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Partidos Peter Pan: Unión Demócrata Independiente y Democracia Cristiana

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Si los sismólogos tuvieran que ubicar el epicentro de la crisis de los partidos políticos, en la actualidad, debieran dirigirse a los partidos de vertiente cristiana: la UDI y la DC. En la genealogía política ambos partidos tienen el mismo padre: el Partido Conservador clerical que, apartado del poder a partir de la “cuestión del sacristán”, defendió la religión y las libertades públicas.  Es difícil calibrar el efecto cismático que provocaron las Encíclicas papales en el mundo católico: León XIII era, para El Diario Ilustrado, un Papa loco, y este mismo Diario se negó a publicar la Rerum Novarum. De ahí para adelante hay una verdadera guerra civil entre católicos tradicionalistas y socialcristianos, que terminó por dividir el Partido Conservador.

Aún recuerdo las excomuniones que propinaban a los católicos socialcristianos los llamados conservadores tradicionalistas. Fue famosa, en su época, la polémica entre mi abuelo, Rafael Luís Gumucio Vergara y el presbítero Pérez, un antecesor de monseñor Medina, sobre si Jacques Maritain era un hereje al publicar Democracia y Cristianismo. Esta confrontación ideológica se radicalizó, en los años 30, al adherir el catolicismo tradicionalista al fascismo, en Italia, Francia y también en Chile.

La presión más radical del integrismo católico fue el bando nacional, en la Guerra Civil Española y, posteriormente, en la dictadura de Francisco Franco. Los falangistas chilenos, contrariamente a lo que algunos piensan, fueron partidarios de la república española, y apoyaron a los sacerdotes vascos, único sector del clero que adhirió al bando republicano. Recuerdo que Aguirre, presidente del pueblo vasco en el exilio, ocupaba un lugar preferencial en los Congresos falangistas y demócrata cristianos.

En política el lenguaje simbólico es muy superior a la realidad, razón por la cual resulta atractivo comparar a la Democracia Cristiana con la Unión Demócrata Independiente y tratar a Pablo Longueira como el Lenin de la derecha. A pesar de las apariencias y fáciles analogías, ambos partidos tienen un origen ideológico diametralmente opuesto: nada tiene que ver el franquismo con el socialcristianismo, y mucho menos el nazismo  con las democracias cristianas de posguerra.

Los partidos de inspiración cristiana son organizaciones de directorio, en los cuales una generación y un liderazgo los conduce y no interesa su carácter masivo, sino las élites. En la socialdemocracia ocurre lo contrario: son partidos de masas surgidos del sindicalismo  y sus Asambleas tienen un poder decisorio, por eso siempre, en la UDI y en la Democracia Cristiana han sido las Juntas Nacionales 500  delegados Ministros  parlamentarios y altos funcionarios y no la votación universal de sus militantes los que resuelven la elección de sus directivas. Este carácter explica lo desubicado de la proposición del alcalde de Las Condes, Gonzalo de la Maza, en el sentido de que dirección de la UDI fuera elegida democráticamente. Esta sola palabra constituye una herejía en el Partido de la calle Suecia.

Jacques Maritain escribía, en Democracia y Cristianismo, sobre las minorías abrahámicas, “el profetismo cristiano nunca ha sido un asunto de mayorías”, se trata de cambiar la sociedad a partir de líderes preclaros, como Abraham y Moisés. La Falange, con un tres por ciento del electorado correspondía, perfectamente, a esta concepción maritainiana: eran pocos, pero selectos. Por lo demás, no querían crecer – al igual que Peter Pan – para no perder la pureza, de ahí que les cueste mucho establecer cualquier alianza con partidos “moros”, su ideal consistía en las mil vírgenes de Santa Úrsula; algo similar ocurrió con la UDI en su misión de vanguardia del corporativismo antidemocrático pinochetista.

Tanto la UDI, como la DC se transformaron, en distintos momentos, de Partidos de vanguardia en Partidos de masas, detentando la primera mayoría nacional: la Democracia Cristiana en 1964-1965, con más del 40 por ciento de la votación nacional y dirigiendo el Estado como un partido único, por su parte, la UDI logró, en 1999, con su líder, Joaquín Lavín, un cuasi empate con Ricardo Lagos, el más poderoso líder la Concertación. Como Peter Pan, ambos partidos se niegan a ser adultos y administran de tan mala forma el poder adquirido, que terminan por perderlo. Podemos decir que no tienen vocación de partido gobernante.

