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Y de dónde saldrá ese martillo, nos preguntamos hoy

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Editorial de la Revista No. 190
10/12/07

“¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.”

…escribió Miguel Hernández, en una versión breve, poética, inapelable, del Manifiesto que habían publicado Marx y Engels en 1848.

Y de dónde saldrá ese martillo, nos preguntamos hoy, cuando los versos de Miguel, los de Nazim y los de Pablo, son sólo un recuerdo envuelto en humaredas.

El burgués conquistador -desde una foto que nos trae el tiempo- sonríe satisfecho. Su único sueño es (y fue y será) la acumulación, la extracción indolora (o con sangre) de ganancia. Petróleo y biocombustibles. La renta de la tierra y la otra. Los viejos y los nuevos negocios. Un promisorio futuro.

Qué podemos hacer por estos pobres, se pregunta, a través de los siglos. Cómo incluirlos en la acumulación. Cómo ayudarlos a profundizar su pobreza.

Qué haremos con tanta gente que sobra. Cómo podemos eliminarlos sin dejar rastro.

Cómo haremos para que el viento y la lluvia, y los tratados de Economía, borren la sangre de los niños yunteros.

Por las grietas del discurso del poder se cuelan las verdades. Y nadie puede contra ellas.

Niños yunteros de todos lo países, uníos. Proletarios de la aldea global: ¡abrazarse!

“Hambriento ¿quién te alimentará?”, cantaba un personaje de una obra de Brecht. “¡Los que tienen hambre, ésos te alimentarán!”, se contestaba.

De allí saldrá el martillo verdugo para tantas cadenas.

 

El niño yuntero

                    Miguel Hernandez

 Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatifecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepurtura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.

Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
u declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

* Fuente: Agencia Pelota de Trapo

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