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Mi Buenos Aires querido

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En el 2005, la editorial de la Casa de la Cultura recogió en un volumen titulado ’Cuentos de piedra’ los relatos que Jaime Galarza había escrito en diferentes etapas de su vida. Cuentos que, como señala su autor en una “Nota Ociosa” de aquella edición, arrancan sucesos vitales o anécdotas vivas, ocurridos en nuestro medio. Relatos cortos, apresurados, talvez demasiado anecdóticos, pero llenos de una fuerza conmovedora que parecen haber sido escritos solo para cuestionar a una sociedad injusta, cruel y banal, llena lamentablemente de lectores de humo.

No, no he visto ninguna mala cara. Al contrario, te digo que me voy un poco rota por dentro. No solo por vos, vamos, che, no seas creído, aunque claro, por vos cualquier cantidad. Es por todo esto, por lo que representa para mí haber vivido en este país los últimos 15 años. Amigos, amores, los paisajes que tanto me gustan, la gente linda que he conocido, hasta los malos recuerdos que, después de todo, ya no son buenos ni malos, solamente son recuerdos, algo que te marcó y con lo que debes vivir, te guste o no te guste. Como debes vivir rodeado de gente, por atorrante que sea.

Lo que sucede es que ha llegado para mí un momento muy extraño, en que me siento en el aire. Antes pensaba que mis sueños tenían asidero; estaba segura de estar segura. Y de pronto esos sueños me parecen pájaros prendidos a las ramas de un árbol que cae; asustados, porque el árbol, aunque todavía está en pié, ha perdido la raíces y se desplomará cualquier rato, estrepitosamente, y no se ve más árboles, aun a la distancia.

Antes todo era luz, el camino claro, incluso bajo la lluvia de este Quito sombrío o bajo la neblina espesa que sube desde Guápulo; todo me parecía iluminado. ¡Y de pronto…! Leía en esa revista que unos astrónomos norteamericanos han podido observar cómo un agujero negro, según denominan a ese fenómeno desconocido, se tragó una estrella gigantesca, intensamente luminosa, hasta que desapareció del todo. Y esto lo pudieron observar pese a que sucedió a dos millones de años luz. ¡Si alguien pudiera decirme qué agujero negro devoró mi estrella! Nadie puede decirme, y eso que no estoy sino a pocos segundos de distancia. Debe ser la muerte de la perrita lo que me trastornó al extremo de que para enterrarla en el jardín le puse una prenda tan querida como ese chal tejido por la vieja para mí, cuando yo era piba, y del que nunca me deshice. Claro, me queda la otra perrita, pero no es lo mismo. La muerta llevaba conmigo ya diez años, una eternidad. Era compañera y amiga: nos conocíamos de lejos; yo la olfateaba a la distancia. Porque se me pegó alguna cualidad perruna, como a ella se le pegó el gusto por la música; Wagner no, jamás lo soportaba, y yo encantada se lo tocaba para hacerla rabiar, porque entonces ladraba hasta que le cambiara el casete, ¡imagínate! Esta otra no es lo mismo; más bien resulta mi pequeña gurisa, de ésas cuyo futuro se teme, porque nunca se sabe.

O talvez se trata de lo que vos decís: rabia conmigo misma por las frustraciones. Porque he querido y me han querido mucho, pero el amor se me ha caído a pedazos, como los platos que ayer, boluda, reventé contra el suelo. O bien puede ser el miedo a tirarme por la ventana, porque eso sucedería si me quedo dos días más en esta casa donde todo me da vueltas, como aquella calesita, que tanto me gustaba, a la que mi padre me llevaba en Buenos Aires, tendría yo tres años, o cuatro, y que sin embargo me mareaba y me daba miedo.

