Los senadores romanos dialogaban y pactaban bañándose en las cálidas y sulfurosas aguas termales, pues parece que tenían la cualidad de calmar las pasiones que, normalmente, la tarea política generaba. Si visitamos la antigua Pompeya encontraremos ruinas con amplias piscinas termales; en pleno baño encontró la muerte a los jerarcas pompeyanos. Estos ritos se hacían en nombre del dios Baco, padre de los placeres y del desenfreno. En Chile de fines del siglo XIX, sobresalían las famosas termas de Cauquenes, en la precordillera de Rancagua. En El resumen de la Historia de Chile, de Francisco Encina y Leopoldo Castedo, podemos leer una iconografía en que aparecen Tomás North – el rey del salitre – y el tartamudo general Manuel Baquedano conversando amablemente en las termas de Cauquenes. No sabemos qué se decían entre ellos, seguramente hablaban mal del champudo presidente José Manuel Balmaceda.
Carlos Ibáñez del Campo iba a curar su reumatismo en las termas de Chillán; ahí citó a todos los presidentes de Partido para repartirles, proporcionalmente, los cargos parlamentarios. El Congreso espúreo de Chillán sobrevivió al dictador e, incluso, los muy mal agradecidos apitutados lo acusaron constitucionalmente. Normalmente, se cree que las termas tienen el milagroso poder de sanar las enfermedades del cuerpo y del alma, sin embargo, en el caso de las termas de Chillán, estos hoteles son puros de día y pecadores de noche, pues en el pasado se jugaban grandes sumas de dinero a las cartas y a los dados y, hoy, en el casino se practica el mismo vicio.
Entiendo perfectamente por qué los Partidos eligen las termas como el lugar para realizar sus Congresos: los guardias logran alejar a los pocos ancianos curiosos que, durante esos días quieren practicar las actividades propias de la sanación termal. En los Congresos no participa ningún roto, ni intruso, la mayoría son ministros subsecretarios, gerentes de empresas estatales y privadas, seremis, jefes de servicio, senadores, diputados y alcaldes y uno que otro gamonal de provincia. Si, como el diablo cojuelo, personaje de nimiedades del padre Coloma, se introdujera en el Congreso sin ser visto, podría lograr una recomendación que le permitiría formar parte de la burocrática casta política.
Hay una diferencia entre los congresos termales de los partidos de gobierno y aquellos de oposición. En los primeros, el 90% son funcionarios públicos, es decir, feligreses que, por obligación, tiene que aplaudir a su Jefa; en los segundos, como en el caso de la UDI, son como un colegio de seminaristas a los han sacado a pasear a las termas de Cauquenes – por cierto que aspiran a convertirse en burócratas una vez “desalojada” la Concertación-. En los Congresos de la UDI, la mayoría está integrada por varones, salvo algunas excepciones, como la irascible Evelyn Matthei; en este clerical Partido es muy difícil que existan díscolos, como es el caso del alcalde de Las Condes, De la Maza. Es cierto que Pablo Logueira y Joaquín Lavín tenían a los congresistas un poco nerviosos con el famoso “bacheletismo-aliancista”, además, el Partido nunca ha estado conforme con el hecho de no tener candidato de su tienda y tener que apoyar, a regañadientes, al pesado de Sebastián Piñera. Todo terminó bastante en último Congreso de este fin de semana: Lavín dijo “no puedo, ni quiero, ni debo ser candidato presidencial”- vaya uno a creerle – y se conformó una comisión, compuesta por Pablo Longueira, el propio Lavín y Juan Antonio Coloma, para comandar el Partido en las próximas elecciones municipales.
Los congresos socialistas han tenido fama de ser conflictivos. Según el periodista Lira Mazi, los socialistas siempre están enojados, como si tuvieran unos zapatos chicos que les incomodaran: en cada congreso se disputaban apasionadamente distintas tendencias y los oradores eran verdaderos líderes, similares a los asambleístas de la Revolución Francesa; los Robespieres y Dantones surgían por doquier: se cantaba a la par que se levantaba el puño izquierdo la Marsellesa socialista; gritaban y “que muera el chancho burgués” y otras miles de consignas anticapitalistas y anti imperialistas. Como diría el barbudo Marx, la tragedia se ha transformado en comedia. Hoy vemos a Camilo Escalona, Jaime Naranjo, Ricardo Núñez, y otros, con el mismo puño amenazante, pero ahora son sólo provectos senadores de la casta política neoliberal: todos con cargos vitalicios y muy contentos, pues se han mantenido en el poder durante dieciocho años.
