecha del balance del Bicentenario. El Bloque E, de la Edición del domingo 22 de junio de 2008, se plantea una sugestiva pregunta: 2010, ¿ se incuba un malestar como el de 1910?. El Mercurio cree, muy inocentemente, que en el Chile de hoy existe un conjunto de intelectuales críticos que, perteneciendo a la casta en el poder, están descontentos con la marcha del país; por el contrario, yo creo que, a diferencia de 1910, la casi totalidad de la casta está muy autosatisfecha con logros económicos y políticos del Chile de los empates transaccionales. Lo único que podríamos llamar un malestar de las élites, que quiere expresar El Mercurio, es el deseo de la Alianza – no compartido por los empresarios- de apropiarse del poder por medio de la candidatura de Sebastián Piñera y, así, ocupar la presidencia de la república sin necesidad de cogobernar con la Concertación.
El Mercurio no puede definir cabalmente cuál es el malestar: no es el de los camioneros – por el precio del petróleo- o el de los exportadores – por bajo precio del dólar- mucho menos el de los estudiantes – por la pésima educación que reciben- tampoco el de los profesores – por el humillante trato que reciben- tampoco es el de los díscolos – que se niegan a votar como borregos-, en el fondo como no saben definir este malestar, que tiene muy poco de intelectual y mucho de ambición, utiliza términos vagos como “el fantasma de una incomodidad indefinible, algo así como “la levedad del ser”, o qué sé yo.
Históricamente, el malestar es un sentimiento que surge en momentos en que la gente se harta de una sociedad de “bienestar”, para los grupos privilegiados, sin mayores horizontes de lírica épica, ni esperanzas. Así se expresó, por lo menos, “le malaise” de los estudiantes de Francia, en mayo de 1968.
Es cierto que del Centenario (1910) sólo nos queda el recuerdo de algunas obras de los críticos del período: Agustín Ross, Luís Emilio Recabarren, Nicolás Palacios, Alberto Edwards, Tancredo Pinochet, Enrique MacIver, Alejandro Venegas, entre otros. La verdad es que la crítica no fue el factor predominante en 1910, por el contrario, la casta en el poder estaba muy feliz al cumplir cien años de dominio total de la sociedad de la economía y la política.
Ningún Diario de los llamados serios- que no fueran las hojas obreras- publicó crítica alguna al Chile del centenario: nadie estaba dispuesto a dar a conocer las agudas diatribas del profesor Venegas contra el sistema educacional, de Alberto Edwards contra el parlamentarismo, o de Luís Emilio Recabarren contra los ricos. Si leemos El Ferrocarril, El Diario Ilustrado o El mercurio encontraremos publicado el discurso del Centenario, de Juan Enrique Rodó, o el del vicepresidente Emiliano Figueroa Larraín, un huaso ladino y rollizo, cuya simpatía y superficialidad eran notables; a lo mejor, se podría encontrar una artículo sobre economía del recién proclamado candidato presidencial, Ramón Barros Luco.
El Diario Ilustrado, el 28 de septiembre de 1910, publicaba: “Al desbordado turbión del pesimismo que parecía arrastrarnos ciegos a un destino oscuro y lleno de zozobras ha sucedido una tranquila calma y una hermosa seguridad de que marchamos con firme paso de gigantes hacia la conquista del poder material, y del bienestar que es patrimonio de los pueblos inteligentes, sobrios y respetuosos” (Reyes, Soledad, 2004:22).
Sin la siutiquería romántica de la época, el apologista de la Concertación, Eugenio Tironi seguramente, para el 2010, hará de la casta una loa similar a del Diario Ilustrado, 1910. Entrevistado por El Mercurio ( 22 de junio de 2008) que el de hoy no es un malestar similar al de 1910, pues afirma que “la percepción de que estamos sumidos como sociedad, en una crisis moral pertenece a una muy ínfima minoría…” También la generación intelectual de 1910 era una ínfima minoría y, sin embargo, sus críticas anticiparon diez años antes el colapso del parlamentarismo.
En cierto grado los distintos autores críticos del Centenario representaban el malestar den reducido sector de las élites: Agustín Ross y Guillermo Subercaseaux eran contrarios al papel moneda, que enriquecía a agricultores y banqueros, mas bien eran reformistas económicos y querían volver al padrón oro, derogado por el presidente Aníbal Pinto, en 1878; ambos pertenecían a la casta en el poder. Enrique MacIver era un radical, partidario del liberalismo económico, y su crítica se dirige fundamentalmente a la corrupción de costumbres, producto del auge del salitre.
Nicolás Palacios y Tancredo Pinochet, si bien denunciaron la situación de miseria y de explotación del roto pampino y de los campesinos, fueron especialmente nacionalistas, contrarios a la explotación extranjera del salitre. Alberto Edwards y Francisco Encina fueron historiadores émulos de Diego Portales y de Manuel Montt, bastante antidemocráticos y fundaron un pequeño grupúsculo, el Partido Nacionalista.
Alejandro Venegas era un profesor secundario, vicerrector del Liceo 1 de Talca, masón y anticlerical, que jamás militó en el Partido Socialista, ni siquiera en el demócrata, mas bien votó, en todas las elecciones presidenciales, por candidatos de la Alianza Liberal- incluso fue partidario de Pedro Montt, sin embargo, sus críticas a los partidos políticos, a la religión y a la educación fue bastante radical, lo que le significó su jubilación prematura.
