¿Es posible la paz en Colombia?
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
17 años atrás 6 min lectura
Álvaro Uribe Vélez es el único émulo latinoamericano del peor presidente de los Estados Unidos, George W. Bush; ambos halcones de la ultra derecha sólo saben tocar tambores de guerra: Bush, fracasado en Irak y Álvaro Uribe le sigue, en Colombia, con una guerra absurda y de resultado incierto contra la principal guerrilla colombiana, las FARC. Acompañan al presidente de Colombia, en esta criminal aventura los paramilitares, que están muy lejos del desarme – como tanto pregona el gobierno y sus adeptos, entre quienes se cuenta a algunos retazos del Partido Conservador y nuevos partidos de derecha populista. Es cierto que la estrategia de guerra de aniquilación, llevada a cabo por Uribe, le ha dado jugosos frutos manifestados en el apoyo de los grandes gamonales de provincia, que ahora pueden viajar a sus haciendas sin el peligro de emboscadas guerrilleras. La demagogia del presidente también logra un cierto apoyo de las capas medias, felices con la política de Seguridad Democrática, pues de lo contrario no se explicarían los niveles de aceptación que logra en las encuestas y comicios electorales.
La demagogia de la derecha uribista disimula los graves efectos del “Plan Colombia” que, con el pretexto de combatir el narcotráfico, aporta millones de dólares en armamento para continuar esta guerra despiadada de aniquilación total, como si existieran otras salidas políticas para llegar a una paz justa y duradera. Uribe, como Bush logran despertar elementos muy primarios en ambas sociedades – baste recordar que George W. Bush, en la última elección presidencial logró ganar por el apoyo a la guerra de Irak del sector más integrista de las sectas protestantes norteamericanas -, Álvaro Uribe protege a los sectores paramilitares por la famosa “parapolítica” y, por otro lado, moviliza a las capas medias bajo el lema aniquilar a las FARC. Cuentan los familiares de Ingrid Betancourt que ellos no participan más en las manifestaciones públicas- llevadas a cabo semanalmente en Bogotá – ante las furiosas amenazas de la turba que les grita “si no apoyan a Uribe, váyanse de Colombia”. En el fondo, la derecha no está interesada en el destino de los secuestrados, sino más bien en la guerra de aniquilación. Es triste constar esta realidad, pero así es.
Hoy, Álvaro Uribe hace la política contraria a la llevada a cabo por algunos presidentes, sobretodo Belisario Betancourt y Andrés Pastrana, que buscaron formas de solución política al conflicto de la violencia en Colombia, ambos intentos fracasados por la presión del ejército y de los paramilitares, que nunca respetaron los acuerdos, pues disimuladamente seguían persiguiendo la idea de aniquilación de los grupos armados, con el apoyo norteamericano, principalmente del último gobierno de Bush.
El secuestro es un crimen contra la humanidad: ninguna persona, con un mínimo de moral, puede aceptarlo y jamás será un método de acción política. Todos debemos condenarlo, sin ningún miramiento y hacer esfuerzos para crear una conciencia universal de rechazo a esta forma de atropello a los derechos humanos. Así también debe ser condenada la violencia de los ricos, que se expresa en los múltiples asesinatos de campesinos, perpetrados por los paramilitares. Hay algo de podredumbre en la mezcla de estas acciones brutales y el negocio del narcotráfico, que desmembra a la sociedad colombiana.
Los desaciertos de la política de Álvaro Uribe sólo han logrado aislar a Colombia, en plano de sus vecinos latinoamericanos: las relaciones con Venezuela y Ecuador, hermanos de la Gran Colombia, pasan por momentos de crisis agudas y otros de mayor distensión; Colombia tiene un intercambio comercial de gran importancia con Venezuela y una ruptura con el vecino país sólo perjudicaría a Colombia, especialmente a loas habitantes de las provincias fronterizas. A pesar del servilismo actual ante Estados Unidos, aún no logran el famoso Tratado de Libre Comercio.
La línea del Acuerdo Humanitario, encabezada por la senadora Pilar Córdoba y por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, es el camino para iniciar un diálogo político, que permita encontrar la paz. Gracias a este Acuerdo, se ha logrado liberar seis rehenes que estaban en manos de las FARC, según ellos mismos, “muertos en vida”. Los parlamentarios Gloria Polanco, Orlando Beltrán, Luis Eleodoro Pérez y Jorge Eduardo Gechén, en la conferencia, dada en un hotel de Caracas a pocas horas de su liberación, plantearon algunas ideas muy importantes, entre las cuales destacan que la única solución al conflicto debe ser política y no militar y que no es correcto, desde ningún punto de vista, que el presidente de Colombia sacrifique la vida de los secuestrados, muchos de ellos soldados jóvenes, servidores del Estado, por la porfía de no ordenar el despeje de dos pequeños municipios – Pradena y Florida -. Algunas fuentes sostienen que, en un momento, Uribe estuvo dispuesto a hacerlo, pero la presión de los militares, como muchas veces lo ha sido en Colombia, hizo imposible esta vía. En esa misma conferencia de prensa, los cuatro parlamentarios liberados relataron, en forma dramática, las condiciones y el trato cruel e inhumano recibido en el cautiverio –encadenados, a veces caminando grandes trechos descalzos y sujetos a todo tipo de enfermedades tropicales-. Luis Eleodoro Pérez portaba sendas cartas de los norteamericanos en cautiverio, dirigida a su presidente y a Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, que le fueron decomisadas por los guerrilleros, pero sí pasó la carta de Ingrid Betancourt para sus familiares; en un párrafo les dice que está tan mal que prefiere “la opción dulce de la muerte”.
Ingrid Betancourt se ha convertido en un símbolo del secuestro político: como candidata presidencial luchó por la paz, a lo cual agrega su calidad de colombiana-francesa; el presidente Sarkozy, en un gesto de gran audacia política, se ha mostrado dispuesto a viajar a la frontera de Venezuela y Colombia para recibir a Ingrid.
Como nunca antes, se ha gestado y desarrollado una presión internacional de envergadura para poner fin a la violencia en Colombia, mediante la búsqueda de acuerdos humanitarios. Son parte de esta búsqueda de entendimiento Brasil, Argentina, Ecuador, Cuba, Bolivia y Suiza. Además de Francia y Venezuela. Ojalá la conciencia mundial por los derechos humanos ponga fin a la mezquindad y sectarismo de ambos sectores en lucha. Nada bueno se puede espera de la violencia a la colombiana. “Una vida vale más que un terreno”, decía Gloria Polanco. Para salvar la vida de los secuestrados bien vale la pena liberar a los guerrilleros presos, pues ese es el comienzo para una verdadera reconciliación nacional que, en definitiva, traiga la paz. Para nada sirve que los colombianos se maten entre ellos cuando son un pueblo alegre, valioso, pero con poca valoración de la vida.
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