Todo partido político de inspiración cristiana necesita tener un mártir, pues sería impensable el triunfo y la permanencia en el tiempo del cristianismo sin las persecuciones de Nerón y Valerio; de no haber sido así, el cristianismo hubiera tenido una existencia equivalente a los desaparecidos cultos orientales de Mitra. En la Falange, durante mucho tiempo su mártir fue Ignacio Alvarado, a quien la mayoría  de los autores falangistas le dedica su libro; en la UDI, ese lugar lo ocupa Jaime Guzmán. Según el columnista de El Mercurio, Carlos Peña, Guzmán fue un émulo del corporativista Vásquez de Mella y del franquista Blas Piñar y, además, ideólogo de la dictadura de Augusto Pinochet. Los militantes de la UDI le atribuyen cualidades de santidad y de perfección; este célibe “beato” tuvo la capacidad de “aparecerse” a Paulo Longueira indicándole la maldad de un cura Jolo, en el caso Spiniak. La mayoría de los discursos de la UDI están adornados con frases de “San Jaime Guzmán”, cuya única ideología consistía en un desprecio brutal por el sufragio popular.

En política, más importante que la pureza ideológica, es saber ganar sectores de ciudadanos, que antes pertenecían a sus rivales. Los griegos sólo pudieron triunfar cuando introdujeron en la ciudad el famoso “caballo de Troya”. La Democracia Cristiana, cuando triunfó, en 1964 buscó, sin éxito, el apoyo de los socialistas, pero Aniceto Rodríguez les negó la sal y el agua, viéndose obligada a gobernar sola. Posteriormente, en 1970, se presentaron varias posibilidades de un apoyo de la izquierda a un candidato demócrata cristiano; nuevamente Luís Corvalán, en ese entonces presidente del Partido Comunista, sostuvo que con Radomiro Tomic, ni a misa; incluso, en una de las vueltas electorales de la Unidad Popular, el Partido Comunista propuso al Mapu Rafael Agustín Gumucio como candidato, fuera de listas, para representar a la Unidad Popular. En fin, el “caballo de Troya” no pudo introducirse en la fortaleza de la Democracia Cristiana.

En la actualidad, los socialistas ex Mapus Enrique Correa, José Antonio Viera Gallo y José Miguel Insulza, entre otros intentan, según ellos, realizar un salvataje a la Democracia Cristiana similar al del Partido Demócrata italiano, para evitar que sectores de este disuelto Partido apoyen al derechista Berlusconi. La idea chilena sería formar un partido transversal, que reúna a toda la Concertación y, de esta forma, evitar la sangría a causa de la fuga de algunos demócrata cristianos hacia derecha. La idea es bastante antigua, pues viene desde el primer gobierno de la Concertación, sin embargo, ningún partido está dispuesto a disolverse en un conglomerado de vida incierta, que una a humanistas cristianos con humanistas laicos.

La UDI, por su parte, nació de una división en la derecha y ha sido, siempre, bastante esquiva para aliarse con Renovación Nacional que tiene, en su seno, a connotados pinochetistas, como el anciano Onofre Jarpa – un nacionalista con ribetes de ibañismo y militarismo-, el porteño senador Sergio Romero y el diputado Alberto Cardemil, y otros prominentes jugadores de la Bolsa, como Sebastián Piñera y “sus boys”, entre quienes se encuentra su líder, que votó por el NO en el plebiscito de 1988. Hay sectores del pinochetismo que no votaron por Piñera en la segunda vuelta, en 2005, pero lo hicieron en silencio y jamás lo confesarán, al igual que los falangistas, en 1938, dándole el voto a Pedro Aguirre Cerda.

Tanto la Democracia Cristiana como la UDI no tienen candidato a la presidencia, para la primera vuelta de 2009. Eduardo Frei y Soledad Alvear, los únicos líderes visibles que restan en la Democracia Cristiana aún no logran atraer un número suficiente de seguidores que le permitan encabezar la Concertación y, como es muy difícil imponerlos por secretaría, pretextando el mejor derecho de la Democracia Cristiana, se ha comenzado a imponer en el conjunto de la alianza gubernativa la candidatura de Ricardo Lagos Escobar, como el único que pudiera detener los avances de Sebastián Piñera, al menos, en las encuestas. Incluso, los demócrata cristianos estarían resignados a aceptar esta fórmula para evitar un mal mayor, con la condición de mantener cuotas importantes de poder y de candidaturas municipales y parlamentarias, lo que equivale a un juego de perdedores.

