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Asesinar al presidente con agua mineral

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En 1915 el presidente de Haití Philippe Sudré fue expulsado del Club de oficiales estadounidenses en Puerto Príncipe, por tener la piel de color negro. Las tropas estadounidenses no podían tener mucho respeto por un títere al que ellos mismos habían entronizado tras el asesinato de su antecesor Jean Vilbrun Guillaume Sam.

A casi un siglo de ese episodio, la actuación de los embajadores Philip Goldberg en la Bolivia presidida por un indígena, y James Cason en el Paraguay amerindio, ratifica el desprecio que el imperio norteamericano profesa hacia los pueblos nativos y las instituciones de estas naciones que registran las historias más ignominiosas de expoliación y despojo por el imperialismo en América.

El reciente atentado contra el presidente paraguayo Nicanor Duarte Frutos también nos recuerda el desprecio por la vida, aún cuando se trata de quienes llevan en su investidura la representación misma del estado y la nación.  Salvador Allende, Goulart, Frei, sólo son eslabones en la extensa cadena de la infamia.

Patricio Lumumba, en una carta a su esposa escrita en enero de 1961, una semana antes de su asesinato, le decía: “Ninguna brutalidad, maltrato o tortura me ha doblegado, porque prefiero morir con la cabeza en alto, con la fe inquebrantable y una profunda confianza en el futuro de mi país, a vivir sometido y pisoteando principios sagrados. Un día la historia nos juzgará, pero no será la historia según Bruselas, París, Washington o la ONU sino la de los países emancipados del colonialismo y sus títeres”.

La historia de Lumumba tiene en común con Bolivia y Paraguay más que el paralelismo entre Goldberg y Cason con los agentes del imperio que lo llevaron a la tumba el 17 de enero de 1961.

Spruille Braden era un diplomático y agente petrolero norteamericano recordado en la región por haber facilitado con su intromisión, muy a su pesar, el ascenso político de Juan Domingo Perón en la Argentina de la década de 1940. Algo menos recordado es el papel que la cupo en la década de 1930, cuando logró desestabilizar Sudamérica y desatar una guerra entre Paraguay y Bolivia.

Al final de aquella matanza entre soldados descalzos, logró conservar para Bolivia la zona petrolífera del Chaco que desató la disputa, a pesar de la victoria militar paraguaya, porque el país del altiplano ofrecía mayores ventajas a la empresa Standard Oil a la que representaba.  Fue también Braden el organizador de un comité de apoyo a la secesión de Kananga, región del Congo rica en recursos mineros y diamantes, drama que concluiría con el asesinato de Patricio Lumumba.

Como primer paso para conservar las minas, Kasavubu  fue conminado por los imperialistas para deshacerse de Lumumba, quien fue destituído y reemplazado por Joseph Ileo. Pero Lumumba se resistió y a su vez se ratificó en el mando. Fastidiado, Eisenhower, dio la orden de matar a Lumumba. Uno de los asesinos enviados para la tarea fue Frank Carlucci, que sería luego secretario de Defensa de Ronald Reagan. 
Allen Dulles, que estaba al frente de la CIA, envió un telegrama a su delegado en el Congo Lawrence Davlin con las órdenes explícitas, que lógicamente incluían actuar en el más absoluto secreto.

Lumumba fue detenido de nuevo el 2 de diciembre por el ejército. Siempre con las órdenes de no intervenir, las tropas de la ONU hicieron la vista gorda cuando lo torturaron brutalmente. Más tarde se supo que se mantuvo firme durante las largas sesiones de torturas y con la moral muy elevada. Al final lo llevaron a Katanga y, en un descampado en medio de la oscura sabana, iluminado por las luces de los coches de la policía,  un escuadrón  provisto de fusiles FAL belgas y revólveres Vigneron lo acribillaron con una lluvia de balas. 

