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¡Qué vergüenza!

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Es una vergüenza que el gobierno chileno sea condenado por el Tribunal Interamericano de Derechos Humanos por negar información sobre asuntos de interés público y por aplicación de la Ley de Amnistía. La verdad es que los tres gobiernos de la Concertación –anteriores a Michelle Bachelet – han sido extraordinariamente mezquinos en lo que se refiere a las víctimas de los derechos humanos, sea por temor al tirano o sea porque muchos de los concertacionistas se han transformado en capitalistas de pelo en pecho, el déficit de la Concertación, en esta materia, es notable.

La mayoría de las acciones exitosas que tienen al landronzuelo y tirano por los suelos han sido producto de la indignación de la conciencia internacional, respecto de la abyecta dictadura chilena. Si no hubiese sido por la porfía de los abogados de derechos humanos y de los Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos y por la acción del abogado Joan Garcés y del Juez Baltasar Garzón, Pinochet hubiera continuado, por mucho tiempo, viajando por Europa comprando armas y corbatas con la siútica perla. Es que muchos de los personajes de la Concertación, como Eduardo Frei Ruiz-Tagle, José Miguel Insulza, Edgardo Boeninguer, entre otros, se convirtieron objetivamente en salvadores del pillín Daniel López, cuando justamente estaba en las manos de los tribunales internacionales; no me explico cómo tienen la audacia de postularse como candidatos presidenciales y no se les cae la cara de vergüenza.

Jamás hubiéramos descubierto los desfalcos del dictador, respecto a los dineros fiscales, si no fuera por la Comisión Investigadora del senado norteamericano; nada sabríamos del banco Riggs, ni mucho menos de las asociaciones ilícitas para malversar las platas fiscales.

El sector de la derecha concertacionista, un verdadero partido transversal de ex izquierdistas y demócrata cristianos, convertidos en neoliberales, admiradores de la política económica de la dictadura, siempre pretextó no tener mayoría en las Cámaras para cumplir con la promesa de derogar la ley de amnistía. La verdad es que nunca tuvieron voluntad de hacerlo: cuando circunstancialmente fueron mayoría en ambas Cámaras, no se sabe de ningún proyecto en este sentido; como en la película átame, de Almodóvar, el conglomerado de la derecha de la Concertación estaba feliz de ser amarrado y flagelado por la derecha política.

De este amor entre verdugos y víctimas surgieron una serie de iniciativas para mantener la impunidad; ¿acaso no se acuerdan de la declaración Otero-Figueroa para dar un rápido fin a los juicios sobre derechos humanos? O de las proposiciones del presidente de la Cámara de Diputados de esa época, José Antonio Viera-Gallo, que proponía una solución extra judicial a los casos de derechos humanos, centrándose en aquellos más emblemáticos, como el asesinato de Letelier y Prat. Las comisiones Verdad y Reconciliación y Prisión Política y Tortura no dieron a conocer ninguno de los nombres de losa victimarios, incluso, las compensaciones económicas, que por ningún motivo borran el crimen, no sólo fueron austeras, sino miserables. Al igual que el ministro Rafael Sotomayor, culpable de la matanza de Santa María de Iquique, un prohombre de la Concertación se atrevió a decir “hasta cuándo contamos muertos”. El ministro de Defensa de Frei, Edmundo Pérez Yoma, se preciaba de la amistad que le profesaba Pinochet. Para qué recordar la “razón de Estado” aplicada para dejar libre al hijo de Daniel López.

Afortunadamente, Michelle Bachelet no está dispuesta a traicionar los ideales de derechos humanos que dieron nacimiento a la Concertación y, ojalá, estuvieran lejos del gobierno aquellos personajes que prefirieron entenderse con los verdugos, que defender a las víctimas. Por eso, sólo basta que la Presidenta determine la extrema urgencia para derogar la espuria ley de amnistía, para lo cual basta el quórum simple para que este proyecto sea aprobado en ambas Cámaras. Hoy no hay justificación. Dejémosle a la derecha continuar con sus juegos de dudosa legalidad, pero no caigamos en ellos. Basta de transacciones.
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