Entrevista al cineasta chileno Patricio Guzmán
por Natalia Núñez (La Jornada)
18 años atrás 10 min lectura
Sí, porque no puedo prescindir de la injusticia que hay en todas partes, de la sociedad caótica en la cual vivimos, del deseo de reorganizarlo todo en beneficio del ser humano. Siempre uno se siente político por supuesto, está lleno de cosas que mejorar y todo tiene que ver con la política; siempre que te confrontas con el poder estás ya en la política.
Yo llegué tarde a la política. Durante la universidad era neutro, no tenía ninguna preferencia, era más bien simpatizante demócrata cristiano, del centro; en España había una lucha radical contra Franco y la escuela de cine donde yo estudiaba estaba dominada por comisiones obreras del Partido Comunista: había mucha huelga, enfrentamientos con la policía: yo vivía en el barrio universitario inmerso en esta situación y allí fui tomando conciencia, me fui yendo a la izquierda. Paradójicamente, había libros y revistas en la España de Franco mucho mejores que en el Chile de Allende, y me titulé en una escuela franquista, dominada por el Partido Comunista. Llegué a Chile a ponerme un poco al servicio de lo que estaba pasando, tres meses después de que Allende tomó el poder; ya estaban todos los cargos ocupados; para colmo, yo era un señor que venía de estudiar en Europa y había un poco de desconfianza, y me quedé afuera.
Fui a una escuela de cine donde había estudiado antes, donde me había formado y les dije: "Miren, es tan bueno lo que está pasando, es tan interesante la actividad en la calle, la efervescencia popular, que habría que hacer una película, sin falta, todo esto es extraordinario." Me dieron una cámara modesta sin sonido sincrónico, contraté a dos jóvenes de dieciocho años para que me hicieran sonido y asistencia, y empecé a filmar el proceso chileno en el gobierno de Allende. Era una película celebrativa; filmé esas secuencias con ese criterio, de celebración, de seguimiento de la euforia popular, del gobierno, del momento maravilloso que vivía Chile. Ese fue el motor de esa película.
Es que no puedes permanecer indiferente, como un testigo que observa la vida y ya, sino que hay que tomar conciencia de los problemas, tomar partido; luchar por mejorar las condiciones de vida humanas. Es totalmente necesario, imprescindible, no se puede postergar. No me gusta la gente que dice que milita en la poesía: sí, vale, pero hay que militar más allá de eso, en cuestiones concretas para ayudar a los demás y a nosotros mismos. Hay que tener una posición política permanente. El problema es que cuando te politizas hay que hacer un arte lo suficientemente amplio como para que trascienda la militancia y se transforme en un objeto universal, poético. Ahí está la dificultad: no encasillarse en un cine militante solamente dirigido a los tuyos, sino abrir el espectro y hacer una película universal, que llegue a la mayor cantidad de gente, con un mensaje humanista, de crítica. Vivimos en un mundo lleno de problemas y lo menos que se puede hacer es hablar de ellos.
Sí claro.
En vista de que la revolución ha fracasado, de que el capital ha ganado y ha conquistado todos los espacios; que ha llegado a ser el dueño y señor de los Estados, la única manera de hacer resistencia es buscando colectivos que estén dispuestos a defender la ecología, la naturaleza, la vivienda, la salud, la justicia, la equidad sea como sea. Hoy día no hay partidos de vanguardia, pero hay que buscar en la trinchera colectiva de la oposición medios de lucha, organización e inconformismo. Sembrar en los jóvenes el deseo de romper con el poder establecido. Vivimos una época disparatada. Es tan absurdo lo que está pasando que hay que luchar en contra como sea.
Lo más interesante es que el espectador se sienta tocado por un personaje humano, que toca el corazón. Cuando eso ocurre tienes el público contigo, por lo tanto puedes avanzar más. El artista cumple un poco un papel orientador, pero a través de la emoción, de la sensibilidad, de la poesía y de la ambigüedad también. Hay obras que mientras más ambiguas más convincentes.
El reportaje es más pragmático, más directo, más práctico, el documental es una operación artística alrededor de un problema de la realidad; pero he conocido grandes reporteros que son capaces de trascender el fenómeno puramente pregunta/respuesta, capaces de proporcionarte una metáfora de un país o de una situación determinada. No hay tanta diferencia entre el reportaje y el documental. En buenas cuentas, claro. Hay distintas sensibilidades.
Me aburre. Me gusta verlo, pero hacerlo es una estructura de empresa que a mí no me va, es muy jerárquico. Es como un circo: gerente, subgerente, primer ayudante… un rollo. Hay quienes tienen la pasión, pero yo me siento inhibido. Prefiero el equipo pequeño y horizontal del documental, tres gatos juntos frente a un problema. Me apasiona la realidad porque se puede improvisar más. El campo de improvisación del documental no tiene límites, es desconocido; empiezas una película y no sabes qué va a pasar, qué vas a hacer mañana. Cuando Juan Carlos Rulfo se propone filmar el segundo piso, está el hilo conductor, el dispositivo, pero qué de cosas pasan, qué personaje elegir, a quién seguir, a quién dejar, filmar de noche o de día, con lluvia, dejar de filmar, son elementos aleatorios que eliges en el momento.
