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Chupasangres, chupados, chupaderas y otras peculiaridades linguísticas y sociales

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Mucha alharaca se ha hecho en ciertos círculos, por el calificativo empleado por el senador Escalona para referirse a quienes expolian inmisericordemente a sus empleados u obreros. La expresión “chupasangres” ha sido considerada altamente ofensiva para el gremio patronal e impropio del lenguaje de un representante del Congreso nacional. Ello nos retrotraería  innecesariamente -se dice-  a una época anterior de alta y peligrosa confrontación política. Consecuentemente, se pide y se exige un lenguaje político ponderado, respetuoso y adecuado a las nuevas circunstancias sociales y democráticas que vive el país. El lenguaje y el comportamiento de los actores políticos debe ser expresivo de esa nueva realidad, se insiste. Hablar de “chupasangres” tendría connotaciones obscenas e indecentes, ajenas a este flamante nuevo contexto social democrático.

Nos preguntamos: ¿en qué país se nos quiere hacer creer que vivimos? El nuevo contexto social se caracteriza fundamentalmente por un nuevo envoltorio llamado democracia, pero no es necesario ir muy debajo de dicho envoltorio para advertir que el contenido apenas se diferencia del de hace treinta o veinte años atrás. Todavía no es posible enterrar todos los cadáveres de disidentes producidos por la dictadura, cuando macabras revelaciones agregan nuevos personajes relevantes de la vida nacional a la lista de los asesinados. La precariedad laboral y la miseria salarial no acusan modificación ninguna. La desigualdad del ingreso acusa niveles degradantes para un país que se pretende en vías de desarrollo. Grandes masas de trabajadores siguen impedidas de organizarse sindicalmente y de defender sus derechos. La situación previsional vigente creada por la dictadura condena a los pensionados a la pobreza  o a la indigencia. Los gobiernos de turno se ven obligados a improvisar medidas de parche o de caridad para aliviar la miseria y la desigualdad existente, etcétera.

Quienes fabricaron esta realidad durante 17 años y que impiden hoy, porfiada e inmoralmente, modificarla, jamás han manifestado signo alguno de contrición, ni  por la violación de los derechos humanos, ni por la injusticia social programada e imperante. Su sensibilidad sólo se siente espoleada cuando alguien comete el sacrilegio de llamar a alguno de los suyos ”chupasangre”. Pues, en el nuevo contexto, todo el país debiera acatar que hay que ser caballeroso después de recibir las bofetadas o las puñaladas. No se vaya a creer que se aspira a la repetición del tratamiento.

Nos preguntamos: ¿porqué un senador o un ciudadano cualquiera no podría utilizar el lenguaje que le parezca adecuado para describir la realidad que lo rodea? Lo indecente y lo obsceno en este caso, no es el uso de determinados adjetivos, sino la existencia probada y multiplicada de una situación laboral y social de expoliación que da lugar a una terminología popular que puede incomodar a algunos, pero que la describe exactamente. Es sobre dicha realidad que deberíamos indignarnos y clamar a los cielos,  y no por los términos con que se la describe.

El senador Escalona no ha inventado nada. Al contrario: al no precisar los alcances de su expresión, les ha hecho un favor gratuito a los otros cientos de miles de “chupasangres” que, sin ser jefes de empresas o patrones, cohabitan con nosotros, viven a costa de la miserias y debilidades de los demás, usufructan de una institucionalidad organizada en su propio y único beneficio. Pues “chupasangres” no son sólo aquellos empleadores que pagan sueldos miserables, que roban las cotizaciones previsionales de sus asalariados, que imponen horarios inhumanos, que impiden la sindicalización y que atentan contra el desarrollo, la salud y el bienestar de sus empleados y de sus familias. Los “chupasangres” existen en todas las esferas de la vida nacional y los hay de toda índole y categorías.

