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¡Nunca más!

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Quizá es el último acto de un Chile que queda, ahora, cada vez más atrás. Ojalá que nunca se repitan en las calles esos diálogos de sordos, intransigentes y cerrados, gritos y consignas que están a un paso de transformarse en esas batallas anteriores.

Estos son los últimos pasos de esos personajes oscuros, que más allá de los beneficios y perjuicios de cualquier índole, dividieron al país, con las consecuencias que ayer y hoy se viven. Ojalá que esa muerte, ayude a conformar a los oprimidos de ayer y sirva para calmar los ánimos de los partidarios del régimen dictatorial, que piden comprensión por el fallecimiento de un líder, cuando ellos mismos no pueden comprender el dolor de tantas familias que perdieron padres, hijos, abuelos, esposos, y esposas en nombre de una supuesta operación de salvataje nacional.

Ojalá que este sea el último capítulo de una novela escrita con muchos litros de sangre, cuyos protagonistas, como el señor que acaba de fallecer, convirtieron y convierten en la actualidad a un país que se creía sano, en una nación de fundamentalistas.

Ese país de obcecados debe morir junto con Pinochet, para que nunca más se brinde al mundo un espectáculo como el que se está produciendo. Un escenario, donde abundan las descalificaciones y expresiones ridículas, en donde no se duda en comparar el funeral de Gladys Marin con las exequias de Pinochet, cuando la primera jamás mató a nadie, ni fue responsable directa o indirecta de la muerte de alguna persona.

Lo que se ha visto en los últimos días es pus y materia de una herida abierta, que no se cerrará mientras aquellos, que junto a sus familias vivieron felices, disfrutando de la bonanza económica custodiada por tanques y metralletas, no comprendan que mientras ellos cantaban y bailaban, hubo por esos años otro país llamado Chile; una nación oprimida, en la que se destruyeron familias, vidas y sueños, mediante una política de estado, que cambió para siempre el destino de generaciones, que son las que hoy se manifiestan en las calles.

Son esos, parte del grupo de fundamentalistas de derecha de este país, los mismos que hoy le rinden pleitesía al general y que no entienden que los argumentos económicos, esgrimidos para apuntar al caos y angustia vividos durante el gobierno de Allende, no tienen nada que ver con el caos y angustia producidos por la muerte y la tortura, derivados de la operación militar y política, destinada supuestamente a salvar al país de las garras del comunismo. Es una lucha ética y de principios completamente desigual; son dos países completamente distintos, que no se encontraron y que ya no se encontrarán más.

El autor es periodista

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