Sólo Luís Emilio Recabarren se puede considerar un crítico del Centenario, cercano al proletariado y militante de la tendencia más avanzada del Partido Demócrata, posteriormente los partidos Socialista y Comunista. La conferencia pronunciada en Rengo, en septiembre de 1910, Ricos y Pobres, expresa claramente que los pobres no tienen nada que celebrar en el Centenario.
En 1907 todos los Diarios de la casta en el poder se negaron a publicar sobre la Matanza de Santa María de Iquique, la única excepción fue el diario católico popular, El Chileno, que imprimió un artículo de denuncia, firmado por Nicolás Palacios.
Es completamente falso que los literatos críticos de la sociedad chilena de 1910 fueran bien acogidos por su clase: a Luís Orrego Luco se le negaba el saludo y se atravesaba a la otra acera cuando se le divisaba; su pecado fue haber publicado la novela, La Casa Grande donde, según las señoras católicas, hacía apología del divorcio, se burlaba de los curas – como del cura Correa, pastos de ovejas gordas- de los especuladores de la Bolsa y de los senadores, tan fatuos como los actuales. Joaquín Edwards Bello fue prácticamente obligado a autoexiliarse, en Brasil, al burlarse de su propia clase, en su novela El Inútil.
Es posible que para el 2010 no sea necesario llegar a esos extremos, pues hay muy pocos intelectuales críticos, y es muy fácil exiliarlos condenándolos al anonimato. Por lo demás, los Diarios de Derecha, que monopolizan la Prensa, tiene a sus propios pensadores conservadores, liberales y seudo izquierdistas que sirven muy bien al coro celestial del poder neoliberal. Nada más fácil que convertir en eunuco a un antiguo estalinista, como hay varios en esta viña del Señor.
Lo que va de ayer a hoy
Es cierto que el Chile de 1910 tiene poco que ver con el Chile de 2010, pues aun cuando este país sea uno de los más conservadores e inmovilistas del mundo, algo se avanza en cien años: ya no muere un tercio de los niños nacidos vivos, tampoco hay pestes o epidemias que diezmen la población y, gracias a la genial ministra Poblete, parece haber desaparecido los conventillos y las piezas redondas – si bien algunos hablaban de casas Copeva con condón, pero eso fue en otro gobierno-.
Por otro lado, ya prácticamente no hay analfabetos que, en 1910, superaba el 50%. La Constitución garantiza hasta la Educación Media, aunque su calidad va a cojear por un buen tiempo. Los hospitales no han cambiado mucho, pero ciertamente, son distintos a los de 1910. La esperanza de vida ha pasado de cuarenta a ochenta años.
En 1910 no había impuesto a la renta, y los créditos a los agricultores se licuaban con una inflación galopante; la casta oligárquica vivía y se enriquecía con el salitre y los Bancos. Hoy el impuesto a la Renta lo paga, fundamentalmente, la clase media, pues grandes las empresas cancelan un impuesto irrisorio.
La oligarquía de 1910, al menos, más nacionalista e inteligente que la actual: cobraba un 50 por ciento Fob por quintal de salitre exportado y, algunas veces impedía el acuerdo de los salitreros británicos para controlar la producción y así tener los preciosa su amaño El presidente Domingo Santamaría lo suficientemente cazurro para esperar a los salitreros y cobrarles el impuesto al embarcar el nitrato. Hoy nuestra casta está tan disminuida que sólo cobra el 3 por ciento del Royalty y no sabe en qué gastarla.
En ambos Centenarios las casta profitan, en el primero la oligarquía se aprovechó del auge del salitre, y hoy del alto precio del cobre –no quiero pensar cuando su precio baje como es lógico que ocurra cuando explote la burbuja de las materias primas, al menos sabemos que el capitalismo se desarrolla entre burbuja y burbuja; de las punto.com a Enron, de las casas, a los Bancos, de los Bancos a las comodityes, aun cuando no creo en milagros, pero que los hay, los hay-.
Es cierto que el sistema parlamentario eclosionó en 1925, pero a pesar de sus múltiples defectos no es más malo que la actual democracia protegida, de la monarquía presidencial y la corte de partidos políticos, compuestos por dirigentes vitalicios, feudales y apitutados. Posiblemente las municipalidades no están tan corrompidas como las de la comuna autónoma, impuesta por los partidos en la guerra civil de 1891, sin embargo, los casos de alcaldes enjuiciados y los malos manejos municipales no son pocos. La relación entre los negocios y la política era similar en 1910, como en la actualidad, a lo mejor, con la diferencia de que en el primer Centenario los negociados eran más desembozados y francos. Es difícil ver la diferencia entre le Gate y el Sindicato de Obras Públicas. El sistema electoral binominal falsificaba tanto la voluntad popular en 1910, como en la actualidad; si en el primer Centenario se compraban los votos, ahora no es necesario hacerlo, pues los senadores y diputados son vitalicios, gamonales y dueños de sus Distritos y tiene a sus borregos, perdón sus electores asegurados. Nada muy distinto que los Circunscripciones de 1910: Por ejemplo, Curicó pertenecía al cacique Fernando Lazcano e Iquique a Alfredo del Río. En la actualidad, Copiapó es un feudo de Ricardo Núñez, como Linares a Jaime Naranjo.
Al igual que en 1910, Chile pasa de una euforia especulativa bursátil a una crisis de crecimiento mundial, que seguramente llegará. Del optimismo autosatisfecho, del resurgimiento, es seguro que pasaremos a pesimismo. No sería nada de raro que el Bicentenario nos encuentre en plena crisis económica y moral.
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