Los partidos en crisis se caracterizan por la división de su núcleo principal; de eso ocurre algo similar a la reproducción de la ameba, que lo hace permanentemente por división. Nadie puede mirar en menos la salida de los colorines: si bien es cierto, de mantenerse el sistema binominal pueden desaparecer en las elecciones parlamentarias de 2009, en las municipales, con el sistema proporcional podrían lograr algunos alcaldes y concejales, pues ya lograron cobijarse al alero del Partido Regionalista. Adolfo Zaldívar no es “una lagaña de mico”: en poco tiempo ha logrado la presidencia del senado y, durante su estadía en la Democracia Cristiana, no sólo fue presidente de este Partido, sino también líder de una tendencia importante, aun cuando no mayoritaria, incluso, le disputó la última candidatura presidencial a Soledad Alvear. Aún está por comprobarse el daño que los colorines puedan hacer a la Democracia Cristiana: En el pasado, nadie puede negar los estragos que hicieron en ese Partido el Mapu y la Izquierda Cristiana.

Pablo Longueira hace gala de planteamientos tácticos heterodoxos de gran habilidad: en un Diario planteó la idea de llevar como candidato presidencial a Adolfo Zaldívar, lo cual sería una versión moderna del “caballo de Troya”, con efectos devastadores para la Democracia Cristiana y también para las indisimuladas  ambiciones de poder de Sebastián, a quien Longueira no profesa mayor devoción.  Los políticos no tienen la habilidad de los griegos homéricos, por consiguiente, es casi seguro el pronóstico de que predominará el sectarismo y la ambición del inversionista Piñera, y el “caballo de Troya” quedaría en un loco proyecto del Ulises de la derecha política.

El centro de la crisis de la Concertación se encuentra en la decadencia de ideas y de proyectos atractivos de dos partidos fundamentales de la combinación de gobierno: la Democracia Cristiana y el PPD; ambos están más preocupados de los grupos herejes que han salido de sus filas, que del bien común de la Concertación: los demócrata cristianos de los colorines y los PPD de Chile Primero; es indudable que, desde el punto de vista electoral, llevar el doble de candidatos en dos subpactos redunda en una más alta votación y el sistema proporcional lo hace posible, aunque las cifras repartidoras favorecen siempre a los partidos mayoritarios; si se aplica sólo la técnica electoral no cabe duda de que el PPD y el Partido Radical lograrían un mayor número de concejales, sin embargo, en la política lo simbólico juega mucho más que las cifras, y la sola división de la Concertación augura su disolución. Ni siquiera la intervención de los ex presidentes de la república, verdaderos gerontes de la austera Esparta chilena, han logrado convencer a los porfiados dirigentes radicales y del PPD.

La UDI tampoco está dispuesta a supeditarse a Renovación Nacional, alegando que es el Partido mayoritario y el que tendría más cohesión en sus filas; los amores entre Larraín & Larraín, por muy tiernos que sean, no han logrado convertir a la Alianza en una combinación cohesionada: en cada ocasión surgen los díscolos, que los hay tanto en la Alianza, como en la Concertación, con el agravante de que la derecha, históricamente, ha sido individualista e  incapaz de someterse a una disciplina militante; sólo lo pudo hacer bajo la mano de hierro del dictador Augusto Pinochet. Por ejemplo, el diputado Iván Moreira no está dispuesto a apoyar al “caballo de Troya” de Chile Primero Jorge Schaulsohn, para la alcaldía de Santiago y le gusta, mucho más, el derechista colorín Jaime Ravinet. Longueira tampoco se conforma, fácilmente, con Piñera como candidato de la Alianza.

En la UDI, como en la Falange, se emplean términos militares para definir a sus líderes: en la primera son los “coroneles”, los fundadores Larraín, Coloma y Novoa, y los sargentos, los más jóvenes diputados, que apoyan a José Antonio Kast. En la Falange, los términos eran navales: los “almirantes” – Frei, Leigthon, Tomic, GumucioVives; los marineros, Ferrada, Rodríguez y otros; la mayoría de los viejos apoyaba a Gabriel González Videla, salvo Tomic, y los marineros al social cristiano Eduardo Cruz Coke. En el caso de la UDI, los coroneles y más maduros son mucho menos integristas que los sargentos que, por ejemplo, firmaron el requerimiento ante el Tribunal Constitucional, con respecto a la prohibición de la entrega de la píldora del día después, lo que constituyó un paso en falso de la UDI, ante el rechazo mayoritario de la opinión pública. 

Estos Partidos Peter Pan, incapaces de convertirse en adultos, están en su decadencia haciendo daño al avance y perfeccionamiento de la democracia, cada día más desprestigiada, el menos, en las encuestas de opinión, lo que augura un panorama bastante crítico para el Chile del Bicentario.
3/6/2008

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