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Por dos votos, un concilio aceptó que las mujeres tenían alma

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Hoy día noventa votos impidieron debatir sobre un proyecto próvida, presentado por los diputados Enríquez-Ominami y Alinco.

¿Sabía Ud. que los votos de dos ancianos cardenales lograron inclinar la balanza en un Concilio y lograron así que la Iglesia reconociera que las mujeres tienen alma? Piense un solo instante, ¿qué hubiera pasado si esos cardenales se hubieran enfermado o muerto antes de pronunciarse sobre la existencia del alma de la mujer: mamá Michelle no sería Presidenta y todos los proyectos de las bellas mujeres serían declarados inadmisibles, pues  habría que preguntarse si el constituyente pensó si la mujer era humana o no, según el  artículo 19   de  la “constitución conciliar”. Las  religiones proceden a  partir de dogmas, lectura de libros e interpretaciones teológicas. Por cierto que ya pasó, hace tiempo, la contradicción entre religión y ciencia y nadie  cree en un nuevo cristianismo al estilo  de Comte, sin embargo, la afirmación de que la vida humana comienza cuando el óvulo es fecundado por el espermatozoide, es netamente teológica; en la ciencia hay diversas  hipótesis y dudo, por tanto, de que haya una sola verdad. ¿Qué ocurriría si existieran dogmas científicos? Dejémosle esta  discusión al presidente de la Cámara, Antonio  Leal.

Lo que yo sé, pero parece que sus apitutados retoños actuales no,  es que en el gobierno de uno de los fundadores de la Falange, Eduardo Frei Montalva – un católico de  misa diaria –, se realizó la primera Campaña  Masiva de Control de la Natalidad en Chile, cuando la iglesia sólo aceptaba, como método anticonceptivo, el coito interrumpido y el método Ogino. Si los falangistas no hubiesen sido desobedientes a la autoridad eclesiástica, hubiesen desaparecido cuando los condenó el obispo Augusto Salinas, y hubiesen sido excomulgados por Monseñor José María Caro cuando votaron a favor de la Ley de Defensa de la Democracia. Hoy han  convertido a Cristo en un ginecólogo, sin ninguna compasión  con las mujeres pobres. 

Es comprensible la  posición de la derecha más beata y, en último caso, la de los demócrata  cristianos, pero no entiendo la de los laicos ateos y agnósticos, como creo que es el caso del presidente de la Cámara y de otros PPD y, sobretodo, radicales, aunque pueden haberse convertido por obra y gracia de Santa úrsula Bachelet  que, según dicen, no estaba en la “biblia” de la Concertación. Por lo demás, para qué me hacen decir lo que es obvio: la Constitución firmada por Ricardo Lagos sigue siendo tan autoritaria como la de Pinochet, lo que es inexcusable,  “una verdadera corrupción ideológica”, como sostiene mi amigo Carlos Portales. El artículo 19, 1 y 2, fue redactado por reaccionarios y autoritarios constituyentes nombrados por un tirano, que “abortó” a miles  de chilenos.

Chile es  un baldón en el mundo civilizado: junto  con Nicaragua son  los únicos dos países que no aceptan el aborto terapéutico; incluso Colombia, un país  que recién hace muy poco tiempo rompieron el concordato, aprobó una ley de despenalización del aborto terapéutico. Por lo demás, con ley o sin ley, son más de 100.000 mujeres que abortan anualmente en condiciones clandestinas e insalubres,  por cierto son pobres y de baja escolaridad, pues las ricas pueden ir a Inglaterra y Holanda. Por lo tanto, si somos consecuentes, tenemos que reconocer que el artículo 19 se atropella, en el número  que corresponde a “igualdad ante la ley y no discriminación”, además de no respetar una serie de declaraciones de no discriminación contra la mujer aprobadas en Naciones Unidas y en otros organismos internacionales.

Una última encuesta Adimark demuestra que el 70% de las mujeres es partidario del aborto terapéutico, que contrasta con los 90 votos por la inadmisibilidad del proyecto próvida, presentado por los diputados Enríquez-Ominami y Alinco. Despenalizar no es análogo con legalizar. Dejémoslo así, que el tiempo  y la historia darán la razón a estos 21 valientes diputados, que se pronunciaron por la libertad de debate y la tolerancia. Querido Voltaire, otra vez te han vencido los jesuitas.
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