Es bien poco lo que se puede esperar. Hoy día tenemos tan poco poder, estamos tan marginados, en el extra radio, que se ha producido una desconexión entre lo político y lo social, entre la vida cotidiana y los parlamentarios, que nunca bajan, están por ahí arriba y nosotros aquí abajo. En ese sentido me siento bastante perdido. Vivimos una época de transición seria, hasta que encontremos el mecanismo para volver a dar vuelta la tortilla. El capitalismo no resuelve nada, enriquece a una minoría y acumula los problemas, quedan en el aire flotando; va a llegar un momento en que va a hacer explosión.
Es importante en Latinoamérica cultivar la memoria; nadie se preocupa de ella, todo queda tirado en el suelo. Hay grandes pintores, escultores, filósofos, profesores que en cuanto mueren se olvidan. Todo ese patrimonio hay que guardarlo, hacerlo más fuerte. La memoria no es más que fortalecerse, una forma de identidad; sin ella no hay identidad. Hay que defenderla, es un trabajo urgente. últimamente se empiezan a retomar en Argentina los temas del dolor, la tortura, en Chile igual, en Perú, Bolivia, Ecuador. Hay conciencia de que hay que atesorar lo ocurrido, cultivarlo, elaborar las cosas malas. Pero sin duda es muy inferior al proceso de la memoria en Europa; allá la memoria ha llegado, se ha instalado en la sociedad de manera muy fuerte. En Latinoamérica es mucho más frágil, si haces cosas para la memoria te acusan de hacer cosas para el dolor, de quedarte pegado en el pasado, de involución, y eso es completamente falso.
Con el miedo y con la superficialidad. En Latinoamérica somos muy superficiales, no se analizan las cosas a fondo; se nota que son territorios nuevos, campamentos de civilización de doscientos años, no es nada. Todo nos resbala un poco, y esa consistencia es algo que hay que ir atesorando de a poco. Lo que ayuda a la madurez es guardar todo en una habitación, acumular el saber. Eso aquí en Latinoamérica, se tira por la ventana.
En la contemporaneidad hay rechazo al arte comprometido, deseo de alejarse de la pedagogía y hacer "el arte por el arte". Cuando ves películas de Loach, choca ver tan directamente tratados los problemas. Estamos acostumbrados a la metáfora, a la alegoría, hemos llegado a un arte neutro. De a poco se va a recuperar ese lenguaje directo, el otro no da más de sí, sobre todo cuando nos enfrentamos a problemas que son absolutamente espectaculares: la escasez del agua, de petróleo, la polución monstruosa, las megaciudades, el choque de culturas, los sectores radicales. No hay alternativa más que volver a retomar la realidad e instalarla en el centro del arte. Pero se ha disgregado, se ha diasporado la idea de que arte, sociedad, vida, muerte, revolución están en el mismo plano.
No sé si es posible hoy día. Lo que hace falta es vencer la enorme indiferencia que se ha apoderado de todos nosotros, que es muy grave. Pero no hay líderes.
Por el contrario, creo que el capital es sumamente inteligente, las estructuras del capital internacional hoy día son dueñas de la inteligencia, compran la inteligencia en todas partes, se valen de ella: creo que no, que es un organismo muy preparado. La verdad es que el capital ha destruido la política.
El documental contra informa porque no se pone en el punto de vista del poder, sino en el del ciudadano. Muestra lo que los otros no se atreven a mostrar, siempre ha tenido esa vocación rebelde. Nace como un género incómodo, que se quiso mantener controlado con una voz en off; si le quitas esa voz y le dejas más libertad, si le das cuerda, se vuelve en contra del sistema, casi siempre pasa así. Por eso quizá es que no ha llegado muy lejos.
Me permite establecer que con la verdad se puede luchar mejor que con la mentira. Yo lo practico porque me siento lleno de debilidades, trato de no meterme nunca en un lío que me vaya a significar tener que echar pie atrás: tomar un dinero que no me corresponde, usar una influencia que después se me puede venir en contra, hacer una película barriendo a un colega. Trato de no endeudarme moralmente, porque cuando haces eso envejeces mental, física y artísticamente. Es lo mismo en el trabajo que con tu círculo humano: es fundamental la ética cotidiana en la convivencia; el buen vivir. Uno puede hacer las cosas sin perjudicar al otro. Cuando te estableces en el robo, cuando te aceptas en él, eres hombre muerto. Hay muchos plenamente establecidos en la estafa, en lo inmoral, los encuentras en todas partes. Diría que esos son los verdaderos enemigos a combatir. Estamos sin partidos políticos, sin programa revolucionario, sin líderes de carne y hueso, pero si tenemos claro que hay que combatir esas desviaciones humanas que nos perjudican a todos, ahí está lo que ha cambiado desde la revolución clásica, la ideológica. Estamos en este limbo que nos permite vincular revolución, ética, comportamiento, conductas, humanismo. Claro que rodeados de una inmoralidad sistémica, ese cerco es el peor, y no tiene color político.
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