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El destino de los perdedores del mercado: el hospital, la cárcel, las casas inundadas, la calle y

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El destino de los perdedores del mercado: el hospital, la cárcel, las casas  inundadas, la calle y la fosa común

En Estupidilandia no hay diferencia entre ricos y pobres, según los Diarios y la TV de Lúculo Piñera. Nuestra miseria sólo muestra toda su hediondez cuando los candidatos presidenciales quieren conquistar el voto de los eternos “ilotas” que, por un día, se creen ciudadanos; ahí aparecen los pasillos de los hospitales colmados de pacientes, listos para ser degollados por un matasanos. Sólo en esos pocos días electorales se recuerda que más del 80% de los extorsionados cotizantes de las AFPs recibirán una jubilación mínima; alguien se comió su plata, pero jamás, los millonarios dueños de la previsión privada.

Marcel Claude tendrá razón para afirmar que el 80% de las familias chilenas ganan menos de $300.000. Claro que después de resueltos los comicios, nuestro amigo se convertirá en un violento revolucionario y un alharaco que exagera las cifras de la realidad. Es que Chile es una mierda y los chilenos falseros, hipócritas, individualistas, anómicos, que sólo ambicionan, cada día, más riqueza, sin ninguna solidaridad con los demás. La estúpida Teletón dictatorial del “guaton” don Francisco no  es más que la expresión de buena conciencia y, no pocas veces, de ansias de publicidad de tanto canallesco empresario que luego, durante todo el resto del año, gritonea a sus empleados.

Toda esta alharaca de la delincuencia tiene mucho del fetichismo de los ricos por la propiedad, por eso, poco importa cómo viven los pobres. Es cierto que, a veces, mamita Michelle, que anda disfrazada de monja civil, habla a las personas de situación de calle de una linda palabra “dignidad”, que sólo me atrevería a atribuírsela a los políticos republicanos, como Salvador Allende, Hugo Zepeda, Raúl Ampuero, Manuel Mandujano, Radomiro Tomic, Manuel Garretón, y tantos otros que, lamentablemente, están muertos.

A los superficiales payasos, tanto de la derecha, como de la concertación, este concepto les queda muy grande y la mamá queda hablando sola. ¿No sería legítimo preguntar qué pasó con la dignidad de los pobres durante los gobiernos de Patricio Aylwin, Lázaro Frei Ruiz-Tagle y del profesor Lagos? Es que preferían los cócteles con los empresarios, en La Casa de Piedra a hacerse cargo de la indignidad de los pobretes; ¿por qué tampoco destaparon esta olla de la podredumbre? ¿No será que se habrán pasado al lado de los ricos? Estaban embobados por una educación que a ellos les parecía la panacea, pero que fueron necesarios Los Pingüinos para que todos descubriéramos que los Liceos estaban convertidos en un mierdero impresionante. Leían, algún sábado, los Informes del PNUD, pero al lunes siguiente ya no recordaban nada, y eso que ese Organismo era dirigido por el marido de Carmen Frei, hoy embajador en Canadá.

Los gringos son más brutales, cínicos y canallas que los tontilandeses: llaman a las cosas por su nombre. El ideólogo reaganista C. Murray decía, en los años 80: “…los estímulos visibles que una sociedad puede realistamente ofrecer a un pobre con un nivel medio de capacidad y de laboriosidad son sobre todo estímulos de penalización y desaliento: si no aprendes, te echamos; “si delinques, te metemos entre rejas”; “si no trabajas, te aseguramos que tu existencia va a ser tan penosa, que cualquier trabajo te va a resultar preferible”. Prometer más, es fraude”.
Si usted es pobre, joven y cesante, ya sabe dónde va a terminar: en la cárcel, en el hospital o en la calle. No espere ninguna compasión de los verdugos al servicio del mercado, sean estos dictatoriales o concertacionistas. A estos nuevos especímenes de traidores, que pasaron de totalitarios stalinistas a neoliberales fanáticos del mercado, les escandaliza una descripción descarnada del diario transcurrir de la vida de los pobres. Cuando la escritora francesa Vivianne Forrester publicó sus famosos ensayos El horror económico y Una extraña dictadura fue calificada por el converso Mario Vargas Llosa como una exagerada, al sostener esta pensadora que la marginación de los cesantes permanentes, producto del capitalismo, no es muy distinta que la realidad de los campos de concentración nazis o las políticas del stalinismo. Esta realidad no se da sólo en los países africanos o sudamericanos, sino también en los países desarrollados.

Si no fuera porque afortunadamente subsisten entre nosotros algunas personas sensibles como el Padre Berríos, Benito Baranda, jóvenes voluntarios y sacrificados trabajadores de ONGs, los pobres vivirían una situación más indigna y se encontrarían en el abandono y soledad absoluta. Nunca olvidaré del ahínco que pusieron Edgardo Boeninger y Enrique Correa para convencer a las ONGs extranjeras de que Chile era un país millonario y que ya no necesitábamos ayuda internacional; tontería igual es similar al famoso “fin de la transición a la democracia”, sostenido por don Patricio Aylwin.

Sólo los totalitarios pueden pensar que la pena de muerte es un disuasivo contra la delincuencia: hay que ser muy ingenuo para creer que enviando a los ladrones a islas solitarias, el problema se solucionará de raíz. Quienes proponen estas soluciones, especialmente los personeros de derecha, demuestran una gran ignorancia, pues no hay sociedad sin delito, según Emil Durkheim y, en la medida que hay menos lazos sociales, orgánicos o morales, la delincuencia tiende a crecer, sobre todo, si se impulsa el consumismo, el amor al dinero fácil y se mantienen cárceles de “cinco estrellas” a quienes violaron los derechos humanos, lo que es éticamente inaceptable y de lo cual tendrán que responder los gobiernos y funcionarios que lo han permitido, mientras en las otras cárceles se pudren los pobres; para unos, el Estado es una mamá protectora y cariñosa, para otros es el monstruoso demonio Leviatán. ¿Cuándo será que “los pobres coman pan y los ricos, mierda, mierda? Confieso que nunca he entendido la famosa igualdad ante la ley y la inexistencia de clases privilegiadas, escritas en todas nuestras Constituciones; cada vez que las repaso, no puedo dejar de esbozar una sonrisa.
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