Todo Congreso tiene sus propios ritos: en primer lugar, habla la presidenta Michelle Bachelet que, por lógica, resalta los méritos de la Concertación – “Chile no es un país corrupto y perseguiremos a todos aquellos que metan las manos en los dineros de todos los chilenos; no es bueno que exista discordia entre nosotros, pues sólo sirve a la derecha, que nos quiere desalojar” y, como quien no quiere la cosa, le da un apoyo a la directiva de Camilo Escalona; todos los funcionarios aplauden de pie, durante varios minutos – era que no, pues podrían perder su trabajo -.
Nunca he creído mucho en las famosas autocríticas, en el fondo son un rito para reconocer, no muy seriamente, los errores y seguir haciendo más de lo mismo. Es evidente que la Concertación ha perdido, desde hace bastante tiempo, la superioridad moral que le permitió triunfar en todas las elecciones, en el período de la democracia protegida; por eso no es extraño que surjan, por lo menos en el último Congreso de Panimávida, voces que planteen una refundación, un acercamiento a los ciudadanos, incluso, una nueva constitución política y el reemplazo del sistema binominal por el proporcional – en el pedir no hay engaño -.
Sólo los delegados socialistas muy despistados pueden creer que las grandes decisiones y acuerdos se toman en el salón de actos del Congreso termal. En la sala toman la palabra, por orden jerárquico, cada uno de los participantes: primero la Presidenta, luego el presidente del Partido, los senadores, los diputados, los ministros, subsecretarios, jefes de servicio, gerentes y, por último, los delegados provinciales. Todos leen líricos discursos llamando a la lealtad, a la fraternidad y a la lucha; si fracasa el gobierno de nuestra compañera Michelle, es seguro que perderemos el poder y ¿quién puede querer tamaña fatalidad que, para algunos, puede significar el amargo pan de la cesantía? No falta nunca el delegado que filma su propio discurso para mostrárselo a su compañera, dándose ínfulas dentro del seno familiar, de ser un gran orador.
La verdadera cocina política se hace en las piscinas o en los charcales de barro terapéutico que abundan en termas de Panimávida. En este paradisíaco lugar nuestros senadores y ministros, untados de la cabeza a los pies, como el hombre de chocolate, comienzan a componer los acuerdos, las listas de candidatos municipales, los próximos gabinetes y hasta los futuros candidatos presidenciales; es en este charco en que las tendencias – que antes llamábamos fracciones – se ponen de acuerdo para dirigir el Partido.
Ya no hay mayores temas ideológicos como antaño; no hay anarcos, troskos, elenos, grovistas, chetistas, nuñistas, allendistas, y otros sino que, ahora abundan los escalonistas, seguidores de las grandes alamedas, moyistas y otras cuantas denominaciones. En el fondo, en el Congreso termal, a lo mejor producto del efecto calmante de las aguas sulfuradas, no hay grandes disputas.
Hay gente que aún cree que los acuerdos de los congresos deben ser cumplidos y los convierte en una especie de mandato del organismo máximo de un partido político; la verdad, es que en la cotidianidad ocurre todo lo contrario: el último Congreso de la Democracia Cristiana acordó terminar, por ejemplo, con el lucro de los sostenedores privados, con el apoyo de la ministra de Educación, Yasna Provoste, sin embargo, de la noche a la mañana, el gobierno pactó con la derecha acrecentando el lucro de los sostenedores, hasta llegar al escándalo que acaba de explotar. Es seguro que el Congreso socialista aprobará una ley de utopía, de una democracia ciudadana y del fin de la monstruosa distancia entre ricos y pobres, en este marasmo llamado Chile.
En el fondo, lo que interesa es conservar el poder en todos los niveles y poco importa como se consiga el objetivo. En todo el Congreso socialista penaron dos temas centrales: las candidaturas municipales y, sobretodo, la elección del candidato presidencial del Partido. Los hay para todos los gustos: Ricardo Lagos, José Miguel Insulza, posiblemente Jorge Arrate o Alejandro Navarro. Como Ricardo I Lagos y el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza no tienen un pelo de tontos, captaron que el horno no estaba para bollos y que era mejor imitar a los Apóstoles, enviando sendas epístolas, llenas de paraísos perdidos a sus feligreses.
En conclusión, los Congresos son como ritos religiosos: se repiten las mismas ceremonias en diversos escenarios.
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