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Santa María: «Jamás hubo en Chile una acción más hermosamente ordenada y tranquila»

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Texto completo del discurso leído por Nestor Jorquera en el acto realizado en el pueblo de Alto San Antonio, lugar desde el cual salió la Marcha de los Trabajadores Salitreros y sus Familias rumbo a Iquique, en diciembre del año 2007. Para piensaChile ha sido un honor poder compartir esta hermosa ceremonia, en la cual viejos pampinos, sus hijos y nietos, en compañía de trabajadores mineros recordaron el inicio de su combate por la dignidad y la vida, en el mismo lugar que hace 100 años.

En nombre de la Confederación Minera de Chile, quiero saludar desde esta tribuna a las autoridades presentes y en forma muy especial a las trabajadoras y trabajadores, dirigentes sindicales y dirigentes sociales, y a todos las personas que se encuentran presentes en este histórico lugar.

Este año se conmemora el centenario de la cruel matanza de la Escuela Santa Maria de Iquique, por ello, la Confederación Minera de Chile como todos los años consecuente con sus principios de solidaridad y el de mantener el recuerdo vivo de la lucha de los trabajadores, que como siempre hemos dicho, aunque quede un solo dirigente, un solo trabajador comprometido con el recuerdo, con la enseñanza, con el compromiso, con la historia, con la lucha de los trabajadores y sus consecuencia, vamos a recordar a nuestros mártires de esta vil  masacre.

Después de sufrir por tantos años la injusticia, la prepotencia, el maltrato por parte de los dueños de las salitreras y al no contar ni con el respaldo del gobierno, ni del estado, los trabajadores deciden unirse, organizarse para luchar, a fin de reivindicar derechos. El resultado, ya lo conocemos. Según un historiador fueron más de cinco mil los asesinados, otros dan una cifra diferente; pero que importa cuántos fueron, lo que si está claro y en ello todo coincidimos, es que en este lugar los represores de turno asesinaron a miles de trabajadores, a sus mujeres juntos a sus niños, por el solo hecho de rebelarse ante tanta injusticia y atreverse a requerir demandas, por justos salarios, mejores condiciones de trabajo, y el derecho a una vida más digna. Esa era su demanda.

Mamá quiero hacer pichi!

La madre Agueda Muñoz, una curtida mujer proletaria, que había marchado con sus tres pequeños hijos, desde la oficina salitrera Alianza, intentó hacerlo callar.

Aguanta un poco, chiquillo de moledera…

Es que no puedo más, por favor, mamita.

Doña Agueda, tomó sus tres niños y abriéndose paso dificultosamente entre la compacta muchedumbre, y se dirigió a los baños de la escuela. Estaban allí cuando escucharon las descargas de fusilería y las ráfagas de ametralladoras. Gritos de dolor y de ira.

Se había consumado la matanza.

Quizás, por estar allí en los baños, fue que lograron escapar a la muerte. Uno de los tres hijos de doña Agueda era Angela Henríquez Muñoz, que por entonces tenía apenas 3 años de edad. Ella sería, tiempo después, la madre de esa imprescindible luchadora llamada Sola Sierra Henríquez.

¿Cuál fue la causa de esa terrible masacre?

Francisco Valdés Vergara dijo “No puedo recordar sin tristeza aquella tragedia de Iquique, que ahogó en un charco de sangre el levantamiento sedicioso de algunos miles de obreros.

Esa muchedumbre se levantó amenazante contra el orden, contra los bienes y las personas se negó a todo advenimiento inspirado por la justicia y hubo de ser sometida, para evitar mayores males, con el empleo severo de las armas”

Lusi Emilio Recabarren, respondió al reaccionario Valdés Vergara: “Jamás hubo en Chile una acción más hermosamente ordenada y tranquila. Donde la justicia de esa acción se destacaba. ¿Qué pedían los obreros en huelga? Los hechos, los porfiados hechos, desmienten a Valdés Vergara. No hubo ningún levantamiento sedicioso. Ni el movimiento de los trabajadores fue ‘una acción contra el orden, contra los bienes y las personas’”. Los hechos dan la razón a Recabarren. “Lo que los obreros del salitre reclamaban, era una cosa justa hasta la evidencia”

“Vamos al puerto dijeron, vamos
En un resuelto y noble ademán
Para pedirle a nuestros amos
Otro pedazo no más de pan

En la misérrima caravana
A la par que al hombre marchar se ven
La esposa amante, la madre anciana
Y al inocente niño también”

“Es justo lo pedido y es tan poco, ¿tendremos que perder las esperanzas?, dijo el pampino aquel día”.  Así fue, la esperanza no la perdieron, pero si perdieron sus valiosas vidas.

Sin embargo con todo lo doloroso de esa inmolación, nos dejaron muchas enseñanzas y una de ellas, es que, por más que se necesite una fuente de trabajo no se puede perder la dignidad como persona. No se puede permitir el abuso patronal o del estado, no se puede aceptar cualquier condición de trabajo, tanto en lo económico o de seguridad social con el solo pretexto de porque hay mucha cesantía, hay que aceptar lo que venga.