Hasta hace tres días estuve convencida de que solo quería ir a la Argentina para verla un rato: dejarles flores en la tumba a mis viejos, estar con mis sobrinos, todo para volver en quince días y anclar definitivamente aquí, como si fuera mi puerto terminal. Mira la figura literaria que me salió, “anclar en mi puerto terminal”. Talvez resulta sabio el chiste que nos hacen ustedes a los argentinos, cuando dicen que mientras ustedes descienden de viejas culturas indígenas, los argentinos descendemos de los barcos. Por eso mismo, creo, nos agarra tan fuerte la nostalgia. Tan fuerte que, por lejos que estemos, un caballo o una vaca nos trae el sabor de la pampa. También los marinos sienten nostalgia de su barco.

Es que me siento hundida en el exilio y vos sabés que el exilio no es un chiste. Ningún exilio, che, ni el político, ni el económico, ni el de la vida. A mí no me hables de política, que tengo el estómago revuelto, pero el exilio político es amargo. En cuanto al económico, está reservado para los más cobardes, o los más, desdichados. Yo creo que he padecido desde chica exilio existencial, por eso mis fugas geográficas, esa ilusión de que cambiando de país, todo sería risa. Y mírame, che. Estoy llorando. Creo que todo exiliado es como un pájaro sin patas y sin alas: no puede pisar el suelo ni puede volar.

Si te aburrís, chifláme. O cantáme esa canción de ustedes que me gusta:

Esta guitarra vieja que me acompaña,
tiene una pena enorme que me tortura,
sabe porque la estrella de la mañana
siempre me encuentra sola con mi amargura.

Bueno, déjame llorar. Quizás no me di cuenta que la procesión iba por dentro, y ahora… ¿Sabés, Negro? Finalmente creo que lo que sucede es que en realidad soy argentina. ¡Imagináte que el otro días hasta lloré por Evita, con lo mucho que yo quería a Perón! ¡Si no estaré podrida! ¡Qué boludez! Aunque mi tristeza no es otra cosa que renguera de perro… Hasta Gardel me gusta ahora; hasta Mercedes Sosa, la China, que me caía más gorda de lo que es, y me parece excelente que Argentina sea Campeón del Mundo, y que a todo ese paquete de generales que hicieron lo que hicieron con los muchachos, y en las Malvinas, los refundan para el resto de sus días; y Alfonsín me parece un tipo macanudo como Rosas, claro, comparado con Videla. Ni se diga el Che, que ya es otra cosa.

¿Cómo dicen ustedes cuando hay algo invisible que los llama de vuelta con fuerza irresistible? Ah, eso es: “La sangre chuta”. Bueno, che, perdóname. No es que llore demasiado. Lo que sucede es que a mí me chuta el bandoneón. Me chuta Buenos Aires.

Altercom
Agencia de Prensa de Ecuador. Comunicación para la Libertad

El escritor y diplomático ecuatoriano Galo Galarza dice:

«En el 2005, la editorial de la Casa de la Cultura recogió en un volumen titulado ’Cuentos de piedra’ los relatos que Jaime Galarza había escrito en diferentes etapas de su vida. Cuentos que, como señala su autor en una “Nota Ociosa” de aquella edición, arrancan sucesos vitales o anécdotas vivas, ocurridos en nuestro medio IX y XX.

Algunos de estos cuentos se publicaron en revistas y periódicos y otros estaban perdidos, muchos fueron escritos en la cárcel o en la clandestinidad, todos llevan esa marca tan característica de este autor infatigable, esa de la denuncia contra la explotación de los indios, de las mujeres, de los humillados, de los perseguidos, de los condenados por la sociedad de la bonanza.

Relatos cortos, apresurados, talvez demasiado anecdóticos, pero llenos de una fuerza conmovedora que parecen haber sido escritos solo para cuestionar a una sociedad injusta, cruel y banal, llena lamentablemente de lectores de humo.»

Jaime Galarza Zavala, nace en Cuenca en 1930. Vivió por varios años en Quito, Esmeraldas, Guayaquil y Loja. Ha recorrido varios países de América y Europa sustentando conferencias, seminarios y recitales. En 1986 propuso la creación del Ministerio de Medio Ambiente y fue el primer Ministro en esa Cartera. Desde hace 13 años reside en Machala y es Presidente d
el Núcleo de la CCE, en esa ciudad. Autor de una veintena de libros de poesía, ensayo y narrativa.
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