Como bien se sabe, los ”chupasangres” se autoinstalaron a sangre y fuego en el poder hace treintaitrés años atrás y establecieron luego un orden legal y constitucional que les permitiera  -aún en condiciones de una inevitable democracia-  seguir usufructuando sin competencia de las riquezas del país y dirigiendo la vida social y el destino de sus más o menos miserables habitantes. Los abusos patronales, la ley electoral anti-soberanía nacional, la desigualdad social y económica, la actual situación previsional,  la delincuencia desatada y otros situaciones de las cuales el chileno de hoy es víctima, no son una casualidad. Son el resultado lógico y consecuente de las condiciones legales y políticas establecidas por el régimen dictatorial de los ”chupasangres” del país, en aquellos tiempos de chupadera desatada y feliz para los menos. En esta realidad planificada por ellos, la condición de “chupados” para la mayoría de los hombres y mujeres comunes del país, ha devenido propia, congénita e ineludible.

Más que ofender, la restrictiva utilización del término por parte del senador, podría facilitar el mimetismo o la invisibilidad de aquellos otros agentes activos de la chupadera nacional, los que son tan relevantes como aquellos a los cuales él quiso apuntar. La naturaleza de la acción de dichos agentes puede dar lugar a ciertas variaciones en su denominación, pero todos ellos son parte intríseca de la categoría original de ”chupasangres”. Como ejemplos, señalaremos algunos:

Chupavidas: Aquí encontramos a todos aquellos que consideran que todo individuo que disiente de lo que ellos piensan, o de sus mandantes, debe morir. Y si es con sufrimiento, mejor. Admiran a Hitler, a Stalin, a Idi Amin. Son los que durante la dictadura o después de ella hicieron el trabajo sucio de tortura y eliminación de adversarios políticos y luego, de eliminación de testigos peligrosos para el régimen y su historia. De ellos oímos hablar diariamente, como resultado de las investigaciones y sentencias judiciales relativos al período de la dictadura.

Chupahuellas: Son aquellos que fueron distinguidos con la función de hacer desaparecer los rastros de crímenes, robos, malversaciones, privatizaciones brujas, falsificaciones, tráfico de armas, fabricación de armas químicas y bacteriológicas, operaciones encubiertas y otros ilícitos. Ultimamente han hecho noticia y espantado al país, con ocasión de las revelaciones que los señalan vaciando el cuerpo muerto de un ex-presidente de la República para eliminar las huellas de su probable asesinato.

Chupadólares: En esta categoría entran en primer lugar todos aquellos que amparados por la dictadura se apropiaron de empresas del Estado, de bienes inmuebles del patrimonio público, de parte del territorio nacional y luego, todos aquellos que, favorecidos por la falta de control legal soberano y por la legislación dictatorial, se enriquecieron de forma abusiva, a costa de la miseria y el pauperismo de grandes masas nacionales. Desde luego, todos aquellos que continúan enriqueciéndose en condiciones de explotación legal o ilegal, pero siempre inmoral, de sus empleados y obreros.

Chupachupas o chupatodos: Aquí encabezan la categoría, aquellos que crearon,  aplaudieron y defienden la Constitución y la legislación creadas por Pinochet, como instrumentos que impiden la expresión libre y soberana de la Nación y hacen posible la profundización y la eternización de la desigualdad social. Son los enemigos declarados de todo cuanto pueda oler a soberanía nacional y a democracia sin restricciones. Sus más altos representantes públicos fungen hoy como tribunos, congresistas, políticos, hombres probos y, en general, como adalides y ment
ores de la democracia y de la “decencia” nacional. Fueron los auténticos constructores y beneficiarios de la dictadura y co-autores de todas las secuelas derivadas de ella. Por su doble standard, por sus actos y por su “ética”, esta categoría es la más oscura y peligrosa del género de los “chupasangres”, pues involucra a todas las demás.

Chupasantos:  son aquellos  -afortunadamente pocos- que se consideran elegidos de Dios para el disfrute de privilegios de clase y de fortuna y que piensan que la pobreza y la desigualdad son males inevitables que no se pueden corregir pues ello significaría entrometerse indebidamente en los designios divinos.

La lista podría hacerse más larga, pero creemos que ello es innecesario. Lo que está claro  es que, sin discusión, la realidad social y política nos dice y nos prueba que habitamos un país compuesto por una minoría poderosa de “chupasangres” y una mayoría de “chupados” o vampireados y que, ante el peso de esta realidad, las protestas en contra de la calificación usada por el senador, suenan inevitablemente ingenuas y ridículas.

Correo del autor: lordkalabalik@yahoo.com
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