Un comisario belga que trabajaba para el régimen pelele de Katanga, confesó luego que le ordenaron hacer desaparecer al  fusilado y a dos de sus ministros que le acompañaron en la tragedia. El trabajo no fue fácil, tuvimos que despedazarlos, reconoció el verdugo. Su cuerpo fue espantosamente descuartizado para evitar su reconocimiento. Luego disolvieron los pedazos en un recipiente con ácido sulfúrico altruistamente donado por una compañía minera.  Los imperialistas no querían dejar ninguna huella del crimen. Inmediatamente comenzó la campaña de desinformación de la prensa adicta al imperio.

Un ácido similar al que fue utilizado para disolver los rastros del líder africano se aplicó hace unos días con un fin similar contra el presidente del país más africano de Sudamérica, el Paraguay. Un extraño brote de fiebre amarilla, que recuerda los atentados bacteriológicos contra Cuba durante la guerra fría, fue aprovechado para intentar desestabilizar al gobierno por grupos de falsos izquierdistas financiados por el embajador James Cason. Los periódicos paraguayos conocidos por recibir fuertes sumas de la National Endowment for Democracy y por aturdir a la ciudadanía con publicidad pagada por USAID, hicieron la vista gorda y descalificaron las versiones con absoluta indolencia.  La población, que todavía recuerda el terror que sembraron los asesores norteamericanos que dirigían el país durante la dictadura anticomunista de Alfredo Stroessner, y abrumados por el pavor que despierta la gigantesca embajada fortificada de Estados Unidos en Asunción, decidió guardar silencio en honor a la prudencia.

El curioso apoyo de los medios ultraderechistas a supuestos izquierdistas  se explica fácilmente: están en realidad siendo instrumentados por Cason para crear disturbios en el MERCOSUR. De allí que su discurso engrane en temas como la “soberanía energética” con el que instrumentan la administración de la represa hidroeléctrica de Itaipú buscando enfrentar a Paraguay con Brasil, su socio en el mercado común y donde gobierna el socialista de izquierdas Lula Da Silva.

En la vecina Bolivia los sucesos no son menos graves, en coincidencia con la presencia en ese país de uno de los máximos especialistas en desestabilizar gobiernos y veterano de los Balcanes, Philip Goldberg. Las intenciones desestabilizadores son más que evidentes, si se considera que la denuncia la han hecho los mismos norteamericanos residentes en Bolivia.

Sólo por mencionar un caso, el ciudadano estadounidense Marko Lewis denunció que USAID (la misma institución que ONGs mediante financia en Paraguay al Movimiento Popular Tekojoja) pagó los viajes a Washington de varios jóvenes vinculados a la derecha y a los prefectos disidentes con fines desconocidos.  USAID, que en Paraguay ha infiltrado el ejecutivo y el Congreso con supuestas donaciones del denominado Plan Umbral, también ha gestionado los viajes de opositores bolivianos para denunciar en la OEA y la ONU supuestos atropellos a la democracia por parte de Evo Morales.  El norteamericano también mencionó que le consta la reciente utilización por USAID de 14 millones de dólares en actividades que no guardan ninguna relación con la cooperación.

En tiempos recientes, en casos similares a Katanga, cuatro zonas de Bolivia ricas en recursos naturales exigieron autonomía del gobierno dirigido por Evo, y amenazaron con separarse de la nación.  Según los documentos, fundaciones estadounidenses están envueltas en estas campañas, habiendo invertido 4.451.249 dólares para ayudar a los gobiernos secesionistas a operar más estratégicamente. 

La nota cenital la dio una reciente carta de USAID enviada al Palacio Quemado donde informa a Evo Morales que no cumplirá las leyes nacionales bolivianas, que establecen las normas a observar por los sistemas de inversión pública y financiamiento, especificando entre sus artículos que no aceptarán donaciones que impliquen condicionamientos políticos ni ideológicos. En otras palabras, a Estados Unidos las leyes de Bolivia le importan un bledo, y para deshacerse de un jefe de estado paraguayo les basta un vaso de agua mineral. 

Bolivia y Paraguay, ¿países soberanos e independientes? Sólo en la fantasía de los incautos, of course.
27/II/08

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