Esta claramente demostrado, que en un sistema neoliberal como el que vivimos, la mejor arma que tiene el poder económico es el tener una tasa de cesantía alta y así poder manejar a su antojo a los trabajadores, pero lo más terrible de todo esto, es que no están solos, no sólo tienen a su favor los medios de producción y servicios, sino que también los parlamentarios en el congreso para aprobar leyes que les da amplias ventajas a los patrones, además cuentan con la complacencia y complicidad del estado a través del gobierno de turno, el cual no ha sido capaz de generar las condiciones de igualdad para enfrentar este sistema, al contrario, promueven darle mayores y mejores facilidades a través de la tal llamada flexibilidad laboral. Pero, ¿qué más flexibilidad de la que ya tienen? Si hoy día son pocos, pero muy pocos, los trabajadores que laboran las 8 horas diarias, pues la gran mayoría trabaja más de 12 horas y hasta en días feriados y festivos.

Otra de las enseñanzas que nos dejaron, es la “unidad de la clase trabajadora”, esa unidad férrea, esa unidad a toda prueba, donde no tenía cabida el individualismo, donde no importaba si eran negros o blancos, la nacionalidad o el origen, si eran chilenos, peruanos, bolivianos o argentinos, dentro de los trabajadores, lo único que importaba era el ser hermano de clase. Sin embargo, hoy vemos como el individualismo nos separa, acompañados de un consumismo salvaje, donde cada individuo cree que es dueño de su propio destino y no lo hace capaz de mirar hacia el lado y ver lo que está pasando con su compañero.

El sistema ha penetrado en las organizaciones sindicales, ya vemos que por pequeñas parcelas de poder, el individualismo ha cegado a nuestros compañeros que han sido capaces hasta de destruir o de intentar destruir las organizaciones sindicales y nuevamente se muestra como impera con sus feroces dientes el sistema neoliberal, donde cada día que pasa nos hace parecer mas inhumanos, donde no permiten o no tienen cabida las organizaciones sindicales.

El poder político amparado por añejas leyes heredadas del pinochetismo, mas la concentración del poder económico, ha golpeado a cada mujer y hombre trabajador de nuestro país o si no, pregúntele a esa familias que han perdido a sus seres queridos en accidentes del trabajo y donde luego los diarios, cuyos medios de comunicación son de propiedad de los mismos explotadores dicen “que fue causa del destino o de una mala maniobra del trabajador” pero nunca dicen que las condiciones en que trabajan son adversas e inseguras, no existiendo las mínimas condiciones de seguridad que se requieren. Total, ellos han declarado “desechables a los trabajadores”. Por eso, no les importa el destino de las familias que pierden a sus seres queridos. Ejemplos hay muchos y están ocurriendo en este momento. Sin hablar de las últimas negociaciones colectivas, donde el aumento real, apenas se inclina a un promedio de 2% real, incluso bajo la presión de firmar contratos superiores a los cuatro años.

O como explicar que todavía no se proteja al trabajador que labora en condición inhumana a más de cuatro mil metros de altura, poniendo en riesgos su salud y su vida, todos los días, sin poder proyectarse.

El llamado en homenaje de los que cayeron en este lugar, es a unirse, a organizarse, a no dejarse amedrentar, pero tampoco a creerse ser los únicos dueños de la verdad y no permitir la intolerancia en las opiniones dentro de su organización y tener la absoluta claridad que el enemigo no está dentro de nosotros, los enemigos son los que están contra de los trabajadores, los que no permiten que los trabajadores se capaciten, los que legislan en contra de los trabajadores, los que no le permiten tener un proyecto de vida a los trabajadores. Esos son los verdaderos enemigos.

Mañana se cumple un siglo de ese sangriento episodio, en el cual, como tantas otras veces, las fuerzas armadas utilizaron  las armas que el pueblo les entrego, disparando contra ese mismo pueblo.

No podemos permitir que el tiempo borre de la memoria los crímenes cometidos.

Y con el poeta proletario, cada uno de nosotros, cada hombre, cada mujer y joven democrático debemos decir:

“Pido venganza para el valiente
Que la metralla pulverizó
Pido venganza para el doliente
Huérfano y triste que allí quedó
Pido venganza por el que vino
De los obreros el pecho a abrir
Pido venganza por el pampino
Que allá en Iquique supo morir.”

Los responsables del crimen tienen nombres concretos:

Presidente de la República:               Pedro Montt
Ministro del Interior:                         Rafael Sotomayor
Intendente de Tarapacá:                  Carlos Eastman
Jefe de Plaza y autor material:          General Roberto Silva Renard
Abogado de los patrones salitreros:   Antonio Viera Gallo

No olvidemos sus nombres y los intereses que representaban.

Con la masacre de la escuela Santa María se abrió un período de reflujo en el movimiento sindical, que sólo comenzó a superarse hacia 1912, gracias a la labor del compañero Luis Emilio Recabarren.

La masacre de la escuela Santa María, fue una de las 55 matanzas perpetradas por las clases dominantes contra el pueblo chileno en el siglo XX, a las cuales se agregó el terrible, genocidio llevado a cabo por la dictadura de Pinochet.

Hoy día recordaremos de mil formas la matanza de la Escuela Santa María, perpetrada hace más de un siglo atrás, la evocaremos no solo para honrar a los caídos, sino para tener conciencia que la lucha continúa y que la historia se sigue escribiendo.

* El autor es Presidente de la Confederación Minera de Chile

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