Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe nació el 7 de octubre de 1930. Era el tercer hijo del matrimonio formado por Carmen Echagüe -descendiente de Pascual Echagüe, uno de los héroes de la Vuelta de Obligado- y Adolfo Mugica, diputado conservador entre 1938-42 y canciller de Frondizi.
Estudió en el Nacional Buenos Aires y cursó tres años de derecho, pero descubrió que su vocación estaba en el sacerdocio.
De su época de seminarista data su primer libro, "El católico frente a los partidos políticos", en el que ya se anticipan algunas ideas sobre el necesario compromiso social y político del sacerdocio.
En 1954, ya ordenado sacerdote, junto al padre Juan José Iriarte comenzó a recorrer conventillos y a tomar contacto con el pueblo, con sus padecimientos y sus simpatías políticas.
Eran épocas de enfrentamiento entre Perón y la Iglesia, y Mugica se sintió muy conmovido por lo que leyó en una pared de una vivienda humilde: "Sin Perón no hay patria ni Dios. Abajo los cuervos".
La llamada Revolución Libertadora decidió por él. No era un cuervo ni estaba para ser cómplice de los fusiladores y comenzó a gestarse la que llegaría a ser una intensa militancia en las filas del peronismo.
A comienzos de los 60, misiona en el Norte santafecino, asesora espiritualmente a la Juventud Universitaria Católica y comienza a trabajar socialmente en villas de emergencia. Se vivían los tiempos del Concilio Vaticano II, inaugurado por Juan XXIII en 1962 y clausurado por Pablo VI en 1965, y la Iglesia parecía finalmente optar por los pobres.
En 1966 participa como asesor espiritual de los campamentos solidarios de la Acción Misionera Argentina en la zona de Tartagal, Santa Fe, junto a estudiantes secundarios nucleados en la Juventud Estudiantil Católica entre los que estaban Gustavo Ramus, Fernando Abal Medina y Mario Firmenich, futuros fundadores de Montoneros.
A fines de 1967 viajó a Bolivia para pedir la liberación de Regis Debray y Ciro Bustos, detenidos por su participación en la guerrilla del Che, y a reclamarle al presidente Barrientos la entrega del cadáver de Guevara para repatriarlo.
De allí viajó a París a estudiar comunicación social y teología pastoral allá por el 68, justo cuando a mayo se le ocurrió volverse rojo y negro y escribir en las paredes "Dios ha muerto". Carlos no pensaba lo mismo, pero lo entusiasmaba la rebeldía de aquellos jóvenes que se habían hartado de tanta hipocresía.
Fue en aquella ciudad y en aquellos días de barricada cuando se incorporó al flamante Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo que lo tendría como a uno de sus principales referentes.
Cuando volvió, la patria lo esperaba convulsionada, Córdoba estallaba y la dictadura de Onganía se caía a pedazos. Mugica se instaló en la villa para siempre, aunque seguía viviendo en su buhardilla en la casa de sus padres en la calle Gelly. La villa crecía junto con las esperanzas de tanta gente que llegaba, ahí nomás, a Retiro, a probar suerte. Venían con sus hijos, sus vergüenzas, sus miedos. Carlos les enseñó a organizarse y a ejercer con orgullo la solidaridad. Brotaron guarderías, salitas, talleres de música, de teatro, de títeres, bolsas de trabajo, comedores. La gente se adueñaba de su vida.
Carlos no se callaba. Denunciaba a los hipócritas, a los mercaderes del templo. Sabía que tenía enemigos muy poderosos y veía cómo un día aparecía la guardería destruida y otro día robaban la proveeduría y otro día mataban a algún pibe de la parroquia y le ponían una bomba en su casa.
A Carlos se le ponían rojos los ojos azules y rezaba una oración que casi le fue naciendo naturalmente:
"Señor: perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece.
Señor: perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no.
Señor: perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que puedo no sufrir, ellos no.
Señor: perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo.
Señor: yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre.
Señor: perdóname por decirles 'no sólo de pan vive el hombre' y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí.
Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz".
Era una oración, era horadar en las almas de piedra. Mugica nunca olvidaba una frase que le dijo un hachero santafecino: "Soy la alpargata de mi patrón". «él quería otra cosa, quería alpargatas y libros para todos, alpargatas bien puestas y libros bien leídos.
Defendió a su compañero, el padre Carbone, detenido por el caso Aramburu; despidió los restos de los Montoneros Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus, abatidos en William Morris y asistió al velatorio de los fusilados de Trelew velados en la sede del Partido Justicialista.
Pero a medida que Perón se acercaba a la Argentina advertía que había que abandonar la lucha armada y dedicarse a la construcción política dentro del nuevo gobierno elegido por el pueblo para no quedar aislados.
Discutió fuerte con la izquierda peronista cuando aceptó un cargo honorario en el Ministerio de Bienestar Social de José López Rega, en el que los que no lo conocían bien veían un acercamiento al brujo y los que trabajaban con él sabían que era un intento de impulsar la construcción de un masivo plan de viviendas para los millones de sin techo de todo el país. López Rega sólo quería el prestigio de Mugica y generarle conflictos y ahondar la brecha que lo separaba de sus históricos compañeros. Sin obtener más que ingratitudes, renunció a los pocos meses.
Su popularidad era enorme. Se lo podía ver en programas de televisión y leerlo en las páginas de La Opinión, donde no se cansaba de decir que no estaba preparado para matar, pero tenía claro que estaba dispuesto a morir por su gente.
Una tarde de mayo de 1974, un comando de la Triple A al mando de Rodolfo Eduardo Almirón mató a Carlos. Diez años después un tal Juan Carlos Juncos -ex custodio del "Brujo"- confesó ante el juez Eduardo Hernández Agramonte haber participado en el operativo para asesinar a Mugica por orden directa de José López Rega.
En la declaración, Juncos manifiesta que el "Brujo" le había entregado diez millones de pesos ley 18.188 (unos 10.000 u$s de entonces) para terminar con Mugica, porque "este curita lo estaba molestando políticamente". Aquel 11 de mayo de 1974, miles de personas acompañaron el cortejo. Entre tantas lágrimas e indignación pudo verse por última vez, visiblemente emocionado, a don Arturo Jauretche.
En los tiempos que corren, es casi imposible que Mugica sea canonizado o beatificado. Se sabe. Pero el homenaje que a él más le hubiese gustado llegó a los pocos años de su asesinato. En la villa, las María Eva empezaban a ensayar su oficio de madres cuidando a las decenas de Carlitos que buscaban su lugar bajo el sol escuchando los acordes de la murga "Los guardianes de Mugica”
– El autor es historiador
-su emial: fpigna@clarin.com
* Fuente: Museo Che Guevara
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